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Estatuas en la diana: ¿era Churchill racista?

Racismo en Gran Bretaña

El antiguo primer ministro, otro de los personajes históricos que el clamor contra el racismo ha situado en el punto de mira, es difícil de defender en ese aspecto

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Manifestante en una protesta “Black Lives Matter” ante la estatua de Churchill en la plaza del Parlamento, Londres, 20 de junio de 2020.

Chris J Ratcliffe / Getty

Las protestas desencadenadas por la muerte de George Floyd han abierto un cuestionamiento de los honores que rendimos a determinados personajes históricos en el espacio público. En el caso de Gran Bretaña, no solo la estatua del comerciante de esclavos Edward Colson en Bristol, sino también una de la reina Victoria y otra de Winston Churchill en Londres han sido objeto de ataques por su supuesto racismo.

El monumento a Churchill, ubicado frente al Parlamento, ha encendido la polémica respecto al legado del mítico premier. Para sus detractores, fue un político imperialista y racista. Sus defensores ven en él exclusivamente al héroe que defendió su país contra la tiranía del Tercer Reich.

El debate está condicionado por elementos claramente emocionales, tanto ahora como en anteriores ocasiones. En 2014, cuando el político laborista Benjamin Whittingham tuiteó que Churchill era “un racista y un supremacista”, su comentario puso a los conservadores en pie de guerra. Whittingham no contó en esta polémica con el apoyo de su propio partido, que se apresuró a desautorizarle y a pedir disculpas en su nombre.

Churchill con su esposa Clementine y sus hijos Sarah y Randolph, el 15 de abril de 1929.

Dominio público

Pero, más allá de las pasiones políticas, y al margen de la obra de Churchill como estadista, ¿qué podemos saber, desde un punto de vista exclusivamente histórico, acerca de su actitud hacia otras razas?

Educación imperialista

Como producto de su tiempo y de su clase social, Winston Churchill no dejó de ser un conservador victoriano educado en valores imperialistas. El mundo, para él, estaba dividido en unas razas que se enfrentaban entre sí. Los británicos protestantes se hallaban a la cabeza de todos los demás pueblos. Encarnaban los valores de la civilización frente al supuesto atraso de otras culturas. Los países avanzados, de acuerdo con esta forma de ver las cosas, debían protegerse frente a la amenaza de las naciones bárbaras.

Son ideas muy políticamente incorrectas, vistas con criterios actuales. Para uno de sus biógrafos, “según se aleja de nosotros en el tiempo, el Churchill no pasteurizado cada vez más resulta más difícil de tragar para nuestro delicado paladar moderno”. Estas palabras no corresponden a un autor de corte izquierdista, sino al actual primer ministro británico, el conservador Boris Johnson, en El factor Churchill (Alianza), su biografía por lo demás laudatoria sobre el personaje.

Johnson también afirma que en las acusaciones contra el antiguo premier británico hay suficiente verdad como para poner en apuros a aquellos que se dedican a la enseñanza de la historia: “Su interpretación de las diferencias entre unas sociedades y otras incurría en lo que ahora llamamos racismo”.

Churchill con uniforme militar de húsar en 1895, a la edad de 21 años.

Dominio público

Darwinismo social

Estos prejuicios se manifiestan en la vida del mandatario desde un momento muy temprano. Vamos a observarlo cuando era un joven sediento de acción, dedicado a la carrera militar . En Sudán, ayudó en 1898 a reconquistar el país tras una revuelta de grandes proporciones encabezada por un líder religioso, el Mahdi. Intervino entonces en la batalla de Ondurman, como parte activa de la última carga de caballería del ejército británico.

Contará sus impresiones en un libro, La guerra del Nilo, una obra maestra por el sentido casi cinematográfico de la acción. Sus ideas sobre los sudaneses son primarias, teñidas por la superioridad. La población indígena, según su descripción, no posee grandes cualidades más allá del valor y la honradez: “Lo escaso de su inteligencia excusaba la degradación de sus costumbres”.

También aplicó este tipo de juicios de valor a sus compatriotas menos favorecidos. Mientras ocupó el cargo de secretario de Interior, entre 1910 y 1911, se manifestó a favor del confinamiento, segregación y esterilización de los “débiles mentales”. Con esta expresión, propia de la época, se refería a un segmento de la población en el que veía “un riesgo nacional y racial imposible de exagerar”. Había que evitar que llegaran a reproducirse para que su patrimonio genético no se transmitiera a las futuras generaciones.

