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Los faraones cambian las pirámides por el Valle de los Reyes

Antiguo Egipto

Lejos de las imponentes construcciones que los monarcas del Reino Antiguo levantaron en el norte de Egipto, los del Reino Nuevo se hicieron excavar tumbas en un valle al oeste de Tebas

Panorámica del Valle de los Reyes.

Francisco Anzola / CC BY 2.0

El 26 de noviembre de 1922 el egiptólogo inglés Howard Carter escudriñaba ansioso a través de un pequeño agujero que minutos antes había abierto en aquella puerta intacta. Tras ella se encontraba la antecámara en que se amontonaban los objetos del ajuar funerario del rey Tutankhamón. A la pregunta ansiosa de lord Carnarvon, su acompañante y mecenas, de si lograba ver algo a la luz tenue de la vela, Carter solo llegó a decir: “Sí, cosas maravillosas”.

Tres días después se produjo la apertura oficial de la tumba ante ilustres personajes, testigos privilegiados del que muchos calificaban ya como el descubrimiento arqueológico más importante del siglo. El hallazgo de la tumba del joven rey, justo cuando lord Carnarvon había decidido acabar con la financiación, confirmaba el instinto de Carter de que el Valle de los Reyes aún guardaba secretos en su interior.

El lugar que había servido como morada de eternidad a los faraones del Reino Nuevo volvía a recuperar su protagonismo en la historia. La necrópolis fue excavada en las laderas montañosas de la orilla occidental del Nilo, frente a la actual Luxor. Los antiguos egipcios llamaron a este espacio “el lugar de los dioses al oeste de Tebas”.

Howard Carter analizando el tercer y último ataúd antropomorfo de oro macizo, en cuyo interior se encontraba la momia de Tutankhamón.

Dominio público

Inaugurada por los reyes de la dinastía XVIII, se mantuvo activa hasta finales de la dinastía XX. Su origen, su expansión y su definitivo abandono fueron reflejo de unas costumbres funerarias desarrolladas a lo largo de uno de los períodos más esplendorosos de Egipto. La ubicación, la arquitectura y la decoración de las tumbas están cargadas de un importante simbolismo mágico-religioso.

En busca de la eternidad

La tumba era la obra más importante en la vida del antiguo egipcio, en la que invertía todos sus esfuerzos. No solo era el lugar que iba a albergar sus restos, sino que era concebido como un espacio sagrado desde el que alcanzar su supervivencia en el más allá . Esta creencia se basaba en la idea de la superación de la muerte como un continuo y eterno renacimiento.

Sin embargo, el destino reservado al rey de Egipto era muy distinto al que iban a disfrutar el resto de los mortales. Mientras que para estos el más allá era una reproducción idílica del Egipto terrenal, al que accedían tras pasar favorablemente el Juicio de Osiris, el destino del faraón estaba en el cielo, junto a los dioses.

La entrada del rey difunto en su tumba es la entrada al inframundo dominado por Osiris

La muerte del rey era solo el inicio de su regeneración, y la tumba era el marco arquitectónico en que esta tendría lugar. El rey difunto ascendería al cielo y se fundiría con el disco solar.

El monarca del Reino Nuevo fue fuertemente asimilado al dios Osiris. Este, rey de los dioses, fue asesinado y devuelto a la vida gracias a la magia de su esposa Isis, convirtiéndose entonces en el soberano del reino de los muertos. La entrada del rey difunto en su tumba es la entrada al inframundo dominado por Osiris, del que saldrá regenerado como el sol al amanecer. El delicado equilibrio entre los elementos solares y osiríacos caracterizará las tumbas del Valle.

Nace el Valle

Los trabajos de la tumba de un rey se emprendían inmediatamente después de su coronación, bajo las órdenes de un alto funcionario o del visir. Una vez acaecida la muerte del monarca, solo se disponía de 70 días, finalizado el proceso de embalsamamiento, para ultimar los detalles del traslado de la momia y para instalar el ajuar funerario.

