Griegos contra romanos: el mundo antiguo en guerra
Antigüedad
La confiada Macedonia de Filipo V y la de su esforzado hijo Perseo desafiaron a una Roma que no iba a tener piedad
A finales del siglo III a. C., Filipo V, rey de Macedonia, era incapaz de predecir el futuro. No sabía que Roma ni olvidaba ni perdonaba. Ni había oído hablar de las ruinas saladas de Cartago, el genocidio galo a cargo de Julio César o el destino que correría Grecia, sometida a los designios del Senado y del pueblo romanos tras siglos sirviendo de linterna al mundo occidental. Como nada sabía sobre el porvenir, Filipo V contempló a su ejército, formado por una combinación de falanges y caballería, y se sintió fuerte.
Miró a su alrededor y vio una Macedonia de supervivientes, un reino con un papel hegemónico dentro de aquel mapa de pequeños estados que era el mundo griego antiguo. Y pensó que aquello no pintaba mal. Que el legado de Alejandro Magno iba a pervivir gracias a sus esfuerzos y que podía considerarse dentro de la primera división de los gobernantes mediterráneos. Como ignoraba el futuro, Filipo V decidió desafiar a Roma. Y todo empezó a torcerse.
Una de piratas
A finales del siglo III a. C., Roma y sus aliados sufrían los asaltos marítimos de una serie de piratas refugiados en la costa de Iliria (territorio hoy repartido entre Albania, Croacia, Bosnia y Montenegro). La situación llegó a tal punto que los romanos decidieron lanzar una serie de exitosas expediciones de castigo entre los años 229 y 219 a. C. Con estas operaciones frenaron la actividad de los piratas, pero también intervinieron sobre territorios que eran del interés de Filipo V de Macedonia.
En cuanto le llegaron las noticias del resultado de Cannas envió mensajeros a Aníbal
Este, lejos de lanzar una airada protesta, tomó nota y esperó pacientemente la ocasión de devolver el golpe a los romanos. No tuvo que padecer mucho. Estos y los cartagineses llevaban tiempo macerando el que se ha convertido en el conflicto más popular de la Antigüedad, la segunda guerra púnica. El estallido de la contienda y la aniquilación de romanos perpetrada por Aníbal en Cannas en 216 a. C. mostraron al mundo que Roma no era invencible. Y que estaba al borde del colapso.
Filipo V hizo, como la mayoría de los ciudadanos del mundo antiguo, una lectura. La de que los cartagineses eran la nueva fuerza hegemónica en el Mediterráneo. En cuanto le llegaron las noticias del resultado de Cannas envió mensajeros a Aníbal, con quien llegó a un acuerdo algo impreciso en lo que se refiere al reparto del pastel, pero que dejaba clara la predisposición del macedonio en contra de Roma. Filipo V abrió las hostilidades equipando una flota de barcos del tipo que utilizaban los piratas ilirios para sus saqueos, y al mismo tiempo inició una intensa labor diplomática con el objetivo de levantar a los estados griegos contra Roma.
Consiguió una alianza estable con la Liga Aquea, que agrupaba a las gentes del Peloponeso, después de que los romanos, en 211 a. C., lograran una alianza con la Liga Etolia, que aglutinaba a los estados de Grecia Central, y a los que Roma unió a un pacto con los espartanos, Pérgamo y unos cuantos caudillos de Iliria. El pretor Marco Valerio Levino fue el encargado de liderar al puñado de romanos que tendrían que combatir a los macedonios.
Su objetivo, con solo una legión y una flota, era el de repeler todos los ataques de Filipo V a las ciudades de Iliria. Pero, por encima de todo, Levino y sus hombres debían evitar que los macedonios desembarcaran en Italia para apoyar a Aníbal. La mayor parte de los combates de lo que se dio en llamar primera guerra macedónica fueron meras escaramuzas, ataques relámpago y asedios, en los que casi siempre llevaron el peso los aliados griegos de Roma. En estos combates, Filipo V destacó como fiel heredero de Alejandro Magno, encabezando la ofensiva de sus tropas espada en mano.