Retrato de un joven Churchill por Edwin Arthur Ward.

Dominio público

Boris Johnson señala que Churchill no estaba solo en la defensa de estas opiniones: “Era una época en la que la gente hacía una verdadera exhibición de debilidad mental ante los débiles mentales, y carecía de una buena formación en materia de psicología y genética”.

Hombre de profundas convicciones darwinistas, Churchill veía el mundo como el escenario de una lucha continua en la que los más aptos terminaban por imponerse. Como buen imperialista, estaba persuadido del derecho de los británicos a gobernar sus inmensos dominios. En 1937, por ejemplo, declaró que no había nada injusto en que los blancos ocuparan el lugar de los indígenas en América del Norte y Australia. Simplemente habían sido sustituidos por “una raza de grado superior, una raza con más sabiduría sobre el mundo”.

Imbuido de este tipo de principios, se opuso con energía a cualquier movimiento de autodeterminación que amenazara el Imperio, sobre todo en la India, la joya de la Corona. Sus habitantes, a su juicio, constituían un “pueblo bestial” que necesitaba del gobierno extranjero. Estos puntos de vista son extremos ahora, pero lo cierto es que ya lo eran en los años treinta para muchos de sus compañeros del partido conservador.

Churchill en un encuentro con mujeres trabajadoras cerca de Glasgow, en octubre de 1918.

Dominio público

Desconcierto ante la descolonización

Pocos años después, durante la Segunda Guerra Mundial, Churchill aplicaría sus ideas sobre la superioridad racial con resultados desastrosos. Cuando los japoneses amenazaron la frontera oriental de la India, ordenó destruir los excedentes de arroz y alimentos en la región de Bengala para que no cayeran en manos del enemigo. La parte de las cosechas que se conservó iba a enviarse, en buena medida, al Reino Unido. Las necesidades de los británicos tenían prioridad. La terrible hambruna que se sufrió en la India mató a alrededor de tres millones de personas.

Para el historiador Antony Beevor, este fue, probablemente, el episodio “más vergonzoso y escandaloso” de la dominación británica.

En 1945, Churchill venció en la guerra, pero perdió las elecciones. Ocupó de nuevo el poder la primera mitad de los años cincuenta, un período bastante más gris que su primer mandato. Durante esta etapa se resistió totalmente a reconocer que la hora de Gran Bretaña como superpotencia había pasado ya.

Churchill visita las ruinas de la catedral de la ciudad inglesa de Coventry.

Dominio público

En plena ola de descolonización trató, por todos los medios, de preservar las antiguas glorias. No estaba dispuesto a permitir que el Imperio británico se deshiciera bajo su liderazgo. Por eso utilizó brutales métodos represivos contra la rebelión de los mau mau en Kenia, que había degenerado en una guerra civil entre los partidarios y los detractores del gobierno londinense.

Entre tanto, la India, independiente desde hacía pocos años, exportaba miles de emigrantes hacia la que fuera su metrópoli. Churchill contemplaba este proceso con enorme inquietud. En 1955 comentó a sus ministros que “Mantener Inglaterra blanca” (“Keep England White”) sería un buen eslogan para los conservadores.

El hecho de que Churchill sea un símbolo nacional hace difícil que todo el mundo encaje determinadas críticas. El historiador Richard Toye reconoce que el premier estaba convencido de la superioridad blanca, pero en su opinión eso no implica que estuviera de acuerdo con dar un trato inhumano a las gentes de otras razas. No tendría nada que ver, por tanto, con Adolf Hitler.

Churchill saluda a la multitud tras su llegada a Quebec, en Canadá, en 1943.

Dominio público

Esta especie de “y tú más”, un tipo de argumentación que intenta atenuar las responsabilidades del personaje a través de equivalencias no siempre consistentes, está presente en muchos otros autores. Boris Johnson, sin ir más lejos, recuerda que Estados Unidos, a diferencia de Gran Bretaña, mantuvo un sistema de segregación racial dentro de la ley hasta la década de 1960.

La controversia, en cualquier caso, va a proseguir tanto ahora como en el futuro. Una cosa es lo que dicen los documentos y los historiadores; otra distinta, lo que cada cual pueda pensar acerca de si hay que mantener o no su famosa estatua londinense.