Los reyes que inauguraron la dinastía XVIII escogieron como lugar de enterramiento una zona de la montaña tebana dominada por un espectacular pico en forma de pirámide esculpida por la erosión. La elección del lugar venía determinada por su cercanía a la ciudad de Tebas , nombrada nueva capital de Egipto. A lo largo del Reino Nuevo, el área tebana se alzó como un gran espacio sagrado donde ambas orillas estaban estrechamente relacionadas.

Representación de un grupo de trabajadores.

Dominio público

La oriental acogió los complejos templarios de Karnak y Luxor. Mientras, en la occidental, se excavaron las necrópolis más importantes del período: el Valle de los Reyes, el Valle de las Reinas y el Valle de los Nobles. Los templos funerarios, donde se celebraba el culto al rey difunto, se separaron por primera vez de la tumba y fueron construidos en la misma orilla, pero en la zona de llanura.

La realeza había optado por excavar sus tumbas en los prehistóricos valles del desierto, al abrigo de las dos diosas que protegían el lugar: Hathor, “la señora del oeste”, y Meretseget, “la que ama el silencio”. Las escarpadas laderas y los altos acantilados eran el escenario perfecto para recrear las nuevas concepciones funerarias que se pondrían en práctica a lo largo del Reino Nuevo.

Los reyes ordenaron el trabajo de sus tumbas a obreros especializados. Este fue el origen de la aldea de artesanos del “Lugar de la Verdad”, la actual Deir el-Medina, a pocos kilómetros del Valle. Fueron excelentes canteros, especialistas en cortar los estratos de caliza y buscar soluciones ante inesperados problemas. Tumbas como la de Hatshepsut muestran cómo debieron alterar la dirección de los túneles a causa de la roca.

La tumba real se convertía en el espacio arquitectónico que reproducía el viaje de Ra por el mundo de Osiris

La frenética actividad en el Valle obligaba a una organización férrea de los trabajadores, que se organizaron en dos equipos de 70 hombres cada uno, trabajando 10 días por uno de fiesta.

La tumba real experimentó una evolución constante a lo largo del Reino Nuevo, paralela al desarrollo religioso impuesto por cada dinastía. Esta evolución se llevó a cabo de acuerdo con la ubicación y se simplificó el diseño, pero se amplió el tamaño y se incrementó la decoración.

Los caminos del sol

Con motivo de la muerte del faraón, el cortejo fúnebre transportaba al rey desde la orilla oriental de Tebas hasta la occidental. A medida que el sol se iba ocultando en el horizonte, la momia real alcanzaba la montaña y descendía al Valle de los Reyes, realizando el mismo circuito que el sol poniente. Se iniciaba así la búsqueda de la regeneración del rey difunto unido al destino del dios sol Ra.

La tumba real se convertía en el espacio arquitectónico que reproducía el viaje de Ra por el mundo subterráneo de Osiris. Por eso el tipo de tumba escogida fue también subterránea, excavada en la roca, algo que ya habían experimentado por primera vez los reyes de la XVII dinastía. Se abandonaba de manera definitiva el tipo de tumba en pirámide inspirada únicamente en concepciones solares.

Interior de la tumba de Seti I.

Dominio público

Desde la entrada de la tumba hasta la cámara del sarcófago el faraón haría el mismo recorrido que el sol. Traspasado el umbral, se sucedía una secuencia de corredores y escaleras que reproducían el curso diario del sol durante el día y la noche. Cada pasillo era llamado el camino del sol (“primer camino del sol, segundo camino del sol”...).

Las primeras tumbas de la dinastía XVIII acentuaron el simbolismo osiríaco. Se concibieron como entradas a las profundidades del inframundo, excavando pasillos en acusada pendiente que se adentraban en el corazón de la montaña. La tumba de la reina Hatshepsut, la más larga del Valle con sus más de doscientos metros, adquiere un desnivel de casi cien. Se diseñó con el eje doblado en la característica forma de “L”.

