El tatarabuelo liberal de Milans del Bosch
La guerra de la Independencia
Francisco, antecesor del golpista Jaime Milans del Bosch, peleó en cinco contiendas, fue teniente general y estuvo en el exilio por defender la libertad frente a Fernando VII.
La masía fortificada de los Milans del Bosch, en el término de Sant Vicenç de Montalt, Barcelona, conserva toda la traza de las guerras antiguas. Domina un paraje boscoso, cerca de un acantilado por donde llega la brisa, que silba entre los pinos. El primer testimonio de esta familia de campesinos acomodados data de la segunda mitad del siglo XV, y su entrada en la historia arranca de mediados del XVIII, cuando la hija mayor de la familia se casó con un hidalgo de Arenys de Mar con más nombre que dinero.
Por contrato matrimonial, este pasó a adoptar el apellido Milans del Bosch, apellido que también llevaron sus cuatro hijos. El menor de ellos, Francisco, daría origen a una larga dinastía de militares.
Francisco Milans del Bosch nació en 1769. A los 20 años ingresó como cadete en el Regimiento de Guardias Españolas y participó en la guerra del Rosellón, donde la monarquía española luchó contra los revolucionarios que habían guillotinado a Luis XVI.
Allí los franceses le metieron una bala en el cuerpo, lo que resolvió con una temporada de hospital y una casaca nueva, pagada a sus expensas. Al cabo de poco se casó con la hija de un abogado de Arenys de Mar, y anduvo luego en otros asuntos, como la guerra de las Naranjas, promovida por Godoy, el favorito de los reyes, contra Portugal.
En 1808, España y Francia se habían convertido en aliadas, y Rafael, uno de sus hermanos mayores, era capitán de Dragones de Villaviciosa. Estaba destacado en Dinamarca con las tropas españolas puestas por Godoy al servicio de Napoleón Bonaparte.
Francisco era primer teniente de un batallón de las Guardias Españolas acuartelado en la Ciudadela de Barcelona y, según la costumbre de la época, estaba graduado de teniente coronel. Es decir, que fuera de la Guardia Real podía ejercer un mando muy superior.
La división prendió en el Ejército, hasta el extremo de que todos los días desertaban soldados de Barcelona
La alianza hispano-francesa permitió que, a principios de aquel año, el general Guillaume Philibert Duhesme entrara en Barcelona con unos 6.000 soldados napoleónicos. Decían estar de paso hacia Portugal, pero se quedaron en la ciudad, ocuparon la Ciudadela por sorpresa y obligaron al capitán general a entregarles el castillo de Montjuïc.
Pronto comenzaron los malentendidos y los choques entre soldados franceses y españoles, hasta producirse algunos muertos y heridos en ambos bandos. La alevosía de los teóricos aliados provocó luego el motín madrileño del 2 de mayo y sublevaciones antifrancesas en más de media España.
El 1 de junio también se alzó Lleida, impulsando la rebeldía del principado, de modo que a mediados de mes los franceses fueron derrotados en El Bruc cuando marchaban hacia Manresa. Napoleón proclamó rey de España a su hermano José y los españoles se dividieron entre los partidarios del monarca impuesto y los de Fernando VII, retenido en Francia.
La división prendió también en el Ejército, hasta el extremo de que todos los días desertaban soldados de Barcelona. También Francisco, que marchó a la finca de sus padres, desde donde organizó una partida de lugareños armados y pagados a expensas de la familia.
De militar a guerrillero
España estaba ocupada parcialmente por los soldados napoleónicos, mientras sus autoridades y su población se fraccionaban entre afrancesados y patriotas. Las partidas armadas contra los galos se multiplicaban, y los patriotas organizaban sus propias instituciones de gobierno. En Lleida se formó una Junta Superior del principado, presidida por el obispo, a la que Francisco se ofreció como teniente coronel.
