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Pólvora: la “medicina” que iba a transformar la guerra para siempre

Inventos

Se creó en la antigua China con una finalidad médica, pero pronto se comprobó su capacidad para cambiar el curso de las batallas

El emperador mogol Shah Jahan disparando. India, siglo XVIII.

Dominio público

Buscaban la fórmula de la inmortalidad, pero encontraron una receta mortal. A finales del siglo IX, en las últimas décadas de la dinastía Tang (618-907), los mejores alquimistas chinos crearon la “medicina de fuego”. Sus virtudes curativas fueron pronto superadas por sus utilidades bélicas. Alrededor del año mil se producen las primeras batallas con “flechas de fuego”.

El Wu jing zong yao (El libro del dragón de fuego), un tratado militar de 1044, contiene una receta que aún funciona. Además de nitrato, sulfuro y carbón –componentes esenciales–, incorpora también albayalde (carbonato de plomo), cera amarilla, resina de pino y arsénico. Explota, pero prende mal. En un recipiente cerrado, arde de forma lenta e incompleta por su baja proporción de nitrato. Imposible fabricar con ella un sencillo petardo.

Esta primera pólvora militar –fruto, sin embargo, de décadas de experimentación– no se usaba para matar al enemigo o destruir sus fortificaciones, sino para quemarlo. “Las primeras armas de fuego no son como las concebimos hoy: c añones, mosquetes, morteros y granadas. Eran raras, de uso torpe e incluso ridículas”, escribe Tonio Andrade en La edad de la pólvora (Crítica, 2017).

Fueron los emperadores de la dinastía Song (960-1270) los que incorporaron las armas de fuego a la guerra para defenderse de los ejércitos de los Jin (1115-1234). Antepasados de los manchúes, atacaron Kaifeng, la capital Song, en 1126. En el asedio de la ciudad, de más de un millón de habitantes, atacantes y defensores usaron “bombas de trueno”: desde antepasados de las granadas de mano a grandes proyectiles lanzados por catapultas.

Ilustración que muestra antiguos cohetes chinos.

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“Por la noche se utilizaban bombas de trueno, que alcanzaban bien las líneas del enemigo y lo sumían en una gran confusión”, cuenta una crónica del asedio. Vencieron los Jin, que un siglo más tarde defendieron Kaifeng del asedio mongol. Esta vez, sus “bombas de trueno que hacen temblar el cielo” no impidieron su derrota.

“El emperador de la pólvora”

¿Cuál fue la contribución de los mongoles al desarrollo y difusión de la pólvora? Los expertos discrepan. Si para algunos fueron decisivos para que la pólvora alcanzase Europa, otros dudan de que llegasen a emplearla. Lo cierto es que la primera referencia occidental de la pólvora casi coincide con la llegada de los mongoles a las estepas del este de Europa. “De salitre tómense seis partes, cinco de sauce joven y cinco de azufre, de lo que se harán rayos y truenos”, escribe Roger Bacon (1214-92) en De secretis operibus Artis et Naturae (c. 1250).

Para entonces, la “lanza de fuego” era una pieza esencial en las batallas entre mongoles y chinos. Antepasado del cañón, tenía nombres fantásticos: “tubo explosivo para llenar el cielo”, “tubo mágico de niebla de arena que penetra en los orificios” o “calabaza de fuego para atacar a las falanges”. En la segunda mitad del siglo XIII dejó de estar hecha de bambú o papel para ser fabricada en metal. Había nacido el cañón.

Sabían mantener un fuego continuo, una habilidad que los europeos tardaron siglos en adquirir

Construido en 1298, mientras los mongoles de la dinastía Yuan (1279-1368) dominaban China, el cañón de Xanadú es el más antiguo del mundo. Pesa seis kilos y mide solo 35 centímetros de longitud. Zhu Yuanzhang, el fundador de la dinastía Ming (1368-1644), tuvo cientos como este. En 1380, los artilleros suponían el 10% del ejército del “emperador de la pólvora”: entre 130.000 y 180.000 hombres.

“En China –escribe Andrade– había más artilleros que caballeros, soldados y pajes en Francia, Inglaterra y Borgoña juntas”. Y, lo más importante, sabían mantener un fuego continuo, una habilidad que los europeos tardaron siglos en adquirir. Sin embargo, Occidente había empezado a superar a China en una cuestión que acabaría siendo esencial: el tamaño de los cañones.

El primer cañón europeo data de 1326. O, al menos, su representación. En Acerca del esplendor, la sabiduría y la prudencia de los reyes, Walter de Milemete incluye una miniatura de un artillero prendiendo la mecha de un cañón.

El tamaño sí importa

El cañón de Milemete es pequeño, tiene forma de jarrón y de su boca sobresale la punta de una flecha. Un ejemplar muy similar fue encontrado en 1861 en Loshult (Suecia). Probada en un campo de tiro, una réplica disparó tanto flechas como bolas de plomo y metralla, capaces de atravesar las armaduras del siglo XIV. Esa fue la función que los ingleses dieron a los cañones en la batalla de Crécy (1346), una de las más importantes de la guerra de los Cien Años.

Una bomba mongol arrojada contra un samurái.

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Protegidos por un pequeño contingente de artilleros, los arqueros del monarca inglés Eduardo III derrotaron a los caballeros franceses de Felipe VI. Los proyectiles artilleros tenían menos alcance que las flechas, pero podían penetrar las armaduras. Probados con éxito en el campo de batalla, los cañones europeos tuvieron muy pronto una finalidad muy distinta a la de los chinos: destruir las murallas de las ciudades enemigas.

Para lograrlo, crecieron hasta convertirse en auténticos monstruos. “Loca Rita”, “Mette Perezosa” o “El carnicero brutal” son algunos de estos conquistadores de ciudades. Eran caros y pesados y exigían una enorme logística para ser transportados, pero, a veces, su sola presencia provocaba que ciudades inexpugnables durante siglos se rindiesen.

Sus fabricantes cobraban sueldos fabulosos, como el que el sultán otomano Mehmed II (1432-81) pagó al húngaro Urban por construir un gigantesco cañón para destruir los muros de Constantinopla. El monstruo disparaba proyectiles de piedra de hasta 800 kilos.

¿Por qué los chinos no crearon armas similares? Según Tonio Andrade, no por falta de pericia, sino porque el enorme grosor de sus murallas, lienzos de arena apisonada revestida de ladrillos o piedras, anulaba sus cañonazos. Con la conquista turca de la ciudad de los tres nombres (1453), los gigantes de pólvora pusieron fin a los mil años de la Edad Media. En el nuevo tiempo que acababa de empezar, los cañones dieron a los europeos el dominio del mundo.

Este artículo se publicó en el número 602 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.