Pirámides de Egipto: el misterio detrás de su forma
Antigüedad
La aparición y el resurgimiento de la vida estaban asociados, para los antiguos egipcios, con la forma piramidal. El entorno natural en que vivían tuvo mucho que ver en la adopción de esa configuración
Las pirámides egipcias han fascinado desde hace veintiséis siglos al mundo occidental, y se han convertido en el símbolo de la cultura del valle del Nilo. Los mitos que se han tejido en torno a ellas y sus constructores continúan vivos en todos aquellos que visitan el país.
Los elementos que componían el complejo piramidal, su función y simbolismo, el ritual llevado a cabo por los sacerdotes, la infraestructura económica que necesitaba para su sostenimiento, la tecnología aplicada en su construcción o el personal encargado de ella son solo algunos de los aspectos que contribuyen a comprender la complejidad de estos edificios. Unos edificios que sobrepasan la mera arquitectura para poner de manifiesto la riqueza cultural de una nación en los momentos más tempranos de su historia.
Los egipcios atribuyeron el surgimiento del desarrollo de la vida a los pequeños montones de limo fértil
Ya desde los albores del Estado faraónico, e incluso antes, encontramos en las sepulturas primitivas algún elemento que evidencia parte del simbolismo que se atribuirá más tarde a la forma piramidal. El egipcio, celoso observador y conocedor de su entorno, con el que forzosamente debía convivir, atribuyó el surgimiento y desarrollo de la vida a los pequeños montones de limo fértil que empezaban a emerger cuando descendían las aguas de la crecida anual del Nilo.
El nacimiento del mundo parte así de una colina primordial de la que salió por primera vez el sol, que a su vez inició la creación de todos los seres y elementos. Es muy probable que esta idea aparezca ya reflejada en algunas tumbas del período protodinástico, cuya superestructura (parte visible) estaba cubierta por un montículo de tierra, simbolizando así el renacimiento del difunto a una nueva vida.
Estos túmulos también se han documentado en santuarios muy arcaicos, como el de Nejen (Hieracómpolis), vinculados a la institución monárquica. El faraón encarna al dios creador sobre la tierra y es el encargado, mediante el ritual diario, de mantener el orden cósmico, repitiendo el acto iniciador de toda existencia que en su día realizó la divinidad creadora. Puede comprenderse así que tanto el nacimiento como el renacimiento supusieran una misma cosa para los egipcios antiguos.
Al mismo tiempo, la tumba se va a concebir como la residencia del difunto, y contendrá todo aquello necesario para su supervivencia. Ambas ideas, lugar de resurrección (colina) y casa para la eternidad, aparecen perfectamente documentadas desde la dinastía I, sobre todo en las sepulturas reales. De estos momentos tan tempranos se supone una concepción del más allá de tipo subterráneo, ya que la cámara funeraria se excava en el suelo.
El paso a un destino celeste y solar, que será exclusivo de los reyes, se producirá en la dinastía III y supondrá una auténtica revolución. No solo afecta a las creencias, sino que representa, además, toda una serie de cambios en la arquitectura funeraria, lo que requerirá la adopción de innovaciones tecnológicas.
La revolución
Netcheryjet (Dyeser, c. 2667-2648 a.C.), segundo faraón de la dinastía III, encargó la construcción de su complejo mortuorio a Imhotep, arquitecto, visir y sumo sacerdote de Ra. Este planeó para la ocasión un auténtico palacio, posiblemente copia a escala real del que se encontraba en Menfis. Además, se incluyeron en el recinto todas las edificaciones funerarias destinadas a asegurar el renacimiento del rey.
De acuerdo con la tradición, Imhotep crea una mastaba, que ampliará en dos ocasiones. Sin embargo, más tarde, y sin que se sepan las circunstancias que le llevaron a tomar esa decisión, reconvierte la mastaba inicial en una pirámide de cuatro escalones, a los que añadirá dos más, hasta un total de seis. Este cambio de idea resulta fundamental, ya que no solo se trató de una innovación técnica (la construcción suponía la adquisición de unos conocimientos arquitectónicos desconocidos hasta entonces), sino que manifiesta una nueva visión de la concepción del más allá.
Como nos señalarán posteriormente los Textos de las Pirámides, la estructura es una gigantesca escalera para que el rey pueda ascender por ella y llegar al cielo. Así, y por primera vez, en el complejo de Dyeser encontramos dos posibilidades de más allá: la subterránea primitiva (la cámara sigue estando excavada en el suelo) y la celeste, cuyo instrumento de ascensión lo constituye la pirámide. Esta, a su vez, representa la colina primordial, y por tanto el lugar de transformación del monarca a su nuevo estado de renacido.
