Tercios españoles: las “legiones” de los Austrias
Imperio de los Habsburgo
Creados en el siglo XVI, constituirían una fuerza de intervención exterior rápida en todo tipo de operaciones terrestres y navales
¿Cómo era el Flandes español?
Derribando los mitos sobre la Armada Invencible
El tercio, fundado por Carlos V, fue una creación original, pero no surgía de la nada. Representaba la culminación de un proceso de renovación militar iniciado en los últimos años del reinado de sus abuelos, los Reyes Católicos, y de la experiencia extraída de las campañas que para ellos dirigió Gonzalo Fernández de Córdoba contra los franceses en territorio italiano.
El llamado Gran Capitán, respondiendo a los deseos del rey Fernando, consiguió imponer la hegemonía española en los estados italianos. Una vez finalizada la conquista del reino musulmán de Granada, los instrumentos bélicos heredados de la Edad Media se demostraron insuficientes para adaptarse a la nueva política española de expansión en Europa.
El adversario ineludible era Francia, cuya potencia militar se sustentaba en la caballería pesada, elemento constitutivo de una táctica basada en el choque de masas combatientes compactas. España, por el contrario, disponía de caballería ligera de procedencia bastante heterogénea, que actuaba como complemento de las tropas de a pie.
Los Reyes Católicos trataron de corregir esta desventaja aumentando la propia caballería pesada (guardias de Castilla) y distribuyendo a los peones, o combatientes de a pie, en tres secciones: piqueros, escudados (infantería protegida por escudos) y armas de tiro (ballesteros y espingarderos). El signo trascendental de esta evolución militar fue la aparición de la infantería como fuerza de carácter autónomo y popular.
Si la clase dirigente en Francia consideraba que “la incapacidad militar del pueblo llano era uno de los fundamentos del orden social”, para España, siempre escasa de hombres, el peón se valoró más a la hora de combatir.
Este predominio de la infantería se apoyaba en dos principios esenciales: la participación armada del pueblo y la creación de una milicia pagada y sometida a disciplina reglamentada. Ambos se vieron reflejados a finales del siglo XV en leyes que sentarían los fundamentos de la administración militar de los ejércitos de España a lo largo de su período hegemónico.
A estas bases organizativas se añadieron dos elementos de modernización: la adopción de la pica larga y la distribución de los peones en compañías especializadas.
La reforma fue ratificada mediante la denominada Gran Ordenanza apenas estrenado el siglo XVI, que compiló y armonizó los reglamentos anteriores. La Corona extendió la aplicación de esta ordenanza a todos los cuerpos militares (reales, señoriales y municipales), con lo cual, aunque el sistema militar seguía siendo plural en cuanto a la procedencia de las fuerzas, siempre estaba regido por el Estado.
La eficacia bélica española estaba basada en la unión de la pica (arma blanca) y el arcabuz (arma de fuego)
El conocimiento adquirido en los campos de batalla europeos y norteafricanos hasta la conquista del Milanesado fue configurando la evolución del método militar español. La política exterior, especialmente dinámica, condicionó el sistema. Las fuerzas peninsulares se fueron reduciendo por la excepcional seguridad interna (apenas alterada por las incursiones berberiscas en las costas españolas), mientras que las fuerzas de acción exterior se consolidaron de forma permanente en cuerpos de intervención rápida: los tercios.
Tres mil hombres
Los primeros tercios, llamados Tercios Viejos, fueron los de Lombardía, Sicilia y Nápoles. Eran unidades regulares siempre en pie de guerra, aunque no existiera amenaza inminente. Otros, en cambio, se crearían más adelante para campañas concretas, y se identificaban por el nombre de su maestre de campo o por el escenario de su actuación.
El origen del término que dio nombre a esta agrupación guerrera resulta dudoso. Algunos piensan que fue porque, en su origen, cada tercio representaba una tercera parte de los efectivos totales destinados en Italia. Otros creen que se debe a que incluían tres tipos de combatientes (piqueros, arcabuceros y mosqueteros).
Y también hay quienes consideran que el nombre proviene de los tres mil hombres, divididos en doce compañías, que constituían su primitiva dotación. Esta última razón parece la más acertada, ya que es la que recoge el maestre de campo Sancho Londoño en un informe dirigido al duque de Alba a principios del siglo XVI: “Los tercios, aunque fueron instituidos a imitación de las tales legiones [romanas], en pocas cosas se pueden comparar a ellas, que el número es la mitad, y aunque antiguamente eran tres mil soldados, por lo cual se llamaban tercios y no legiones, ya se dice así aunque no tengan más de mil hombres”.
La estructura militar española de finales del siglo XV y principios del XVI estuvo fuertemente influida por lo que se llamó el “modelo suizo”. Los triunfos de la infantería suiza armada con picas sobre la caballería de Borgoña en una serie de batallas campales revolucionaron los métodos de guerra medievales. La consecuencia era evidente: los cuadros de piqueros podían derrotar a la caballería. El número se imponía sobre el esfuerzo de los caballeros, tal como predicaba Maquiavelo en su obra Del arte de la guerra.
Fue en los tercios donde este modo de combatir logró su perfección. La temible eficacia bélica española estaba basada en un sistema de armamento que unía el arma blanca (la pica) y el arma de fuego (el arcabuz), y fue en los tercios donde se alcanzó de forma más completa la síntesis de esta dualidad fundamental de la infantería con las armas de fuego portátiles.
La gran superioridad del tercio sobre el modelo del cuadro compacto suizo estaba en su capacidad de dividirse en unidades más móviles hasta llegar al cuerpo a cuerpo individual. Una fluidez táctica que favorecía la predisposición combativa del infante español.
