El Pacto de Varsovia, la respuesta soviética a la OTAN
Guerra Fría
En 1955, la Unión Soviética formalizó una alianza militar con sus satélites de Europa del Este. El Pacto de Varsovia no permitiría la disidencia de ninguno de sus miembros
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Con el fin de la Segunda Guerra Mundial se desató la Guerra Fría entre el poder comunista de la Unión Soviética y el capitalista de Estados Unidos. El mundo asistía a una hostilidad permanente entre ambas potencias. Mientras Moscú se hacía con el control del este de Europa, rodeándose de estados satélites, Washington ejercía su hegemonía en Occidente. La reconciliación entre ambos bloques parecía una utopía. El Viejo Continente, según palabras de Winston Churchill, quedaba dividido por un “telón de acero”.
Los capitalistas fueron los primeros en aliarse. Estados Unidos, Canadá y diez países más de Europa crearon la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), un organismo militar destinado a responder a un posible ataque del bloque comunista.
Años después, la incorporación a la OTAN de la República Federal Alemana (la “mitad” occidental del país desde su división en 1949) suscitó la formación del Pacto de Varsovia, oficialmente denominado Tratado de Amistad, Cooperación y Asistencia Mutua. Su artífice, el líder soviético Nikita Jruschov, consideraba esta alianza como un medio de equilibrar el poder de la OTAN.
Hasta entonces, la estrategia soviética había sido defensiva. Se sustentaba en el ejército convencional, y no en las armas nucleares, aún insuficientes para inclinar la balanza en un conflicto. Sin embargo, tras la muerte de Stalin y la subida al poder de Jruschov, Moscú replanteó su política militar, acentuando su carácter ofensivo. Estaba preparada para lanzar un ataque con tropas convencionales que dejara a Estados Unidos sin capacidad de respuesta.
El Pacto de Varsovia pretendía crear un mando militar unificado. Para garantizar la coordinación y agilidad entre los distintos ejércitos, se designó al mariscal Iván Stepánovich Kónev, héroe de la Segunda Guerra Mundial, como jefe de las Fuerzas Armadas.
Moscú, socio privilegiado
En teoría, los estados aliados de la Unión Soviética gozaban de igualdad de derechos; en la práctica, era la URSS la que disfrutaba de una posición hegemónica. El dominio que ejercía sobre los países satélites del norte era mucho más estricto que el de los del sur, debido a su importancia estratégica. Era más probable que se produjera un ataque occidental desde Polonia o la República Democrática Alemana que desde Rumanía o Albania, sin fronteras con el bloque occidental.
La razón última del Pacto de Varsovia radicaba en consolidar el imperialismo soviético. Moscú nunca se molestó en consultar a sus socios la toma de decisiones. Tampoco en cumplir el acuerdo incluido en el Pacto de no entrometerse en la política interna de los países miembros. Los ejemplos se suceden. Primero invadió Hungría para evitar que el gobierno magiar abandonara el Pacto; años después Checoslovaquia, tras la subida al poder del reformista Alexander Dubcek.
Leonid Brézhnev, sucesor de Jruschov en el gobierno, justificó estas y otras agresiones en la doctrina que lleva su nombre. La Unión Soviética tenía derecho a intervenir en cualquier país de su esfera de influencia para proteger el socialismo contra cualquier posible enemigo.
Derrumbe acelerado
Con la llegada al poder de Mijaíl Gorbachov, la URSS dio un giro a su política internacional. ¿Tenía sentido mantener su dominio en Europa oriental? Los dirigentes soviéticos creían que no. Implicaba un gasto militar excesivo para una economía frágil, capaz de enviar satélites al espacio, pero no de proveer de alimentos los supermercados. Por ello, Gorbachov renunció al derecho de intervención en otros países.
Las razones internas pesaban también en la política internacional. El nuevo inquilino del Kremlin deseaba iniciar una política de distensión con Occidente que pusiera fin a la carrera armamentística y a la Guerra Fría.
Cuando se hizo evidente que no se iba a producir un ataque soviético, los países del bloque comunista experimentaron un veloz proceso de democratización, simbolizado en la caída del muro que dividía Berlín en dos mitades, en 1989. En poco tiempo, los regímenes de la Europa del Este se derrumbaron uno tras otro.
El Pacto de Varsovia ya no tenía sentido sin un bloque comunista, por lo que se deshizo dos años después. Todos sus miembros se incorporarían de forma paulatina a la OTAN, su antigua enemiga, excepto Rusia, con la que las tensiones han arreciado en los últimos años. Con Putin al frente, se ha llegado a hablar de una segunda guerra fría.
Este artículo se publicó en el número 457 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.