Loading...

Carlos V y Europa

Nada más ser coronado emperador, Carlos se propuso cumplir su objetivo: liderar, junto con la Santa Sede, a la cristiandad. Pero los obstáculos surgieron de inmediato en el Viejo Continente.

Retrato de Carlos V sentado, por Tiziano, 1548.

Carlos V Europa

En el paso de la Edad Media a la Edad Moderna el mundo se hallaba en profunda transformación. Europa salía de la crisis de fines del Medievo, experimentaba un fuerte desarrollo económico y demográfico, vivía un brillante renacimiento de las artes y las letras, recuperaba sus raíces de la Grecia y Roma clásicas y, deseosa de ampliar sus horizontes, se había lanzado a una expansión planetaria.

En medio de todos estos cambios trascendentales, dos grandes poderes seguían inspirando y articulando el escenario europeo: el Imperio y el papado. Aunque todo estaba cambiando, sobrevivían aún los viejos sueños medievales por los que ambos soberanos, el papa y el emperador, pretendían repartirse el poder que debía regir a la cristiandad. Al pontífice le correspondía el poder espiritual y al emperador el terrenal.

Retrato de Carlos V con 20 años.

TERCEROS

Los dos, estrechamente aliados y conjuntados, debían ponerse al servicio de Dios y de esa cristiandad que se identificaba con una Europa unida. En el Imperio surgirá en el siglo XVI una gran figura histórica, Carlos V. Hijo de Felipe el Hermoso y de Juana la Loca, el joven príncipe recibió una de las mayores herencias de todos los tiempos. Sus dominios incluían media Italia, Austria, los Países Bajos, España y los territorios recién descubiertos en América.

Y, como heredero de los Habsburgo por línea paterna, aspiraba además a la Corona imperial, dignidad en principio electiva, aunque largamente vinculada a su dinastía. Pese a la importancia de otros candidatos, como Francisco I de Francia y Enrique VIII de Inglaterra, los príncipes electores se inclinaron pronto por Carlos, un joven a punto de cumplir veinte años que sería solemnemente coronado en Aquisgrán.

Carlos V era un hombre situado en una gran encrucijada, entre el pasado medieval y la modernidad.

El nuevo emperador tenía una concepción clara del ascendente que pretendía ejercer. Su ideal imperial se centraba en Europa. De hecho, ni siquiera mostró interés en titularse emperador de las Indias de la Nueva España. En su concepción eurocéntrica del mundo, América quedó inevitablemente relegada a suministrar las riquezas que deberían sufragar sus gastos en el Viejo Continente.

El imperio ideal

Carlos V era un hombre situado en una gran encrucijada, entre el pasado medieval y la modernidad. Su figura, a veces arcaizante, a veces precursora, reúne y simboliza los factores diversos de aquel mundo tan complejo y paradójico. Como caballero del Toisón de Oro, que quería batirse en duelo singular con Francisco I de Francia, resulta un personaje caballeresco.

Admirando las ruinas de Roma y evocando a Julio César pretende ser un héroe renacentista. Como impulsor de la unión de Europa y protector de sus vasallos americanos ofrece perfiles de adelantado a su época. Como defensor de la cristiandad en tiempos de crecida del islam y de división entre católicos y protestantes, y como soñador de un imperio europeo en el momento de afirmación de los estados nacionales y de conexión con imperios lejanos, Carlos V trató de hacer realidad su ideal.

El rey de Francia, Francisco I, fue uno de los grandes antagonistas del monarca español.

TERCEROS

Tuvo problemas antes incluso de empezar. En su primer contacto con España, a la que llegó en 1517, Carlos ya experimentó los primeros conflictos graves. La rebelión de las Comunidades en Castilla y de las Germanías en Valencia, aparte de manifestar las fuertes tensiones sociales y políticas internas, representaba un primer obstáculo a su idea imperial, tanto por la oposición de sus súbditos a financiar aventuras exteriores como por su reticencia a compartir a su nuevo monarca con territorios extranjeros.

Sin embargo, ambos problemas se zanjaron en poco tiempo con el apoyo de la nobleza, y con el paso de los años España se convertiría en uno de los más firmes baluartes de la política de Carlos V.