Más tarde, las tumbas ramésidas reinterpretaron esta idea y optaron por un eje rectilíneo este-oeste que subrayase el carácter solar representando la trayectoria del astro. Los techos azules, salpicados de estrellas, reproducían el viaje diurno del sol, mostrando su transformación de resplandeciente disco amarillo bajo la forma de escarabajo a su entrada en la noche como dios envejecido con cabeza de carnero.

En el otro extremo de la tumba se disponía la cámara que acogería el sarcófago real. Sustentada por cuatro pilares, era rectangular (ocasionalmente presentaba forma de cartucho). Se la denominaba la “Sala del oro” por ser el lugar donde se produciría la definitiva regeneración del rey.

El programa decorativo se adaptaba a la arquitectura de la tumba y estaba rigurosamente fijado

En algunas tumbas, como la de Tutankhamón, las paredes se pintaban de un color amarillo en clara alusión a su aspecto solar. El sarcófago se colocaba transversalmente en la cámara, pero en la dinastía XX se alineó simbólicamente con el eje solar rectilíneo. El techo simulaba la bóveda celeste.

En la tumba de Seti I se encuentra por primera vez un techo astronómico con la representación de constelaciones y partes del calendario. Cuando en 1817 Giovanni B. Belzoni, uno de los grandes aventureros del Valle, descubre la tumba ya la califica como una de las joyas de la necrópolis.

En la dinastía XX se incorporó la imagen del cuerpo tendido de la diosa del cielo, Nut, a través del cual pasaba el sol en su barca para emerger de nuevo como un recién nacido a la mañana siguiente.

Paisajes del más allá

El programa decorativo se adaptaba a la arquitectura de la tumba y estaba rigurosamente fijado. En la dinastía XVIII la decoración solo afectaba a las salas, mientras que en época ramésida se extendió a todas las superficies.

La decoración de las paredes ilustraba el viaje nocturno de Ra por el inframundo. Este viaje diario del sol era entendido por los egipcios como un trayecto en barca por un río subterráneo a imitación del recorrido por el Nilo. En esta travesía, el dios Ra está acompañado de otros dioses que le asisten en su victoria diaria.

Detalle de la tumba de Ramsés III.

Peter J. Bubenik (1995) / CC BY-SA-2.0

Los temas de las escenas se extraen de unas composiciones expresamente creadas para el rey. Estos “libros” funerarios constituían un mapa detallado de la geografía del mundo subterráneo y una “guía” imprescindible para conocer el modo de salvar con éxito los obstáculos que se presentaban en el camino. La clave estribaba en conocer todos los secretos: los nombres, los encantamientos... para vencer a los enemigos.

Así, uno de los episodios más repetidos lo constituyen las fórmulas para la aniquilación de la serpiente Apofis, encarnación de las fuerzas del caos y eterna adversaria de Ra. Cada noche era desmembrada para renacer al día siguiente.

La principal composición representaba lo que los egipcios llamaban “lo que está en el Mundo Inferior”, o Libro del Amduat. En él se describía el viaje del sol por las 12 horas nocturnas, que correspondían a 12 regiones del mundo subterráneo. En la última hora el sol renacía sobre el horizonte en forma de serpiente. La cámara del sarcófago llegará a ser el espacio reservado a la duodécima hora.

Sobre la base del Libro del Amduat se elaboró otra de las grandes composiciones: el Libro de las Puertas. Cada una de las 12 horas estaba ahora separada por una puerta defendida por genios y serpientes que escupían fuego. La visión de un mundo subterráneo distinto, ideado como una sucesión de cavernas y hoyos que el sol debía atravesar, fue descrita en el Libro de las Cavernas. Otros textos como la Letanía de Ra o el Libro de los Cielos fueron ampliamente desarrollados en época ramésida, e imaginaban para el rey un más allá cada vez más complejo.

