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Victoria de Samotracia, la diosa alada que apareció a trozos

Arqueología

Descubierta en 1863, la búsqueda de la cabeza, brazos y pies de esta estatua helenística fue infructuosa, pero las excavaciones aportaron otros resultados

La ‘Victoria de Samotracia’ es una de las obras más emblemáticas del Museo del Louvre.

Dominio público

La monumentalidad de la Victoria de Samotracia ha despertado la admiración de cuantos visitantes se acercaban hasta el Museo del Louvre. Tras una minuciosa restauración llevada a cabo a partir de 2014 por especialistas estadounidenses, griegos, alemanes y franceses, hoy luce majestuosa para disfrute de todos los amantes del arte antiguo.

Los griegos simbolizaban la victoria (niké) con la imagen de una mujer alada, y una de sus representaciones más impresionantes de cuantas se conservan es la que preside la escalera Daru del Museo del Louvre. La pieza es exclusiva por su tamaño y magnífica por sus rasgos y su idea de movimiento.

La Victoria de Samotracia fue descubierta en 1863 gracias a los trabajos arqueológicos impulsados por Charles François Champoiseau, vicecónsul de Francia en la isla. Salió a la luz inesperadamente, cuando los técnicos de la campaña trabajaban en el santuario de los Grandes Dioses, recinto de culto mistérico que perduró como tal hasta la época romana.

Los cientos de fragmentos llegaron a París para ser recompuestos

Se trataba de una escultura femenina en parte hecha pedazos. Pese a su deterioro, despertó tanto interés que los trabajos se prolongaron cuatro años más con el ánimo de localizar la cabeza y los brazos con que completarla. No fue posible. Un año después del hallazgo, partes de la escultura y sus cientos de fragmentos llegaron a París para ser recompuestos. El equipo de especialistas del Louvre encargado de ello hizo un buen trabajo, pese a la ausencia de algunas piezas.

El conjunto

Durante la década siguiente, una misión arqueológica austríaca que trabajaba en el santuario obtuvo nuevos logros. Las excavaciones dieron con unos grandes bloques de mármol gris que imitaban la forma de la proa de un navío. Su disposición a modo de pedestal indicaba que debían de ser la base de la estatua. Animado por ese hallazgo, Champoiseau inició una segunda misión en la zona en 1879 para recuperar aquellos restos del navío y trasladarlos a París. Quería reconstituir el monumento por completo.

La ‘Victoria de Samotracia’ tal como está expuesta en el Louvre.

Dominio público

A partir de 1885, la Victoria y su navío pasaron a gobernar uno de los principales accesos al ala Sully del Louvre. Al emplazamiento privilegiado (una escalera de grandes dimensiones) se sumaron otros artificios (un pedestal y una mayor iluminación).

Erguida con firmeza, con las alas desplegadas y el vestido surcado de pliegues por el efecto del viento, la Victoria fue (y sigue siendo) especialmente admirada por la naturalidad de su pose. Se ha convertido en un emblema del dominio de la forma y del movimiento de la época helenística, que arranca con la muerte de Alejandro Magno en 323 a. C.

La controversia

La Victoria despertó de inmediato infinidad de interrogantes. ¿Cuál es su origen? ¿Y su autor? A falta de datos irrefutables, responder a estas preguntas es adentrarse en un terreno en que se atropellan las teorías. Dada la similitud entre el monumento y la imagen de una serie de monedas acuñadas por el macedonio Demetrio Poliorcetes entre 307 y 294 a. C. (en las que figura una representación de una Niké idéntica a la de Samotracia), algunos creyeron que la Victoria pudo ser obra de un autor de finales del siglo IV y principios del III a. C. llamado Eutícides de Siciona.

La escultura conmemoraría así un triunfo, seguramente el que Demetrio obtuvo en una batalla naval en 307 a. C., cerca de Chipre, ante la flota del egipcio Ptolomeo Sóter. Esta tesis fue rápidamente refutada. Según la mayoría de los historiadores, Demetrio no habría podido levantar ese monumento en una isla que en aquella época controlaba su enemigo tracio Lisímaco. Además, el descubrimiento de otras esculturas sobre las formas de un navío en la Acrópolis de Lindos, en Rodas, parecían vincular la pieza con la conmemoración de una batalla rodia.

Bahía de St. Paul, en la isla de Rodas. Al fondo, restos de la Acrópolis de Lindos.