Enemigos en todos los frentes

Un concepto imperial como el de Carlos suponía, ante todo, la lucha permanente con el principal enemigo exterior de la fe, el islam, en aquella época encabezado por otro gran imperio, el de los turcos otomanos, y otro gran emperador, Solimán el Magnífico. Hijo y sucesor de Selim I, durante su reinado el Imperio de la Sublime Puerta alcanzó la cúspide de su dominio.

Su idea imperial sería combatida por las monarquías nacionales emergentes, que veían limitada con ella su capacidad de expansión.

Los turcos se hallaban en un período de fuerte expansión tanto hacia Oriente como hacia Occidente. El avance había sido sostenido desde la toma de Constantinopla en 1453. En el este, tras hacerse con Trebisonda, conquistaron la península de Crimea, y posteriormente Armenia, Siria y Egipto. La penetración hacia el oeste se hizo por la doble vía mediterránea y danubiana. Ocuparon los Balcanes, establecieron posiciones en el Mediterráneo oriental y, con la toma de Otranto en 1480, fijaron una cabeza de puente en la mismísima Italia.

La cristiandad europea no estaba solo amenazada por el islam y el pujante Imperio turco. También en sus propias entrañas se gestaban graves disensiones. Europa en su conjunto y Alemania muy en particular se verían terriblemente turbadas por la ruptura de la unidad religiosa, con la consiguiente división y el enfrentamiento entre católicos y protestantes, así como por la progresiva pérdida de influencia del papado. Pero en el seno del proyecto de Carlos V surgiría además el problema francés. Su idea imperial sería duramente combatida por las monarquías nacionales emergentes, que veían limitada con ella su capacidad de expansión.

Carlos V con un perro, 1532. Tiziano retrató al emperador en numerosas ocasiones.

TERCEROS

Sobre todo Francia, encabezada por el monarca Francisco I, se opuso tenazmente al desarrollo del concepto de imperio europeo preconizado por Carlos V. Estaba completamente rodeado por las posesiones borgoñonas y españolas heredadas por Carlos, pero no quiso someterse. Desplegó una serie continua de guerras para romper el cerco y liberarse de una tutela que le resultaba asfixiante. Tampoco otros príncipes europeos estaban demasiado dispuestos a aceptar la preeminencia imperial.

Enrique VIII de Inglaterra se convirtió inicialmente en mediador entre Carlos V y Francisco I. Tanto el emperador como el rey francés tratarían de atraérselo. Él se inclinó a favor del primero, con el que estableció una alianza diplomática, pero esta no sería duradera. Durante todo su reinado, turcos, protestantes y franceses serán los grandes enemigos del emperador. A los ataques de unos se sucederán los de los otros, y la situación se hará insostenible cuando los tres entren en contacto y se alíen contra él.

En este marco histórico se planteó el desarrollo del programa imperial. Nacido al calor de los elevados ideales humanistas de paz y concordia, Carlos trató de llevarlo a buen término a través de vías de diálogo, negociación y compromiso, pero pronto estalló la violencia. Después de muchos intentos frustrados de pacificación, el proyecto quedaría abocado a la guerra. A la larga este acoso agotará las fuerzas de Carlos, que tomará la decisión de abdicar.

El plan imperial de Carlos no disponía de una adecuada base económica y financiera.

Además de las permanentes rivalidades y la extrema diversidad y dispersión de los territorios que configuraban la herencia carolina, el plan imperial tenía otro grave fallo estructural: no disponía de una adecuada base económica y financiera. El coste de su mantenimiento y de las continuas guerras no pudo ser compensado ni siquiera con los enormes beneficios obtenidos en América. El emperador, siempre endeudado, dependió de los préstamos de los grandes banqueros, sobre todo de la familia Fugger.

La pesadilla de la Reforma

El problema central del Imperio carolino fue, sin duda, la Reforma. Desde hacía mucho tiempo proliferaban en Europa los debates doctrinales y morales. Martín Lutero, un monje agustino que había destacado como profesor de teología, publicó en 1517 sus 95 tesis, en las que se oponía a la corrupción de la Iglesia romana. Se desencadenó entonces la polémica y comenzó el camino hacia la ruptura con el papado.

