Checoslovaquia en la Segunda Guerra Mundial
El estreno de la película 'Operación Anthropoid' nos recuerda la situación que se vivía en la Checoslovaquia dominada por la Alemania nazi.
Matar a Heydrich. Esa es la misión que deben llevar a cabo en Praga, en 1942, Jozef Gabcik y Jan Kubis. El plan de asesinato, que se conocería como Operación Antropoide, quiso hacerse pasar por una jugada de la resistencia, pero fue diseñado por el gobierno checo en el exilio con ayuda de la Dirección de Operaciones Especiales de Gran Bretaña. Reinhard Heydrich, antiguo director de la Gestapo y jefe de la Oficina Central de Seguridad del Reich, actúa desde hace poco más de medio año como protector de la región. Todo parece ir viento en popa. Y eso es un auténtico problema para el gobierno refugiado en Londres.
¿Una república modelo?
A ojos del mundo, la Checoslovaquia de 1938 era un ejemplo de estabilidad. Nacida dos decenios antes de los retazos del Imperio austrohúngaro, pasaba por ser la república más democrática y próspera de Centroeuropa. Sin embargo, tras esta idílica imagen encerraba el virus de su propia destrucción: la diversidad étnica.
Al margen de la rivalidad latente entre checos y eslovacos, que constituían la clase dirigente y daban nombre al país, Checoslovaquia contaba con grupos nacionales nada desdeñables, como el húngaro, el ruteno, el polaco y, sobre todo, el germano. Este, muy mayoritario en la región de los Sudetes, sumaba un 22% de la población total del país (cerca de 3.500.000), y constituía el segundo grupo étnico, por detrás del checo y justo delante del eslovaco.
La minoría germana sumaba un 22% de la población total de Checoslovaquia, y constituía el segundo grupo étnico, por detrás del checo y justo delante del eslovaco.
Poco dispuestos a integrarse en la nueva estructura política, los alemanes de Checoslovaquia reclamaban que les fuera reconocida su particularidad y que se pusiera fin a la discriminación que sufrían (un tema sobre el que se suele pasar de puntillas). La llegada de Adolf Hitler al poder en Alemania aceleró los acontecimientos.
Estimuladas desde Berlín, las distintas organizaciones germanas convergieron en el Partido Alemán de los Sudetes, dirigido por Konrad Henlein, que abandonó pronto las tesis autonomistas para solicitar la integración de la región en el Tercer Reich, al modo austríaco. Sus inaceptables exigencias abocaron toda negociación al fracaso, y no solo Berlín sino también Budapest y Varsovia reclamaron aquellos territorios poblados por sus connacionales.
Llega la disolución
De las palabras se pasó a los hechos, y, mientras Praga decretaba la movilización de su pequeño pero moderno ejército, Hitler daba el visto bueno a los planes de invasión. Sin embargo, ni franceses ni británicos contaban con unas fuerzas armadas preparadas para la guerra. Ambos países convinieron en evitarla, ejerciendo toda la presión diplomática de que fueron capaces sobre unos checoslovacos que, abandonados por todos, vieron cómo se desgajaba una parte de su territorio en los Acuerdos de Múnich, el 30 de septiembre de 1938. Sus representantes, con el presidente Edvard Benes a la cabeza, esperaban en la antesala sin poder intervenir. Benes dimitiría y se exiliaría poco después.
Hitler presionó hasta lograr la independencia de Eslovaquia bajo amparo alemán y la conversión de Chequia en un protectorado.
Pese a todo, Hitler no estaba satisfecho. Presionada por el Reich, el 14 de marzo de 1939, la Asamblea de Bratislava proclamaba la independencia de Eslovaquia bajo amparo alemán. Al día siguiente, el indeciso Emil Hácha, nuevo presidente checo presente en Berlín, firmaba una petición de protección dirigida a Hitler tras haber sufrido un colapso a raíz de las amenazas recibidas. Lo que quedaba de la actual Chequia se había convertido en el Protectorado de Bohemia y Moravia.
En el Protectorado
La nueva estructura política mantuvo su propia administración, con Hácha como presidente y el popularmente apreciado Alois Eliás como jefe de gobierno. Ello posibilitó el sostén de cierta vida social y académica, siempre y cuando no contraviniera las disposiciones de la administración alemana superpuesta. La dirigía como Reichsprotektor el diplomático de la vieja escuela Konstantin von Neurath, que mantuvo en sus manos los resortes del poder, especialmente los económicos. Los de seguridad y policía quedaban bajo la Gestapo. Ni qué decir tiene que tanto judíos como comunistas sufrieron los primeros envites, así como los cuadros dirigentes de los antiguos partidos políticos, ahora prohibidos. Cualquier muestra de resistencia u oposición fue duramente castigada, pero, en general, el dominio alemán en el Protectorado durante los primeros tiempos no fue nunca tan brutal como en otros territorios ocupados durante la guerra, desatada el 1 de septiembre de 1939.
Había una razón para ello. En el imaginario nacionalsocialista, Bohemia y Moravia eran vistas como regiones fácilmente integrables en el Gran Reich que se edificaría tras la victoria, después del pertinente proceso de germanización, facilitado por la existencia de la minoría germana. Por otra parte, una potente y moderna industria pesada y una mano de obra muy cualificada suministraban una nada desdeñable cantidad de material de guerra a la Wehrmacht. En cierto modo, a pesar de algunas acciones de la resistencia checa, el común de los alemanes consideró el Protectorado como un remanso de paz, y cualquier destino en él, como una especie de premio.
Las condiciones de vida a causa de la guerra hicieron saltar la chispa de una revuelta, y Berlín pensó en Heydrich para acallarla.
No obstante, la progresiva degradación de las condiciones de vida a causa de la guerra hizo saltar la chispa de una revuelta, sobre todo estudiantil, que Von Neurath no parecía capaz de acallar. Los dirigentes de Berlín pensaron, entonces, en Reinhard Heydrich como sustituto, aunque nunca depusieron a Von Neurath, oficialmente apartado por enfermedad.
El mandato de Heydrich
Tras su llegada a Praga en septiembre de 1941, el nuevo “viceprotector” se puso manos a la obra, descabezando de un plumazo cualquier atisbo de oposición. Amparado en la proclamación de la ley marcial, multiplicó las detenciones y los fusilamientos. Acabó con todo aquel que consideraba un peligro. Ni siquiera quedó a salvo el primer ministro Eliás, que fue detenido y más tarde ejecutado. Eran los métodos habituales de “el Carnicero de Praga”.
Sin embargo, una región tan vital para el esfuerzo de guerra como aquella no podía mantenerse en un permanente estado de sitio, por lo que al palo le siguió la zanahoria. No solo hizo liberar a algunos presos, mejorar las condiciones laborales o rebajar el racionamiento, sino que levantó la ley marcial. Para entonces, toda oposición había sido acallada y la resistencia, reducida a su mínima expresión, mientras la producción industrial quedaba restablecida como en sus mejores días.
Este artículo se publicó en el número 586 de la revista Historia y Vida. Si tienes algo que aportar escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.