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Moratín contra los matrimonios forzados

Literatura

Con ‘El sí de las niñas’, el dramaturgo defendía la libertad de las mujeres para elegir marido apenas arrancaba el siglo XIX

Leandro Fernández de Moratín, retratado en 1799 por Goya.

Dominio público

En otros tiempos, el matrimonio no era un asunto de amor, sino un acuerdo en el que las dos partes buscaban el beneficio económico y/o social. Por eso, las familias dedicaban muchos esfuerzos a buscar los mejores partidos para sus hijos. En diversos países, la ley establecía que una boda no podía celebrarse sin el consentimiento paterno.

En 1776, para evitar matrimonios entre distintas clases sociales, Carlos III dictaminó en España que los hijos e hijas menores de veinticinco años obtuvieran la autorización de sus progenitores. Estos podían negarse a concederla si existía una causa justa, como el peligro para el honor de la familia o un perjuicio al Estado. Aquellos que contravinieran esta disposición recibirían un castigo, aunque su matrimonio conservaría su validez legal.

Sin embargo, con la extensión de las ideas ilustradas, empezó cuestionarse el derecho de los padres para concertar matrimonios. En España, el escritor José Cadalso ironizó en un poema contra los casamientos arreglados, en los que veía el origen de la infidelidad conyugal: “Que Celia tome marido por sus padres escogido, ya lo veo. Pero que en el mismo instante ella no escoja al amante, no lo creo”. Francisco de Goya se mostró igualmente crítico en el lienzo La boda (1792), acerca del matrimonio entre un hombre mayor, feo y ridículo, y una novia joven y guapa.

Para las mentalidades más tradicionales, la postura de Moratín resultaba un escándalo

Pero fue Leandro Fernández de Moratín (1760-1828) el que mostró más empeño en denunciar las uniones de conveniencia. Lo hizo en tres piezas teatrales: El barón (1787), El viejo y la niña (1790) y El sí de las niñas (1805). ¿Por qué tanta insistencia en una misma temática?

Se trataba de un asunto personal. A los veinte años se había enamorado de una joven llamada Sabina Conti que se casó con un pretendiente que le doblaba la edad. Desde entonces, Moratín guardó un odio inextinguible hacia este tipo de matrimonios.

El sí de las niñas alcanzó un éxito rotundo. Tras su estreno en Madrid, la comedia permaneció en cartel veintiséis días, una desmesura para la época. La obra impresa también resultó del gusto del público, a la vista de las sucesivas reediciones.

La trama giraba alrededor del proyecto de enlace entre don Diego, un caballero de 59 años, y Francisca, una joven de tan solo dieciséis que en realidad está enamorada de un militar, Carlos. Para la madre de Francisca, lo mejor es que su hija se una a un hombre experimentado, conocedor del mundo tal como es. Si la sociedad permite que una joven se case con un muchacho igualmente inmaduro, lo único que se puede esperar es el desastre.

Por suerte, don Diego acaba por darse cuenta de que su idea de pasar por el altar resulta disparatada: la chica no le corresponde. Hombre recto y sensato, dirige una fuerte crítica a los progenitores que se inmiscuyen en los asuntos íntimos de su descendencia: “En esas materias tan delicadas, los padres que tienen juicio no mandan. Insinúan, proponen, aconsejan; eso sí, ¡pero mandar!”.

Portada de la edición príncipe de 'El sí de las niñas' (Madrid, Imprenta de Villalpando, 1806).

Dominio público

Tal como ha establecido la crítica, Moratín se inspiró en La escuela de las madres (1732), del francés Pierre de Marivaux. Esta obra también se centraba en una pareja desigual que, curiosamente, tiene la misma diferencia de edad que la de Moratín.

Las reacciones a favor y en contra de El sí de las niñas no se hicieron esperar. Para las mentalidades más tradicionales, la postura de Moratín resultaba un escándalo. La Inquisición tomó cartas en el asunto y, en 1815, tras la reinstauración del absolutismo en la figura de Fernando VII, prohibió la obra.

La comedia tuvo tanta repercusión porque reflejaba un problema social. Por esas fechas, en Argentina, aún territorio español, Mariquita Sánchez pleiteó con su familia para poder casarse con el hombre de su elección, el marino Martín Thompson. La futura prócer de la independencia tenía, en esos momentos, apenas catorce años.

No fue la única en verse en unas circunstancias que también afectaban a los hombres, tal como muestra la documentación judicial de la época. Si un muchacho blanco deseaba tener por esposa a una mujer que no cumpliera los requisitos de “limpieza de sangre”, se exponía a que su padre intentara impedir su unión por cauces legales.

Goya retrató de nuevo a Leandro Fernández de Moratín en 1824.

Dominio público

Curiosamente, tras su gran éxito, Moratín no volvió a producir una obra dramática original. Se limitó a adaptar dos títulos de Molière, La escuela de maridos y El médico a palos. Simpatizante de los afrancesados, acabó sus días en el exilio al otro lado de los Pirineos.

Parece, a primera vista, que a principios del siglo XIX ya no era necesario el consentimiento paterno para celebrar una boda. Las fuentes, sin embargo, muestran que no es exactamente así. Los padres continuaron ejerciendo su autoridad para impedir las bodas de sus hijos que no fueran de su agrado. Desde 2015, la edad mínima en España para contraer matrimonio es de 16 años. Antes de esa fecha, se situaba en los 14.

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