Dickens, el activista contra la pobreza
Personajes
Hoy en día es común encontrar a famosos advocando por causas sociales. Dickens fue el primero que decidió usar su celebridad para cambiar las cosas
Dickens, explica su descendiente xxxxxx, no fue el primer escritor con una causa, pero sí el primero en utilizar su fama para ella. “Era enormemente famoso a escala internacional, y utilizó su celebridad de un modo muy efectivo. Además, siguió trabajando como periodista hasta el final de sus días. Ejerció un periodismo de denuncia e investigación: animaba a la gente a que le contara las injusticias. Fue muy influyente en conseguir que la población más pudiente pensara en la pobreza y en lo que implicaba ser pobre. ¡Él lo había sido y lo sabía!”.
El debut en la escritura
La carrera literaria de Dickens empezó a los veintiún años; cinco años antes había abandonado la escuela para trabajar, primero como pasante en un bufete de abogados y después como taquígrafo judicial. En algún momento aspiró a ser actor, pero ganó la escritura, profesión en la que debutó como periodista parlamentario. En 1834 empezó a colaborar en el diario Morning Chronicle, de ideología liberal, con la que simpatizaba la naciente burguesía industrial.
Su estilo empezó a llamar la atención, y en 1836 se publicó Sketches by Boz (Boz era el seudónimo que utilizaba), una recopilación de sus mejores artículos. Ese mismo año apareció la primera entrega de su primera novela: Los papeles póstumos del club Pickwick, una sátira en torno a un club de extravagantes caballeros británicos, influenciada por el Quijote, una de sus obras preferidas. Su trabajo causó sensación, y en pocas semanas Dickens se convirtió en el escritor más popular del país.
Poco antes se había casado con Catherine Thomson, hija de un respetado periodista escocés. La luna de miel la pasaron en el Chatham de la infancia de Dickens y se instalaron en el londinense barrio de Bloomsbury, el de la intelectualidad por excelencia. El traslado, en 1837, coincidió con el inicio del largo reinado de la joven reina Victoria, que marcaría la cúspide del Imperio británico. Pronto empezaron a sucederse los numerosos hijos, y Charles se volcó en su trabajo, combinando el periodismo, la literatura y la edición de revistas a un ritmo frenético.
“Era definitivamente un adicto al trabajo. Estaba obsesionado por que, a diferencia de él, todos sus hijos tuvieran una seguridad financiera. Pero su padre andaba siempre metido en deudas y él no lograba ahorrar. Toda su vida sintió el miedo de perderlo todo”, señala Lucinda Hawksley. Sin embargo, su talento e imaginación eran inagotables. Otro de sus biógrafos, Peter Ackroyd, calcula que llegó a crear dos mil personajes en sus catorce novelas.
En 1838 empezó la serialización de Nicholas Nickleby, ambientada en Londres y con un joven protagonista que, tras la muerte de su padre, debe sostener económicamente a su madre y a su hermana. La tienda de antigüedades (cuya primera entrega empezó en 1840) tiene como protagonista a una joven e inocente huérfana, mientras que en Barnaby Rudge –su primera novela histórica– el héroe es un joven demente en un Londres turbulento. Esta obra, no tan bien acogida como las anteriores, inspiró al estadounidense Edgar Allan Poe para escribir su poema El cuervo .
Dickens era una celebridad en América, adonde viajó ese mismo año con su esposa, siendo recibido con honores casi propios de la realeza. De todos modos, no volvió muy impresionado de su periplo: allí reivindicó sus derechos de autor, que no eran respetados en el país. De hecho, otro de sus legados, muy poco conocido, es que resultó clave para contribuir a una ley internacional sobre esta parte de la propiedad intelectual. La denuncia incansable Martin Chuzzlewit (1843), considerada la última de sus novelas picarescas, tiene como trama el egoísmo humano. En ella aparecen dos de sus villanos más conocidos: Seth Pecksniff y Jonas Chuzzlewit.
