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Pu Yi, de emperador a jardinero

El fin del Imperio chino

La vida de Pu Yi, el último soberano en ocupar el trono del Dragón, es el reflejo de la turbulenta historia china durante la primera mitad del siglo XX

Cixí, de concubina a modernizadora de China

El joven emperador chino Pu Yi con uniforme.

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Pekín, noche del 13 de noviembre de 1908. Un palanquín transportado por fornidos eunucos atraviesa a toda prisa las calles de la capital china escoltado por guardias imperiales hasta llegar a la Ciudad Prohibida, el recinto más importante y secreto del Imperio. En el interior del palanquín se encuentra un niño de poco más de dos años y medio, acompañado de su nodriza. El pequeño, de nombre Pu Yi, acababa de ser elegido para suceder a su tío paterno, el emperador Guangxu, quien había de fallecer un día después.

En el momento de su ascensión al trono, la dinastía Qing, a la que pertenecía Pu Yi, estaba en declive. Era de origen manchú, extranjero a ojos de los chinos. Los manchúes se habían hecho con el control del Imperio a mediados del siglo XVII derrocando a la dinastía Ming. El período de esplendor de los Qing llegaría la centuria siguiente. Sin embargo, en el XIX, la corrupción, las rebeliones internas y la presión imperialista de las potencias occidentales desembocaron en una crisis que dejaría al trono en una delicada posición.

Cuando Pu Yi llegó a la Ciudad Prohibida, sede de los emperadores chinos desde el siglo XV, el gobierno del país estaba en manos de la emperatriz viuda Cixi (también llamada Tzu-Hsi) desde hacía cuarenta años. Esta soberana se había hecho con el poder tras la muerte de su marido, el emperador Qianfeng, y había colocado en el trono a un sobrino suyo, Guangxu, como títere para seguir controlando el Imperio, pues estaba prohibido que reinase una mujer.

Retrato de Pu Yi en 1908.

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Fue la propia Cixi quien hizo traer a su sobrino nieto Pu Yi a palacio, pero poco tiempo tuvo para conocerlo: murió dos días después. Así, en medio de un vacío político, la dinastía Qing reconocía a un niño de dos años como Hijo del Cielo, el título de los emperadores chinos.

Emperador sin imperio

La China que heredó Pu Yi era un enorme país en caos, alentado por los movimientos revolucionarios y republicanos que pretendían derrocar a la monarquía. Solo tres años después de que aquel niño subiese al trono estalló finalmente la revolución, y el sistema imperial, que había gobernado China durante más de dos milenios, desapareció con ella.

Oficialmente, Pu Yi abdicó poco después. Sin embargo, fue autorizado a residir en la Ciudad Prohibida, donde seguía siendo reverenciado como un emperador, aunque su poder real no fuese más allá del recinto imperial. La República le otorgó un subsidio anual de cuatro millones de dólares de plata, que nunca llegaría a pagar íntegramente y que años más tarde abolió. El emperador sería educado conforme a la tradición china, pero, a diferencia de sus antepasados, también recibió una formación de corte occidental.

Pu Yi, a los tres años de edad, junto a su padre y a su hermano menor.

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A los trece años le fue asignado un preceptor británico, Reginald F. Johnston, que debía enseñarle la lengua inglesa. Con él mantuvo Pu Yi una gran amistad. El valor que otorgaba a su relación con Johnston es una muestra de la soledad que le envolvió a lo largo de su vida. Vivía rodeado de sirvientes, y algunos años después de su llegada a la Ciudad Prohibida uno de sus hermanos se instaló con él, pero raramente veía a sus padres y al resto de su familia.

Pu Yi fue siempre un personaje inseguro. No carecía de inteligencia; sin embargo, era débil ante los desconocidos y nunca tuvo fortaleza suficiente para imponerse a los demás. Es probable que este apocamiento respondiese a su temprana conciencia de la situación: lo que en un principio creyó el centro del mundo no era más que una cárcel dorada. Con la instauración de la república había dejado de ser el gobernante de China para convertirse en una figura meramente simbólica, reverenciada entre las paredes de la Ciudad Prohibida e ignorada fuera de ellas.

Pu Yi fue obligado a abandonar la Ciudad Prohibida y se trasladó a la muy cosmopolita Tianjin

Se encontró rodeado de un respeto rayano en lo absurdo hacia su persona, tan consentido en todo como privado de auténtico cariño, lo que le convirtió en un personaje atormentado y no exento de crueldad con los de su entorno. La ausencia de su familia fue una losa para él. Tuvieron que pasar diez años tras la entronización para que pudiese ver a su madre. El suicidio de esta poco después afectó profundamente al joven emperador, a quien ni siquiera autorizaron a asistir al funeral.

La inseguridad fue perceptible también en otros ámbitos. No puede afirmarse con rotundidad, pero es muy probable que fuese bisexual. Su vida durante la infancia y la adolescencia, rodeado de figuras masculinas –empezando por los eunucos, funcionarios de la corte– y alejado de las femeninas, dificultó sus relaciones con el sexo contrario.

