La Inquisición contra Teresa de Jesús

De sospechosa a santa

El estreno de la película 'Teresa' nos devuelve la figura de una de las cumbres de la mística española. En su momento, sin embargo, tuvo serios problemas con el Santo Oficio

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Fotograma de la película 'Teresa', protagonizada por Blanca Portillo. 

Otras fuentes

En el siglo XVI, la línea que separaba la santidad de la herejía era más fina de lo que imaginamos. Tras el trauma que había supuesto la Reforma protestante, el catolicismo romano defendía militantemente la ortodoxia contra cualquier sombra de disidencia. En ese ambiente de sospecha, los místicos como Teresa de Jesús o Juan de la Cruz se movían en un terreno resbaladizo. Lo mismo podían despertar admiración que desconfianza.

La Iglesia necesitaba a una líder como Teresa, por su empuje apostólico, a la vez que la temía, sobre todo, por un carisma que parecía amenazar el monopolio de los sacerdotes como mediadores religiosos. Pese a todo, ella siempre se mantuvo fiel a la doctrina oficial, aunque su lealtad no le evitó problemas con el Santo Oficio.

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En uno de sus escritos hizo referencia al primero de esos encontronazos: “Iban a mí con mucho miedo a decirme que andaban los tiempos recios y que podría ser me levantasen algo y fuesen a los inquisidores”. Los rumores, por lo que parece, no debieron de inquietarla demasiado. Se sentía más que segura de su adhesión a la menor regla católica. O, tal vez, proclamaba su ortodoxia para evitarse problemas.

Libro de la vida

Sabemos que, en la práctica, discrepaba profundamente de las censuras impuestas por los inquisidores. Sin ir más lejos, no vio con buenos ojos que en 1559 se prohibiera la lectura de la Biblia en lengua romance.

Intentó consolarse pensando que Dios, en medio de tanta cerrazón, iba a proporcionarle un “libro vivo”, con lecciones que nunca iba a olvidar. Así, al dirigirse a sus religiosas, les advirtió de que nadie iba a quitarles el padrenuestro ni el avemaría. Un censor perspicaz anotó que parecía estar reprendiendo a los censores que prohibían libros de oración.

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Fray Juan de la Miseria pintó el rostro de Santa Teresa sobre lienzo. 

Terceros

Más tarde, en 1574, su Libro de la vida fue denunciado. Se vio entonces sometida a una estricta investigación de la que salió airosa: los censores del Santo Oficio examinaron con lupa el escrito, pero no encontraron el menor indicio de herejía que pudiera perjudicarla.

El inquisidor general, Gaspar de Quiroga, reconocería en una carta a la autora que el contenido de la obra, que él había leído al completo, era doctrina “muy segura, verdadera y muy provechosa”.

Mujeres que engañan

Aunque el asunto no acabó mal, existió el peligro real de que los adversarios de Teresa la hicieran pasar por heterodoxa, en concreto, por alumbrada, al presentar sus éxtasis sobrenaturales como una patraña. La reformadora carmelita era, desde su óptica, una de tantas mujercillas que aseguraban experimentar algo extraordinario, bien fuera porque estaban sinceramente convencidas o porque hacían comedia.

Y, ciertamente, no faltaban motivos para la desconfianza. Se dieron y se darían casos sonados de estafadoras como Magdalena de la Cruz, una religiosa clarisa que fingía éxtasis, exhibía llagas falsas y aseguraba que su único alimento era el pan de la eucaristía.

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Por su parte, sor María de la Visitación consiguió engañar a personalidades como fray Luis de Granada con sus visiones y levitaciones. La Inquisición también intervino y descubrió que los estigmas de la “religiosa santa” eran heridas que se provocaba ella misma.

El fuego acecha

Para un teólogo tan relevante como Melchor Cano, había que huir de las explosiones emocionales, porque a Dios solo se le podía conocer desde una fe iluminada por la razón. Si había mujeres obsesionadas con la Biblia, debía impedirse que accedieran a ella. No todo el mundo estaba capacitado para leer los textos sagrados sin caer en peligrosas desviaciones doctrinales. La interpretación de la palabra de Dios debía dejarse en manos de los profesionales, es decir, en manos del clero.

Teresa estaba de acuerdo: a lo largo de su vida, siempre contó con el criterio de los que denominaba “letrados”. La fe y la inteligencia no debían ser antagónicas, aunque la razón, por sí sola, no bastara para comprender la experiencia mística.

'L'aparició de Crist a Santa Teresa'

'La aparición de Cristo a Santa Teresa'. 

Propias

Sin embargo, en un clima marcado por el miedo a la herejía, donde era fácil ver luteranos por todas partes, Teresa no podía estar del todo segura. El temor a que se quemara su importante autobiografía impulsó a sus admiradores a realizar copias, no fuera que aquel escrito acabara en el fuego.

