Juego limpio
Opinión
En plena canícula del 2023, cuando las temperaturas en nuestro país superaban tranquilamente los 40 grados y el secretario de las Naciones Unidas se permitió afirmar que estábamos pasando del calentamiento a la ebullición global, publiqué este artículo titulado ¿Prefieren la humanidad al punto o poco hecha? sobre el cambio climático y la urgencia pero a la vez la tremenda dificultad de cualquier replanteamiento hacia estrategias alimentarias más sostenibles por la necesidad de concienciación, el esfuerzo, la transición y también, claro, por su coste económico.
Reclamaba que era imprescindible una buena educación y una adecuada legislación, pero que esta debía considerar que el mundo es uno. Que no se pueden poner puertas ni al campo ni al cambio climático y que la responsabilidad ambiental de Europa requería tener en cuenta también la competitividad de sus agricultores, ganaderos, pescadores y toda la industria relacionada para garantizar un desarrollo realmente sostenible y responsable del sistema alimentario europeo. Todo ello sin proteccionismos ni mercantilismos trasnochados, evidentemente, pero con las cláusulas espejo necesarias y demás elementos de justicia para garantizar un juego limpio.
Por fin, acababa recordando la dificultad de la empresa y la necesidad de pilotaje: “Alguien muy listo y con mando en plaza tendrá que saber aplicar teoría de juegos…” Teoría de juegos, sí, y no es que un servidor tenga ni idea de esta área de las matemáticas aplicadas que ayuda a comprender las interacciones, los incentivos, la toma de decisiones en economía o política y la conducta humana en general. A duras penas soy capaz de recordar el famoso dilema del prisionero o el concepto del equilibrio de Nash, pero este tipo de planteamientos me ayuda a ser consciente de que las soluciones difícilmente pueden abordarse sin ponerse en el sitio del otro, sin conocerlo y entender lo que quiere, necesita y piensa. Imaginen por cuanto se multiplica toda esa complejidad cuando los agentes, situaciones e intereses son múltiples, diversos y hasta alejados.
En los últimos días, hemos asistido a dos anuncios que han soliviantado a no pocos agentes de nuestro sector primario. Por un lado, el acuerdo de la Unión Europea con Mercosur, por otro, las restrictivas condiciones impuestas por la Comisión Europea a los pescadores del Mediterráneo. Siendo diferentes, las dos noticias impactan en actividades esenciales que últimamente han visto ya fuertemente comprometida su viabilidad. Han empezado, pues las reacciones, discusiones, movilizaciones y negociaciones. Será necesaria mucha diligencia y aún más inteligencia en sus múltiples acepciones para romper los mínimos huevos posibles y cuajar las tortillas que deben dar de comer a cuantos más mejor y por más tiempo.
Un hombre remienda una red de pesca en el muelle de pescadores de Barcelona
Y en el proceso convendrá recordar que, entre otras cosas, la teoría de juegos nos enseña que no siempre el posicionamiento que nos beneficia más o perjudica menos es el que parece. Y hasta que ese mismo posicionamiento inicial puede cambiar cuando la mirada es capaz trascender el corto plazo.
También será necesario evitar caer en la simplicidad de identificar a los otros como enemigos, creer que la mejor defensa es siempre un buen ataque o pensar que los de casa son incuestionablemente más guapos, aunque los queramos. Aún menos dejarse llevar por la doctrina imperante que condena irremisiblemente a los pequeños, porque esta ley de la selva no funciona en el campo, no es humana ni al final conviene a nadie. A nadie porque crecer está muy bien, pero el “cuanto mayor mejor” sin reglas, conduce irremisiblemente a la extinción.
El mandato entero fue “Creced… y multiplicaros”. La diversidad es virtud, lo pequeño es bonito y unos oligopolios incontrolados, que ya resultan perniciosos en cualquier actividad económica, para la alimentación serían nefastos.
Con las cosas de comer no se juega. Al menos no se juega sin reglas, por lo que legislar bien será crucial.
Pero yo sigo creyendo que la educación es capital, por todo lo que nos jugamos.