El equipamiento funerario del faraón estaba compuesto por objetos que le fuesen de utilidad en la otra vida

El cierre de la tumba

El entierro del faraón lo llevaba a cabo el rey sucesor, ya que se entendía como un acto de legitimación. Así, el rey Ay fue el encargado de organizar la tumba de Tutanhkamón y de dirigir los funerales. En la cámara sepulcral fue representado realizando el rito de “la apertura de la boca” de la momia del joven monarca, cuyo objetivo consistía en devolverle las facultades físicas de hablar o comer.

El equipamiento funerario del faraón estaba compuesto por objetos que le fuesen de utilidad en la otra vida, como ofrendas alimenticias, muebles, joyas o figuras rituales. Todos ellos con una inherente carga mágico-religiosa.

Pero sin duda la pieza principal era el sarcófago. La momia se colocaba en el interior de un ataúd de madera que, a su vez, se insertaba en varios ataúdes. Un sarcófago de piedra rectangular encerraba el conjunto. La mayor parte de los sarcófagos fueron abiertos a raíz de saqueos y traslados. Solo Tutmosis I y Tutmosis III conservaron su ataúd original. Cerca del sarcófago se colocaban los vasos canopos, que contenían los órganos extraídos en la momificación.

Una vez que se disponía el sarcófago en la cámara, y celebrado un banquete ritual, los sucesivos corredores y salas se iban sellando con grandes losas de piedra.

Ocaso y abandono

Aunque la llegada de los ramésidas al trono supuso el traslado de la capital a Menfis, Tebas se mantuvo como capital religiosa y en su necrópolis siguieron construyéndose tumbas. De hecho, el enterramiento más tardío descubierto en el Valle es el de Ramsés XI, si bien no llegó a terminarse. A finales del Reino Nuevo el Valle de los Reyes asistió a su período más convulso, fruto de la inestabilidad política y la crisis económica que marcaron los últimos reinados de la dinastía XX.

Ruinas de la ciudad de Tanis.

Dominio público

La vigilancia en la necrópolis disminuyó, y proliferaron los robos descontrolados de tumbas. Redes de expoliadores actuaban a menudo con la complicidad de obreros de Deir el-Medina. El descontento entre los artesanos había derivado en varias protestas que desembocaron incluso, como en el año 29 de Ramsés III, en una huelga general.

Desde principios del Reino Nuevo la violabilidad de la necrópolis era ya evidente. La tumba de Tutankhamón fue profanada en varias ocasiones poco después de su cierre. Algunas eran saqueadas antes de ser ocupadas, como ocurrió con la de Seti II. El escándalo estallaría durante el reinado de Ramsés IX, que ordenó abrir numerosos procesos judiciales contra infractores. Varios papiros registraron los juicios y las condenas, dejando al descubierto la corrupción de altos funcionarios tebanos.

La debilidad de la autoridad real ejercida por Ramsés XI permitió al Sumo Sacerdote del dios Amón en Tebas autorizar el libre saqueo de las necrópolis tebanas para financiar los gastos del templo. Esta inestabilidad terminó con una división política que daría paso a otra etapa en la historia de Egipto: el Tercer Período Intermedio.

El norte quedó en manos de la dinastía XXI, que construyó su propia necrópolis en la nueva capital de Tanis. Tebas y el sur de Egipto pasaron al control de los Sumos Sacerdotes. El Valle de los Reyes fue abandonado por los faraones, reutilizándose solo en ocasiones para enterramientos no reales. Con la falta de trabajo, la comunidad de Deir el-Medina desalojó la ciudad.

El clero de Amón comenzó un lento desmantelamiento de las tumbas reales, rastreando el Valle en una contradictoria actuación: la restauración piadosa de las momias reales y la búsqueda desenfrenada del oro que contenían.

Este artículo se publicó en el número 451 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.

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