Waffen-SS: la guardia pretoriana del Führer
Leales a Hitler hasta la muerte, las Waffen-SS fueron la élite de combate de las SS. Pero su pureza racial, requisito imprescindible, se diluyó cuando la Segunda Guerra Mundial empezó a complicarse para el Tercer Reich.
El SS que traicionó a la cúpula nazi en Núremberg
Berlín, 27 de abril de 1945. La otrora orgullosa capital del Tercer Reich no es más que un humeante montón de ruinas. A la destrucción causada por los bombardeos angloamericanos se une ahora la provocada por la artillería y los tanques del Ejército Rojo. Sin embargo, los alemanes no quieren rendirse. Ahora defienden a sus mujeres e hijos y combaten calle por calle, casa por casa. Mientras, desde el búnker de la Cancillería, Hitler sigue impartiendo órdenes a unas unidades que solo existen en los mapas.
En la Moritzplatz, una arrasada zona comercial al final de la Oranienstrasse, un grupo de soldados recobra el aliento tras haber rechazado a los soviéticos en una durísima lucha. La mayor parte llevan distintivos de las SS.
Sin embargo, en algunos de los corrillos que se han formado no se habla alemán. Dos o tres soldados lo hacen en letón. Un grupo algo mayor, en francés. El más numeroso se expresa en castellano; sus componentes son miembros de la “Unidad Ezquerra”, nombre derivado de su comandante, compuesta por voluntarios españoles. Todos forman parte de las unidades armadas de las SS, las Waffen-SS. Con la determinación de saber que no les queda nada que perder, salvo la vida, serán las últimas en defender los mutilados despojos de la capital.
A lo largo de su corta existencia, unos 900.000 hombres pasaron por sus filas. Nunca dieron ni pidieron cuartel, lo que los convirtió en una fuerza temida, capaz tanto de grandes gestas como de las mayores abominaciones.
El origen de las SS
Desde sus inicios, el partido nazi fue un movimiento de lucha. Los altercados con las milicias de los partidos rivales, ya fueran socialistas o comunistas, estaban a la orden del día, y reventar mítines de los adversarios era su gran especialidad. De ello se encargaban las SA, las Secciones de Asalto.
De todos modos, se optó por elegir a un restringido grupo de hombres, duros y leales, para la protección personal de su máximo dirigente, Adolf Hitler. Al principio no fueron más de una veintena, y el nombre de la unidad varió, hasta que en 1925 recibió el que se convertiría en el definitivo: Schutzstaffeln (Escuadras de Protección), o SS.
Himmler tardó poco en convencer a Hitler y al jefe de las SA de la necesidad de crear una fuerza de élite al servicio del Führer.
Pero las SS seguían dependiendo de las SA, con cuyos jefes nunca mantuvieron una buena relación. Tras pasar por diversas manos, en 1929 llegaron a las del sibilino Heinrich Himmler .
A pesar de que las SS solo contaban con 286 hombres, su nuevo líder vio en ellas un útil instrumento para aumentar su influencia en el partido. Tardó poco en convencer a Hitler y al jefe de las SA de la necesidad de incrementar su número para crear una fuerza de élite al servicio del Führer. Del Führer... y de sí mismo.
Himmler soñaba con convertirse en una especie de moderno gran maestre de una orden militar, y se empeñó en modelar sus SS hasta transformarlas en “una verdadera orden de hombres nórdicos formada por soldados nacionalsocialistas”. Solo los más puros, racial e ideológicamente hablando, tendrían cabida en ella. Poco a poco su número fue creciendo, junto con el poder de su jefe.
El acceso de Hitler al gobierno alemán en 1933 abrió nuevas posibilidades tanto para Himmler como para su organización. El decidido papel de las SS en la purga que el propio régimen nazi lanzó contra las SA –el golpe conocido como la Noche de los Cuchillos Largos– desembocó en su independencia en el seno del partido, decretada por Hitler. Se había dado el primer paso. Se necesitarían otros para sentar las bases de unas unidades armadas destinadas a suplir, llegado el caso, tanto a la policía como al Ejército. Su juramento de fidelidad personal al gobernante, y no al Estado, la nación o el partido, hizo que Hitler las tuviera muy presentes.
Embriones de las Waffen-SS
Una de las primeras decisiones organizativas consistió en separar de las SS generales a sus homólogas armadas y acuarteladas, las SS-Verfügungstruppe (Tropas SS de Servicios Especiales), o SS-VT.
