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Degas y su obsesión por las bailarinas

Arte

El menos impresionista de los impresionistas perseguía congelar los movimientos. ¿Por qué las bailarinas de la Ópera se convirtieron en su principal fijación?

‘La clase de ballet’ (1871-1874), una de las obras más icónicas de Degas.

TERCEROS.

Rembrandt se pintaba a sí mismo. Cézanne, manzanas. Van Gogh, cipreses. Muchos artistas han tenido un motivo favorito, pero ninguno ha llegado a la peculiar relación de Degas con la danza. A su muerte, un total de 1.500 piezas, entre cuadros, dibujos y esculturas, representaban bailarinas.

Consagró la mitad de su obra a este tema. Una obsesión inquietante: un artista al que muchos consideraban misógino pintando una profesión que, en aquellos tiempos, se asociaba de algún modo a la prostitución.

El ballet en la segunda mitad del siglo XIX no era exactamente el espectáculo refinado que es hoy en día. La inmensa mayoría del público del Teatro de la Ópera de París eran hombres acomodados de mediana edad que, más que la danza, lo que iban a ver era la desnudez de brazos y piernas de las bailarinas.

Los abonados incluso tenían acceso al foyer de danse, un espacio donde alternar con las jóvenes. Las bailarinas procedían de las clases más humildes e ingresaban en la Ópera siendo niñas. Buscaban escapar de la pobreza: convirtiéndose en grandes estrellas o haciéndose con los favores de un rico admirador (o bien ambas cosas a la vez).

Nacido en 1834, Degas procedía de una familia acomodada y, por tanto, disfrutaba de las opciones de ocio que florecían en el París de la Belle Époque . El ballet era su favorita. Primero, cuando la Ópera se encontraba en la calle Pelletier. Después, tras incendiarse el edificio en 1873, en la sede proyectada por Garnier.

Podía ver una misma función hasta 30 veces, era un asiduo del foyer de danse y siempre que podía desviaba las conversaciones hacia este, su tema favorito. Incluso, como atestigua una carta conservada, solicitó permiso para estar presente durante los exámenes que pasaban las bailarinas.

’Músicos en la orquesta’, de Edgar Degas.

Städel Museum - U. Edelmann/ART

Hacia 1870 la danza irrumpió en su arte y ya no lo abandonaría: al final de sus días, cuando su depauperada vista le impedía pintarlas, moldeaba las bailarinas con sus manos.

Los primeros lienzos de importancia que dedicó al tema (como Músicos en la orquesta) prueban que Degas no solo plasmó un tema propio de la vie moderne parisina –fue uno de los pioneros–, sino que la modernidad también contagió su ejecución: utilizó puntos de vista desde el foso de la Ópera, con los instrumentistas en un primerísimo plano y las bailarinas al fondo.

No iba a detenerse ahí. Con los años llegarían infinidad de piruetas artísticas: bailarinas vistas desde un palco y con anteojos, cortadas por el telón, pintadas al pastel sobre cartón, al óleo sobre tabla, con tiza negra, figuras casi abstractas…

Experimentar

Degas, junto a Tiziano y Picasso, está considerado uno de los grandes experimentadores de la historia del arte. Por ello, además de la autoridad que le otorgaba ser una generación mayor que muchos de sus colegas, se convirtió en el líder intelectual del arte parisino de fines del XIX, sobre todo tras la muerte del idolatrado Manet (1883). Degas participó en la primera exposición impresionista (1874) con una de sus obras maestras: La clase de danza.

Un arlequín danza junto a unas bailarinas en este cuadro que conserva el Museo Nacional de Buenos Aires.

Dominio público

En aquel lienzo, que en su día fue comparado a las atmósferas flamencas de Vermeer, quedaba claro que era el menos impresionista de los impresionistas. Prefería los interiores al plen air . Anhelaba capturar una pose, un gesto o un movimiento más que un efecto lumínico. La línea y la composición eran vitales para él y secundarias para sus coetáneos. Pese a estas diferencias, participó en todas las exposiciones impresionistas excepto en una.

Oscuro carácter

Degas y sus bailarinas cosecharon un notable éxito entre el público, pero ese éxito siempre estuvo empañado por el oscuro carácter del pintor. Tenía algo de obsesivo, no solo por los temas (además de bailarinas, también plasmó carreras de caballos y escenas de aseo femenino), sino porque rehacía una y otra vez un dibujo hasta dar con el toque perfecto.

La mágica espontaneidad y la inmediatez de sus lienzos son falsas. Eran fruto de horas y horas ante el papel y el lienzo. Un eco de los extenuantes ensayos de las bailarinas. Le costaba horrores dar por acabado un cuadro y se comentaba la anécdota de que un cliente, una noche en que le invitó a cenar, encadenó una de sus telas a la pared para que no la descolgara y se la llevara de nuevo a su estudio.

Autorretrato fotográfico de Degas de alrededor de 1895.

Dominio público

Asiduo a las tertulias del café Guerbois, donde alrededor de Manet se sentaban Nadar, Zola, Renoir, Sisley, Pissarro o Monet, era un conversador inteligente y agudo. Sin embargo, había dos temas tabú para tratar con él. Uno era la política: a diferencia de sus colegas artistas, él creía obstinadamente en la culpabilidad de Alfred Dreyfus , un militar judío acusado injustamente de traición y cuyo juicio dividió a la sociedad francesa.

El otro tema delicado era su vida privada. Su máxima era: “Me encantaría ser famoso pero desconocido”. Es decir, que su nombre corriera en boca de todos, pero que pocos conocieran su verdad.

¿Impotente o voyeur?

Todo París especulaba sobre los sentimientos de Degas, si es que los tenía: jamás se le conoció relación amorosa o sexual alguna. Manet decía que era “incapaz de amar a una mujer o incluso de abordarla”. Émile Bernard le daba por impotente.

¿Por qué Degas, entonces, no paraba de pintar mujeres? Y no solo bailarinas: después vendrían chicas bañándose desnudas. ¿Pintaba, acaso, aquello que no podía tener? Van Gogh tenía una hipótesis: “Sabe muy bien que si le gustaran las mujeres y se acostara con ellas sería incapaz de pintarlas. Observa a los animales humanos y los pinta tan bien por la sencilla razón de que no siente demasiado apego por ellos”.

'Ensayo de ballet', cuadro que se puede contemplar en el Fogg Art Museum de Cambridge.

Dominio público

Aunque jamás dijo por qué, Degas reconocía su condición de célibe y, en broma, decía que no se había casado porque no soportaría vivir “con el miedo de, cada vez que terminara un cuadro, oír a mi mujer decir: ‘¡Qué preciosidad!’”. Chistes aparte, una vez confesó que “había considerado a las mujeres demasiado a menudo como animales”.

Es decir, admitía que las bailarinas fueron en muchos casos simples cuerpos elásticos que satisfacían sus ansias de experimentar con la composición. Las veía actuar y ensayar y luego, de memoria, jugaba con ellas sobre el papel.

Sin embargo, los degas tienen algo más que pura y fría composición. A pesar de que a veces no tienen rostro, las mujeres allí plasmadas sudan, están exhaustas, miran distraídas hacia otra parte, se concentran... Degas conseguía que el espectador, frente a sus lienzos, se sintiera como un voyeur. Quizá, pura y simplemente, lo que él era.

Este artículo se publicó en el número 444 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.