Lutero en la Dieta imperial de Worms.

TERCEROS

De la oposición a la venta de las indulgencias, Lutero pasó a cuestionar la autoridad del papa. León X advirtió a Lutero que se arriesgaba a la excomunión a menos que rectificara, y lo excomulgó cuando este se reafirmó. A los pocos meses de haber sido elegido emperador, Carlos V trató de abordar la difícil cuestión por la vía del diálogo.

Procedió a convocar la Dieta imperial –la asamblea que reunía a los estados del Imperio– en la ciudad de Worms, y ordenó a Lutero que se presentase, otorgándole como garantía un salvoconducto. Interpelado sobre sus doctrinas, que ya habían sido condenadas por la Iglesia, Lutero se ratificó de pleno. Pese a que el conflicto era insalvable, Carlos se mantuvo fiel a su palabra y respetó la libertad del monje reformador.

La Dieta promulgó un edicto desterrándole del Imperio, pero nadie podía detener ya el movimiento. La Reforma se extendió como la pólvora por Alemania, donde se sumaron numerosos príncipes, estados y ciudades. La cuestión religiosa alcanzó de inmediato una dimensión política de primera magnitud: no solo estaban en juego la unidad del cristianismo y la autoridad del papa, sino también la unidad del Imperio y la autoridad del emperador.

El papa, alarmado ante la supremacía imperial en Italia, buscó contrarrestarla aproximándose a Francia.

En el horizonte se dibujaban tres actitudes posibles de Carlos V ante el problema religioso y ante el problema alemán: intentar de nuevo un compromiso en el marco de las Dietas, convocar un concilio general de la Iglesia o, por último, el recurso a la guerra abierta. En cualquier caso, la alianza estrecha con el papado era esencial. Convencido de ello, Car­los V influyó decisivamente para que, a la muerte de León X, fuera nombrado pontífice un hombre de su máxima confianza.

El elegido fue el holandés Adriano de Utrecht, que había sido su preceptor. Hombre muy recto y piadoso, se esforzó en actuar con imparcialidad. Pero Adriano VI murió al cabo de dos años, en 1523. Le sucedió un miembro de la familia Medici, Clemente VII. Alarmado ante la supremacía imperial en Italia, buscó contrarrestarla aproximándose a Francia y tomó partido por Francisco I.

Carlos V, fiel a su ideal de concordia, estaba dispuesto a replantear de nuevo la vía del acuerdo cuando la guerra con Francia obligó a un aplazamiento en la posible solución de la crisis alemana. Francisco I no se resignaba a ocupar un puesto secundario en el tablero internacional, y comenzó una lucha que, de manera intermitente, se iba a prolongar hasta mediados del siglo.

Clemente VII en 1526, poco después de ser nombrado Sumo Pontícife.

TERCEROS

En su primera fase se desplegó en múltiples frentes, al norte en Flandes, al sur en Navarra, pero tuvo su principal escenario en Italia, donde la rivalidad franco­española estaba centrada desde hacía tiempo.

El contraataque francés

La suerte fue adversa para Francisco I. Sería apresado en 1525 en la batalla de Pavía, terrible desastre para las armas francesas. Durante su cautiverio firmó la Paz de Madrid, por la que recuperó la libertad a cambio de no volver a tomar las armas contra el emperador. Pero su compromiso fue un mero trámite. Replanteó la lucha de inmediato, procurándose mayores garantías de éxito.

La batalla de Pavía, por un desconocido pintor flamenco del siglo XVI.

TERCEROS

Para ello estableció alianzas con otras potencias también recelosas del predominio imperial. Todavía se hallaba prisionero en Madrid cuando su madre, Luisa de Saboya, entró en contacto con Solimán para animarle a emprender una campaña contra la Europa central, a fin de amenazar la influencia de Carlos V en esa zona. El siguiente paso del monarca francés fue aún más allá, atentando contra el mismísimo corazón de la idea imperial. Se alió con el papa Clemente VII en la llamada Liga de Cognac, o Clementina. Con esa jugada destruía la tradicional alianza entre el papa y el emperador.

Este artículo se publicó en el número 484 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com .