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Museo del Louvre: de fortaleza a símbolo de París

Edificios icónicos

El Louvre, que abrió sus puertas hace 230 años, es el museo más famoso de Francia y uno de los mayores del mundo. Pero antaño estuvo destinado a funciones muy diferentes

¿Qué había antes donde ahora se levanta el Museo del Louvre?

Es muy importante buscar actividades culturales que sean gratuitas. Museo del Louvre, París (Francia)

Terceros

Es indiscutible que el Louvre se ha convertido en uno de los gran­des templos del arte universal. Pero es mucho más que eso. Porque el que hoy es emblema y sinóni­mo del arte fue en su momento buque insignia de la monarquía francesa.

El Louvre nació, en realidad, como forta­leza defensiva recién iniciado el siglo XIII, bajo el reinado de Felipe Augusto, el primero en autodenominarse rey de Francia, y no “rey de los francos”. Para reafirmar su poder, necesitaba dotar a París, la ciudad donde residía la corte, de una muralla que la protegiera de los ataques enemigos.

El Louvre nació como fortaleza bajo el reinado de Felipe Augusto para defender París de los ataques enemigos

Felipe Augusto dispuso entonces la creación de un cinturón amurallado al que se añadió un castillo presidido por una enorme torre de defensa. Era la Grosse Tour, el punto de partida del Louvre que conocemos. Por entonces, el Louvre cum­plía funciones de arsenal, más que de castillo.

Parte de las antiguas murallas del Louvre. Foto: Wikimedia Commons / Ceronne / CC BY-SA 2.0.

TERCEROS

No fue hasta la subida al trono de Carlos V, en el siglo XIV, cuando la for­taleza se convirtió en residencia real. A su muerte, sin embargo, pareció quedar relegado al olvido. Sus sucesores prefi­rieron las comodidades de Chinon, Am­boise o Blois.

Palacio renacentista

No fue hasta el siglo XVI, con Francisco I y su amor incondicional por París, que el Louvre recupera su condición de residencia de los monarcas. Al regresar de su cautiverio en España, Francisco I se decidió a transformar la antigua fortaleza en una residencia a la moda renacentista. Pero no vi­vió lo suficiente para ver el resultado.

Con posterioridad, Enrique II y su esposa, Catalina de Médicis, prosiguieron con las obras y dieron la forma definiti­va al proyecto de su antecesor. El edificio resultante se convirtió, con el tiempo, en la espina dorsal de las refor­mas posteriores. Además, Catalina de Médicis decidió la construc­ción en las inmediaciones del Louvre de un pabellón al que llamó de las Tullerías, por encontrarse en los terrenos de una antigua fábrica de tejas (tuiles, en fran­cés). Para entonces, en la segunda mitad del siglo XVI, la antigua fortaleza ya era un palacio tan típicamente renacentista que marca­ba la pauta en toda Francia.

Luis XIV quería hacer del Louvre una residencia a su medida, pero cuando terminaron las obras su interés estaba en el nuevo palacio de Versalles

El Louvre pasó una etapa de silencio hasta la llegada al poder de Luis XIV. El Rey Sol hizo del Louvre su residencia principal y exigía una residencia a su me­dida. Un palacio que le separara del pue­blo llano y dejara en evidencia su supre­macía de Rey Sol.

Sin embargo, cuando concluyeron las obras, en el último tercio del siglo XVII, el interés del rey ya no estaba en el Louvre, sino a unos cuantos kilómetros de París, en un antiguo pabellón de caza transfor­mado en brillante palacio: Versalles. La corte abandonó definitivamente el Louvre y siguió al monarca. Quedaba libre el paso para las academias de Arte y Cien­cia, que, casi de inmediato, se adueñaron de las silenciosas estancias del Louvre.

El palacio del Louvre durante el siglo XVII.

TERCEROS

Aires revolucionarios

Relegado en el favor real y en el de la corte, el palacio del Louvre contempló impasible los grandes momentos de la Revolución, que afectaron a París y con­vulsionaron a Francia primero y al mun­do entero después.

En pleno estallido revolucionario, Luis XVI y María Antonie­ta abandonaron Versalles y residieron durante tres años en las Tullerías. Tras la ejecución de los Reyes, sus estancias fueron ocupadas por el gobierno de la Convención. Otro tanto hizo Napoleón, que escogió como residencia estable el palacio construido a iniciativa de Catalina de Médicis en los terrenos del antiguo tejar.

Con Napoleón III, el palacio del Louvre volvía a ser utilizado para justificar y enaltecer el poder de la Corona

Pero París no sería la ciudad solemne y elegante que es hoy sin las obras emprendidas durante el Segundo Imperio. El artífice de la gran transformación urbanística de la capital francesa en el siglo XIX fue Luis Napoleón III, que incluyó el Louvre en sus planes.