La situación de estas tropas, sin embargo, no quedaba bien definida, pues, aunque vestían uniformes de las SS y actuaban bajo el mando de sus jefes, recibían instrucción y equipos del Ejército y cobraban su sueldo del Ministerio del Interior prusiano. La guardia de honor del Führer, el escogido “Leibstandarte Adolf Hitler”, también recibía esta consideración.
Aún se creó una tercera unidad armada: la SS-Totenkopfverbände (Formaciones SS Calavera), también conocida como SS-TV, cuyos miembros procedían de la vigilancia de los campos de concentración.
El restablecimiento del servicio militar obligatorio puso freno a la expansión de las SS para no perjudicar a la recién creada Wehrmacht, las Fuerzas Armadas.
En 1935, fecha del restablecimiento del servicio militar obligatorio, las tres unidades sumaban unos 8.500 hombres. Pero la disposición sobre el servicio militar puso freno a su expansión, dado que el organismo encargado del reclutamiento redujo al mínimo la cuota de tropas asignadas a las SS-VT para no perjudicar a la recién creada Wehrmacht, las Fuerzas Armadas.
Pese a todo, las unidades armadas de las SS estaban en vías de constituir una verdadera élite, tal como deseaba Himmler. Las condiciones de ingreso eran muy estrictas. Una larga serie de pruebas físicas y médicas seleccionaban a aquellos más sanos y atléticos. Tras ellas, una batería de exámenes acababan de delimitar a los candidatos. El paso de los años y la necesidad de tropas relajarían estas y otras exigencias.
La instrucción física, que incluía las artes marciales y el boxeo, tuvo siempre un lugar preferente. Se buscaba un tipo de soldado ágil y resistente por encima de la media. De hecho, en las competiciones los equipos de las SS vencían con frecuencia a sus rivales de la Wehrmacht, lo que suponía una magnífica propaganda. Tampoco se relegaba el adoctrinamiento político y racial, pero sus integrantes, nacionalsocialistas convencidos, poco lo necesitaban.
Pero lo que más caracterizaba a estas tropas era su espíritu de cuerpo. Aunque la disciplina era absoluta, la camaradería se promovía desde el primer día. El tratamiento de “señor” a los superiores se arrinconó y se sustituyó por el grado. Era habitual ver a los oficiales comer con los soldados y actuar con ellos como una especie de hermanos mayores, atentos a sus problemas, aunque muy severos en caso necesario.
Ello facilitaba el trabajo en equipo, tan importante en combate, basado en el respeto mutuo y la identificación con la unidad. Por esa razón no iban a gustar los traslados a los que muchos serían sometidos cuando las futuras Waffen-SS crecieran.
En todo caso, la preparación militar resultaba prioritaria. Su objetivo era crear pequeños grupos de combate muy móviles, dotados de un gran volumen de fuego, capaces de penetrar en las líneas enemigas y desorganizarlas, a despecho de las bajas. Sin embargo, la urgente necesidad de estas unidades de obtener armas pesadas y nuevos reclutas para la guerra que se avecinaba topó con un serio obstáculo: la propia Wehrmacht.
Un involuntario impulso
En general, las Fuerzas Armadas consideraron a sus homólogos de las SS como unidades políticas que pugnaban por arrebatarles sus mejores medios, e intentaron limitar su expansión.
El “Leibstandarte” fue la primera unidad alemana que se adentró en la remilitarizada Renania.
De sortear estas dificultades se encargó el astuto Gottlob Christian Berger, un hábil organizador sin escrúpulos que tejió una amplia red de influencias al amparo del poder político de su jefe. Su relación con el entorno industrial permitió la adquisición directa de armas sin pasar por los filtros militares. Su ascendiente sobre los dirigentes de la Hitlerjugend (Juventudes Hitlerianas) y el Servicio Alemán del Trabajo propició que sus miembros se alistaran voluntariamente en las unidades armadas de las SS, en especial tras lograr que el tiempo de permanencia en ellas contara para el servicio militar.
El “Leibstandarte” fue la primera unidad alemana que se adentró en la remilitarizada Renania, y sus hombres colaboraron en las pacíficas ocupaciones de Austria y Checoslovaquia. Sin embargo, no aparecían citados en los partes de la Wehrmacht, para disgusto de Himmler.
La campaña de Polonia en 1939 iba a ser distinta, tal como auguraba la arenga de despedida de su jefe: “Hombres de las SS, espero que hagáis algo más que vuestro deber”. Espíritu de lucha no les faltó, pero los logros fueron escasos, y el número de bajas muy alto. Las unidades regulares tuvieron que acudir en su auxilio en más de una ocasión, por lo que el Ejército pidió la disolución de las tropas armadas de las SS por falta de profesionalidad. No era el caso.
