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Así descubrió Versalles Luis XIV

Versalles fue el símbolo del poder de la monarquía de Luis XIV. Pero pasaron años antes de que el Rey Sol descubriera el potencial del pequeño coto de caza de su padre.

El palacio de Versalles durante las primeras obras de reconstrucción en 1668.

El palacio de Versalles y Luis XIV construcción

El palacio de Ver­salles, a 24 kilómetros al oeste de París, es un lugar clave en la historia. Desde su construc­ción, la imponente mole de su palacio ha proyectado su sombra más allá de su época, y se ha erigido en testigo y protagonista de la historia no sólo de Francia, sino de Europa. Símbolo in­equívoco del poder de los monarcas absolutos, su nombre evoca magnificencia, refina­miento y lujo. Versalles alcanzó su cenit cuando, en el esplendor del Antiguo Régimen, se convirtió en encarnación en piedra del sueño de Luis XIV, el soberano que quiso convertirse en dueño de su tiempo y cuyos destellos de Rey Sol auspiciaron una nueva época.

El joven Luis XIV en 1661.

TERCEROS

El sueño de Luis

Hasta bien entrado el siglo XVII, Versalles fue una pequeña población y un lugar recurrente para las partidas de caza de la realeza. El rey Luis XIII adquirió los terrenos con el propósito de te­ner un rincón donde ir de caza. Tan­to le agradaba el lugar que, según se dice, cuando ya estaba gravemente enfermo, no cesaba de proclamar que si recuperaba la salud estaba dis­puesto a abdicar en el delfín –el fu­turo Luis XIV– y retirarse a Versalles para seguir una vida de reposo y ora­ción. No fue así, y a su muerte su re­fugio versallesco quedó en el olvido durante dieciocho largos años.

La fiesta inaugural de Versalles se denominó “Los Placeres de la Isla Encantada” y duró varios días.

El joven Luis XIV, su heredero, tardó en descubrir el lugar. De hecho, no lo visitó hasta pasados casi diez años de la muerte de su padre. Pero una vez en él quedó fascinado por la frondosi­dad de sus bosques y el sosiego del entorno. Desde que cumpliera la mayoría de edad, Luis XIV había manifestado en varias ocasiones que nin­guna de sus mansiones le satisfacía plenamente. Ni las Tullerías ni el Louvre en París, ni los castillos de Fontainebleau o Vincennes en las inmediaciones de la capital francesa resultaban de su agra­do. No dudó, pues, en adoptarlo como el lugar donde instalarse con la corte .

Además, el entonces joven monarca deseaba acrecentar su poder, y para distinguir su reinado del de sus ante­cesores –y dejar bien explícitas las ba­ses de la monarquía absoluta–, nada mejor que buscarle un nuevo escena­rio hecho a su medida. Tuvo que esperar a que el cardenal Mazarino falleciera en 1661 para abordar los trabajos de am­pliación del espléndido palacio que el monarca tenía en mente.

Mademoiselle de La Vallière, la amante del rey.

TERCEROS

La gran fiesta inaugural

Antes de iniciar la magna obra, el monarca quiso que mademoiselle de La Vallière, quien por entonces goza­ba de sus favores, se sintiera como la reina de un país encantado, e hizo de Versalles el escenario de una fiesta en honor de la maîtresse du Roi (la aman­te del rey) que se denominó “Los Placeres de la Isla Encantada”. En ella, entre chorros de agua, flores, dis­fraces y lujo, se bailó, se jugó, se de­leitaron los sentidos y se cultivó el espíritu con el estreno de los tres primeros ac­tos del Tartufo de Molière.

Luis XIV hizo comprender a la aristocracia todo el esplendor y el poder de la monarquía para que no olvidaran quién era el Rey Sol.

Fue un pe­queño anticipo de aquello en lo que Ver­salles iba a convertirse. Ya en condiciones de habitabili­dad, comenzaron a celebrarse las gran­des fiestas, que se denominaron genéricamente el “Gran Divertimento Real de Versalles”. Se trataba de jornadas festivas de las que disfrutaba la corte en pleno con el rey a la cabeza. En estos encuentros, que se prolonga­ban varios días, se bailaba, se repre­sentaban obras de teatro o se ofrecían banquetes. El esplendor cultural que caracterizó al Grand Siècle les dio un especial interés, puesto que en ellas se representó a Corneille y a Racine, se estrenaron comedias de Molière y se interpretaron óperas de Lully.

Versalles encarnaba el esplendor y el poder de la monarquía de Luis XIV. Foto: Wikimedia Commons / Myrabella / CC BY-SA 3.0.

TERCEROS

En 1682 Luis XIV se instaló definitivamente en Versalles, que en consecuencia se convir­tió en la residencia oficial del rey de Francia. El monarca había logrado su sueño: hacer de Versalles su universo parti­cular. Allí, Luis XIV hizo comprender a la aristocracia todo el esplendor y el poder de la monarquía para que no olvidaran quién era el Rey Sol.

Este texto se basa en un artículo publicado en el número 468 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.