Una vez más, el palacio del Louvre volvía a ser utilizado para justificar y enaltecer el poder de la Corona. Dos meses después de alcanzar la dignidad imperial, Napo­león III encargó al arquitecto Luis Vis­conti un proyecto que englobara el Louvre y las Tullerías en un único conjunto armónico.

El palacio de las Tullerías en 1860.

TERCEROS

La casa de la cultura

Tras la caída del Segundo Imperio, las Tullerías ardieron en un devas­tador incendio que las arrasó durante los hechos de la Comuna de 1871. Sin embargo, el Louvre si­guió en pie. El edifi­cio había ampliado sus fondos de ma­nera espectacular con las aportaciones que Napoleón hizo a través de los expolios derivados de sus empresas militares. Sin embargo, el actual Museo del Louvre nacería a finales del siglo XIX, cuando, tras la demolición definitiva de las Tullerías, se desvinculó casi totalmente de la actividad política para consagrarse al mundo del arte y la cul­tura.

A partir de 1926, el entonces di­rector del museo, Henri Verne, puso en práctica un vasto proyecto de apertura de salas para exponer el mayor número posible de piezas al público.

El estallido de la Segunda Guerra Mun­dial obligó a evacuar las colecciones al castillo de Chambord, en el Loira, al su­doeste de París, y a proteger, mediante grandes sacos de arena, aquellas piezas que no era posible poner a buen recau­do. Tras el fin de la contienda el museo se reorganizó, desplazando las coleccio­nes asiáticas al Musée Guimet y la pintu­ra impresionista al pabellón del Jeu de Paume, al noroeste del jardín de las Tu­llerías, donde permaneció hasta su tras­lado definitivo al Musée d’Orsay.

El actual Museo del Louvre nacería a finales del siglo XIX, cuando se desvinculó casi totalmente de la actividad política

Pero el Louvre no podía dejar de vincu­larse al poder. En 1981, el presidente de la República, François Mitterrand, anun­ció la puesta en marcha de un proyecto auténticamente faraónico que consistía en la total remodelación de las instala­ciones del museo.

Galerie d’Apollon del Museo del Louvre de París © 2020, Musée du Louvre / Antoine Mongodin.

© 2020, Musée du Louvre / Antoine Mongodin.

Su mayor evidencia arquitectónica es la gran pirámide de cristal proyectada por el arquitecto Ieoh Ming Pei. Situada en el centro de la Cour Napoléon y rodeada de juegos de agua, señala no solo la entrada del nuevo mu­seo, sino una nueva etapa del que fuera fortaleza y palacio, pero siempre símbo­lo de Francia y de su capital.

Estas son cinco de las joyas del arte que guarda hoy el Museo del Louvre:

El Código de Hammurabi

Código de Hammurabi

TERCEROS

En el siglo XVIII a. C., el rey babilóni­co hizo registrar en esta estela un riguroso conjunto de leyes. La estela fue hallada por Jac­ques de Morgan en 1901. 

El escriba sentado

Estatuilla del escriba sentado

TERCEROS

De esta estatua egipcia se sa­be poco. Menos del personaje a quien retrata. Ni su nombre, ni su cargo (aunque se le llame escriba) ni la época exacta en que vivió. Fue realizada durante el Reino Antiguo, tal vez en tiempos de la dinastía IV, hacia 2620-2500 a. C. En 1854 el gobierno egipcio lo cedió a Francia.

La Victoria de Samotracia

Victoria de Samotracia

TERCEROS

La diosa alada de la Victoria que se erigía en la isla griega de Samo­tracia fue seguramente una ofren­da del pueblo de Rodas. Apareció en 1863 durante una campaña en la isla del arqueólogo aficionado Charles Champoiseau.

La Venus de Milo

Venus de Milo

TERCEROS

Esculpida hacia 100 a. C. y descu­bierta en la isla griega de Melos en 1820, llegó al Louvre un año después. La famosa estatua representa a Afrodita o bien a Amfitrita, diosa del mar. 

La Gioconda

La Gioconda, o Mona Lisa

TERCEROS

El retrato pintado por Da Vinci a principios del siglo XVI, probablemente de Lisa Ghe­rardini, esposa de un mercader, terminó en la colección de Francisco I de Francia. Tras la Revolución Francesa llegó al Louvre, con un paréntesis en manos de Napoleón.

Este artículo se publicó en La Vanguardia el 12 de setiembre del 2019

Este texto se basa en un artículo publicado en el número 483 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.