Himmler se defendió alegando que habían sido mal equipadas y peor utilizadas, que se les habían asignado objetivos por encima de sus posibilidades y que no habían recibido el apoyo correcto, y argumentó que la solución pasaba por fortalecer su estructura.
Hitler accedió a ello. Por orden suya, a partir de las SS-VT y las SS-TV se crearían dos divisiones de una nueva organización, y una tercera división –que nunca dio muy buen resultado– se reclutaría entre la policía uniformada. Por otra parte, su guardia personal serviría de base para una de las mejores y más poderosas unidades alemanas de toda la guerra: la 1.ª División Panzer SS “Leibstandarte Adolf Hitler”.
Las ocupaciones de Checoslovaquia y Polonia abrieron la puerta a la incorporación de efectivos nacidos fuera del Reich.
A finales de 1939, todas las unidades armadas de las SS quedaron agrupadas en aquella nueva entidad: las Waffen-SS. Tenían cerca de 100.000 efectivos e iban a contar con sus propios sistemas de reclutamiento, reserva y logística, aunque al principio se nutrieron parcialmente de los equipos tomados al enemigo. También se las detrajo de la jurisdicción militar, dotándolos de tribunales propios. Esto era fundamental a la hora de analizar los excesos perpetrados contra la población civil en la lucha antipartisana y durante la guerra racial desatada en Europa del Este.
De todos modos, para no indisponer al Ejército, quedaron subordinadas a este en el campo de batalla. Pero las ocupaciones de Checoslovaquia y Polonia abrieron una puerta que marcaría el futuro de las Waffen-SS: la incorporación de efectivos nacidos fuera del Reich.
Una expansión sin límites
Durante siglos, por circunstancias de la historia, miles de familias alemanas se habían asentado en distintas regiones de Europa conservando su lengua y sus tradiciones. A otras, vaivenes fronterizos las habían convertido en extranjeras sin moverse de casa. Eran los denominados alemanes étnicos.
Berger vio en ellos una cantera de posibles reclutas con que sortear las restricciones impuestas por el Ejército, por lo que propuso su alistamiento. Himmler era renuente a amenazar los estándares de sus SS, pero acabó por dar el visto bueno, deseoso de incrementar la fuerza de su ejército particular.
También accedió a la creación de las “Legiones de Voluntarios de las Waffen-SS”, “si mostraban las credenciales raciales e ideológicas apropiadas”. Estos voluntarios se reclutaron inicialmente en Escandinavia, luego en los Países Bajos y Bélgica y, finalmente, en toda Europa, pese a que la “germanidad” de los candidatos era ya más que cuestionable.
La obtención de la ciudadanía alemana fue uno de los motivos básicos, junto con factores ideológicos y económicos, para el enrolamiento de extranjeros.
La Wehrmacht no podía protestar, dado que se trataba de ciudadanos no alemanes. Pero su alistamiento creaba un grave problema. Al ser en su mayoría ciudadanos de países ocupados, corrían el riego de ser considerados traidores en caso de derrota.
Un subterfugio para evitarlo era obtener la nacionalidad alemana, pero las autoridades del Reich siempre se mostraron reacias a concederla, y, cuando lo hicieron, fue en su mayoría por la duración de la guerra, lo que no solucionaba el problema.
Precisamente, la obtención de la ciudadanía fue uno de los motivos básicos, junto con factores ideológicos y económicos, para el enrolamiento de extranjeros en un momento en que parecía que Alemania iba a ganar la contienda.
El rendimiento de las Waffen-SS en la ofensiva occidental de mayo de 1940 mejoró. La “Leibstandarte” logró la mayor penetración en suelo francés antes del armisticio, una advertencia de lo que una unidad mecanizada y motivada podía hacer. La “SS-Totenkopf” adquirió fama de indiferencia ante las propias bajas. Y ante las ajenas: en Le Paradis, esta división mató sin mediar palabra a 98 soldados británicos que se habían rendido, una masacre que sorprendió incluso a los alemanes. El caso se repetiría más adelante en lugares como Oradour-sur-Glane o Malmedy.
El Ejército se pliega
Pese a los méritos militares de las Waffen-SS, el Alto Mando del Ejército continuó menospreciándolas. Pero la campaña de los Balcanes dio un vuelco a la situación. En ella, gracias a su arrojo, un batallón venció la difícil orografía griega tomando los estratégicos pasos de Klidi y Klisura, mientras que un grupo de apenas una treintena de hombres logró la rendición de Belgrado (con un farol: amenazando al alcalde con un devastador bombardeo).
