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Las celebrities de Versalles

Eran un puñado de estrellas muy influyentes en la corte del Rey Sol. Dictaron cómo debían ser los protocolos, las modas y las diversiones en palacio.

El rey Luis XIV recibe al Gran Condé en Versalles.

La corte de Versalles y Luis XIV

Versalles fue mucho más que un hermoso decorado donde se gestó la inteligente política de unificación nacional y proyección internacional de Luis XIV. Epicentro de la vida social y cultural de la Francia del Rey Sol, por sus salones pasearon una serie de personalidades, las celebrities del momento, que desempeñaron un papel de actores secundarios pero necesarios a la hora de representar la comedia de su tiempo.

En un perfecto juego de intereses, mientras ellos se beneficiaban del favor real, la corte se prestigiaba con su presencia. De tal entente surgió una determinada forma de hacer que no solo llegó a todos los rincones del reino, sino que se expandió más allá de sus fronteras.

Nombres como Molière o Racine impusieron nuevas formas teatrales, mientras políticos como Colbert atinaban con las claves que reflotaron las maltrechas arcas del Estado. Entretanto, Le Nôtre reinventó los parques con lo que pasó a denominarse el “jardín francés”, Lully renovó la música y el baile, Rigaud preconizó el retrato como signo de distinción y se impusieron nuevas formas de cortesía que divulgaría con su pluma madame de Sévigné. Unos y otros, auténticos influencers, alimentaron con sus aportaciones el que se llamó el Grand Siècle francés, y su impronta dio lugar a unos usos que se identificarían secularmente con el refinamiento y la distinción.

Este texto se basa en un artículo publicado en el número 589 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.

Molière

TERCEROS

El comediógrafo favorito del monarca fue Jean-Baptiste Poquelin, Molière (1622-73). El dramaturgo era un antiguo conocido de la corte por el éxito obtenido por su compañía de teatro, L’Illustre Théâtre. Molière justificó sobradamente su estancia en la corte con su talento cuando, en 1659, estrenó Las preciosas ridículas ante Luis XIV. Favorecido con el aprecio del monarca, se instaló en palacio y, en 1664, fue nombrado responsable de las diversiones de la corte. Tras el escándalo que desató su obra Tartufo, Luis XIV otorgó al grupo de Molière el título de Compañía Real. La corte pudo así seguir aplaudiendo sus ácidas comedias y disfrutar de sus novedosas escenografías en obras como El misántropo, El médico a palos o El avaro.

Madame de Sévigné

TERCEROS

Si alguien merece el título de cronista de la corte, esa es Marie de Rabutin-Chantal (1626-96), más conocida como madame de Sévigné. Pertenecía a una familia de financieros borgoñones. Tras enviudar se instaló en París, donde frecuentó los salones literarios de la capital, especialmente el del todopoderoso Nicolas Fouquet, superintendente de Finanzas, que la introdujo en la corte. Frívola para unos, culta e inteligente para otros, ningún detalle pasó desapercibido a su mirada; ningún comportamiento se libró de sus ácidos o incluso crueles comentarios. La corte en pleno, incluida la familia real, sabía que el relato de lo que aconteciera iba a ser diseccionado en alguna de las más de un millar de cartas que envió a su hija, la condesa de Grignan. Por ella desfilan fiestas cortesanas, bulos y rumores, chascarrillos, juicios sobre sus amistades e incluso alguna que otra anécdota sobre el monarca.

Le Nôtre

TERCEROS

Posiblemente, sin André Le Nôtre (1613-1700) Versalles nunca hubiera sido el buque insignia de los palacios barrocos europeos. Su diseño de lo que se denominó “jardín francés” exportó un modo de hacer genuinamente versallesco al resto de cortes europeas. Los jardines de Versalles, a los que Le Nôtre se dedicó en exclusiva entre 1661 y 1687, se convirtieron en su consagración como jardinero real. Erigido en la mayor autoridad en la materia, nobles y burgueses se disputaron el diseño de muchos otros jardins d’intelligence, como se conocieron sus realizaciones. Le protegía, además, una estrecha amistad con Luis XIV, y encargar un proyecto a Le Nôtre congraciaba a quien lo hiciera con el propio rey. En justa retribución, poco antes de su muerte, el paisajista cedió al monarca buena parte de su excelente colección de arte.

