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Himmler, el oscuro burócrata al frente de las SS

Tercer Reich

La jefatura de las SS le dio la oportunidad de acercarse a lo que nunca había logrado: ser militar de carrera

Waffen-SS: la guardia pretoriana del Führer

El germen de la Gestapo

Himmler inspecciona un campo de prisioneros en la Unión Soviética, en el verano de 1941.

Dominio público

Si en los medios nacionalsocialistas de los primeros años veinte alguien hubiera recabado la opinión sobre Heinrich Himmler, la casi unánime respuesta habría sido “es un buen muchacho”, y poco más. Porque, con sus eternos quevedos, “el fiel Heinrich”, como le llamaría Hitler, era visto por casi todos como alguien eficiente y cumplidor, pero sin destacar ni intelectual ni físicamente. Algo así como el perfecto subalterno, que atendía sin pausa las órdenes de sus jefes esbozando una leve sonrisa.

En realidad, esa sonrisa no contradecía la calculadora mirada de sus azules ojos de miope. Con el paso de los años, Himmler llegaría a ser la cabeza visible de un enorme imperio político, militar, económico y policial, de un verdadero Estado dentro del Estado, que lo convertiría en el hombre más poderoso –a excepción de su Führer– y también más temido del Tercer Reich.

Los primeros compases

Heinrich fue el segundo de los tres hijos varones de Gebhard y Anne Himmler. Vio la luz en el Múnich de 1900, en una familia tradicional y católica de la clase media alta. Su padre, un reputado profesor de lenguas clásicas, había sido tutor del príncipe Heinrich de Baviera. De hecho, le puso a su hijo ese nombre en su honor, y el príncipe, para corresponder, aceptó ser su padrino.

Retrato de Himmler en el año 1929.

o.Ang. / Bundesarchiv

El pequeño Heinrich fue siempre bastante debilucho, pero su infancia puede calificarse de cómoda. Fue un buen estudiante y un torpe deportista. Todo esto lo hizo bajo la atenta supervisión de su padre, muy severo, pero que quiso mucho a sus hijos. Él les insuflaría su acentuado nacionalismo, lo que hizo de Heinrich un buen conocedor de la historia germana.

Ya adolescente, el estallido de la Gran Guerra le pareció, como a muchos de sus compañeros, una oportunidad única para probar sus sentimientos patrios y alcanzar la gloria guerrera. De ahí su insistencia en conseguir la autorización de su padre para alistarse. Eso sí, como oficial de complemento, como correspondía a su clase. Por fin, tras ser rechazado en varios de los regimientos más elitistas, sería aceptado en el 11 Regimiento de Infantería de Baviera.

La guerra terminó antes de que pudiera ser destinado al frente, y tuvo que volver a su pupitre. Pero el país estaba cambiando, y mucho. El emperador había abdicado, y el caos se había adueñado de Alemania, en especial de Baviera, donde los comunistas se hicieron con el poder. Se desencadenó una lucha a muerte entre ellos, el gobierno de Berlín y las partidas de excombatientes (Freikorps), que acabarían aplastándolos.

No solo eran tiempos de ebullición política e intelectual, también de zozobra personal. Sobre todo para los jóvenes idealistas que, como Himmler, veían estupefactos cómo los principios sociales en los que se habían formado se hundían sin más. Así que se alistó en el Freikorps Oberland para luchar contra los bolcheviques, a quienes identificaba con los judíos. Tampoco entonces pudo entrar en combate.

Ante la imposibilidad de desarrollar la carrera militar que tanto deseaba, optó por el mundo rural, al que creía depositario de las más puras esencias de la raza germánica. Se matriculó en Ingeniería Agraria.

La felicidad conyugal nunca sería completa. Su esposa solía mostrarse desdeñosa

El amanecer nazi

La hiperinflación y el caos económico en los que Alemania se había sumido tras su derrota en la Gran Guerra afectaron a la estabilidad financiera de los Himmler, por lo que Heinrich, nada más acabar los estudios, tuvo que ponerse a trabajar. Poco después, con su hermano Gebhard, entraría en la Reichskriegsflagge, una organización de excombatientes dirigida por Ernst Röhm.

Él lo aproximaría al Partido Nacionalsocialista (NSDAP), en el que ingresó como militante de base. Eso provocó un fuerte disgusto a su padre y llevaría a la posterior ruptura familiar. Como abanderado de la Reichskriegsflagge participaría en el Putsch de Múnich, un golpe de Estado fallido en el que Hitler intentó hacerse con el poder. Su escasa relevancia hizo que la policía no tomara ninguna medida en su contra, aunque sí perdió el empleo.