Nunca había ejercido este mando, pero le aceptaron. Sus voluntarios de Llavaneres y Sant Vicenç de Montalt fueron derrotados en el primer combate, pero tuvieron más suerte en el segundo. Hicieron 21 prisioneros, que entregaron a barcos ingleses anclados frente a Arenys de Mar. La guerra contra Napoleón convertía a los británicos en aliados tras siglos de ser los grandes enemigos de España.
La tropa de Milans del Bosch no solo aprendió a combatir, sino que creció hasta los 400 voluntarios, en su mayoría miqueletes, soldados catalanes vestidos con chaqueta roja, calzas blancas, alpargatas y sombrero con una pluma alta. Dado que también existían en Cataluña otros milicianos contratados por los corregimientos y los tradicionales somatenes, Francisco reclutó combatientes de los tres tipos y llamó a la lucha con proclamas, en ocasiones, pintorescas: “Catalanes: aunque os considero ignorantes, no tengo más que recordaros...”.
Los franceses solo dominaban Barcelona y Figueres, mientras Girona continuaba en manos españolas e interceptaba sus comunicaciones. A fin de evitarlo, el general Duhesme sitió dos veces la ciudad, sin éxito. Durante el primer asedio, Milans del Bosch ayudó al general De Caldagués y, en el segundo, tras colaborar con Juan Clarós, el jefe de los guerrilleros del Empordà, penetró en la ciudad para unirse a sus defensores.
La inutilidad de los asaltos a Girona, la dureza del verano y las enfermedades obligaron a los franceses a levantar el asedio y regresar a Barcelona. Entonces Milans del Bosch hostigó a la gran columna en retirada. Los habitantes de los pueblos habían cortado el camino de la costa con grandes zanjas y montones de piedras, que impedían el paso de carros y cañones.
Penetró audazmente con sus hombres en la Cerdaña francesa, que devastó aterrorizando a la población
Rehabilitar la vía requería días de trabajo, y el general Duhesme no quiso permanecer detenido en aquella ratonera. Ordenó quemar carretas y carruajes y arrojar los cañones al mar. Una vez desembarazados, los franceses iniciaron la marcha a pie, transportando en camilla a los heridos y enfermos, mientras los guerrilleros acosaban día y noche. El 20 de agosto llegaron a Barcelona, totalmente agotados, con Francisco y sus hombres pisándoles los talones.
Su actitud lo convirtió en un héroe local, al que se atribuían hazañas que todavía se cuentan: como redoblar numerosos tambores para que el enemigo se creyera rodeado por un gran ejército, colocar del revés las herraduras del caballo para disimular el sentido de su marcha o agarrar en el aire la bala de un cañón disparada con poca pólvora.
El mariscal de campo
A comienzos de 1809, sus hombres ya sumaban una brigada. También habían llegado a Cataluña tropas regulares del Ejército. Los franceses, mientras tanto, pasaban por serios apuros. Sin embargo, reaccionaron, recuperaron Madrid y establecieron el tercer sitio de Girona, que conquistaron en diciembre.
La adversidad militar española potenció las guerrillas, y en marzo del año siguiente Milans del Bosch fue promovido a brigadier de infantería. Penetró audazmente con sus hombres en la Cerdaña francesa, que devastó aterrorizando a la población. Los patriotas lograron dominar gran parte de la Cataluña interior, y Milans fue nombrado comandante general del cantón de Olot.
Pero las fuerzas de Cataluña sufrían graves desavenencias. El marqués de Campoverde, general en jefe, menospreciaba a los miqueletes, somatenes y guerrilleros. Se enfrentó con varios oficiales importantes, entre ellos los hermanos Milans del Bosch. Arrestó a Rafael y destituyó a Francisco acusándolo de “díscolo, inobediente y revoltoso”.
El acusado respondió con una “exposición pública”, que hizo imprimir y distribuir, y cuyo texto se iniciaba con una perdigonada liberal: “La libertad de imprenta, primer fruto de los esfuerzos de la Nación...”.
