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San Cristóbal, el patrón de los conductores que tal vez nunca existió

En pocas palabras

Probablemente la leyenda de san Cristóbal sea un invento, o una adaptación del Jasón de la mitología griega, que también era un guerrero que ayudaba a los viajeros

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Dani Duch / Propias

Hoy, día de San Cristóbal, en algunos barrios y pueblos de España los automovilistas, camioneros, motociclistas e incluso ciclistas harán cola para que el párroco del lugar bendiga sus vehículos. A causa de la secularización, seguramente serán muchos menos que hace unas décadas.

El patrón de los viajeros y conductores no es el santo más insigne de los que se veneran en España, pero sí uno de los más populares. Apenas hay fuentes históricas que acrediten su existencia –quizá sea un invento–, así que todo lo que sabemos de él es lo que se desprende de los relatos hagiográficos, especialmente de la Leyenda áurea, una compilación de vidas de santos realizada en el siglo XIII por el dominico Santiago de la Vorágine (c. 1230-1298). 

Según la tradición, san Cristóbal, que nació llamándose Reprobus, era un cananeo imponente, de dos metros y medio de altura y facciones rudas. Guerrero por vocación, se cuenta que, tras haber servido al rey de Canaán, se fue con la intención de servir al mayor rey que existiese sobre la faz de la Tierra.

Había encontrado a uno que decía serlo, pero cuando lo vio acobardarse ante la sola mención del diablo dedujo que más poderoso debía de ser Satanás. Estuvo acompañando al ángel caído durante un tiempo, hasta que un día lo vio apartarse del camino ante la presencia de la cruz, preguntándose quién era ese Cristo que atemorizaba al mismísimo diablo. 

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Fue un ermitaño el que le instruyó en la fe cristiana y despertó en él las ganas de servir a Jesús. Al principio el ermitaño quería que lo hiciera como él, llevando una vida de ayuno y oración, pero, viendo que aquel hombre era un Sansón, se le ocurrió que sería de más ayuda si usaba su fuerza. Le recomendó que fuera a un río cercano, muy peligroso, que había matado a muchos de los que se habían aventurado a cruzarlo, y que ayudara a los viajeros a llegar al otro lado.

Llevaba un tiempo haciéndolo cuando un día cargó sobre sus hombros a un niño. Se metió en el agua, y a cada paso que daba el caudal se volvía más violento y el niño más pesado, hasta el punto de que seguir parecía imposible. Reprobus aguantó, llegó a la otra orilla, y entonces inquirió al querubín sobre lo que había pasado. “Tú no solo has tenido en tus hombros el peso del mundo, sino al Hombre que lo creó. Yo soy Cristo, tu Rey, a quien has servido en este oficio”, le dijo el pequeño, y luego se desvaneció. 

Fortalecido en su fe, Reprobus, que a partir de entonces se llamaría Cristóbal (del griego Christophoros, “portador de Cristo”), se fue a Licia (actual Turquía), donde sabía que muchos cristianos estaban siendo martirizados. Y a pesar del peligro se dedicó al apostolado, con tanto éxito que molestó al rey del lugar. Al principio este trató de comprarlo con riquezas y mujeres, pero Cristóbal no hacía más que convertir a las concubinas que le enviaban, así que, iracundo, el monarca mandó decapitarlo.

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Es un héroe, un guerrero que ayuda a los viajeros y se opone a los tiranos, y de esto ya hay antecedentes en la mitología griega. Ahí está Jasón, el argonauta que viajó de Págasas a la Cólquide en busca del vellocino de oro. Él también ayudó a cruzar un río a alguien –una viejecita– que resultó no ser quien parecía –era la diosa Hera–, y se opuso a un tirano, aunque en su caso salió airoso.

Por la ausencia de fuentes históricas que certifiquen la existencia de nuestro santo, y porque lo de adaptar mitos paganos fue cosa habitual entre los primeros cristianos, algunos historiadores creen que el personaje surgió de la cristianización del mito de Jasón; o quizá del de Caronte, el barquero que lleva las almas al inframundo. 

Otra posibilidad es que se trate de un caso de duplicidad hagiográfica, que es como se llama a la “invención” de un santo a partir de uno que sí existió; en este caso, san Menas de Alejandría (285-c. 309), que también fue un soldado fornido, murió en Turquía, fue decapitado y, en la tradición copta, es patrón de los viajeros.

San Cristóbal ya no está en el martirologio romano, pero a nivel popular su culto sigue muy vivo. Dice así su oración: “Enséñame a hacer uso de mi coche para remedio de las necesidades ajenas. Haz, en fin, Señor, que no me arrastre el vértigo de la velocidad y que siga y termine felizmente mi camino”. 

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