Pero aquella energía y la brillantez de las que hizo gala no le sirvieron para detener el avance romano. Unas elecciones y la prepotencia de un hombre le salvaron. En 210 a. C., Levino fue elegido cónsul y regresó a Roma. Convenció al Senado de que los macedonios no eran tan peligrosos, y Roma disolvió la legión establecida en Grecia. Su sucesor, Publio Sulpicio Galba, se encontró sin prácticamente hombres que mandar y con un Filipo V crecido ante el abandono de los romanos. Al mismo tiempo, los aliados aqueos de Filipo V plantaron cara a los espartanos en la única batalla campal de la contienda. En Mantinea, en 207 a. C., los aliados de Roma fueron duramente derrotados.
Ante la presión a la que les sometían Filipo V y sus aliados, los etolios firmaron un año después de Mantinea la paz con el rey macedonio. Los romanos, al perder a tantos amigos en el conflicto, enviaron un contingente de 11.000 soldados y 35 quinquerremes a cargo de Publio Sempronio Tuditano en 205 a. C. La inyección de adrenalina que estas tropas supusieron no sirvió para eliminar a Filipo V, pero sí para estabilizar el frente. Sin embargo, tras años de guerra, los romanos ansiaban centrarse en Cartago, y Filipo V necesitaba rehacerse y evitar una posible derrota. Así que ambas partes llegaron a un acuerdo y firmaron la paz de Fénice.
Fue un éxito del rey macedonio, pues Roma jamás terminaba una guerra hasta que dictaba los términos de la paz a un adversario sometido por completo. La paz de Fénice no fue un tratado de sometimiento, sino un acuerdo entre iguales. Los macedonios habían conseguido lo que ni siquiera un adversario más terrible y poderoso, Cartago, lograría pocos años más tarde. Probablemente Filipo V quedó satisfecho tras el acuerdo. Pero, pese a que había salido bien parado de la lucha, había ofendido a Roma. Y Roma jamás olvidaba.
Sin perdón
El recuerdo de la afrenta macedónica vendría de Egipto. En 204 a. C., el lágida Ptolomeo Filopator muere, dejando al frente del país a un menor de edad. Semejante panorama llamó la atención de Antíoco III, líder del Imperio seléucida, que se puso en contacto con Filipo V de Macedonia para invitarle a repartirse los territorios egipcios. Este no le hizo ascos a la propuesta, y acordó con Antíoco III que Macedonia se quedaría con los dominios lágidas en el Egeo y los seléucidas con Asia Menor y Celesiria. Filipo V volvió a subestimar la capacidad de reacción de Roma.
Pérgamo, que era el chivato de Roma en el Mediterráneo, pidió al Senado que interviniese contra Macedonia
En 273 a. C., los romanos habían firmado un pacto de protección con Egipto, lo que implicaba que una agresión a sus territorios era una agresión contra Roma. Además, Pérgamo, que era algo así como el chivato de Roma en el Mediterráneo, pidió al Senado que interviniese contra Macedonia, ante el miedo de que alguno de los golpes dados por Filipo V se le viniera encima. Publio Sulpicio Galba, el mismo al que Levino dejó sin tropas en la primera guerra macedónica, llevó ante los romanos la decisión de intervenir contra Macedonia. Estos, cansados de años de guerra contra Cartago, se mostraron reticentes.
Pero Galba les recordó que, si Roma hubiese atacado a Aníbal y su familia en Hispania, no se habrían encontrado con él a las puertas de sus casas. E insistió en que Filipo V tenía la misma capacidad que Aníbal para colarse en Italia en cualquier momento. La advertencia surtió efecto. Quizá era la primera vez que un romano utilizaba el fantasma aún vivo de Cartago como elemento con el que meter el miedo en el cuerpo a sus conciudadanos.
Los romanos iniciaron la segunda guerra macedónica enviando dos legiones a la costa de Iliria y una flota al Egeo. Repitieron su alianza con los etolios, al mismo tiempo que su despliegue hizo que los aliados aqueos y beocios de Filipo V lo abandonasen. En esta ocasión, los romanos viajaron a Macedonia con la intención de obtener un acuerdo según sus términos. Tito Quinto Flaminio, elegido cónsul en 199 a. C., fue el encargado de someter a Filipo V a la voluntad de Roma.
Pero Filipo V se lo puso difícil, y Flaminio, viendo cerca el final de su mandato, inició la negociación con el macedonio para volver a Roma con la guerra concluida, aunque fuera con una paz similar a la de Fénice. No quería que su sucesor lograra un triunfo que él no había podido obtener. Un conflicto en la Galia Cisalpina cambió las cosas. El Senado informó a Flaminio de que sus sustitutos en el consulado serían enviados a este territorio a resolver una crisis y de que su mando sería prorrogado para que acabase de una vez con Filipo V.
