Serpientes de todo el año

Serpientes de todo el año

Por estas fechas veraniegas solían asomar en la prensa, puntuales, las serpientes de verano. Recibían dicho nombre las informaciones, a menudo falsas, sobre asuntos llamativos, pero menores, que animaban las páginas de una actualidad aletargada bajo la canícula vacacional. Y que luego desaparecían fugaces, zigzagueando, como la culebra que cruza el camino para ocultarse en sus márgenes herbosos. Nessie, el inaprensible monstruo del lago Ness, hasta la fecha solo existente en montajes fotográficos, era la más recurrente ilustración de este fenómeno. Y quien habla de animales fabulosos podría hablar también de avistamientos de ovnis, y demás fenómenos paranormales que daban cuerda a otros ofidios estivales.

¿Alguna vez te has preguntado cómo se mueven las serpientes?
Pikrepo

Hoy esas serpientes se han desestacionalizo todo el año. Además de expandirse por el calendario, han mudado su piel: ya no son extravagantes e inocuas, sino que las impulsan poderes ignotos y malévolos. Han cambiado también de nombre, puesto que ahora las llamamos bulos o fake news .

Sobre la perversidad fundacional de estos formatos no cabe duda. En la entrada bulo de su Diccionario etimológico , Joan Coromines ofrece una de sus definiciones más coloristas: Bulo “noticia falsa”, 1920. Voz jergal, tomada probablemente del gitano bul , “porquería, excremento” (propiamente, “trasero”); en el cambio de significado pudo influir bola , mentira, que desde el siglo XVIII se aplica figuradamente a bola, esfera, en tanto que cosa hinchada.

Las noticias etimológicas referidas a la voz inglesa fake no son más tranquilizadoras. El término procedería de la jerga de los ladrones que operaban en Londres en el siglo XVIII y empleaban su forma verbal como sinónimo de hacer, pero también de asesinar, herir o saquear. En su novela Oliver Twist Charles Dickens se refiere a los carteristas como cly-fakers , “vaciabolsillos”.

Del submundo de la delincuencia, este censurable abuso del bulo ha pasado al de la política, donde las falsedades se emplean, con asombroso descaro, para confundir a la población y, de paso, someter el concepto de verdad a un meneo que la deja irreconocible. Porque cuando la verdad yace desfigurada, la mentira luce sus mejores galas.

La lluvia de ‘fakes’ ha sido torrencial, produciéndose en los escenarios más distinguidos

La lluvia de bulos y fakes ha sido en los últimos años torrencial, produciéndose en los escenarios más distinguidos, y a la luz del día, por ejemplo, el de las elecciones presidenciales norteamericanas que en el 2016 hicieron presidente a Donald Trump, gran aficionado a la “verdad alternativa”, que no es verdad pero es la que le conviene. Paralelamente, también se produjo esa lluvia, en versión calabobos, a través de las redes sociales, a menudo nutridas con mentiras interesadas o campañas de desprestigio, teledirigidas, frecuentemente, con el beneplácito de Rusia.

Nuestro país no se libra de esta plaga. Lo vemos a diario en el Parlamento, donde algunos diputados se han especializado en retorcer la realidad, sobre todo la del rival, hasta presentarlo a diario cual demonio merecedor de todo vituperio imaginable. Lo vemos también en una constelación de medios infor­mativos sin credibilidad, pero con turbia financiación y creciente audiencia, que divulgan o amplifican esas trolas sin rubor alguno. Y lo vemos en ese gran coladero que son las ya citadas redes sociales, en las que triunfan –es un decir– engreídos, presumidos e insustanciales.

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El presidente del Gobierno español, al que le han dicho de todo menos bonito, y a cuya familia se acusa sin pruebas de desmanes varios, presentó mediado julio un plan de regeneración democrática que tiene entre sus objetivos el fomento de la transparencia en los medios. A la oposición le faltó tiempo para calificarlo como un ataque a la libertad de expresión, cuando lo que persigue es que la libertad vaya de la mano de la verdad y el conocimiento, en lugar de amparar impunemente cualquier insidia interesada.

La oposición quizás obró de tal modo porque no es consciente del peligro que comporta la normalización de la mentira. Eso ya sería grave. Y lo contrario, ser corresponsable de no pocas de esas mentiras, aún sería mucho peor. Las serpientes de verano venían y se iban. Las serpientes de todo el año amenazan irresponsablemente la convivencia.

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