Las únicas mujeres que había conocido, salvo su madre y su nodriza, eran las viudas del anterior emperador, mucho más mayores que él e instaladas en un recinto apartado de la Ciudad Prohibida. Pu Yi tenía que llamarlas “madre” cuando iba a visitarlas, pero las detestaba profundamente, puesto que fueron ellas las que expulsaron de su lado a su nodriza.

Puerta de entrada a la Ciudad Prohibida en Pekín (China).

Hung Chung Chih / iStockphoto

Cuando el emperador tomó por esposa a Wang-Jung (a la que más adelante dio el nombre de Elizabeth), huyó del lecho conyugal en su noche de bodas sin haber consumado el matrimonio, y los contactos íntimos entre ambos serían escasos. Con sus otras consortes la situación no fue muy distinta. Algunos historiadores apuntan a problemas de impotencia, y seguramente era estéril.

Exilio y nuevo trono

El período republicano estuvo marcado por la división. Muchas zonas cayeron bajo la influencia de “señores de la guerra”, potentados de comportamiento feudal, mayoritariamente antiguos generales del Imperio, que dictaban su propia ley y desoían a un poder central muy debilitado. La caída de Pekín a finales de 1924 en manos de un señor de la guerra representó el final de la tolerancia hacia el antiguo emperador.

Pu Yi fue obligado a abandonar la Ciudad Prohibida y poco después se trasladó a Tianjin, la urbe más cosmopolita de China después de Shanghái , situada un poco más al sur. Allí, el antiguo emperador conoció los animados ambientes de las colonias inglesa, francesa y japonesa y acudía constantemente a fiestas o las organizaba él mismo.

El joven Pu Yi en el año 1934.

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Fue en esta época cuando su vida matrimonial se desintegró por completo. Vivía alejado de Elizabeth y esta optó por refugiarse en el opio. Su segunda esposa, además, la concubina Wen-Hsiu, le abandonó. La ajetreada vida de Tianjin repercutió también en el bolsillo del exemperador, que empezó a pasar apuros económicos.

Fue precisamente en Tianjin donde Pu Yi entró en contacto directo con las autoridades japonesas. Oficiales del Ejército y de los servicios secretos iniciaron un discreto acercamiento a él con el pretexto de que debía aceptar puestos de mayor responsabilidad y recuperar su antigua posición. Pu Yi no tardó en caer en la trampa y accedió a encabezar el gobierno de Manchukuo, el estado supuestamente independiente que los japoneses establecieron en la Manchuria ocupada a partir de 1931.

En la práctica, Pu Yi fue una figura simbólica manipulada por los nipones, quienes incluso le proclamaron emperador de aquella especie de colonia tres años después. Durante su reinado estuvo estrechamente controlado por los japoneses y visitó en dos ocasiones al emperador Hirohito en Tokio.

Pu Yi no tardó en darse cuenta de su error. En privado declaraba su desprecio por los oficiales nipones en Manchuria, pero públicamente les mostraba su apoyo y rubricaba las leyes redactadas por ellos. Era consciente del mal que los japoneses infligían no solo a los chinos, sino también a su propio pueblo, el manchú. Sin embargo, se mostraba incapaz de enfrentarse abiertamente a ellos.

Desde la Unión Soviética fue trasladado a Tokio para declarar en los juicios contra los criminales de guerra

El encarcelamiento

La caída del Imperio japonés en agosto de 1945 marcó el fin de Manchukuo. Poco antes, la Unión Soviética había declarado la guerra al Sol Naciente y emprendido la conquista de Manchuria y del norte de Corea. Rechazado por los chinos y sin saber adónde ir, Pu Yi intentó refugiarse en Japón, pero cayó en manos de paracaidistas soviéticos en el momento en que iba a tomar un avión en Mukden.

Fue internado en un balneario de la ciudad de Khavarovsk, en el extremo oriente ruso, donde vivió confortablemente ante unas autoridades soviéticas que no sabían muy bien qué hacer con él. Pu Yi mostró su marcado sentido de supervivencia con la rapidez con que se distanció de sus correligionarios japoneses.

Desde la Unión Soviética fue trasladado a Tokio para declarar en los juicios contra los criminales de guerra. Y no dudó en señalar a los responsables militares y políticos nipones en Manchuria como los culpables de todos los males ocasionados por el antiguo estado títere.

En la práctica, Pu Yi se salvó de ser ejecutado porque los aliados no tenían interés alguno en la figura del emperador manchú, a quien consideraban un testigo poco menos que inútil. En los años siguientes, Pu Yi permaneció bajo custodia soviética, pero el triunfo en 1949 del Partido Comunista Chino (PCCh), liderado por Mao Zedong , en la guerra civil china y la instauración de la República Popular cambiaron las cosas.

Moscú no dudó en entregar al antiguo emperador a las nuevas autoridades de Pekín, quienes lo encerraron en la cárcel de Fusin, en la ciudad de Harbin. En este centro penitenciario de Manchuria Pu Yi pasaría nueve años. Para sobrevivir contó con la ayuda de los dirigentes del mismo, que tenían orden de Pekín de preservar la integridad física del antiguo monarca y lograr su reeducación. De hecho, era el preso más débil de Fusin. Los parientes que fueron encarcelados con él, unos sobrinos suyos, se mostraban poco dispuestos a seguir sirviéndole.