El clérigo Julián de Ávila participó en esa operación de salvamento, como sabemos por sus propias palabras: “Y yo fui uno de los que junté tantos escribientes cuantos eran menester, para que en un día lo trasladasen, porque se tuvo por cierto que habían de quemar los originales”.

La defensa de fray Luis de León

Con la Inquisición, la fundadora carmelita evitó el choque frontal. Consciente del peligro de que la denunciaran por alumbrada, dio todas las facilidades a los censores, y fue la primera en reclamar su intervención, de forma que su aval la protegiera contra cualquier sospecha.

Ellos podían eliminar o corregir cualquier párrafo en el que, por error, “por ignorancia y no por malicia”, se hubiera deslizado la menor cosa contra la fe. De esta forma, la religiosa abulense se hacía con un “seguro doctrinal”, indispensable en una época que exigía una ortodoxia sin mácula. Ella, sin embargo, estaba muy lejos de aceptar con sumisión completa las correcciones que le imponían.

En cierta ocasión, se quejó de que sus confesores la quisieran forzar a escribir palabras que no suscribía y que, por eso mismo, borraba del manuscrito para restituir las suyas.

No faltó quien tomara la pluma para defenderla. Lo hizo, en 1589, fray Luis de León en su Apología, a la vez que arremetía con dureza contra la estrechez de miras de sus críticos. No se debía, por ejemplo, cargar contra los escasos pasajes oscuros de sus escritos, porque ni siquiera los grandes especialistas podían decir que entendían todo en autores de la talla de san Agustín.

'Santa Teresa de Jesús escribiendo', por Antonio Palomino, Museo de Segovia

'Santa Teresa de Jesús escribiendo', por Antonio Palomino, Museo de Segovia

Dominio público

Respecto a las revelaciones místicas de Teresa, fray Luis propuso una defensa contundente de la libertad de expresión. A su juicio, las dudas de algunos sobre la veracidad de ciertas experiencias no podía justificar los obstáculos a su difusión, “pues porque ellos no las creen, que por eso se han de vedar a los otros. Presunción intolerable es hacerse señores de los juicios de todos”.

El gran poeta admiraba a Teresa, sobre todo, porque le parecía un enorme mérito que una mujer, y además sola, llevara a la perfección a toda una orden religiosa. Una orden que, por si fuera poco, había experimentado un gran crecimiento en los últimos años.

¿Teresa o Santiago?

Sus fundaciones, lo mismo que sus escritos, resultaban tan sorprendentes porque, en palabras de fray Luis, lo propio de las mujeres no era enseñar, sino ser enseñadas. San Pablo así lo afirmaba en el Nuevo Testamento. El caso de Teresa no cuestionaba esa verdad establecida, sino que volvía más increíble la obra de “una flaca mujer, tan animosa, que emprendiese una cosa tan grande, y tan sabia y eficaz”.

El interés de fray Luis de León es una muestra, entre tantas, de la popularidad de Teresa tras su muerte. La emperatriz María, hermana de Felipe II, leyó con gran interés sus obras. Se sucedieron los libros biográficos. El pueblo y las élites estaban de acuerdo acerca de su santidad.

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Fachada de la Universidad de Salamanca, presidida por la estatua de fray Luis de León.

Terceros

El obispo de Salamanca inició las gestiones para su beatificación en 1591, apenas nueve años después de su muerte. Contaba con el apoyo de la monarquía. Se inició, así, un proceso que culminó en 1614, en medio del fervor popular, grandes festejos y hasta un soneto de Cervantes y un romance de Góngora. Finalmente, la canonización llegó en 1622.

Entre tanto, Felipe III la proclamó patrona de los reinos de España, con lo que se desencadenó una ardua polémica entre sus partidarios y los del apóstol Santiago. Entre los primeros, encontramos a figuras tan prominentes como el rey Felipe IV o el conde-duque de Olivares, muy devoto de la santa de Ávila.

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Bartolomé de Carranza según un grabado del siglo XVIII.

Francisco de Quevedo, en cambio, publicó un panfleto en el que defendía al “Matamoros” como único patrón de “las Españas”. El país necesitaba que fuera un guerrero quien intercediera por su bienestar ante Dios, no una simple monja.

Suma de contrarios

Teresa fue, en muchos sentidos, una suma de contrarios. Era rebelde a la hora de cuestionar muchos tópicos, como los que colocaban a la mujer en una situación subordinada. Sin embargo, no desafió frontalmente al sistema. Lo hizo con astucia, jugando la carta de la persuasión antes que la del enfrentamiento.

Protagonizó, sí, experiencias místicas, pero fue también muy exigente a la hora de convalidar cualquier cosa con pretensiones sobrenaturales. Los “arrobamientos” no tenían nada que ver con los “abobamientos”.

De esta forma, lideró un movimiento de renovación espiritual que puso en cuestión los tabúes de género. Porque… ¿quién dijo que las grandes empresas no eran para manos femeninas?

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