El dios solar adquirirá desde entonces primacía en el panteón, como también, evidentemente, su clero
El artífice de todo esto fue Imhotep. Sin duda, como sumo sacerdote de Ra, utilizó su influencia sobre el rey para favorecer el cambio de mentalidad. El dios solar adquirirá desde entonces primacía en el panteón, como también, evidentemente, su clero. La relación de la realeza del Reino Antiguo con Ra será desde este momento muy estrecha, y se dejará sentir en todos los aspectos de la cultura egipcia.
La pirámide refleja el símbolo de esa unión de los faraones con la divinidad solar. Los sucesores de Dyeser no solo la utilizan como tumba, sino que se construirá una multitud de pequeñas pirámides por todo Egipto, probablemente como recordatorio a sus gentes del extenso poder del monarca, pero también de su carácter benefactor, tanto como garante de la creación del mundo como del correcto desarrollo de la vida para todos los seres que forman parte de ella.
Imhotep causó un profundo impacto en la mentalidad egipcia posterior, hasta el punto de considerarse su primer sabio y ser incluso divinizado. A Dyeser e Imhotep debemos también el uso habitual de la piedra en arquitectura. Aunque se sabe que los últimos monarcas de la dinastía II empezaron a utilizarla en la construcción de sus tumbas, el desarrollo de la técnica de trabajo la vemos en su complejo funerario de Saqqara.
Se trata de una fase inicial, y los artesanos no conocen aún sus posibilidades constructivas. Por ello, se talla la piedra formando pequeños bloques poco más grandes que los adobes de barro. Paulatinamente, y mediante práctica, se irán familiarizando con sus características y potencial, al tiempo que perfeccionarán las técnicas de extracción, tallado, transporte y colocación.
Buena muestra de ello son los bloques de varias toneladas que se conocen a partir de la dinastía IV. El primer faraón de esta, Snefru, ordenó construir sucesivamente tres enormes pirámides. Con él se avanza hacia la pirámide geométricamente perfecta, pero también hacia los complejos funerarios característicos del Reino Antiguo.
En este sentido destacan dos aspectos. En primer lugar, se abandona la estructura escalonada, que permanecerá solo en el núcleo (pirámide de Meidum), para construir por primera vez la pirámide de caras lisas. En segundo lugar, con este rey aparece el complejo piramidal en su estructura básica, que incorpora dos templos y una calzada que los une, así como pirámides subsidiarias y un recinto.
Tras las grandes pirámides de Keops y Kefrén, las siguientes disminuirán mucho en dimensiones por razones que no se conocen exactamente
Dejando a un lado la discusión científica sobre la autoría completa o parcial del monarca en la pirámide de Meidum, lo que sí se confirma son los experimentos tecnológicos que manifiestan sus dos pirámides de Dashur, las denominadas tradicionalmente romboidal y roja. Los fallos detectados en la primera (un suelo poco adecuado para soportar el inmenso peso del edificio, unido a un ángulo excesivo de inclinación que tuvo que suavizarse para evitar el hundimiento) debieron de conducir a la decisión de levantar una nueva pirámide, la roja, esta sí bien culminada desde un punto de vista arquitectónico.
Sin lugar a dudas, la plenitud de formas y proporciones se alcanza con su hijo Jufu (Khufu, o Keops), quien lleva la necrópolis algo más al norte, a la meseta de Guiza, creando la pirámide más grande que conocemos, a la que sigue en tamaño la de su hijo Jafra (Kefrén). Las dimensiones disminuirán mucho desde este momento por razones aún no explicadas convincentemente, pero la pirámide de caras lisas mantendrá proporciones similares, si bien la técnica constructiva irá variando con el tiempo.
En estos momentos de la dinastía IV, la estructura se forma a partir de hileras de bloques de caliza, a las que se coloca un revestimiento de caliza blanca procedente de la cantera de Tura. En ocasiones (en Jafra y Menkaura), las hiladas inferiores son de granito rojo.
Las pirámides de las dinastías V (necrópolis de Abusir) y VI (fundamentalmente en Saqqara) son de tamaño más reducido y su núcleo de peor calidad, hecho con barro, mortero y piedras pequeñas irregulares. Sin embargo, al aparecer recubiertas con caliza blanca, el aspecto que ofrecían seguía siendo espectacular. Tales bloques se reutilizaron a lo largo de la historia, por lo que hoy en día estos edificios nos ofrecen una imagen ruinosa, ya que han sufrido una gran erosión y derrumbes.
A partir de la dinastía V se introducen dos nuevos elementos que es importante destacar. El primero es la edificación en la necrópolis real de un templo solar (compuesto básicamente por un gran patio a cielo abierto, un obelisco sobre plataforma y un barco solar) vinculado al complejo piramidal. No se sabe si el antecedente se halla en la Gran Esfinge de Guiza y su santuario, también de marcado carácter solar.
