Hazlo fatal, pero hazlo de todos modos
Atreverse con el error
Emprender actividades que se nos dan mal nos ayuda a cultivar la paciencia, la humildad, la autoestima y la presencia
Los deportes de raqueta se me dan fatal. Lo sé porque a lo largo de mi vida he intentado practicar sin éxito el pádel, el squash y el tenis. Soy esa persona con la que nunca querrás jugar a palas en la playa, a menos que tu idea de pasarlo bien con ese deporte sea ocupar la mayor parte del tiempo recogiendo bolas perdidas. Por eso, el día que mi hija me pidió que jugáramos a ping pong en la mesa del comedor le dije que era mejor que probara a hacerlo con otra persona. “Pero yo quiero jugar ahora”, respondió con la impaciencia propia de su corta edad. Como estábamos solas en casa y ella había pasado un buen rato dedicada a construir una red casera, armada con unos hilos y unas ventosas, me sentí obligada a acceder a su petición. “De acuerdo, pero que sepas que no soy nada buena en este juego”. “Genial, yo tampoco”.
Debimos de jugar unos veinte minutos en total, y aunque no conseguimos enlazar más de tres tiros seguidos, y eso con mucha práctica, lo pasamos muy bien. Tan bien que el “ping pong tonto”, como empezamos a llamarlo desde ese momento, ha pasado a ser una diversión habitual en casa. Sigo haciéndolo fatal, pero me alegro de haber vencido mi resistencia inicial para jugar a algo en lo que sé que nunca voy a ser excelente. Ni siquiera mediocre, para ser sincera.
Pensando en ello días después de aquella primera vez, me di cuenta de que lo que me resultó relativamente fácil de hacer aquel día, protegida por la seguridad de los muros de mi casa y la mirada inocente de una niña, no es algo que repita a menudo con otras actividades. ¿Por qué detestamos emprender actividades que no se nos dan bien? ¿Por qué ese freno psicológico al error?
Valorar el aprendizaje más allá de su resultado
Karen Rinaldi, editora y escritora estadounidense, explicó recientemente su experiencia siendo una pésima ‒aunque feliz‒ surfista en un artículo en The New York Times que se convirtió en un escrito viral. Rinaldi, que en breve publicará un libro sobre el tema, afirma que nuestra cultura se burla y juzga negativamente la ineptitud, aunque no hay nada inherentemente desagradable en ser malo en algo. Nos concentramos en esconder nuestras debilidades e incluso en negar que estas existan porque vivimos en una sociedad tan orientada al éxito que no nos permitimos dejar un espacio en el que cultivar nuevos talentos e intereses.
Para Jordi Mateu, pedagogo y presidente del Centro de Asesoramiento e Investigación de Educación Viva (Caiev), el énfasis en lo exitoso podría tener su origen en la educación: “La escuela tradicional pone el énfasis en el resultado, en conseguir aquello programado, más que en aprender a ser perceptivo y consciente de lo que vivimos, y así no favorece uno de las modalidades más importantes de aprendizaje para el bienestar personal y colectivo, el aprendizaje por auto observación”.
La autora británica Beth Kempton, por su parte, explica en Wabi Sabi, sabiduría de Japón para una vida imperfectamente perfecta, por qué todos deberíamos exponernos con regularidad al fracaso: “Me topo constantemente con la resistencia de las personas a ser principiantes debido a un tremendo temor al fracaso. Si empiezas algo nuevo es más que probable que cometas errores durante el proceso. No cabe duda de que es duro para nuestra psique. Pero el problema surge cuando tratamos de perseguir la perfección en un mundo en el que tantas cosas están fuera de nuestro alcance. La oportunidad de crecer radica en el esfuerzo, lo que inevitablemente significa que en ocasiones no ganaremos. Pero, si lo contemplamos desde el principio como lo que es, la oportunidad de expandir nuestra zona de confort y abrir nuestro corazón a una experiencia aún mayor, es un don”. ¿Podría ser un don, entonces, ser el peor jugador del equipo de fútbol siete de la empresa o el que más gallos suelta en el concurso de karaoke?
Marisa Blanco, fundadora y facilitadora global de Momo, una escuela que desde hace años trabaja con un modelo pedagógico innovador que privilegia el aprendizaje desde la experiencia, así como el respeto por los procesos individuales de los niños, opina que nuestra poca tolerancia a la frustración en estas situaciones es fruto de un modelo educativo en el que aprendemos las cosas solo de una manera: “Si no encajamos en esa única manera sentimos frustración y dolor, así que tendemos a dejarlo para no continuar sintiéndonos así. Si simplemente cambiamos la expectativa inicial, dándonos más margen o buscando otra manera de hacer el aprendizaje, quizás nos permitiremos continuar haciendo nuestro proceso individual de aprendizaje, que es único en cada persona, y esa experiencia nos llevará al empoderamiento”.
“Tendemos a evitar todo aquello que nos resulta incómodo”
Jordi Mateu
Pedagogo
Jordi Mateu explica, en este sentido, que “tendemos a evitar todo aquello que nos resulta incómodo o puede producir dolor, lo cual tiene una cierta lógica, porque los seres vivos tendemos hacia el placer y evitamos el dolor”. Y advierte que “evitar las situaciones que son incómodas, conflictivas o que puedan ser dolorosas emocionalmente nos puede impedir vivirlas con mayor consciencia, que es la antesala para que quizás aparezcan comprensiones significativas sobre nuestra vida, sobre qué hacemos, qué sentimos, que pensamos, etcétera, en definitiva, cómo nos relacionamos en un momento dado”.