John_Walker / Getty Images/iStockphoto

Esta segunda versión, generalmente aceptada, parece la más lógica por tres motivos: en esa época, Rodas había probado su hegemonía en el Egeo con dos importantes victorias navales (Side y Myonnisos, en 190 a. C.) contra Antínoco III el Grande, rey de los seléucidas de Asia Menor; sus artistas marcaban las pautas en otros territorios, como Samotracia; y entre los restos del conjunto escultórico de Samotracia figuraba la firma de Pitócrito, escultor reconocido de la escuela rodia por aquel entonces. Sin embargo, tampoco esa tesis disfruta hoy de consenso absoluto.

Dado que la firma del rodio aparecía solo en un pequeño fragmento de la base, algunos historiadores aventuran una tercera teoría: por mucho que el navío sea de factura rodia, no lo es la escultura. Su indiscutible similitud con los frisos del Gran Altar de Pérgamo, en los que priman el detalle, el movimiento y la expresividad, la emparentan directamente con los talleres de dicha ciudad, que muchos denominan la Atenas de Asia Menor por la fineza de sus trabajos en mármol. El origen exacto de la Niké sigue siendo una incógnita.

La atracción

Desde su descubrimiento, la pieza hizo las delicias de la comunidad científica, que, entusiasmada con su excepcionalidad, centró su atención en la isla. De esta forma, la Niké helénica prolongó las excavaciones del santuario de los Grandes Dioses. Considerado en principio un centro de interés menor, pasó a convertirse en foco de primer orden. Desde entonces rondaron por él especialistas franceses, austríacos y estadounidenses.

La restaurada ‘Victoria de Samotracia’ sobre el pedestal que semeja la proa de un barco.

Lyokoï88 / CC BY-SA-4.0

La primera de aquellas misiones, encabezada por G. Deville y F. Coquait, de la Escuela Francesa de Atenas, resultó infructuosa. Aun así, otro arqueólogo, el austríaco Alexander Conze, se desplazó a la zona. Este especialista en arte griego y director de los trabajos en Pérgamo ya había trabajado en Samotracia, aunque sin resultado.

Sin embargo, estaba dispuesto a volver a intentarlo. Su nueva expedición ayudó a recuperar algunos monumentos. Desde ese momento, los trabajos se sucedieron con campañas diversas que rescataron edificios y sepulcros excepcionales. Las excavaciones devolvieron Samotracia al lugar que le corresponde: el de uno de los centros de la historia y el arte helenísticos.

¿Por qué es única?

Los expertos podrán discutir su autoría, pero coinciden en destacar la excepcionalidad de la Victoria de Samotracia. Su estudiada composición, grandes medidas (3,28 m de altura, más 2 m del navío a sus pies) y sutiles detalles hacen de ella una pieza única.

La estatua, que se alzó para ser vista desde su costado izquierdo, el más trabajado, se elaboró siguiendo la tradición helenística. Se trabajaron seis bloques de mármol blanco por separado, los correspondientes al cuerpo, el busto, los brazos y las piernas. Se unieron los bloques por sus superficies de juntura previamente alisadas y se usaron varas de bronce para reforzar la unión. Finalmente, se añadieron las piezas de menor importancia, como los flecos del vestido.

La disposición del brazo derecho, que se adivina alzado y con la palma de la mano abierta, debió de ser un reto

Sus alas constituyen un desafío a la gravedad. Aparecen desplegadas de manera solemne y se mantienen unidas al cuerpo mediante una vara de hierro. En el momento del hallazgo, las alas eran un cúmulo de fragmentos de mármol.

En cuanto a los brazos, los expertos imaginan su disposición a partir de los fragmentos conservados. El izquierdo pudo haberse colocado junto al cuerpo, un poco separado de él. El derecho pudo estar alzado con la palma de la mano abierta. La disposición de este brazo constituía todo un reto: se cree que no existía un soporte extra.

El ropaje, de estilo desenfadado y con pliegues atropellados, contrasta con el propio de la época clásica, caracterizado por la caída plácida de la tela a lo largo del cuerpo. Cada uno de los pliegues de la túnica provoca un efecto de dinamismo. La Niké parece dominar la fuerza del viento sobre la proa de un navío.

Los arqueólogos no han hallado resto alguno de los pies, pero intuyen su disposición. El derecho solo tocaría el suelo con los dedos, mientras que el izquierdo quedaría suspendido en el aire. La Victoria estaría representada en el momento en que descendía del cielo y se posaba sobre la proa del navío.

Este artículo se publicó en el número 442 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.