El segundo es la aparición de un conjunto de textos funerarios grabados en la antecámara y cámara mortuoria, los Textos de las Pirámides, cuyo fin era ayudar al rey a llegar al más allá. Figuran en la pirámide de Unis, último faraón de la dinastía V, pero continuarán siendo utilizados en la VI.
Tras el Reino Antiguo
El complejo piramidal como forma de enterramiento real no fue exclusivo del Reino Antiguo. Los monarcas de la dinastía XII y algunos de la XIII lo utilizaron para su morada de eternidad, aunque los materiales utilizados en esos momentos para el núcleo (adobe, cascotes de piedra...) no han dejado restos tan espectaculares como los de la época anterior.
Las últimas pirámides documentadas eran edificios de tamaño muy reducido, que debieron de rondar los 10 metros de lado
De hecho, sufrieron saqueos y sus revestimientos de caliza fueron también reutilizados en otras construcciones. Aunque algunos de estos complejos se encuentran en las necrópolis cercanas a la antigua capital, Menfis, la mayoría se construyeron en las cercanías de el-Fayum, lugar donde se ubicó la capital administrativa de Egipto en ese momento.
Las últimas pirámides reales documentadas en Egipto las construyen los monarcas de la dinastía XVII en la necrópolis de Dra Abu el-Naga, en la orilla occidental de la región tebana. Se trata de edificios de tamaño muy reducido que debieron de rondar los 10 m de lado, de los que no quedan restos.
A partir de la dinastía XVIII el cementerio se traslada algo más al sur, utilizando la montaña para la construcción de hipogeos (sepulcros subterráneos). Los elementos del complejo piramidal continúan, pero más extendidos geográficamente. Aunque en el Valle de los Reyes no existen superestructuras, parece que el propio paisaje de la zona influyó en su elección como emplazamiento de la nueva necrópolis: una de las cimas montañosas, denominada el-Qurn, bajo la cual se encuentra el valle, tiene forma de pirámide.
Un accidente natural del terreno continuaba ofreciendo simbólica y físicamente el mecanismo de acceso del monarca a su más allá celeste y solar. A finales de la dinastía XVIII aparece de nuevo la forma piramidal, aunque en esta ocasión la encontramos en las tumbas no reales. Termina así la exclusividad de su uso por parte del monarca y de su familia más cercana.
Se conocen ejemplos en varios lugares de Egipto y Nubia, como algunas sepulturas de los artistas que construyeron y decoraron el Valle de los Reyes. Sobre la capilla de culto funerario se levantaba una pequeña pirámide hueca de adobes; esta se coronaba con un piramidón de caliza, grabado con escenas del difunto sentado ante una mesa de ofrendas o venerando al dios solar.
De esta misma época conocemos también las de altos dignatarios de Menfis, que se enterraron en Saqqara en tumbas cuya superestructura reproducía un templo rematado por una pequeña pirámide, o bien se asentaba esta directamente en el suelo, junto a la pared oeste de la capilla. Sería necesario hacer hincapié en que no se apropian únicamente de la forma, sino también de lo que implica: un más allá de carácter solar y celeste que en etapas anteriores estaba reservado exclusivamente al faraón.
Más adelante, en el período tardío (a partir del s. VII a. C.), se encuentran otros ejemplos de tumbas con pirámide en lugares como Tebas y Abydos. Sin embargo, el renacer más espectacular de la pirámide como tumba (y, además, como tumba real) aparece al sur de Egipto, en la región de Nubia, a partir del s. VIII a. C. Aquí se formará un poderoso reino, el de Napata, dirigido por soberanos que someterán Egipto durante poco más de un siglo.
La influencia cultural egipcia sobre Napata se dejó sentir en aspectos como el uso arquitectónico de la pirámide como superestructura, aunque el modelo lo tomarán de las de los particulares del Reino Nuevo, y no de los grandes complejos reales del Reino Antiguo. Serán de pequeño tamaño, con capilla adosada y pasillo descendente hacia la cámara funeraria, excavada bajo el suelo.
En Nubia se construirán pirámides durante unos mil años (hasta el s. IV de nuestra era), y, como dato curioso, duplicarán en número a las reales egipcias. De estas conocemos unas noventa. Los reinos nubios de Napata, primero, y de Meroe, después, alcanzarán aproximadamente las ciento ochenta, creando auténticos campos de pirámides en necrópolis como las de Djebel Barkal, el-Kurru, Nuri o Meroe.
Este texto se basa en un artículo publicado en el número 438 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.