El milagro que salvó a Hirohito
El general MacArthur, al frente de la ocupación de Japón tras la II Guerra Mundial, vio en la supervivencia del emperador nipón el modo de llevar más fácilmente las riendas del país. Convenció de ello al presidente Truman pese a los miles de voces que pedían su cabeza.
Bien podría decirse que el primer y único milagro que obró el divino Hirohito fue salvar su propia carrera política e incluso su vida tras la Segunda Guerra Mundial. Ocurrió el 1 de enero de 1946, cuando el emperador de Japón rechazó públicamente su esencia sagrada y asumió su condición humana.
El hermetismo que rodeaba al Palacio Imperial impedía conocer con precisión el grado de implicación de Hirohito en las grandes decisiones políticas y las feroces empresas militares que habían convertido Japón en un país belicoso y carente del más mínimo respeto a la legalidad internacional.
Pero resultaba bastante evidente que agresiones y acciones de conquista como la invasión de Manchuria (1931), la guerra con China (1937-45), la ocupación de la Indochina francesa (1940), la incorporación al Eje junto a Alemania e Italia (1940), el ataque por sorpresa a la base norteamericana de Pearl Harbor (1941) y la entrada en la guerra no podían haberse llevado a cabo sin su aquiescencia y probable entusiasmo.
Hirohito anunció en la radio que Japón aceptaba las exigencias de la Conferencia de Potsdam y se rendía sin condiciones.
El emperador había reinado bajo la influencia autoritaria, fascistoide y ultranacionalista de un grupo de militares. Con el general Tojo Hideki al frente, estos militares ejercían un control total del poder, amparados en el ambiente bélico que dominaba el país. Pero Hirohito había consentido sus desmanes: no constaba que hubiese mostrado su oposición desde la autoridad superior que le otorgaba el trono. Al contrario, como revelarían con el paso de los años algunos documentos y testimonios de sus allegados, su respaldo y su firma dieron cobertura a los militares.
En los días finales de la guerra, el 14 de agosto de 1945, en medio de la consternación por el primer bombardeo atómico de la historia, Hirohito anunció en la radio que Japón aceptaba las exigencias de la Conferencia de Potsdam y se rendía sin condiciones.
Ni paz ni armonía
Hirohito había sido coronado en 1926. Asumió la jefatura del Imperio bajo el lema Showa, que significa paz y armonía. El resultado fue justo el contrario: las aventuras militares del país llevaron a una guerra que se saldó con más de tres millones de muertos y el fin del orgullo imperial. A la derrota militar, Hirohito sumó el fracaso personal como emperador responsable del destino de sus súbditos. Paradójicamente, aquel gesto político por el que él mismo asumía la derrota abrió el camino de la salvación de su imperial cabeza y le brindó una nueva oportunidad política.
Fue una oportunidad que procedía del prepotente general Douglas MacArthur. Los vencedores querían someterle, junto con los generales y algunos miembros de la familia imperial, a un consejo de guerra que con toda probabilidad le habría condenado a muerte.
Hirohito estaba dispuesto a colaborar con los ocupantes norteamericanos y británicos en la normalización del país y la reconstrucción de la economía a cambio de la ayuda necesaria.
Pero, haciendo uso de su posición de fuerza, MacArthur convocó a Hirohito a una reunión en la embajada estadounidense en Tokio el 26 de septiembre de 1945. Lo hacía en calidad de jefe de las fuerzas de ocupación. Además de la humillación que suponía llevar al emperador a su terreno, MacArthur le recibió sin concesión especial al protocolo, con gestos bruscos susceptibles de herir la sensibilidad nipona, en uniforme de campaña y, para colmo, en mangas de camisa.
Como ya había hecho antes, reconoció abiertamente la derrota y, para asombro de MacArthur, manifestó que estaba dispuesto a asumir toda la responsabilidad por lo ocurrido. También dejó claro que en la medida en que pudiese y se le solicitase, estaba dispuesto a colaborar con los ocupantes norteamericanos y británicos en la normalización del país y la reconstrucción de la economía a cambio de la ayuda necesaria.
Los planes del general
MacArthur intuyó que ejecutar al emperador no ayudaría a controlar la situación y a apaciguar los ánimos, sino que podía volver a enardecerlos. Sorprendió en la Casa Blanca con una propuesta para eximir a Hirohito de responsabilidades y utilizarle en sus proyectos para la normalización del país.
Su plan consistía en dejarle al margen de los procesos judiciales, mantenerle en el poder e incorporarle al proceso de transformación de las estructuras políticas que MacArthur consideraba necesarias para colocar a Japón en la órbita de las potencias democráticas. Eso sí, eliminando toda posibilidad de que el país recuperase su capacidad militar. El presidente Truman, tras sopesar pros y contras, dio el visto bueno a la propuesta de MacArthur.
El presidente Truman, tras sopesar pros y contras, dio el visto bueno a la propuesta de MacArthur de incorporar a Hirohito al proceso de reconstrucción de Japón.
Fue el propio general quien comunicó al emperador, a través de su interlocutor, el almirante Mitsumasa, que no era necesario que abdicase. E inmediatamente la burocracia de los ocupantes empezó a trabajar en una adecuación del proceso de guerra para que tanto Hirohito como algunos miembros de la familia real también implicados quedasen exonerados, no solo de responsabilidades, sino también de sospechas.
Hirohito murió de cáncer a los 87 años, en 1988. Había sido el emperador 164 de una dinastía de 2.500 años de antigüedad y pasaba a la historia como el que más tiempo se había mantenido en el cargo, 63 años. Hirohito fue el único implicado directo que sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial y se mantuvo en su puesto a pesar de la derrota.
Este texto se basa en un artículo publicado en el número 484 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.