¡Fuera neuromitos! Ni el cableado cerebral se completa a los tres años ni sobreestimular al niño le hace más listo
Cerebro infantil
La neurocientífica Tiziana Cotrufo desmonta malentendidos sobre la mente infantil derivados de una lectura errónea de hechos científicos
¡Alerta con estas señales! El niño puede ser disléxico
“La biología te da un cerebro, la vida lo convierte en una mente”, comentó en una ocasión el novelista norteamericano Jeffrey Eugenides. De hecho, el “procesador” con el que nacemos poco tiene que ver con el que se alcanza en la infancia. “El niño de cinco años es capaz de ejecutar funciones muy distintas a las del bebé de pocos meses, no solo porque le hayamos incorporado contenidos adicionales, sino también, y sobre todo, porque su cerebro es en sí mismo distinto”, explica en su libro En la mente del niño (Shackleton Books, 2020) la doctora en neurobiología Tiziana Cotrufo.
En muchas ocasiones el cerebro es comparado con un ordenador, un espacio que se puede programar. Sin embargo, si hay una fase en la vida del individuo en la que esa imagen computacional resulta especialmente inadecuada es la infancia. Esta y otras asunciones han derivado en mitos sobre la mente de los niños.
“Los neuromitos son conceptos erróneos sobre la mente y el cerebro generados por un malentendido, una lectura o cita errónea de los hechos científicamente establecidos para defender el uso de las neurociencias en la educación y en otros contextos”, comparte la doctora. Junto a ella, desmontamos los más populares.
Algunos neuromitos
1. Los niños (y adultos) emplean solo el 10 % del cerebro
Se cree que la literatura fantástica y algún método para reforzar la promoción del cerebro pueden ser los responsables de la difusión de este concepto. “También el hecho que niños a los cuales ha sido exportado un entero hemisferio cerebral para resolver epilepsias muy difíciles de tratar, hayan podido recuperar muchas funciones y restablecer un desarrollo más normal, ha apoyado este neuromito”.
Pero una simple prueba de imagen en este órgano, como el electroencefalograma, demuestra que ningún área está totalmente inactiva, ni siquiera cuando dormimos. “Aunque el cerebro de un humano adulto represente el 2% del peso corpóreo, cada día utiliza un 20% de glucosa disponible, y en los niños un 50%; esto sería incompatible con la idea que funcione solo un 10% de nuestro cerebro”.
2. Los hemisferios cerebrales son independientes
Otro mito difundido es que los dos hemisferios cerebrales funcionan cada uno por separado, controlando tareas independientes del cerebro. “Es cierto que el cerebro está lateralizado y algunas funciones muy específicas las llevan a cabo neuronas en áreas concretas de un hemisferio, pero es necesaria la asociación entre todas las áreas para dar una comprensión exhaustiva de los estímulos y planear una respuesta adecuada”, explica Cotrufo.
La experta destaca cómo esta interpretación fallida del funcionamiento del cerebro ha llevado al nacimiento de muchos programas educativos que se basan en este neuromito y que intenta reforzar el aprendizaje de los niños con actividades específicas para el hemisferio supuestamente más débil.
“Aunque sin duda haya estudiantes con más predilección para los cálculos u otros para las artes, en ambos casos el cuerpo calloso (el enorme haz de fibras nerviosas) funciona de la misma forma en conectar los dos hemisferios cerebrales y les permite usar todas las áreas del cerebro para entender un problema o ejecutar de una tarea”.
3. Los periodos críticos limitan la capacidad de aprender
Existen ciertas ventanas temporales en las cuales son niños son más sensibles al desarrollo de una habilidad sensorial, cognitiva o motora. Se conocen como periodos críticos o sensibles. “Para entenderlo fácilmente pongo siempre el mismo ejemplo a mis estudiantes ‘si un niño recién nacido crece en un ambiente sin luz, completamente a oscuras, durante un tiempo aproximado de 5-7 años nunca más volverá a ver correctamente, será prácticamente ciego. Si ponemos un adulto en las mismas condiciones, 5-7 años, el sí que podrá volver a ver”.
Estas situaciones sirven para entender que durante estos intervalos temporales las conexiones nerviosas en determinadas áreas del cerebro se van estableciendo a través de estímulos (en este caso visuales). Si no se producen durante mucho tiempo, el cerebro entiende que no tienen necesidad de ver, por ello no sobreviven las conexiones entre las neuronas que relacionan las áreas cerebrales de la visión. Lo mismo ocurriría con aspectos relacionados con el habla, el movimiento, y muchas más habilidades, cada una con su ventana temporal.
“Algunos medios de comunicación siguen difundiendo la idea de que los niños aprenden fundamentalmente de los cero a los tres años, el período de máxima plasticidad cerebral, y que si no se aprovechan todos los minutos de estos años preciosos, habrán perdido su oportunidad de lograr un éxito pleno de adultos”, dice la neurobióloga. Y explica que aunque se trata de una etapa muy importante en el desarrollo, también lo es la adolescencia para funciones como la toma de decisiones, el autocontrol y la concentración. “Un ambiente normal y sentido común garantizan el perfecto cableado, sin necesidad de una hiperestimulación”.