Los franceses lograron dominar nuevamente la situación, hasta el extremo de que, en verano de aquel año, las tropas galas asaltaron y tomaron Tarragona, sometiéndola a una terrible venganza. La pérdida provocó tal desconcierto que un consejo de guerra de generales acordó abandonar la lucha en Cataluña y embarcar sus tropas en Arenys de Mar. Sin embargo, la decisión fue rechazada por los generales catalanes, que continuaron la guerra con sus propias milicias.
Hacía ya más de un año que las autoridades patrióticas organizaban una monarquía constitucional, dotada de unas Cortes, un gobierno y una regencia de tres miembros. Esta última consideró a Campoverde responsable de la situación en Cataluña y nombró nuevo capitán general a Luis de Lacy. Era un liberal avanzado, que reconstruyó rápidamente el Ejército, dirigió una guerra sin cuartel contra los franceses e impuso las medidas liberales promulgadas por las autoridades establecidas en Cádiz.
Francisco Milans del Bosch se convirtió en su mano derecha, tanto en la política como en el combate. Ascendió a mariscal de campo y, aunque solo contaba con los batallones de Ausona y Mataró, a principios de 1812 se enfrentó a una fuerza francesa de unos 4.000 hombres y 300 caballos.
Las discrepancias de Lacy con las autoridades catalanas y su liberalismole hicieron incómodo a los británicos
Dispuso a su gente en escalones y combatió durante cinco horas, hasta que los napoleónicos, con 50 bajas, se retiraron a Arenys de Munt, mientras su tropa había sufrido 15 muertos y 22 heridos. Pese al esfuerzo, al día siguiente tuvo ánimos para casarse en segundas nupcias.
Las discrepancias de Lacy con las autoridades catalanas y su exaltado liberalismo acabaron por hacerlo incómodo a los británicos, que intrigaron ante la regencia para alejarlo del principado. Lo consiguieron en 1813, cuando fue nombrado capitán general de Galicia. A los pocos días, su amigo Francisco se veía destinado a Madrid.
Victoriosos sin victoria
La campaña de Rusia había agotado los recursos de Napoleón. En España, las tropas hispano-inglesas presionaban con éxito, y vencieron en batallas definitivas. En 1814, Fernando VII regresó para ocupar el trono que tan bravamente habían defendido los españoles, ahora divididos entre absolutistas y constitucionalistas.
El rey optó por la monarquía absoluta: abolió la Constitución y todas las normas emanadas de las Cortes y luego hizo encarcelar a las autoridades constitucionales y a los diputados liberales más destacados.
Fernando VII confió el Ejército al reaccionario general Francisco Ramón de Eguía, que disolvió el Estado Mayor y la academia de oficiales, rebajó los sueldos, depuró a los mandos, restauró los garrotazos y la carrera de baquetas como castigos de la tropa y prohibió vestir de paisano, dejarse bigote o patillas y llevar pendientes de aro, como hacían los húsares franceses y los marineros.
Muchos héroes de la guerra quedaron a medio sueldo o fueron enviados a pésimos destinos en las fronteras o las milicias provinciales. La consecuencia fue una poderosa corriente de militares descontentos, que comenzaron a pronunciarse a favor de la Constitución de 1812. Todos ellos fracasaron, y cuando fueron capturados pagaron con la vida.
En 1817 Lacy llevaba tiempo destituido cuando fue “a tomar las aguas” al balneario de Arenys de Mar, cercano a la masía de los Milans del Bosch. Entraron de inmediato en contacto y prepararon una conspiración, que se extendió a núcleos liberales de toda España y del exilio y a los republicanos franceses.
Su plan consistía en concentrar las tropas de Mataró y Arenys en la masía mientras se levantaban barricadas en Barcelona. Sin embargo, la noche prevista para el pronunciamiento solo llegaron dos compañías de Arenys, y de madrugada varios oficiales avisaron que habían sido descubiertos. El capitán general de Cataluña envió fuerzas para detener a los sublevados, cuya tropa había desertado ante las malas noticias.
