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Catalina de Médicis: "divide y vencerás"

En un país desgarrado por las guerras de religión, Catalina de Médicis intentó reforzar el poder de la monarquía.

Efígies de Catalina de Médicis y su marido, Enrique II de Francia. Foto: Wikimedia Commons / Myrabella / CC BY-SA 3.0.

La vida de Catalina de Medici tumba

Fue una de las figuras políticas más importantes en una de las épocas más violentas de la historia de Francia. Era una mujer culta, supersticiosa y amante de las artes. Pero también fue implacable y cruel con sus enemigos y cambió varias veces de aliados, pactando, cuando la ocasión lo requería, con católicos y protestantes indistintamente. Sus adversarios la llamaban La Reina Negra y Madame la Serpiente. Catalina de Médicis reafirmó la unidad del país al tiempo que defendía los intereses de la dinastía Valois, que sería sustituida por los Borbones poco después de su muerte.

Reina por carambola

Catalina de Médicis nació en Florencia en 1519. Su infancia, marcada por la convulsa política italiana, la pasó entre Florencia y Roma. El papa Clemente VII, tío de Catalina, arregló su matrimonio con Enrique de Valois, hijo de Francisco I de Francia, para descartarla de la línea de sucesión de los Médici.

Catalina de Médicis no estaba destinada a ser reina.

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En la corte francesa, Catalina se vio relegada a un segundo plano, ya que su marido compartía lecho con Diana de Poitiers, la amante oficial. Aun así, quedó embarazada once veces y le dio a Enrique diez hijos, de los que siete llegaron a edad adulta.

No estaba destinada a ser reina, pero las cosas cambiaron cuando murió inesperadamente el primogénito del rey, lo cual dejó a Enrique como heredero de la Corona. En esos años, Catalina obró con mucha prudencia. Como no podía eliminar a Diana de Poitiers, actuó con doblez y disimulo. De hecho, en esta primera etapa, Catalina tuvo menos poder que cuando era delfina.

Catalina de Médicis reafirmó la unidad del país al tiempo que defendía los intereses de la dinastía Valois.

Sin embargo, poco a poco, fue guiando al rey con sus ideas, que básicamente consistían en enfrentar entre sí a los grandes nobles para hacer prevalecer la autoridad del monarca. Durante el reinado Enrique, Catalina quedó algunas veces a cargo del gobierno, el rey estaba guerreando o ausente de la corte por otros motivos. La reina cumplió bien estas tareas, que le fueron dando confianza en su capacidad para dirigir los asuntos políticos.

La Paz de Cateau-Cambrésis ponía fin a la guerra entre España y Francia.

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Las constantes guerras entre Francia y España llegaron a su fin con la Paz de Cateau-Cambrésis, que puso fin a las ambiciones francesas en Italia y llevó al matrimonio de Isabel de Valois, hija mayor de Catalina, con Felipe II de España. Durante los festejos de la boda, el rey murió en una justa. Nostradamus había dejado constancia del peligro que se cernía sobre el monarca en una de sus profecías. Catalina, desolada por la pérdida, decide vestir de luto el resto de su vida. En cuanto a Diana de Poitiers, Catalina pudo, por fin, quitársela de en medio.

Ni unos ni otros

Tras la muerte de Enrique II, el hijo mayor de Catalina, Francisco II, fue coronado. El partido católico, encabezado por la familia Guisa, ejercía una fuerte influencia sobre él. Ante el temor de que acapararan demasiado poder, Catalina se aproximó a la facción protestante. Ahora bien, en las disputas entre bandos, la reina procuró no decantar la balanza a favor de unos u otros.

Catalina de Médicis convenció al monarca de que había una conspiración contra él.

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Cuando Francisco II falleció, Catalina ocupó el cargo de reina regente durante la minoría de edad de su hijo Carlos. Estaba a decidida a impedir la desestabilización del país y a garantizar la supervivencia de la dinastía Valois, así que mantuvo la política interior equidistante entre católicos y hugonotes.

Desde su puesto de regente, Catalina actuó con sabiduría y mano de hierro. Consciente de que la pujanza de los hugonotes (protestantes) no podía ser eliminada por la fuerza, intentó apaciguar las tensiones. Pero esta actitud se vio enturbiada por la matanza de Wassy, perpetrada por los Guisa, que inició la primera guerra de religión.

La gran matanza de la Noche de San Bartolomé se saldó con miles de hugonotes degollados en todo el territorio francés.

Catalina medió entre ambas facciones y obtuvo una frágil paz. La guerra civil parecía apaciguada. Sin embargo, el bando hugonote estaba ganando demasiada influencia sobre Carlos IX. La respuesta de Catalina, apoyada por los Guisa, fue drástica.

Catalina convenció al monarca de que había una conspiración protestante contra él. En lo que se conoció como la gran matanza de la Noche de San Bartolomé, miles de hugonotes fueron degollados. La masacre se extendió desde París a las provincias, donde se multiplicaron los asesinatos en masa. En poco más de un mes fueron abatidos en Lyon, Dijon, Blois y Tours unos 20.000 hugonotes y sus familias.

La matanza de San Bartolomé dejó miles de hugonotes muertos en Francia.

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El último Valois

Los protestantes no desaparecieron, sino que se rebelaron. Carlos IX, enfermo, fallecía en el peor momento. Catalina quería otro de sus hijos, Enrique, fuera coronado rey de Francia. Este cedió a su madre los asuntos más importantes del gobierno, lo cual acrecentó el descrédito de la dinastía.

La alta nobleza estaba descontenta, la crisis financiera se agravaba y las luchas entre facciones se recrudecieron. Con Enrique III imposibilitado para tener hijos, se extinguía la descendencia de los Valois.

Tras la muerte de Enrique III, el último Valois, se instauró en Francia una nueva dinastía: la Borbón.

La Corona, entonces, pasaría a manos de Enrique de Navarra y Borbón, un hugonote. Los Guisa, naturalmente, no estaban dispuestos a tolerarlo. Eran los dueños de París, y tenían al rey prácticamente secuestrado. La situación era insostenible. El desenlace tuvo lugar en el castillo de Blois. Allí, el monarca ordenó asesinar al duque Enrique de Guisa, con la aprobación de la reina madre.

El asesinato de Enrique III a manos de un fanático.

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Pocos días después, Catalina moría. No pudo salvar a la dinastía a la que tantos años había dedicado esfuerzo. Enrique III fue asesinado por un fanático ese mismo año y, con él, los Valois se extinguieron. Enrique IV de Borbón instauraba una nueva dinastía, pero tuvo la prudencia de convertirse al catolicismo, de manera que la paz religiosa en Francia quedaba garantizada.

Este texto se basa en un artículo publicado en el número 447 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.