Fue uno de los hombres de la transición. Una de las personas que apuntalaron el paso de la dictadura franquista a la democracia. Federico Mayor Zaragoza, que ha fallecido hoy en Madrid a los 90 años de edad, era el científico de la transición: licenciado en Farmacia, fue catedrático de Bioquímica en las Universidad de Granada y Autónoma de Madrid. Pero, además, como en el Renacimiento, Mayor Zaragoza acompañó la ciencia con una amplia obra poética y con su participación en política.
Nacido en Barcelona en 1934, Mayor Zaragoza compaginó sus tareas como profesor universitario con en cargo directivo en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas a principios de los años 70. Eso le llevó a entrar en política y a participar en el Gobierno de Carlos Arias Navarro en las postrimerías del franquismo. Se preparó así para ser una de las figuras la transición, donde tuvo un papel destacado a la hora de articular el nuevo régimen local en Cataluña en el marco del estado autonómico en el año 1976.
“La diversidad española es nuestra riqueza, somos un crisol. No es que haya fronteras entre unas comunidades y otras, hay culturas distintas e incluso lenguas diferentes y eso es una maravilla, porque lo peor del mundo es la uniformidad, la rutina y el gregarismo”, afirmaba en una entrevista de 2010 cuando el sistema autonómico que contribuyó a construir ya se había asentado.
Mayor Zaragoza fue uno de los fundadores del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa, que dirigió hasta 1978 y del que se sentía especialmente orgulloso: “fue un sueño que merece la pena recordar”. En paralelo, su carrera política tomó impulso con la celebración de las elecciones de 1977 en las que salió elegido diputado en el Congreso por la UCD, el partido de Adolfo Suárez. Tras esa primera legislatura constituyente, entró en el gabinete de Leopoldo Calvo-Sotelo como Ministro de Educación y Ciencia, cargo que ocupó entre 1981 y 1982.
La carrera de Mayor Zaragoza derivó hacia el ámbito internacional a partir de 1978 cuando fue nombrado director general adjunto de la Unesco. Volvió a España en 1981 tras tres años en ese cargo. Y continuó por esos derroteros internacionales cuando en 1987 ocupó una plaza de diputado europeo por CDS, el partido que Adolfo Suárez formó tras la desaparición de la UCD. Ese mismo año fue elegido director general de la Unesco, un cargo al que dedicó sus mayores esfuerzos y en el que permaneció hasta 1999.
Durante los años en los que permaneció al frente de la entidad apostó siempre por la educación como herramienta para el desarrollo y la paz: “La educación es la única manea para poder compartir mejor, eliminar las asimetrías que conducen a la pobreza, a la exclusión y a vivir en condiciones incompatibles con la dignidad humana, que son el foco de la inestabilidad y los flujos migratorios”, señalaba en una entrevista concedida poco después de abandonar la Unesco.
Su otra gran batalla fue la de la cultura de la paz. “Hay que pasar de la ley del más fuerte a la de la comprensión, el diálogo y la escucha, al convencimiento de que hablando se entiende la gente”, decía. Aunque se mostraba a favor de mantener los ejércitos “porque son necesarios y en tiempos de paz tienen que estar preparados para otras actividades, como desplazarse raudos en grandes aviones donde se produzcan tragedias en forma de terremoto, inundaciones, etc.”
Su trayectoria profesional continuó por los derroteros de la lucha por la paz. Presidió la Fundación Cultura de Paz desde el año 2000, una plataforma desde la que reclamó “el diálogo, la comprensión y la construcción de puentes entre las diferentes culturas y civilizaciones: a los extremistas y a los que pretenden imponer sus puntos de vista con la violencia tenemos que decirles que el 99,9% de la humanidad no les quiere”.
(Habrá ampliación)