Lully

TERCEROS

Versalles en pleno aplaudió la música de Lully, se asombró con sus coreografías y le lloró cuando, por un desgraciado accidente, el bastón metálico con el que marcaba el ritmo en sus ballets le lastimó un pie y la gangrena acabó con su vida. Convertido en el compositor estrella de Versalles, su consagración definitiva le llegó el 18 de julio de 1668, durante el Grand Divertissement royal celebrado en los jardines de Versalles. En esos festejos se estrenó George Dandin ou le Mari confondu, una comedia ballet con texto de Molière para la cual Lully no solo compuso la música, sino que diseñó una espectacular coreografía que precisó de más de un centenar de bailarines. Además de un excelente músico, Lully era el perfecto cortesano, y sus habilidades sociales le permitieron escalar puestos y mantener el favor real a lo largo de toda su vida, hasta convertirse en director de la Académie Royale de Musique en 1672 y en secretario del rey en 1681.

Rigaud

TERCEROS

Si madame de Sévigné encarna la crónica de la corte, Hyacinthe Rigaud (1659-1743) fue su “fotógrafo”. Para el pintor posaron los principales personajes del Versalles de Luis XIV y Luis XV, incluidos los propios monarcas, hasta componer una amplia galería que refleja con precisión el estatus de cada uno de los retratados y su papel en el estricto organigrama que regía el protocolo cortesano. Nacido en Perpiñán, se instaló en París en 1681 con el propósito de medrar como retratista en la corte. La ocasión se la brindó, tras obtener el primer premio de la Academia de Bellas Artes, Charles Le Brun. Avalado por el entonces pintor de cámara, consiguió que el monarca le encargara su retrato en 1701. Después, todo Versalles quería ser retratado por el pintor, incluido el resto de la familia real.

Madame de Maintenon

TERCEROS

Françoise d’Aubigné (1635-1719) constituyó una de las personalidades más destacadas de la corte de Versalles. Madame de Maintenon, como se la conoció desde que el rey le concediera el señorío de ese nombre, había nacido en una familia culta de la pequeña nobleza, pero la ruina familiar la llevó a emplearse como sirvienta en casa de una amiga de la familia. Conoció a madame de Montespan, la amante del rey, que le ofreció el cargo de institutriz de los hijos habidos con el monarca. Poco después, tras el escándalo de los venenos que relacionó a madame de Montespan con una oscura intriga, ocupó el lugar de su protectora en el lecho real. Su ascendente sobre el monarca fue total. Tanto que a la muerte de la reina María Teresa, en 1683, el rey decidió legitimar su unión celebrando un matrimonio secreto. Françoise fundó un colegio femenino para nobles venidas a menos en el que se retiró hasta su muerte cuando falleció el soberano.

Colbert

TERCEROS

El poderoso ministro Jean-Baptiste Colbert (1619-83) pertenecía a una dinastía relacionada con la banca. El cardenal Mazarino le confió en 1651 la gestión de las finanzas del Estado y, tras la destitución y el encarcelamiento de Fouquet, Luis XIV nombró a Colbert intendente de Finanzas, primero, y supervisor general, en 1665. Su política proteccionista implicó la creación de manufacturas de artículos suntuarios y textiles y la adjudicación de diversos monopolios. Tales medidas consiguieron hacer del reino una entidad económicamente independiente y consolidaron el papel de Colbert en la corte. Paradójicamente, no gozaba de demasiadas simpatías personales. Perpetuamente vestido de negro, austero de costumbres, distante, poco locuaz y dotado de un enorme espíritu crítico, no se privaba de afear la frivolidad de los cortesanos. Su obra y su epistolario resultan imprescindibles a la hora de conocer los entresijos políticos de la corte de Versalles.

Racine

TERCEROS

Mientras Molière hacía las delicias de la corte con sus comedias, Jean Racine (1639-99) la conmovía con sus tragedias. Convertirse en dramaturgo estrella de Versalles no le resultó fácil. Fue la reverencia generalizada hacia la Corona, encarnada en la persona de Luis XIV, la que, finalmente, le abrió las puertas de palacio. Racine se convirtió, junto con Molière, en factótum de la escena en Versalles. Las tragedias de uno y las comedias del otro se sucedían, y solo daban tregua para que el eterno rival de Racine, Pierre Corneille, estrenara alguna de sus obras. La muerte de Molière en 1673 le dejó el camino libre. Encumbrado a lo más alto, fue nombrado miembro de la Academia Francesa. Poco después, Luis XIV le otorgó el cargo de historiógrafo de la Corona, lo que le llevó a renunciar al teatro para consagrarse a sus funciones de cronista.