Dinero y honor
Los tercios constituían una fuerza de choque multinacional sin parangón en su época. Además de combatir, desempeñaban también tareas de guarnición, escolta, fortificaciones y demolición. Sus soldados, considerados durante mucho tiempo la mejor infantería del mundo, no fueron vencidos en campo abierto hasta Rocroi, pasados más de cien años desde su creación, y estuvieron dirigidos por jefes de la talla de Alejandro Farnesio, Juan de Austria, Ambrosio de Spínola, el duque de Alba o el cardenal-infante Fernando de Austria.
El tercio estaba integrado por soldados de diversas partes de Europa, siendo los españoles la fuerza esencial
El tercio estaba integrado por soldados reclutados en diversas partes de Europa (alemanes, italianos, valones, borgoñones, flamencos, ingleses, irlandeses...). Los españoles, aunque solo representaban entre un 30 y un 50% del total de los efectivos, estaban considerados el núcleo combatiente selecto que daba solidez al conjunto y aportaba la gran mayoría de los mandos y el peso principal en las batallas.
Ellos constituían la fuerza esencial que hacía del tercio el soporte seguro y siempre fiel de los intereses hispanos. El ejército del duque de Alba en Flandes, por ejemplo, lo componían 5.000 españoles, 6.000 alemanes y 4.000 italianos, pero todos entendían que se trataba de un ejército al servicio exclusivo de la Corona española.
La extinción
Mantener la hegemonía bélica de los tercios era muy costoso para España. La financiación se efectuaba con un eficaz sistema de crédito, apoyado en los cargamentos de oro y plata que llegaban de América y las aportaciones fiscales en la península. Los banqueros del rey solían adelantar dinero a cuenta de estos ingresos, pero cuando el dinero del Estado se acababa, los banqueros cerraban sus bolsas y las consecuencias eran desastrosas.
Los hasta entonces invencibles veteranos españoles fueron derrotados por el ejército francés en Rocroi
La guerra en Flandes, donde los desórdenes militares eran frecuentes, devoró el Tesoro Real. Duró 80 años y terminó siendo la tumba de los tercios y del poderío militar español en Europa. Para enviar sus refuerzos a la zona, España, enemistada con buena parte del continente, tuvo que renunciar a la vía marítima y abrirse paso por tierra desde Milán a través del denominado Camino Español. Se hizo mientras Francia no pudo impedirlo. Cuando así fue, se intentó la ruta por mar, que terminó frustrada por los holandeses.
El golpe más duro para los tercios se produjo en la batalla de Rocroi, en la guerra de los Treinta Años. Los hasta entonces invencibles veteranos españoles que sitiaban esa ciudad fortificada fueron derrotados, contra todo pronóstico, por el ejército francés. España pierde en esta batalla, que marca el comienzo de la hegemonía francesa, una parte importante de su tesoro militar más valioso: los Tercios Viejos.
Pero la derrota no fue tan abrumadora como la propaganda francesa ha hecho creer, ya que los tercios recuperaron Rocroi y siguieron combatiendo en Flandes durante la segunda mitad del siglo XVII. Para algunos investigadores, mucho más decisiva en el conflicto hispano-francés fue la derrota que el mariscal francés Turena infligió a los tercios en otra batalla de las Dunas, esta vez terrestre, gracias al apoyo de la flota inglesa en la costa flamenca.
La extinción de los tercios va ligada al fin de la hegemonía hispana en Europa desde mediados de siglo. Tras salir mal parada de la guerra de los Treinta Años, la Corona española combatía en media Europa contra franceses, holandeses, protestantes alemanes, ingleses y suecos desde una posición ya en absoluto ventajosa. “No se puede dudar –escribía el cardenal Richelieu a Luis XIII– de que los españoles aspiran al dominio universal, y que los únicos obstáculos que hasta el presente han encontrado son la distancia entre sus dominios y su escasez de hombres”.
En parte también, como señala el historiador británico Geoffrey Parker, la ruina de España y de sus tercios radicó en no saber adaptarse a los cambios sociales, políticos y religiosos que se estaban produciendo en Europa. Una rigidez que para muchos explica el hundimiento de la política de los Austrias. La idea de un imperio multinacional y católico dejó paso a la fragmentación nacional y religiosa que todavía perdura en Europa.
Las bajas causadas por los combates, las enfermedades y las deserciones hicieron difícil mantener el organigrama de las unidades que componían los tercios. Al factor demográfico, con la despoblación de gran parte de España, se añade la menguante economía y la escasez de dinero.
El tercio era una tropa profesional muy cara. Como decía Bernardino de Mendoza, lugarteniente del duque de Alba en Flandes, la victoria final sería del que tuviera el último escudo, y, en ese sentido, la bolsa conjunta de franceses, ingleses y holandeses se impuso.
La derrota militar de España y sus tercios se produce por el fracaso político y el deterioro del Estado
Otro factor del declive militar español viene dado por la deficiente organización administrativa, política y fiscal de los diferentes reinos y territorios que componían la monarquía hispana. Falló la conjunción de intereses y la excesiva descentralización, contraria a la tendencia general unificadora, tanto en política como en recursos, de las potencias europeas del momento. En última instancia, la derrota militar de España y sus tercios es consecuencia del fracaso político y el deterioro del Estado.
Los tercios, como la maquinaria imperial, se van oxidando gradualmente hasta que, a partir de la guerra de Sucesión, con la llegada al trono español de los Borbones, se produce la reorganización de las fuerzas terrestres. Serán sustituidos por regimientos al mando de coroneles, según los modelos francés y alemán.
Este texto forma parte de un artículo publicado en el número 450 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.