Durante dos años, la guerra en Ucrania se ha librado metro a metro en un terreno empapado de sangre. De repente, estamos a las puertas de un cambio drástico. Una de las razones es que el avance vertiginoso de Rusia ha dejado al descubierto graves debilidades en las fuerzas y la moral ucranias que podrían acabar provocando el derrumbe de sus líneas defensivas. De modo más inminente, Donald Trump ha dejado claro que, como presidente, deseará que cesen cuanto antes los disparos.
La gran preocupación es que Trump imponga a Ucrania un acuerdo desastroso. Vladímir Putin ha mostrado su disposición a congelar las líneas del frente, aunque Rusia sólo ocupa el 70-80% de las cuatro provincias ucranianas anexionadas. Además, también exige que Occidente levante las sanciones, que Ucrania renuncie a la pertenencia a la OTAN, que se desmilitarice y sea formalmente neutral, que se “desnazifique” echando a sus dirigentes y que proteja los derechos de los rusófonos.
En caso de que Trump lo respaldara, Putin habría logrado la mayoría de sus objetivos bélicos y Ucrania habría sufrido una derrota catastrófica. Es más, el presidente de Rusia no estaría dispuesto a respetar un trozo de papel. Esperaría que la Ucrania de la posguerra, consumida por las luchas intestinas y las recriminaciones contra Occidente, cayera en sus manos. Y, si eso no ocurriera, podría apoderarse de más territorio por la fuerza. En tanto que autoproclamado paladín de los rusófonos de Ucrania, no le sería difícil urdir un pretexto.
Ése es el temor. Ahora bien, semejante resultado no es inevitable, ni siquiera es el más probable. La capitulación ante Putin significaría una derrota pública para Estados Unidos y para Trump. Se extendería a Asia, donde los enemigos de Estados Unidos se volverían más agresivos y sus amigos perderían la confianza en su aliado y buscarían el favor de China. Sin duda, Trump querrá evitar la humillación de ser conocido como el hombre que perdió Ucrania por no haber sabido negociar con Putin. Y le interesa mucho forjar un acuerdo que mantenga a Ucrania a salvo al menos durante los cuatro años de su mandato. Es mucho lo que Ucrania puede lograr en ese plazo.
Trump tiene capacidad de influencia sobre Rusia, en caso de que desee utilizarla. Dado que es imprevisible, podría amenazar con implicarse de lleno en Ucrania y enviarle más armas y más mortíferas, y Putin tendría que tomárselo en serio. Además, la economía rusa ya se resiente, el rublo se desploma y los rusos están cansados de luchar. Aunque Putin puede sostener la guerra durante otro año o más tiempo, una pausa también le resultaría beneficiosa. De modo que, como ha indicado Mike Waltz, el próximo asesor de Seguridad Nacional de Trump, Estados Unidos puede amenazar con utilizar las sanciones para agravar esos padecimientos.
¿A qué debería aspirar entonces un acuerdo? La restauración de las fronteras de 1991 constituye una quimera. Moral y legalmente, toda esa tierra pertenece a Ucrania, pero el país no dispone de los soldados, las armas ni la munición para reconquistarla. De modo que, en vez de eso, el objetivo debería ser crear las condiciones para que Ucrania prospere en el territorio que ahora controla.
La restauración de las fronteras de 1991 es una quimera; el objetivo debería ser crear las condiciones para que Ucrania prospere en el territorio que ahora controla
Para ello necesitará estabilidad y reconstrucción, y ambas cosas dependen de que esté a salvo de una agresión rusa. En el centro de las conversaciones deberá figurar, pues, el diseño de un marco creíble y duradero para la seguridad ucraniana.
Según ha sostenido The Economist, la mejor manera de proteger a Ucrania sería que se uniera a la OTAN. La adhesión ayudaría a evitar que el país se volviera inestable, resentido y vulnerable a la cooptación por parte de Putin en la búsqueda de su objetivo último, la desestabilización y el dominio de Europa. También aportaría a la alianza el ejército y el sector de la defensa más grandes, innovadores y experimentados de Europa, algo que Trump podría acoger con satisfacción, porque entonces la OTAN necesitaría menos tropas estadounidenses.
La adhesión plantea cuestiones difíciles debido a la promesa del artículo 5 de la Alianza, de acuerdo con el cual un ataque contra un miembro es un ataque contra todos. Sin embargo, existen respuestas. La garantía no tiene por qué cubrir las partes de Ucrania hoy ocupadas por Rusia, como tampoco cubrió Alemania Oriental cuando Alemania Occidental se adhirió a la organización en 1955. Puede que no sea necesario que las tropas de otros países tengan bases en Ucrania en tiempos de paz, como tampoco las tuvieron en Noruega cuando el país se adhirió a la OTAN en 1949.
The Economist sigue sosteniendo esos argumentos. Sin embargo, para que Ucrania entre en la OTAN es necesario el respaldo de sus 32 miembros, incluidos Hungría y Turquía; y esa condición retrasó la adhesión de Suecia y Finlandia. Por lo tanto, puede que algunos países (incluidos los situados en la primera línea, además de Gran Bretaña, Francia y, bajo una nueva cancillería, Alemania) estén abiertos a acuerdos bilaterales que permitan el despliegue de sus tropas en Ucrania como fuerza de seguridad. Con ello tratarían de disuadir a Putin con la amenaza de que una nueva acción rusa podría provocar su entrada en la guerra.
Parece una solución elegante, pero una fuerza de seguridad no supondría otra cosa que la garantía del artículo 5 con otro nombre. Los países no deberían ofrecer a Ucrania esa promesa a menos que estén dispuestos a cumplirla; y es que una retirada ante un ataque ruso los debilitaría también como miembros de la OTAN, ello y quizás de un modo fatal. Por el mero hecho de ser nueva, es probable que la fuerza de seguridad fuera tanteada y puesta a prueba por Putin en busca de puntos débiles. Para ser creíble necesitaría el respaldo formal de Trump, aunque Estados Unidos no aportara tropas, porque Europa sigue dependiendo de ese país para librar guerras; sobre todo, contra un adversario tan grande como Rusia.
También sería necesario un cambio de enfoque en Europa y, especialmente, por parte de Alemania. Para mostrarle a Putin que van en serio, los países europeos deben demostrar su apoyo a Ucrania. Eso supone una ayuda masiva para la reconstrucción del país y también armamento, así como avances en las conversaciones de adhesión a la Unión Europea. Para mostrarle a Putin que responderán si ataca, tienen que aumentar drásticamente el gasto propio en defensa y revisar sus sectores armamentísticos. Trump, que lleva tiempo instando al aumento de los presupuestos de defensa europeos, debería acoger con satisfacción semejante resultado.
Un alto el fuego plantea dos perspectivas enfrentadas del futuro de Ucrania. El cálculo de Putin es que saldrá ganando con un acuerdo porque Ucrania se desmoronará, Rusia se rearmará y Occidente perderá interés. Ahora bien, también cabe imaginar que, con el respaldo de Occidente, Ucrania pueda utilizar la tregua para reconstruir la economía, renovar la política y disuadir a Rusia de nuevas agresiones. La tarea consiste en garantizar que esta segunda perspectiva se imponga sobre su desalentadora alternativa.
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Traducción: Juan Gabriel López Guix