Así que Flaminio rompió las negociaciones y en 197 a. C. puso fin a la guerra en la batalla de Cinoscéfalos. Esta vez Macedonia fue castigada al estilo romano. El reino perdió casi toda su flota, y Filipo tuvo que realizar un pago millonario a los romanos. Además, Macedonia volvió a las fronteras que tenía antes de que Alejandro Magno iniciase su expansión imperial. Tras la victoria, Flaminio se fue a los Juegos Ístmicos celebrados en 196 a. C. en Corinto. Allí proclamó que los griegos eran libres y que Roma no mandaría sobre ellos, pese al despliegue militar llevado a cabo en la zona en los años previos.
Plutarco sostiene que fue tal el grito de felicidad que se escuchó ante el anuncio que una bandada de pájaros que pasaba por allí se desplomó. No sabemos con qué consecuencias para los espectadores del suceso. Después, Flaminio continuó su periplo por Grecia e intervino en una guerra contra Nabis de Esparta, tras la cual volvió a Roma con un gran botín que incluía numerosas obras de arte. Cosa que no gustó mucho a los griegos, que empezaban a ver un problema en aquellos romanos que se inmiscuían tanto en sus asuntos.
A Filipo V le quedaron pocas ganas de pelea tras dos guerras con Roma, así que decidió dedicar lo que le restaba de vida a reorganizar la economía de Macedonia. A su muerte, en 179 a. C., le sucedió en el trono su hijo Perseo, quien por el camino se había encargado de que otro aspirante a la corona, Demetrio, fuera eliminado. Perseo continuó con las mejoras económicas puestas en marcha por su padre, al tiempo que iniciaba una política de acercamiento con las ciudades griegas. Aquella diplomacia activa puso en alerta a los romanos, que no habían olvidado las jugarretas de los macedonios en años precedentes.
Tendría que llegar un cuarto general romano para terminar el trabajo. Y este no era un general cualquiera
Además, nuevamente el chivato de Roma, Pérgamo, pidió al Senado que interviniera contra Perseo con la excusa de que supuestamente estaba atacando a los aliados de los romanos. En 171 a. C., el Senado envía a los últimos veteranos supervivientes de la guerra contra Cartago a Macedonia. Desembarcaron en Grecia 35.000 romanos. Perseo les preparó un recibimiento de 39.000 infantes y 4.000 jinetes.
La tercera guerra macedónica comenzó bien para el nuevo rey. Derrotó al primer cónsul enviado contra él, Publio Licinio Craso, y mantuvo a su sucesor, Aulo Hostilio Mancino, totalmente bloqueado. Ni siquiera a la tercera fue la vencida.
Quinto Marcio Filipo, el sucesor de Aulo Hostilio, no pudo romper las defensas de Perseo. Quizá el “enorme sobrepeso” que le atribuye Tito Livio influyó en su juicio militar, aunque por lo visto no era mal estratega. Tendría que llegar un cuarto general romano para terminar el trabajo. Y este no era un general cualquiera.
Con Cannas hemos topado
Lucio Emilio Paulo era hijo del cónsul muerto en Cannas, y había emparentado con los Escipiones después de que su hermana se casara con Escipión el Africano. Además, uno de sus hijos fue adoptado por el hijo del Africano y pasó a llamarse Publio Cornelio Escipión Emiliano, el conquistador final de Cartago y de Numancia. Al comienzo de la tercera guerra macedónica, Emilio Paulo había recibido presiones de algunos amigos para que se presentase a las elecciones al consulado, con el objetivo de que desembarcara en Grecia y dirigiera las operaciones contra Perseo. Finalmente les hizo caso, y el pueblo le eligió, al considerarlo un general de experiencia probada capaz de arreglar las cosas.
Antes de partir, Emilio Paulo, que probablemente había estado atento a los dimes y diretes que se producían en Roma ante la poca evolución del conflicto con Macedonia, lanzó en el foro un discurso contra los estrategas de salón. En tono brusco, se ofreció a pagar la manutención de todos aquellos charlatanes que tanto sabían de la guerra sin dedicarse a ella, y les invitó a ahorrarse los comentarios sobre sus avances contra Macedonia si preferían permanecer a salvo en sus casas. No hay noticias de que algún noble romano recogiera el guante.