No abandonó su militancia política, todo lo contrario. Se puso a trabajar activamente como enlace en la reconstrucción del partido. Al mismo tiempo, se enfrascaba en lecturas esotéricas y devoraba los clásicos hinduistas. Se convenció de la doctrina del karma y la reencarnación y se apartó definitivamente del catolicismo.

Por entonces, Gregor Strasser, empresario farmacéutico y líder nacionalsocialista bávaro, lo nombró su secretario. El salario que recibía solo le permitía una existencia modesta, pero se vio políticamente compensado por su ascenso en el partido, al que estaba entregado y en el que se sentía alguien.

Himmler junto a su esposa y su hija.

o.Ang. / Bundesarchiv

A la sombra de Strasser aparecería como dirigente territorial suplente de la Baja Baviera, y cuando su mentor fuese nombrado jefe de Propaganda, sería su ayudante. En aquella época conoció a Margarete Boden, una enfermera divorciada, siete años mayor que él, que dirigía una clínica homeopática. La vendió a instancias de Heinrich para comprar una pequeña granja en Waltrudering, cerca de Múnich. Fue el primer hogar de su recién creada familia, de la que nacería una hija: Gudrun.

La felicidad conyugal nunca sería completa. Su esposa, una mujer huraña, solía mostrarse desdeñosa a pesar del cariño con que él la trataba, por lo que se fue distanciando de ella a favor del partido. Su ingreso en las SS pasó casi inadvertido, pero en realidad iba a cambiar su existencia.

La entrada a las SS

Las SS tenían su origen en las Tropas de choque Adolf Hitler, creadas años antes para la protección personal del Führer. Ahora dependían de las SA, las Secciones de Asalto del NSDAP, que nunca las vieron con buenos ojos. Harto de los problemas que sus superiores de las SA le causaban, Erhard Heiden dimitió como jefe de las SS, y fue sustituido por Himmler. En ese momento, 1929, las SS estaban integradas por solo 280 hombres, pero Himmler vio en ellas un instrumento para cumplir sus deseos: ascender en el partido y mandar una fuerza paramilitar.

Estableció una normativa de ingreso y un riguroso código matrimonial para que sus integrantes fueran puros

No tardó en convencer a Hitler y al jefe de las SA de que le permitieran ampliar las bases de alistamiento y crear una fuerza de élite al servicio del Führer. Desde entonces, Himmler se aplicó a la creación de, en sus palabras, “una verdadera orden de hombres nórdicos formada por soldados nacionalsocialistas”, inspirada en el modelo jesuítico y en el de los caballeros teutónicos. Se vio a sí mismo como su gran maestre, incluso como la reencarnación del rey sajón Enrique I el Pajarero, que, tras vencer a eslavos y magiares en el siglo X, sentó las bases del Imperio alemán.

Himmler estableció una rígida normativa de ingreso y un riguroso código matrimonial para que sus integrantes fueran puros racial e ideológicamente. Aplicó también periódicas depuraciones en busca de la calidad y la obediencia ciega. En este punto, su “orden de hombres nórdicos” solo era un proyecto. Pero Himmler, fiel a su carácter, supo esperar. Su poder iría aumentando al calor de los éxitos del partido, y ya en 1930 tomaría posesión de un escaño en el Reichstag (el Parlamento), mientras sus SS crecían en número e influencia.

Una rebelión de las secciones de las SA en el norte del país le permitió demostrar la fidelidad de sus hombres a Hitler, y este entendió la conveniencia de apoyarse en ellos para afianzar su liderazgo. El Führer les envió el siguiente texto: “Hombres de las SS, vuestro honor significa lealtad”. Desde entonces el lema lo llevarían grabado en sus dagas.

Heinrich Himmler en 1942.

Bundesarchiv, Bild 183-S72707 / CC-BY-SA 3.0

En el éxito de su misión participaron algunos de sus colaboradores, entre ellos Reinhard Heydrich (a quien Wilhelm Canaris, jefe del espionaje militar, llamaba “la bestia rubia”). Heydrich organizaría y dirigiría el SD, el Servicio de Seguridad de las SS, cuya razón de ser, vigilar a los miembros del partido, sería superada con creces. Contó con uno de los archivos policiales más importantes del mundo, una eficaz herramienta en las luchas políticas en las que Alemania se hallaba inmersa.