Sin embargo, sería el personaje de Ebenezer Scrooge, el avaro sin corazón protagonista de Cuento de Navidad, del mismo año, quien se llevara el premio a malvado del siglo. Aunque se redime, Scrooge –el usurero que siente “repugnancia” hacia los pobres– es un personaje que ha trascendido la obra, y otra muestra del impacto de Dickens en la cultura popular. Cuento de Navidad no solo creó un nuevo género literario, sino que reforzó la vertiente activista del escritor, siempre dispuesto a denunciar las injusticias sociales y los abusos del sistema judicial inglés, incluso en un ambiente amable como el navideño.
Una anécdota, descrita por Claire Tomalin en su biografía, ilustra muy bien este propósito de Dickens. En 1840, el escritor participó como jurado en un caso contra una joven criada, acusada de infanticidio. La chica, huérfana y analfabeta, dio a luz a un bebé muerto en la cocina de la casa donde servía. Su patrona no la creyó y la denunció. La intervención de Dickens fue fundamental para evitar que fuera condenada a muerte: no solo se personó durante todo el proceso (“y eso que era, sin duda, el más ocupado de los doce hombres”, escribe Tomalin), sino que se encargó de que le hicieran llegar comida a prisión y contrató un abogado para la defensa de la criada. La sentencia fue benévola. “Gracias a su energía y dones extraordinarios, Dickens consiguió salir de la pobreza, pero nunca la olvidó ni evitó mirarla de cara”, resume la biógrafa.
En David Copperfield , su octava novela, publicada entre 1848 y 1850, el autor echa cuentas de su propia vida. Escrito en primera persona, es su libro más autobiográfico y, en sus propias palabras, su favorito. La obra causó sensación: lord John Russell, entonces primer ministro, la leía en voz alta a su esposa. “Lloramos hasta sentirnos avergonzados”, confesó. También impactó a un Henry James niño que, escondido bajo la mesa del salón, escuchaba la lectura de la obra en su casa neoyorquina. Sus sollozos le descubrieron.
“Creo que Dickens quería reformar al individuo, cambiar los corazones y las mentes de la gente, de los malos Scrooges”, afirmó a la BBC Michael Slater, catedrático de Literatura Victoriana en el Birkbeck College, de la Universidad de Londres, y experto en el novelista. “Su idea principal fue que, por encima de todo, los pobres debían tener casas decentes, una educación decente y todas las oportunidades para tener una vida igualitaria. En todo su trabajo, tanto en el periodístico como en el novelístico, hay una continuidad sobre este tema”.
Esta intención reformadora no siempre fue bien recibida: Virginia Woolf, por ejemplo, no apreciaba las novelas de Dickens. La escritora aseguraba que, al finalizarlas, se veía forzada a donar dinero a una organización caritativa. Eso, decía, no es lo que el arte debería impulsar. Pero Dickens creía firmemente que la literatura podía mejorar a las personas o, por lo menos, conmoverlas. Y eso fue lo que hizo, de forma incansable y sin olvidar el sentido del humor, hasta el fin de sus días. Escribiendo nuevas obras maestras como Tiempos difíciles (1854), Historia de dos ciudades (1859) y Grandes esperanzas (1861), sin dejar de denunciar las desigualdades de clase y la explotación de los pobres en el entonces país más poderoso del mundo.
Murió en 1870, a los 58 años, de una embolia, aseguran que por el agotamiento que le provocó una segunda gira por Estados Unidos. Él y su esposa Catherine ya vivían separados desde hacía tiempo. Dos años después se publicó la biografía de su amigo John Forster, donde se revelaba, por primera vez, el traumático episodio vivido en su preadolescencia. Nunca había hablado en público del mismo. En cierto modo, no hacía falta: aquel trance estuvo presente en toda su vida y obra.
Este texto forma parte de un artículo publicado en el número 627 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.