El pronunciamiento de Riego restableció el sistema constitucional y Milans del Bosch regresó a España
Francisco y un grupo de conjurados pudieron huir a Francia, desde donde embarcaron para Gibraltar. Él marchó luego a Buenos Aires y sirvió en el ejército argentino durante más de tres años. En cambio, Lacy fue capturado, conducido a Mallorca y fusilado en el castillo de Bellver.
En defensa de la Constitución
Al cabo de tres años, el pronunciamiento de Riego y Quiroga restableció el sistema constitucional y Francisco Milans del Bosch regresó a España, donde recuperó su grado de mariscal de campo. Ocupó, además, cargos importantes en la masonería y presidió la Sociedad Patriótica de Barcelona. Los partidarios del absolutismo no se resignaron.
Organizaron guerrillas que fueron muy importantes en Cataluña y, con el nombre de Ejército de la Fe, se apoderaron de la Seu d’Urgell, donde establecieron una regencia propia. Contra ellos marchó el general Francisco Espoz y Mina, con Francisco Milans del Bosch como jefe de las tropas de Girona y Vic, y tras una campaña que p rodigó ferocidad en ambos bandos, los liberales reconquistaron la Seu, el Ejército de la Fe se refugió en Francia y Francisco fue ascendido a teniente general por méritos en campaña.
Pero las grandes monarquías europeas, coaligadas en la Santa Alianza, no estaban dispuestas a tolerar una monarquía constitucional en España. Así, en 1823, cruzó el Bidasoa el ejército de los Cien Mil Hijos de San Luis, formado por unos 60.000 soldados franceses más los restos del Ejército de la Fe.
La mayor parte de los generales españoles se rindió o pasó al enemigo. En cambio, Espoz y Mina, Milans del Bosch, Llovera y Manso se aprestaban para luchar en Cataluña. Francisco libró en Mataró un empecinado combate contra los franceses, retirándose después para defender Tarragona, mientras Espoz y Mina lo hacía en Barcelona y Manso luchaba en campo abierto. Hasta que este último capituló, y Francisco debió entregar Tarragona.
No se dejó capturar, sino que aprovechó su experiencia para llegar hasta la frontera francesa y luego se refugió en Inglaterra. Vivió unos años en Londres y Jersey, hasta que se trasladó a Montpellier, en Francia, donde le sorprendió la Revolución de 1830.
La victoria de los liberales franceses animó a los exiliados españoles, que emprendieron diversas intentonas en España. Espoz y Mina preparó una penetración por los Pirineos, asignando a Francisco la columna que debía entrar por Bourg-Madame. Sin embargo fracasaron. Milans del Bosch fue detenido por los gendarmes franceses, conducido a Perpiñán y luego dejado en libertad.
Muerto Fernando VII, se publicó un decreto de amnistía que permitió a Francisco, avejentado y enfermo, regresar
Continuaba exiliado cuando, en 1832, un anciano y achacoso Fernando VII entregó provisionalmente el gobierno a su cuarta mujer, María Cristina de Nápoles, que tropezó con una hacienda arruinada y la oposición de su cuñado, el infante Carlos María Isidro.
En busca de apoyo, la reina se confió a ministros moderados, que tomaron medidas para activar la economía, reabrieron las universidades y publicaron un decreto de amnistía. Gracias a él regresaron muchos emigrados, entre ellos el propio Francisco Milans del Bosch, avejentado y enfermo.
Sus sobrinos le acogieron en la masía de Sant Vicenç, porque su hermano Rafael había fallecido pocos años antes. Fernando VII murió en 1833, y el guerrillero le sobrevivió más de un año. Hasta que, a finales de 1834, expiró en la casa que rodeaban los pinos de su niñez, peinados por los vientos del mar.
Este artículo se publicó en el número 486 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.