Museo del Louvre: de fortaleza a símbolo de París
Edificios icónicos
El Louvre, que abrió sus puertas hace 230 años, es el museo más famoso de Francia y uno de los mayores del mundo. Pero antaño estuvo destinado a funciones muy diferentes
¿Qué había antes donde ahora se levanta el Museo del Louvre?
Es indiscutible que el Louvre se ha convertido en uno de los grandes templos del arte universal. Pero es mucho más que eso. Porque el que hoy es emblema y sinónimo del arte fue en su momento buque insignia de la monarquía francesa.
El Louvre nació, en realidad, como fortaleza defensiva recién iniciado el siglo XIII, bajo el reinado de Felipe Augusto, el primero en autodenominarse rey de Francia, y no “rey de los francos”. Para reafirmar su poder, necesitaba dotar a París, la ciudad donde residía la corte, de una muralla que la protegiera de los ataques enemigos.
El Louvre nació como fortaleza bajo el reinado de Felipe Augusto para defender París de los ataques enemigos
Felipe Augusto dispuso entonces la creación de un cinturón amurallado al que se añadió un castillo presidido por una enorme torre de defensa. Era la Grosse Tour, el punto de partida del Louvre que conocemos. Por entonces, el Louvre cumplía funciones de arsenal, más que de castillo.
No fue hasta la subida al trono de Carlos V, en el siglo XIV, cuando la fortaleza se convirtió en residencia real. A su muerte, sin embargo, pareció quedar relegado al olvido. Sus sucesores prefirieron las comodidades de Chinon, Amboise o Blois.
Palacio renacentista
No fue hasta el siglo XVI, con Francisco I y su amor incondicional por París, que el Louvre recupera su condición de residencia de los monarcas. Al regresar de su cautiverio en España, Francisco I se decidió a transformar la antigua fortaleza en una residencia a la moda renacentista. Pero no vivió lo suficiente para ver el resultado.
Con posterioridad, Enrique II y su esposa, Catalina de Médicis, prosiguieron con las obras y dieron la forma definitiva al proyecto de su antecesor. El edificio resultante se convirtió, con el tiempo, en la espina dorsal de las reformas posteriores. Además, Catalina de Médicis decidió la construcción en las inmediaciones del Louvre de un pabellón al que llamó de las Tullerías, por encontrarse en los terrenos de una antigua fábrica de tejas (tuiles, en francés). Para entonces, en la segunda mitad del siglo XVI, la antigua fortaleza ya era un palacio tan típicamente renacentista que marcaba la pauta en toda Francia.
Luis XIV quería hacer del Louvre una residencia a su medida, pero cuando terminaron las obras su interés estaba en el nuevo palacio de Versalles
El Louvre pasó una etapa de silencio hasta la llegada al poder de Luis XIV. El Rey Sol hizo del Louvre su residencia principal y exigía una residencia a su medida. Un palacio que le separara del pueblo llano y dejara en evidencia su supremacía de Rey Sol.
Sin embargo, cuando concluyeron las obras, en el último tercio del siglo XVII, el interés del rey ya no estaba en el Louvre, sino a unos cuantos kilómetros de París, en un antiguo pabellón de caza transformado en brillante palacio: Versalles. La corte abandonó definitivamente el Louvre y siguió al monarca. Quedaba libre el paso para las academias de Arte y Ciencia, que, casi de inmediato, se adueñaron de las silenciosas estancias del Louvre.
Aires revolucionarios
Relegado en el favor real y en el de la corte, el palacio del Louvre contempló impasible los grandes momentos de la Revolución, que afectaron a París y convulsionaron a Francia primero y al mundo entero después.
En pleno estallido revolucionario, Luis XVI y María Antonieta abandonaron Versalles y residieron durante tres años en las Tullerías. Tras la ejecución de los Reyes, sus estancias fueron ocupadas por el gobierno de la Convención. Otro tanto hizo Napoleón, que escogió como residencia estable el palacio construido a iniciativa de Catalina de Médicis en los terrenos del antiguo tejar.