Los oficiales de la Wehrmacht comprendieron que luchar junto a una unidad de las Waffen-SS era toda una garantía. La invasión de la URSS representó un cambio cuantitativo y cualitativo. Los soldados soviéticos ofrecían una enorme resistencia, y, pese al avance germano, el país parecía no tener fin.
La lucha era extrema, y los rusos respondieron a las atrocidades alemanas en parecida medida. A los miembros de las Waffen-SS que caían prisioneros les esperaban a menudo la tortura y la muerte. Era habitual ver sus cadáveres, decapitados o emasculados, colgados de los árboles. En represalia, sus compañeros le daban al gatillo sin preguntar. Poco importaba que las víctimas fueran civiles.
La derrota ante Moscú abrió un abismo entre Hitler y sus generales. Solo las Waffen-SS parecían capaces de superarlo. Tuvieron que alistar nuevas divisiones, puesto que se hicieron cada vez más imprescindibles, actuando como cortafuego en las situaciones más comprometidas. A ellas se debió la última gran victoria alemana: la reconquista de Járkov, en marzo de 1943. Destacaron en Prójorovka, el mayor combate de blindados de la guerra, con más de mil carros enfrentados. Y llevaron el peso de la batalla de Normandía tras afianzarse el desembarco aliado en 1944.
No existió casi ningún país europeo que no contara con una representación en las Waffen-SS.
Sin embargo, cubrir bajas y crear nuevas unidades se convirtió en una tarea cada vez más difícil, por lo que el sistema de reclutamiento se relajó. No solo se recuperaron antiguos voluntarios que habían sido rechazados, sino que a los alemanes étnicos que quedaban en los países del Este se les obligó a enrolarse. La rebaja en la edad de alistamiento permitió crear una excelente división acorazada, la “Hitlerjugend”, cuya tropa tenía una edad media de 17 años (fue diezmada en Francia). También se incorporaron diversas legiones de voluntarios europeos que estaban luchando en la Wehrmacht con sus propios mandos nacionales. Fue el caso de la francesa LVF, base de la futura división “Charlemagne”, creada a finales de la guerra.
No existió casi ningún país europeo que no contara con una representación en las Waffen-SS. Con ellas, Hitler emprendió las dos últimas grandes ofensivas de la guerra en las Ardenas y Hungría. Sin embargo, la desproporción de medios era tal que poco pudieron hacer, pese a batirse bien. Fracasada la última en marzo de 1945, Hitler ordenó que los miembros de las divisiones “Leibstandarte-SS Adolf Hitler” y “Hitlerjugend” retiraran de sus bocamangas la cinta con su nombre por no ser dignos de llevarla. Cuenta la tradición que se las devolvieron en un orinal, pero eso es solo una leyenda. Sencillamente, el mando ignoró la orden, y los hombres siguieron haciendo lo que habían hecho siempre.
Un cuerpo incomparable
En las Waffen-SS lucharon algunos de los mejores combatientes de la Segunda Guerra Mundial. No es algo que pueda hacerse extensivo a la entera estructura de la organización.
Divisiones como la musulmana “Handschar”, que llegó a sublevarse durante el período de equipamiento en Francia, fracasaron estrepitosamente. Las que se especializaron en la lucha antipartisana, como la “Polizai” y la “Dirlewanger”, en la que se integraron convictos y delincuentes de toda clase, solo son recordadas por sus atrocidades. Algunas resultaron ser simplemente mediocres o estuvieron mal equipadas.
Hubo unidades muy particulares, como el Cuerpo Libre Británico, con sus 59 hombres reclutados en los campos de prisioneros, que solo tuvo una función propagandística. La Legión India, algo más numerosa, cuyos integrantes se desempeñaron competentemente, se creó para una invasión conjunta de la India colonial británica que no se llevó a cabo.
Pero, excepciones al margen, a lo largo de la guerra, las tres unidades originales y otras de nueva creación (como la mencionada “Hitlerjugend”, la “Viking” o la “Nordland”) no solo mantuvieron su eficacia, sino que la acrecentaron, por su espíritu combativo y por contar con mayor número de elementos blindados que el Ejército. Bien equipados y preparados, los miembros de las Waffen-SS difícilmente tenían parangón como máquina militar.
Este artículo se publicó en el número 554 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.