Tras esto, se embarcó y llegó ante las tropas desplegadas en Macedonia con ánimo reformista. Restauró la disciplina y la confianza que los soldados habían perdido tras las derrotas sufridas y partió hacia el monte Olimpo, donde inició una ofensiva para tratar de vencer las fortificaciones levantadas por Perseo en la zona. Consiguió superarlas, sorprendiendo con un reducido grupo de soldados la retaguardia del macedonio, que, aterrado, huyó con sus tropas en dirección a las afueras de la ciudad de Pidna. Allí, en una llanura que favorecía la formación en falange propia de los macedonios, Perseo presentó batalla.
Y allí los sucesores del Magno fueron masacrados por los nuevos tiempos. Las legiones de Roma acabaron con 20.000 macedonios e hicieron 6.000 prisioneros. Solo entre 80 y 100 soldados romanos perdieron la vida. Perseo se dio a la fuga, pero fue atrapado. Llevado ante Emilio Paulo, el general romano le afeó la conducta y le soltó un discurso ejemplarizante en presencia de sus oficiales más jóvenes, con los que filosofó sobre los cambios de la fortuna en la vida un hombre. Después dividió Macedonia en cuatro regiones y volvió a Roma para celebrar su triunfo.
Un tal Andrisco apareció un día en el Mediterráneo proclamándose descendiente de Perseo
Regresó con un buen botín, que incrementó gracias a la documentación encontrada en los archivos secretos de Perseo. En estos documentos, Emilio Paulo descubrió qué ciudades del mundo griego habían conspirado contra él y las visitó todas, destruyendo 70 polis macedonias y dando un escarmiento terrible a Epiro, a cuyos 150.000 habitantes vendió como esclavos. Después arrebató a Rodas sus posesiones en Asia Menor, saqueó las reservas de marfil de Pella y se llevó 1.000 intelectuales griegos de propina. Entre ellos, a Polibio, el historiador que posteriormente narraría con entusiasmo sus hazañas.
Último saludo en el escenario
La tragedia macedónica debió haber terminado en Pidna. Pero a menudo la historia sufre giros propios de un folletín. Un tal Andrisco apareció un día en el Mediterráneo proclamándose descendiente de Perseo y una concubina. Habría sido criado en secreto por un cretense que, al morir, le dejó una carta de su padre Perseo demostrando su regio origen. Ante esta revelación, Andrisco se disfrazó de mendigo y decidió visitar a algunos reyes hasta llegar ante Demetrio de Siria. Este, lejos de apoyarlo, se lo mandó de regalo a Roma allá por el año 153 a. C.
Poco después, Andrisco consiguió escapar de los romanos y acabó en Tracia, donde un rey llamado Teres le animó y le proporcionó ayuda suficiente para introducirse en Macedonia. Allí, favorecido por la falta de popularidad de los romanos debido a los saqueos de los últimos años y tirando del descontento habitual en las clases bajas, inició la cuarta guerra macedónica contra Roma en 149 a. C. Andrisco activó en paralelo una especie de guerra social, en la que se dedicó a reprimir a las élites adeptas a Roma mediante el exilio, la tortura y el asesinato.
Al mismo tiempo, logró convencer a los macedonios pobres de su origen real, gracias a su gran parecido con Perseo. Esto, sumado a algunas victorias militares, provocó que el extraño aventurero llamase finalmente la atención de Roma. El Senado envió a Quinto Cecilio Metelo en busca de Andrisco con un buen contingente de soldados, y en 148 a. C., nuevamente en Pidna, Roma derrotó a los macedonios. Tras la matanza, Andrisco logró escapar, pero fue traicionado por segunda vez. En esta ocasión, por un rey de Tracia que lo envió nuevamente a los romanos. Fue ejecutado en el acto.
La cuarta guerra macedónica había durado poco. Pero fue la gota que colmó el vaso de la paciencia de Roma. El Senado decidió convertir Macedonia en una provincia de la República, mandó un contingente permanente y un gobernador y construyó una calzada romana como rúbrica final de la conquista. La patria natal de Alejandro Magno, que osó levantarse contra Roma en su momento de mayor debilidad, había dejado de existir.
Este artículo se publicó en el número 595 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.