Turismo y misantropía

Turismo y misantropía

Un mundo sin turistas parece, hoy más que nunca, quimérico. La Organización Mundial del Turismo (OMT) calcula que este año será de récord. En el 2023 se con­taron ya 1.300 millones de llegadas internacionales. La previsión de dicho ­organismo para el sector turístico en los próximos ejercicios es de un 3,3% de crecimiento anual. Lo cual nos llevará, en el 2030, a los 1.800 millones de llegadas. En 1950 cruzaban fronteras 25 millones de viajeros.

Los efectos de este fenómeno al alza son visibles en nuestra ciudad, donde el porcentaje de transeúntes foráneos en el paseo de Gràcia supera a ciertas horas el 80% o el 90%. O en Palma, donde los grupos de cruceristas, que siguen cual rebaño a su guía, colisionan en las angostas calles del casco antiguo, generando atascos de peatones. Me cuenta un amigo sevillano que el tradicional rito del tapeo se ve afectado por las reservas turísticas de mesas en bares y terrazas. En esas y otras ciudades, la explotación turística ha encarecido el parque inmobiliario hasta dejar sin acceso a la vivienda a demasiados lugareños: en el primer trimestre de este año, los alquileres han subido en Barcelona un promedio del 9,7% respecto al 2023.

Hace falta un plan nacional para una mejor gestión de la avalancha de visitantes foráneos

Es un hecho: el turismo, además de generar casi el 13% del PIB nacional (el 14% en Barcelona), tiene efectos indeseados sobre la vida de muchos españoles. Y el llamado sobreturismo –la congestión que impide disfrutar y cuidar de los destinos saturados–, todavía más.

Ante esta realidad, caben tres actitudes. La primera es hacer pintadas con el clásico lema “tourists go home” (o animando al turista a practicar el balconing ). Pero la efectividad de este método es nula: no ha nacido el turista que, camino de la próxima cerveza, decida, tras leer tal pintada, hacer las maletas y regresar de inmediato a su país. Aunque le disparen, como hacen algunos valientes en Barcelona, con pistola de agua.

Foto Marti Gelabert 18/07/2024 Turistas en el centro de Barcelona, en el paseo de Las Ramblas

 

MartÍ Gelabert

La segunda actitud podría ser tildada de escapista, pero también de útil para procurar alivio a quienes sufren la invasión de su ciudad. En lugar de salir de ella para irse de vacaciones a una playa igualmente atestada, podrían explorar un valle, por ejemplo navarro, en cuyas praderas pacen más vacas y ovejas que personas, y donde los torrentes refrescan hayedos o robledales solitarios, mientras a pocos kilómetros, en Pamplona, los Sanfermines reciben una cifra millonaria de visitantes. Es en valles semejantes donde el espacio está disponible, el tiempo se dilata, el aislamiento es aún posible y el silencio impera. El lujo contemporáneo es eso, y no lo que vende la llamada industria del lujo.

La tercera actitud, que no debería ser incompatible con las otras dos, es reclamar a las administraciones medidas más efectivas para atajar el descontrol. Eso no va a hacerlo la industria hotelera, que en algunas comunidades ejerce como poder fáctico y está muy atareada engrosando sus beneficios. Tampoco la industria crucerista, las compañías de vuelos baratos, Airbnb y demás agentes que se lucran con el turismo. Pero los responsables públicos de la economía, la vivienda, el medio ambiente, la cultura, etcétera, deberían situar este asunto entre sus prioridades, hablar más de lo que hablan al respecto, coordinarse mejor y perfilar una solución que permita una convivencia llevadera entre locales y visitantes. Hace falta un plan nacional para una mejor gestión del turismo. No será fácil, porque los intereses en juego son diversos y a menudo contrapuestos. Pero es imprescindible.

Entre sus recomendaciones para una mejor gestión del turismo, la OMT aconsejaba, años atrás, dispersar los turistas en las ciudades. Sin embargo, su gran número ha revelado la insuficiencia de tal medida. Ahora, el Ayuntamiento de Barcelona ha anunciado la subida de la tasa turística y, para el 2028, el fin de las licencias de los 10.101 pisos turísticos de la ciudad.

“Odio a todos los hombres”, decía Alcestes, protagonista de El misántropo de Molière. Porque todo lo que hacían le parecía fruto de sus intenciones más egoístas. Hoy estamos a un paso de odiar a todos los turistas. Pero no porque nos produzcan una aversión intrínseca e irreversible, sino porque nos agobia y harta su abundancia. A casi todos nos gusta ver mundo. Pero no de cualquier manera. Y menos contribuyendo a desnaturalizar lo que nos atrae.

Lee también
Etiquetas
Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...