Mateu, al igual que la fundadora de Momo, explica cómo el estilo educativo y la coherencia interna de nuestras figuras de referencia influyen de manera decisiva en la percepción de la frustración y el fracaso que desarrollamos: “Normalmente, cuando pensamos en los niños y su aprendizaje, la idea hegemónica que aparece es que aprender significa una actividad consciente, intencionada, que requiere un cierto esfuerzo y que trata de incorporar información objetiva de fuera hacia dentro”, dice.
Para a continuación añadir que “en realidad hay muchas otras modalidades de aprendizaje, como el aprendizaje por asimilación implícita de los valores y hábitos que vivimos, el aprendizaje por observación o imitación, el aprendizaje por descubrimiento, experimentación y práctica, el aprendizaje por investigación–acción, el aprendizaje por diálogo y el aprendizaje por auto observación. Y la mayoría de estos son muy poco contemplados en la relación con los hijos, de manera que les enseñamos directamente para que se esfuercen, se dediquen a ciertas cosas que les cuesta, etcétera, y en cambio el ambiente que viven, lo que observan en los adultos, es justo lo contrario, que el adulto se escapa de la vivencia que le resulta incómoda o le requiere una cierta entrega. Y el niño aprende más lo que ve y vive, que lo que escucha”.
Así, pues, lo mejor que podemos hacer por nuestros hijos, si los tenemos, y por nosotros mismos en cualquier caso, es ser un poco más valientes y enfrentarnos a la posible incomodidad, frustración y decepción que pueden surgir cuando lidiamos con algo para lo que no estamos particularmente dotados.
La otra cara del error
Porque la otra cara del error y la imperfección, según los expertos, es la tenacidad, el autoconocimiento, la resiliencia y la esperanza. Aunque en este sentido Jordi Mateu advierte que, en su opinión, “no se trata de hacer cosas para ser mejor o cambiar, pues esto normalmente implica que uno está en lucha con su imagen personal, de manera que la persona sufre. Ahora bien, cuando la vida trae una experiencia que nos cuesta, entonces nos invita y nos impele a desarrollar esa parte de nosotros que es necesaria para amar esa situación, y de esta manera, entregarse a esa tarea no para cambiar sino para acoger lo que aparece, es una oportunidad para ampliar nuestra expresión de amor. Por ejemplo, si tenemos un hijo o hija muy tremendo, muy expansivo y movido y esto nos supera, entonces la vida nos aprieta para desarrollar nuestra capacidad de acoger y acompañar esa energía, y esto nos hace crecer”.
Y, ¿es posible aprender a encontrar satisfacción en el proceso de aprendizaje en sí mismo en lugar de en el resultado? Para Marisa Blanco es importante cambiar la perspectiva desde edades muy tempranas: “En nuestra escuela recordamos a los niños que el verdadero aprendizaje se da en el camino, no únicamente en la consecución de un determinado objetivo en sí mismo. Qué mejor manera de garantizar que el aprendizaje se continúe dando a lo largo de sus vidas que el hecho de que lo asocien al disfrute. Y cuando se de ese momento de frustración, podemos acompañarlos a traspasarla validando su emoción, poniendo palabras a aquello que están sintiendo para que puedan comprender qué les pasa y desde ahí, poner creatividad en encontrar otras maneras de hacerlo. Podemos acompañarlos recordándoles que son seres únicos, con cualidades únicas, y confiando en ellos”.
Jordi Mateu explica además que, ”cuando el foco está en el proceso y no tanto en el resultado, el fracaso no existe, porque siempre se da un proceso a partir del cual uno puede comprender cosas. En ese sentido, quien puede mirar y sostener la mirada con mayor paz interior a través de la vivencia, es más probable que pueda aprender más”.
En Japón existe un proverbio famoso, nana korobi, ya oki, que significa: “Te caes siete veces, te levantas ocho”. Representa la idea de que no debemos rendirnos, pero, más aún, explica que el proceso no comienza con el hecho de caernos (pues en ese caso nos caeríamos siete veces y nos levantaríamos siete). Esta frase tiene en cuenta la primera vez que nos levantamos, y nos recuerda que en primer lugar tenemos que exponernos para tener la oportunidad de fracasar y, a continuación, la oportunidad de levantarnos de nuevo.
Una invitación a hacerlo fatal desde hoy mismo
1. Escoja una actividad que no se le dé bien y láncese a hacerla con amor, humildad, alegría, esperanza y sentido del humor.
2. Abandone cualquier fantasía de control y concéntrese en confiar en usted y en el proceso.
3. Acepte que quizá vivirá momentos de frustración, de dolor, de impotencia. Déjelos ser y respire a través de ellos sin intentar cambiarlos.
4. Cultive la humildad, la esperanza y el amor incondicional por usted mismo mientras realiza la actividad escogida.
5. Tome nota de las sensaciones que surgen en cada uno de los momentos del proceso.