Himmler y las SS al poder

El acceso de Hitler a la Cancillería en 1933 abrió nuevas posibilidades a Himmler y sus SS, ya difíciles de disociar. No solo porque Hermann Göring, ministro de Interior de Prusia, los utilizara como policía auxiliar en la represión de los grupos de izquierda. También porque, tras el incendio del Reichstag y la supresión de las garantías constitucionales, Himmler sería nombrado jefe de la policía de Múnich y abriría su propio campo de concentración en Dachau.

En 1934 tendría lugar la Noche de los Cuchillos Largos, en la que Röhm y sus colaboradores fueron eliminados

Sería el modelo de los que vendrían después, y contrastaba por su organización con los caóticos, aunque no menos terribles, centros de internamiento de las SA, a las que las SS aún estaban formalmente supeditadas.

Entonces el centro del poder se hallaba en Berlín, y Himmler quiso estar cerca, por lo que vendió la granja e instaló a su familia (que se había incrementado con Gerhard, su hijo adoptivo) en Lindenfycht, en el Gmud. Él, mientras tanto, vivía en el exclusivo barrio berlinés de Dahlen, donde se encontraban la mayor parte de los jerarcas nazis. Eso sí, por cuenta propia, porque siempre quiso vivir de su sueldo (ahora ya no tan modesto), sin aprovecharse de los privilegios de sus cargos. Para entonces, sus SS tenían más de 50.000 miembros.

La eliminación de la oposición política por parte de los nacionalsocialistas no supuso el fin de los problemas para el nuevo canciller. Tanto las SA como su jefe, Ernst Röhm (amigo de Himmler y único miembro del entorno de Hitler que se atrevía a tutearle), hablaban sin tapujos de llevar a cabo una “segunda revolución”. Esto preocupaba no solo al Ejército y a los sectores financieros, sino al propio partido.

En él se alzaron voces en contra, en especial la de Göring. Pero de quien no podía esperar Röhm oposición era de Himmler. Habían sido siempre amigos, y Himmler hacía manifestación pública de fidelidad a su teórico superior. Sin embargo, ahora se le presentaba la oportunidad de independizarse y de aumentar su cuota de poder, por lo que se alió con Göring a cambio del control de la Gestapo.

Himmler con Hitler (de espaldas) en Polonia, septiembre de 1939.

Falkmart / CC BY 2.0

Himmler ordenó al SD que recopilara cuanta información pudiera obtener. Convenientemente manipulada, era presentada a Hitler como prueba fehaciente de la deslealtad de las SA. Por fin, el Führer accedió a tomar medidas. En 1934 tendría lugar una sangrienta purga, la Noche de los Cuchillos Largos , en la que Röhm, sus principales colaboradores y algunos otros (como el antiguo jefe de Himmler, Gregor Strasser) serían eliminados. La destacada actuación de las SS recibió su recompensa: desde ese momento serían independientes y responsables únicamente ante Hitler. Por fin, Himmler tenía las manos libres para llevar a cabo sus proyectos.

La gran organización

Como burócrata minucioso y eficiente que era, fue dando forma definitiva a una organización que superaba ya los 200.000 miembros. Creó todo tipo de instituciones y servicios. Unos, pensados para el bienestar de los SS y sus familias, como las Fuentes de vida, un sistema de maternidades. Otros para el fortalecimiento de la organización, como las Tropas militares de las SS. No olvidó los centros de estudios, ya fuesen prácticos, como la Escuela de Administración SS, o teóricos, como la la Ahnenerbe, Sociedad para la Investigación y la Enseñanza de la Herencia Ancestral, consagrada a buscar el origen de los arios.

Llegada a Madrid de Heinrich Himmler en 1940.

Bundesarchiv

La fuente básica de financiación para tan amplio despliegue sería, en principio, el Círculo de Amigos del Reichführer SS, integrado por magnates que, a cambio de generosas aportaciones, recibían grados honoríficos de las SS. Con el paso del tiempo, este entramado económico y financiero sería sustituido por el sistema concentracionario, que se convertiría no solo en un medio de supresión de los enemigos del Estado, sino también en un instrumento económico gracias a la fuerza de trabajo gratuita.

Cada vez más interesado en la astrología y la videncia, hizo suyas distintas teorías espiritualistas y neopaganas que materializaría en el castillo de Wewelsburg, el verdadero centro místico de la organización. Esta contaba con un capítulo secreto del que formaron parte los máximos jerarcas de las SS, quienes, antes de reunirse, debían llevar a cabo diversos ejercicios de purificación.

No es de extrañar que organizara una expedición al Tíbet en busca del origen de la raza aria, o que en su visita a España en 1940 se hiciera llevar a la abadía de Montserrat, no solo para ver sus montañas (que identificaba con el mítico Montsalvat de Parsifal), sino para pedir la documentación que creía que guardaba su biblioteca sobre el Santo Grial.

