Deja ya de elogiar al niño y... ¡ayúdalo a equivocarse!
Educación emocional
Facilitar que los hijos comentan errores puede ser una de las claves más importantes de su aprendizaje y desarrollo
Los doce errores más comunes de los padres
Como padres, a menudo contemplamos con asombro y deleite las capacidades de nuestros retoños. A mí siempre me sorprende la habilidad de mi hija para trepar sin esfuerzo aparente al árbol más alto, para fijarse en los detalles más increíbles cuando caminamos juntas por la calle y para ver el mundo, el suyo pero también el mío, con una bondad y una sencillez que ya desearían para sí muchos adultos. La tentación de elogiarlos todo el tiempo por sus logros es grande, pero los expertos coinciden cada vez más en señalar que decirles a nuestros niños que son los más listos y los más guapos no les ayuda en nada, más bien al contrario.
Muchos padres asumen, no obstante, que su misión en la vida es ayudar a sus retoños a tener éxito, pero las últimas investigaciones al respecto apuntan a que es mucho más efectivo y saludable ayudarles a equivocarse. Al parecer, la poca tolerancia a los errores es un caldo de cultivo ideal para la ansiedad infantil y, lo que es peor, puede hacer que los niños acaben por rendirse o dejen de probar cosas nuevas.
Varios autores han hablado en los últimos años de la importancia de permitir que los niños se equivoquen, un mensaje que poco a poco ha ido calando entre los padres. Como explica la profesora de matemáticas de la Universidad de Stanford Jo Boaler en un artículo publicado por la revista especializada YouCubed, “los errores desarrollan el cerebro”. Según Boaler, equivocarse aumenta la actividad sináptica, ya sea que nos demos cuenta de nuestro error o no.
“Las investigaciones recientes acerca del cerebro y los errores son tremendamente importantes para los padres y los profesores de matemáticas, puesto que nos dicen que cometer un error es algo muy bueno. Los errores no son solo oportunidades para aprender, que es como los estudiantes suelen considerarlos, sino que son también oportunidades para que el cerebro se desarrolle y crezca. Comprender su potencial es crítico, puesto que, en general, los niños y los adultos se sienten fatal cuando se equivocan. A menudo piensan que no se les dan bien las matemáticas, porque han crecido en una cultura que prima el resultado y en que las equivocaciones no se valoran, sino que más bien se penalizan”, señala Boaler.
Para esta investigadora, el entorno de trabajo en el que se mueven los niños también es crucial a la hora de determinar su actitud hacia el error, y cita un estudio reciente que demostró que cuando los estudiantes perciben que el entorno de la clase es favorable y los profesores les explican que equivocarse tiene un impacto favorable en sus cerebros, los chavales tienden a esforzarse y a trabajar mejor.
“Los errores aumentan la actividad sináptica, son oportunidades para que el cerebro se desarrolle y crezca”
Jo Boaler
Profesora Matemáticas, U. Stanford
Pero, ¿cómo ayudar a los niños a equivocarse cuando el entorno no incluye esta sensibilidad? La psicóloga e investigadora norteamericana Carol S. Dweck explica desde hace años que la clave de la resiliencia de los más pequeños está en la actitud de los propios padres hacia el error. Dweck introdujo hace algunos años en su libro, Mindset: la actitud del éxito (Sirio), los conceptos de mentalidad fija y mentalidad de crecimiento.
Según esta autora, las personas con una mentalidad fija creen que sus habilidades son innatas y no pueden cambiar, mientras que las personas con mentalidad de crecimiento piensan que sus habilidades pueden mejorar mediante el esfuerzo y la aplicación de las estrategias adecuadas.
Un estudio realizado por la misma Dweck y Kyla Haimovitz en 2016 demostró que, precisamente, el tipo de mentalidad de los padres determina en gran medida el comportamiento de los hijos. Si los padres tienden a creer que las fortalezas y talentos de sus hijos son innatas, ellos lo reflejarán y actuarán en consecuencia. Sus errores no les servirán para aprender más, sino al contrario, puesto que los considerarán una muestra de su incapacidad y de su falta de habilidades. Si pueden, los evitarán, y si los cometen, se frustrarán.
En cambio, si los padres enseñan a su hijo que aprender es un proceso en el que entran en juego el esfuerzo y el uso de las estrategias adecuadas, el niño utilizará los errores como parte de su aprendizaje, dejará de tenerles miedo e incluso les sacará provecho.
Una manera sencilla de ayudarles a gestionar sus equivocaciones es mediante el ejemplo. Resulta útil explicarles que las cosas no siempre suceden como nos imaginamos y que todo el mundo falla, incluso nosotros, y que tan buena puede resultar una cosa como la otra si de lo que se trata es de aprender. Compartir ejemplos de errores pasados y explicarles los de nuestro día a día pueden ayudarles a gestionar sus propias decepciones. También, trabajar con ellos la aceptación, y a la vez fomentar sus capacidades para resolver problemas de forma autónoma.
Trabajar la aceptación
Compartir ejemplos de errores pasados puede ayudarles a gestionar sus propias decepciones
Una pregunta que puede ayudarles a buscar soluciones alternativas cuando se enfrentan al error es quizá: “¿Y qué puedes aprender de esto?”. Quizá un suspenso en matemáticas puede servirle para darse cuenta de que sería interesante para él hablar con su profesor y buscar entre los dos maneras alternativas de aprender ciertos conceptos que se le resisten. O quizá ese violín que le encanta pero que le sigue sonando fatal es una buena oportunidad para darse cuenta de que hay habilidades que necesitan de mucha práctica, o que necesita reforzar un ejercicio concreto, aunque las primeras veces puedan resultar desalentadoras.
Y si todo eso nos falla, siempre podemos darle la vuelta al asunto y contemplar los errores desde otra perspectiva. ¿Y si después de todo estos no existieran? “Las equivocaciones, tal y como las entendemos, no existen para el cerebro”, afirma en este sentido el investigador y divulgador David del Rosario. “De hecho, siempre nos estamos equivocando, pues en cada momento, existe un error de predicción. Estos errores son la base con la que construimos modelos del mundo”.
Según este autor, existe una red neuronal que todo el tiempo se pregunta cuán diferente es la realidad de lo que imaginamos. “Aprender no es: yo recibo un estímulo y creo una base de datos (memorias) de cómo reaccionar a dicho estímulo con éxito. Aprender es convertirnos en maestros de la predicción. Es, en cierto modo, minimizar el error de predicción, es decir, mejorar nuestras imaginaciones para que la diferencia entre la realidad y mis predicciones acerca de lo que ocurre sean aceptables”, concluye.