Una historia del dolor
Ciencia
El hombre ha definido el dolor, y la lucha por evadirlo, a partir de mitos y religiones. Hasta el siglo XIX, cuando arrancó su conocimiento científico
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La visita al dentista es para muchas personas una de las experiencias más traumáticas que puedan existir. Y eso que actualmente el dolor es ocasional... Imaginemos, por un momento, lo que debía de suponer una simple muela picada para el hombre primitivo. Sin anestesia. Sin antibióticos. No solo podía convertirse en una auténtica tortura, sino incluso causar la muerte.
El dolor y los intentos para erradicarlo o, al menos, aliviarlo han acompañado al hombre desde el principio de los tiempos. Huesos fracturados, tumores, degeneración en articulaciones, sífilis, cráneos trepanados. Los esqueletos humanos prehistóricos llevan ya el sello imborrable de enfermedades extremadamente dolorosas.
Espíritus malignos
Aunque el dolor ha estado presente en todas las culturas, su interpretación, así como la actitud del hombre frente a él, estuvo muy influenciada por el pensamiento místico y religioso hasta el siglo XIX, cuando se empezó a fundamentar el saber científico del mismo. En las sociedades primitivas, el dolor derivado de una herida o de una fractura accidental era fácilmente comprensible, pero el que estaba producido por una enfermedad interna se atribuía a un hechizo, la pérdida del alma, la posesión de un espíritu maligno o demonios que entraban en el cuerpo a través de algún orificio.
Al igual que los egipcios, los hindúes creían que las sensaciones dolorosas se transmitían desde el corazón
Para protegerse, recurrían a amuletos o se tatuaban la piel con símbolos de exorcismo para ahuyentar los males, mientras que para tratar el dolor acudían a sacerdotes y hechiceros, además de recurrir al conocimiento acumulado sobre distintas plantas. En la antigua Mesopotamia, por ejemplo, la enfermedad se consideraba un castigo de los dioses, y cuando el dolor estaba localizado era porque un demonio estaba devorando esa porción del cuerpo.
Los egipcios, por su parte, creían que el dolor era causado por la entrada de los espíritus de la muerte en el organismo, y para liberarlo había que expulsarlos a través del vómito, la orina, los estornudos o el sudor de las extremidades. Los pecados cometidos en el pasado son el motivo de la enfermedad, según la medicina tradicional hindú. Al igual que los egipcios, los hindúes creían que las sensaciones dolorosas se transmitían desde el corazón.
Para la cultura china, sin embargo, el dolor lo causaba el desequilibrio entre las dos fuerzas internas que rigen el cuerpo, el yin (la fuerza pasiva, negativa y femenina) y el yang (la fuerza activa, positiva y masculina). Para restablecer el equilibrio, se utilizaban dos métodos: la acupuntura y la moxibusión, una técnica que consiste en quemar pequeñas cantidades de hojas de la planta de la artemisa sobre la piel del paciente.
El cerebro y las sensaciones
Los antiguos filósofos griegos reflexionaron sobre la naturaleza y por primera vez buscaron el origen de las cosas fuera del mito y la religión. El “padre de la medicina”, Hipócrates (460-370 a. C.), formuló la teoría de los cuatro humores, según la cual la salud se deriva del equi librio entre bilis amarilla, bilis negra, sangre y flema. La enfermedad surge cuando existe una deficiencia o un exceso de cualquiera de estos elementos.
Antes que él, basándose en disecciones anatómicas, el médico y filósofo Alcmeón de Crotona (siglo VI a. C.) fue el primero en postular que es el cerebro, y no el corazón, el centro de las sensaciones y la razón. Una idea que, a pesar de ser novedosa, se encargó de echar por tierra en el siglo IV a. C. Aristóteles, para quien el corazón era el centro de todas las funciones vitales y el asiento del alma.
A caballo entre los siglos I y II d. C., Galeno de Pérgamo, una de las figuras más sobresalientes de la medicina romana, retomó la postura de Alcmeón y, tras estudiar las heridas de los nervios sufridas por los gladiadores, elaboró su compleja teoría de la sensación. Además de ubicar el centro de la sensibilidad en el cerebro, distinguió entre tres tipos de nervios: motores (que él denominó duros), sensitivos (blandos) y un tercer tipo relacionado con el dolor. Para Galeno, el dolor era una sensación molesta captada por todos los sentidos (en especial, el tacto) que tiene como finalidad advertir y que también es muy útil como herramienta de diagnóstico.