La guerra y los propósitos

El crecimiento territorial del Reich, en especial tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, amplió el ámbito de actuación de Himmler y sus hombres. Ahora se habían convertido en la herramienta que debía hacer de Europa un continente arianizado, donde las razas inferiores debían ser subyugadas, cuando no eliminadas. De todo esto se encargarían las SS. Primero de forma improvisada, por medio de los Grupos de Acción. Después, sistemáticamente, tras la Conferencia de Wannsee presidida por Reinhard Heydrich, en la que se determinó el destino de los judíos.

Himmler, al tanto de todo, aceptó llevar a cabo la Solución Final. Un fragmento del discurso pronunciado en Poznan en mayo de 1944 refleja claramente hasta qué punto había llegado su obsesión por la pureza racial: “No puedo, sencillamente, arriesgarme a matar solamente a los hombres, y dejar que los hijos crezcan vengadores y se enfrenten a nuestros hijos y a nuestros nietos. Nos [vemos] obligados a llegar a la firme decisión de hacer desaparecer a este pueblo de la faz de la tierra”.

Mientras tanto, su vida personal había sufrido importantes cambios. No había roto su matrimonio, pero durante años mantuvo una relación estable con la joven Hedwig, su secretaria, de la que nacerían dos hijos, Helge y Nanette Dorothea. Mientras, su salud empeoraba. Padecía fuertes espasmos abdominales y jaquecas provocados por la lucha por mantener su autocontrol y frialdad. Solo las manos del masajista finlandés Felix Kersten, su confidente, parecían aplacarlos.

Inició una larga serie de contactos con los aliados que no llegarían a fructificar

Pero a principios de 1943, la hasta entonces exitosa marcha de la guerra empezó a cambiar, y las derrotas comenzaron a sustituir a las victorias. Cuando Himmler atisbó que la guerra estaba perdida, pensó que los internos de los campos de concentración podían constituir una buena moneda de cambio para encontrar una salida al conflicto. Planeó pactar una paz con los aliados occidentales y concentrarse en la lucha contra los soviéticos. Inició una larga serie de contactos con los aliados, a través de los países neutrales, que no llegarían a fructificar.

Pero también fueron tiempos de éxitos personales para el jefe de las SS, aunque no le gustara alardear en público de su cada vez más prominente posición. La disolución del Abwehr puso en sus manos todo el entramado del espionaje militar, mientras sus Waffen-SS (SS Armadas), herederas de las Tropas militares de las SS, no solo crecían en número con la guerra, sino que se convertían en las más reputadas unidades militares del Reich. Pero, eso sí, con el listón racial convenientemente rebajado, hasta el punto de integrar, junto a escandinavos, flamencos o valones, a bosnios musulmanes.

Himmler dando un discurso en 1944.

Bundesarchiv, Bild 146-1987-128-10 / Falkowski / CC-BY-SA 3.0

Fue nombrado comandante en jefe del Ejército de Reserva tras el atentado fallido contra Hitler del 20 de julio de 1944 (con lo que por fin pudo tutearse con los militares de carrera, algo que había deseado toda su vida), y jefe del Grupo de Ejércitos Vístula a principios del siguiente año. En este cargo demostraría su escasa, por no decir nula, cualificación estratégica y táctica. Pero a estas alturas poco quedaba ya del Reich, y las relaciones con su Führer, manipuladas por el jefe de la Cancillería Martin Bormann , se habían enfriado.

Los últimos días de la guerra serían para Himmler un continuo ir de aquí para allá, sin saber que Hitler, enterado de sus negociaciones con el representante sueco de la Cruz Roja, el conde Folke Bernadotte, no solo lo había destituido de sus cargos, sino que había ordenado su detención. De todas formas, no había nadie ya en disposición de cumplir la orden.

Tras el suicidio del Führer, Himmler se presentó a su sucesor, el almirante Dönitz, que cortésmente pero con firmeza prescindió de sus servicios. No sabía dónde ir, mientras su séquito se reducía a cada hora que pasaba. Por fin, acabada la guerra, se entregó a los británicos bajo la falsa identidad de Heinrich Hitzinger, un interno de uno de sus campos ya fallecido. A pesar de su disfraz (incluso se había afeitado el bigote) acabó siendo reconocido. Pero la detención sería corta: sus captores no pudieron impedir que mordiera una cápsula de cianuro.

Este artículo se publicó en el número 473 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.