Henry Pu Yi, en 1956, en el patio de la cárcel donde fue encarcelado por los comunistas chinos.

TERCEROS.

En una ocasión fue encerrado en una celda con presos desconocidos, lo que creaba una situación penosa para alguien que, como él, estaba habituado a ser el centro de las atenciones. Tardaba mucho más que los demás en vestirse y asearse y era objeto de burla por parte de sus compañeros, que no vacilaban en reírse de su humillación por tener que limpiar las letrinas. Durante los años de cárcel, Pu Yi se sometió a interminables sesiones de autocrítica, consistentes en escribir los delitos cometidos en el pasado, que luego eran estudiados por el partido.

Las autoridades comunistas tenían un gran interés en el exemperador, a quien no veían como una amenaza, sino más bien como una figura a la que utilizar en beneficio propio. Si el gran representante del antiguo régimen se “convertía” al nuevo sistema político, el resto de opositores también podrían.

Los días de cautiverio de Pu Yi estaban, sin embargo, contados. En 1959, con motivo del décimo aniversario de la República Popular, las autoridades chinas decretaron una amplia amnistía que incluyó a presos políticos supuestamente reformados. El nombre del soberano manchú fue incluido en la lista de personas a excarcelar, y poco después Pu Yi llegaba a Pekín.

A diferencia de lo que esperaba en un principio, no fue ejecutado y se le permitió incluso recibir visitas

“Ciudadano Pu Yi”

En el momento de ser liberado, era ya un marxista convencido y un ferviente partidario del régimen comunista. Evidentemente, los diez años de reeducación habían dado sus frutos. Las sesiones de autocrítica y de enseñanza ideológica lograron el arrepentimiento de Pu Yi por sus acciones pasadas (principalmente como dirigente de Manchukuo), pero también su reconocimiento de los logros alcanzados por el PCCh, que habían sido notables, sobre todo en el ámbito social, como el derecho a la educación para toda la población o la igualdad entre los sexos.

Existen, no obstante, otras razones de tipo más personal que explican las simpatías de Pu Yi hacia el gobierno marxista. A diferencia de lo que esperaba en un principio, no fue ejecutado y se le permitió incluso recibir visitas. Más importante todavía, fue puesto en libertad tras diez años de reclusión, cuando no contaba con salir vivo de la cárcel. Su familia, por otra parte, no había padecido en exceso durante estos años y se adaptó sin grandes dificultades al nuevo estado.

Zhou Enlai (a la izqda.) con el presidente Ahmed ben Bella en un viaje a Argelia en 1965.

STF / AFP

Pu Yi contó con el beneplácito de Mao y sus camaradas del PCCh en su nueva vida como civil. Su principal valedor era el primer ministro Zhou Enlai, que sentía verdadera fascinación por el cambio ideológico experimentado por el antiguo emperador. Zhou solía invitarle a su casa con motivo del año nuevo chino, y fue él quien le propuso que escribiera su autobiografía a principios de los sesenta.

Su existencia de hombre corriente, en todo caso, siempre estuvo marcada por la costumbre de ser servido, algo que ni el decenio y medio de cárcel había conseguido borrar. Nunca conoció el valor del dinero y solía gastarlo con escandalosa rapidez, teniendo que vivir de la ayuda de los demás con frecuencia.

Pu Yi fue enterrado por los dirigentes comunistas en un lugar destinado a los héroes de la revolución

Extremadamente torpe, se despistaba y perdía las cosas continuamente, empezando por sus gafas. Siempre fue una persona distraída, pero con la edad ello se hizo más evidente y afectaba también a la gente de su entorno. Solía olvidarse de cerrar la puerta al entrar en una habitación, de tirar de la cadena del baño o de cerrar el grifo después de lavarse las manos, con lo que era necesario estar pendiente de él todo el tiempo. Asimismo, carecía del sentido de la orientación y se extraviaba en la calle continuamente.

Estuvo viviendo durante un tiempo en casa de una de sus hermanas casadas y se le asignó un trabajo como jardinero en el Instituto Botánico de la Academia China de las Ciencias. Más tarde pasó a ser archivero en una institución del PCCh. En el plano personal, se casó con una enfermera llamada Li Shu-Hsien.

Pu Yi, a la izquierda, en 1961, dos años después de ser liberado por los comunistas.

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La mala suerte, sin embargo, le persiguió: poco después le fue diagnosticado un cáncer de vejiga que le llevaría a la muerte en cuestión de cinco años. Su cuerpo fue incinerado y sus cenizas depositadas en el cementerio de Babaoshan, cerca de Pekín, lugar dedicado a los héroes de la revolución, lo que demuestra que, a ojos de los dirigentes comunistas chinos, se había rehabilitado por completo.

No obstante, en 1995 su viuda logró que sus restos fueran trasladados al cementerio de los emperadores Qing, situado a unos 120 kilómetros de la capital, donde se hallaban las tumbas de algunos de sus antepasados más ilustres.

Este artículo se publicó en el número 450 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.