El dolor en la glándula pineal
En la Europa de la Edad Media, la evolución cultural y médica estuvo marcada por el cristianismo, que interpretó el dolor como un castigo por los pecados del hombre. Para aliviarlo, se recurría al auxilio divino a través de los sacerdotes, que rezaban plegarias y, solo en el caso de patologías agudas, utilizaban remedios naturales, puesto que los analgésicos representaban una huida indigna ante un dolor que redimía al hombre. El opio, por ejemplo, era considerado una planta diabólica.
Aunque es cierto que en el último período de la Edad Media tuvo mucha difusión la “esponja somnífera”, una esponja marina empapada en una mezcla de extracto de opio, beleño, mandrágora y otras drogas que se utilizaba para anestesiar al paciente durante las operaciones. El problema era que, en ocasiones, nunca más despertaba.
Para Descartes, el dolor siempre depende de una lesión, y su intensidad es proporcional a la magnitud del daño
Para el gran genio renacentista Leonardo da Vinci, que vivió entre los siglos XV y XVI, la sensación de dolor estaba relacionada con la sensibilidad táctil, y se transmitía por una serie de estructuras tubulares –los nervios– y la médula espinal hasta el cerebro. Sin embargo, aunque el Renacimiento fue una época de exaltación del espíritu científico, no se produjo ningún avance significativo en el tratamiento del dolor, que siguió basándose en la combinación de plantas naturales y técnicas manuales como los masajes.
Tampoco durante los siglos XVII y XVIII, a pesar de la enorme repercusión que tuvo la publicación, en 1664, de El tratado del hombre. Su autor, René Descartes, fue el primero en explicar de forma racional cómo funciona el mecanismo del dolor. Para el filósofo francés, el dolor siempre depende de una lesión, y su intensidad es proporcional a la magnitud del daño que haya recibido el cuerpo. Aun cuando el dolor pudiera experimentarse en otro sitio, todas las sensaciones confluyen en la glándula pineal. Descartes consideraba, además, que la función del dolor es advertir de que algo va mal, y que tratarlo, por tanto, es peligroso y dificulta el diagnóstico.
Con la aparición, a principios del siglo XIX, de la fisiología como ciencia experimental, se produjo una auténtica revolución en la terapéutica del dolor. Por una parte, se descubrieron las propiedades anestésicas de los gases, cuyo momento cúspide llegó cuando el odontólogo americano William T. G. Morton realizó la primera cirugía sin dolor usando éter en 1846. Por otra, se desarrollaron técnicas para aislar alcaloides del opio, obteniendo fármacos como la morfina y la codeína.
Asimismo, se consiguió aislar la salina, o salicilina, que ya en el siglo XX permitió la obtención del ácido acetilsalicílico, comúnmente conocido como aspirina, al que seguirían fármacos como el paracetamol o los relajantes musculares. Estos medicamentos son aún uno de los recursos más utilizados en el tratamiento del dolor, puesto que son relativamente eficaces, fáciles de administrar y económicos.
En 1932, los científicos británicos Edgar Douglas Adrian y Charles Scott Sherrington compartieron el Nobel de Medicina por sus trabajos sobre la función de las neuronas. Entre sus aportaciones destaca la observación de que el dolor consiste en algo más que en un mero acto reflejo, puesto que es un mecanismo en el que participa el sistema nervioso en su conjunto. Cuando un músculo se contrae como resultado de una acción nerviosa, otros reciben una señal simultánea que los inhibe. Estos científicos apuntaron, además, que hay pacientes con lesiones graves que no profieren ni una queja, mientras que otros aseguran tener dolor sin una lesión aparente.
La influencia de la mente
La idea de que la percepción del dolor puede verse influenciada por la interpretación de la mente fue ampliamente desarrollada por el psicólogo Ronald Melzack y el neurocientífico Patrick Wall, artífices de la “teoría de la compuerta”, expuesta en la revista Science en 1965. Según esta teoría, existe un mecanismo en el sistema nervioso central que hace que se abran o se cierren las vías del dolor.
Las puertas se pueden abrir, dejando fluir el dolor a través de las fibras aferentes y eferentes –las vías por las que viaja la información sensorial– desde y hacia el cerebro. O al contrario: las puertas se pueden cerrar para bloquear estos caminos del dolor. Los impulsos eferentes pueden verse influenciados por una amplia variedad de factores psicológicos. Esta teoría explica por qué el dolor disminuye cuando el cerebro está distraído.
A día de hoy, la teoría de la compuerta explica con bastante precisión que en la percepción del dolor intervienen tanto factores físicos como psicológicos. Pero ni la farmacología ni la psicología han encontrado una solución definitiva al principal motivo de consulta médica en las sociedades modernas.
Este artículo se publicó en el número 600 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.