Con Napoleón III, el palacio del Louvre volvía a ser utilizado para justificar y enaltecer el poder de la Corona
Pero París no sería la ciudad solemne y elegante que es hoy sin las obras emprendidas durante el Segundo Imperio. El artífice de la gran transformación urbanística de la capital francesa en el siglo XIX fue Luis Napoleón III, que incluyó el Louvre en sus planes.
Una vez más, el palacio del Louvre volvía a ser utilizado para justificar y enaltecer el poder de la Corona. Dos meses después de alcanzar la dignidad imperial, Napoleón III encargó al arquitecto Luis Visconti un proyecto que englobara el Louvre y las Tullerías en un único conjunto armónico.
La casa de la cultura
Tras la caída del Segundo Imperio, las Tullerías ardieron en un devastador incendio que las arrasó durante los hechos de la Comuna de 1871. Sin embargo, el Louvre siguió en pie. El edificio había ampliado sus fondos de manera espectacular con las aportaciones que Napoleón hizo a través de los expolios derivados de sus empresas militares. Sin embargo, el actual Museo del Louvre nacería a finales del siglo XIX, cuando, tras la demolición definitiva de las Tullerías, se desvinculó casi totalmente de la actividad política para consagrarse al mundo del arte y la cultura.
A partir de 1926, el entonces director del museo, Henri Verne, puso en práctica un vasto proyecto de apertura de salas para exponer el mayor número posible de piezas al público.
El estallido de la Segunda Guerra Mundial obligó a evacuar las colecciones al castillo de Chambord, en el Loira, al sudoeste de París, y a proteger, mediante grandes sacos de arena, aquellas piezas que no era posible poner a buen recaudo. Tras el fin de la contienda el museo se reorganizó, desplazando las colecciones asiáticas al Musée Guimet y la pintura impresionista al pabellón del Jeu de Paume, al noroeste del jardín de las Tullerías, donde permaneció hasta su traslado definitivo al Musée d’Orsay.
El actual Museo del Louvre nacería a finales del siglo XIX, cuando se desvinculó casi totalmente de la actividad política
Pero el Louvre no podía dejar de vincularse al poder. En 1981, el presidente de la República, François Mitterrand, anunció la puesta en marcha de un proyecto auténticamente faraónico que consistía en la total remodelación de las instalaciones del museo.
Su mayor evidencia arquitectónica es la gran pirámide de cristal proyectada por el arquitecto Ieoh Ming Pei. Situada en el centro de la Cour Napoléon y rodeada de juegos de agua, señala no solo la entrada del nuevo museo, sino una nueva etapa del que fuera fortaleza y palacio, pero siempre símbolo de Francia y de su capital.
Estas son cinco de las joyas del arte que guarda hoy el Museo del Louvre:
El Código de Hammurabi
En el siglo XVIII a. C., el rey babilónico hizo registrar en esta estela un riguroso conjunto de leyes. La estela fue hallada por Jacques de Morgan en 1901.
El escriba sentado
De esta estatua egipcia se sabe poco. Menos del personaje a quien retrata. Ni su nombre, ni su cargo (aunque se le llame escriba) ni la época exacta en que vivió. Fue realizada durante el Reino Antiguo, tal vez en tiempos de la dinastía IV, hacia 2620-2500 a. C. En 1854 el gobierno egipcio lo cedió a Francia.
La Victoria de Samotracia
La diosa alada de la Victoria que se erigía en la isla griega de Samotracia fue seguramente una ofrenda del pueblo de Rodas. Apareció en 1863 durante una campaña en la isla del arqueólogo aficionado Charles Champoiseau.
La Venus de Milo
Esculpida hacia 100 a. C. y descubierta en la isla griega de Melos en 1820, llegó al Louvre un año después. La famosa estatua representa a Afrodita o bien a Amfitrita, diosa del mar.
La Gioconda
El retrato pintado por Da Vinci a principios del siglo XVI, probablemente de Lisa Gherardini, esposa de un mercader, terminó en la colección de Francisco I de Francia. Tras la Revolución Francesa llegó al Louvre, con un paréntesis en manos de Napoleón.
Este texto se basa en un artículo publicado en el número 483 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.