4. Los ambientes enriquecidos incrementan la capacidad de aprendizaje del cerebro
Relacionado con el anterior, este neuromito nace de una mala interpretación de la evidencia. En concreto de que animales de laboratorio criados en ambientes enriquecidos con estímulos obtienen resultados sensiblemente mejores en los test de aprendizaje y memoria, así como en los que miden sus reacciones a las emociones y al estrés. “En la sociedad actual, la idea de un ambiente enriquecido se ha percibido como una necesidad para los niños de muchos estímulos y con características especiales; han aparecido, en casa e incluso en las guarderías, bits de inteligencia, juegos sofisticados, pantallas interactivas”, comenta la autora de En la mente del niño.
La diferencia radica en que los ambientes enriquecidos para roedores cuentan con una rueda para ejercicio, otros individuos para que se relacionen socialmente, y tubos o casitas para jugar. “Tratemos de recordar que la verdadera riqueza se encuentra en todo lo que hay en la naturaleza, y que coincide con nuestra naturaleza de seres sociales”.
En este ámbito, permitir que los niños se aburran puede ser una herramienta para manejar su propio crecimiento. “Manejar el aburrimiento puede llevar a un niño a establecer importantes conexiones sinápticas (las que se producen entre las neuronas) que le permitirán ser más creativo y concebir nuevas ideas”, justifica la neurobióloga.
5. Las conexiones neuronales alcanzan su desarrollo a los tres años
Nacemos con muchas más neuronas de las que necesitamos. De ahí que el sistema nervioso se deshaga de las que no sirven. Este hecho, llamado apoptosis o muerte neuronal programada, es algo necesario para que el cerebro pueda completar su desarrollo. “Resulta tan ilógica la idea de que un órgano pueda completar su desarrollo solo tras la muerte de algunas de sus células inservibles que se han necesitado más de treinta años de claras observaciones experimentales para confirmarla”, cuenta Cotrufo. El objetivo de este proceso es que no haya ni una neurona más de las que son estrictamente necesarias. Y en el sistema nervioso central ocurre más o menos lo mismo.
El cerebro cuadruplica sus dimensiones a lo largo de los primeros tres años y alcanza, con solo seis años, aproximadamente el 90 % del volumen que tendrá en la edad adulta. El proceso de eliminación de las neuronas sobrantes y el de pruning o poda neuronal son mecanismos que favorecen la plasticidad sináptica. “Hasta no hace mucho los investigadores creían que el cableado del cerebro quedaba definitivamente establecido a los tres años y que se alcanzaba el completo desarrollo entre los diez y los doce años. La investigación realizada mediante la imagen por resonancia magnética funcional (IRMf) muestra, en cambio, que el cerebro continúa desarrollándose hasta los veinte y los treinta años, y en menor medida pasadas estas edades”.
6. Las capacidades cognitivas se desarrollan en las aulas
Pasamos horas ante el ordenador y los horarios laborales suelen ser interminables. Los niños utilizan mucho los dedos para jugar a los videojuegos, pero mucho menos las piernas para correr en espacios abiertos. “Esta reducción de la actividad física podría, con el tiempo, tener un efecto en el desarrollo adecuado del cerebelo. En la escuela, hasta ahora, el recreo y el juego son lo primero que se sacrifica cuando no hay suficiente tiempo para aplicar el programa”, denuncia la experta en neurociencia.
Además, los patios de escuela tienden a ser cada vez más pequeños debido a la necesidad de tener aulas de informática y de audiovisuales, entre otras. “Pero son justamente estos momentos y estos espacios los que posiblemente resulten más importantes para el desarrollo de las capacidades cognitivas. Recordemos que el principio use it or lose it (lo que no se usa se pierde) es válido también para el cerebelo”, enfatiza.
7. Algunas modalidades sensoriales facilitan el aprendizaje
Algunos educadores, profesores o padres están convencidos que los niños aprenden mejor si reciben la información según el estilo preferido por sus cerebros, en referencia al visual, al auditivo o al cinestésico, entre otros.
“Esta conclusión se deduce de que existen regiones específicas en la corteza cerebral para la elaboración de una sola modalidad sensorial, como, por ejemplo, la visual o la auditiva. Esta regionalización nace de la necesidad de que el cerebro no se pierda ninguna característica de los estímulos percibidos, adquiera conciencia de todo su significado, y opte por una respuesta adecuada”, detalla Cotrufo.
Algo que sucede únicamente cuando el cerebro integra los diversos tipos de información (visual, auditiva, táctil etc.) a través de las regiones asociativas. “Obviamente puede haber preferencias, y es posible que una modalidad funcione mejor que otra, pero el proceso intelectual que permite el aprendizaje necesita que todas las modalidades se integren en el cerebro entero”, concluye la autora de En la mente del niño.