El museo que soñó Picasso
Un alcalde franquista, un pintor comunista y un hombre que prefirió morir pobre a vender los regalos de su mejor amigo. Gracias a ellos, la extraordinaria historia del Museo Picasso de Barcelona cumple 55 años.
El nacimiento de un museo puede llegar a ser un pequeño milagro. Es el caso del Museo Picasso de Barcelona. El museo ocupa una superficie cinco veces mayor que en 1963 y es uno de los más populares de la ciudad condal, con más de millón y medio de visitantes al año.
Para que el primer museo monográfico del mundo dedicado a Picasso se abriera en Barcelona, todavía en pleno franquismo, hubo que poner en marcha una trama prodigiosa de diplomacia y relaciones públicas, tejida con exquisito cuidado por políticos, familiares, amigos y conocidos del artista. Y aun así, el proyecto se habría venido abajo como un castillo de naipes de no estar basado en una sólida amistad: la de Pablo Picasso y su secretario, Jaume Sabartés.
Barcelona y los amigos inseparables
Picasso y Sabartés tenían la misma edad, apenas se llevaban cuatro meses. Eran dos jovenzuelos de dieciocho años cuando se conocieron, en 1899. Sabartés estudiaba en la Llotja de Barcelona, “Escuela de Nobles Artes” donde el padre de Picasso impartía clases de dibujo y de la que el propio Picasso había sido alumno, todavía como Pablo Ruiz.
En 1901, Sabartés emprende el obligado viaje de iniciación a París y pasa unos meses con el malagueño, que ya es casi un veterano de Montmartre. Sus vidas no tardarían en separarse. Sabartés, defraudado por su escaso éxito como escritor, embarca hacia América Latina.
La decisión de Sabartés de donar su colección a Barcelona se debe a que la ciudad era el escenario de los recuerdos comunes con Picasso.
Hasta que en 1935 recibe una carta de Picasso que le cambiará la vida. El artista, que ya es una celebridad consagrada, le ofrece un empleo como secretario personal. Sabartés acepta el puesto. Tras veinte años trabajando junto al genio, Sabartés, dueño de más de trescientos grabados, una escultura y varios dibujos y pinturas, toma la decisión de donar su colección. Y, por consejo del propio Picasso, se decide a donarla a la ciudad de Barcelona.
¿Por qué Barcelona y no Málaga? Barcelona era el escenario de sus recuerdos comunes, el lugar donde habían emprendido juntos sus primeras aventuras artísticas. Allí seguían viviendo familiares de Picasso y numerosos amigos de juventud.
Tiras y aflojas sucesivos
Las relaciones entre el gobierno español y el autor de Sueño y mentira de Franco no eran precisamente cordiales. Se cuenta que, a principios de los cincuenta, Enrique Fuentes Marín, teniente de alcalde de Cultura en Barcelona, rechazó una oportunidad de adquirir obra picassiana al grito de “¡Este ayuntamiento no quiere saber nada de un pintor comunista!”. Pero, agradara o no, Picasso era aclamado por crítica y público, veraneaba en Cannes, salía en las revistas, se hacía fotos con Brigitte Bardot, exponía en París y Nueva York. Todo cuanto hacía o decía tenía repercusión.
El Guernica abandonó el MoMA en 1955 para una ronda de exposiciones por Europa que reavivaron el recuerdo de la Guerra Civil, minaron la imagen del franquismo y causaron más de un dolor de cabeza a los miembros de la diplomacia española. En paralelo, la sala Gaspar empieza a programar exposiciones monográficas de dibujos, cerámica y litografías de Picasso.
Se convenció al entonces alcalde de Barcelona de las ventajas de albergar el primer museo del mundo dedicado a Picasso.
La idea de la donación de Sabartés va cobrando forma: en enero de 1960 decide no esperar a su muerte para legar los grabados a la ciudad, pero para ello necesita atar algunos cabos sueltos. Su situación económica es precaria: posee una fortuna en obras de arte, pero necesita reservarse la opción de vender alguna obra si la necesidad aprieta en el futuro.
El apoyo político al futuro museo se consiguió gracias a que se convenció al entonces alcalde de Barcelona, Josep Maria Porcioles, de las ventajas de albergar el primer museo del mundo dedicado en exclusiva a la obra de Picasso. Y apostó fuerte por el proyecto. El 27 de julio, el pleno aprobaba por unanimidad la constitución del “museo monográfico Pablo Ruiz Picasso”. En Navidad se arman colas interminables para ver una muestra de Picasso en la galería Gaspar.
Museo del innombrable
El palacete gótico que el ayuntamiento ofrece a Sabartés está en la calle Montcada, en pleno corazón del barrio donde Picasso vivió y pintó en su juventud. En realidad, Sabartés tiene la opción de escoger entre dos inmuebles. Se queda con el palacio Berenguer de Aguilar porque es el que menos reformas necesita.
Durante todo el proceso, los diarios se hacen eco de los avances del futuro Museo Picasso, y así es como lo llaman, sin ningún complejo. El cartel que se instala en el palacio Aguilar durante las reformas también menciona abiertamente el nombre del museo. La consigna cambia inesperadamente a pocos días de la inauguración. Las órdenes del alcalde son claras: no se debe mencionar a Picasso ni en las invitaciones ni en las notas de prensa. Hay que impedir a toda costa que el acto adopte tintes políticos. Es el precio a pagar por haber logrado lo inaudito: abrir, en pleno tardofranquismo, un museo dedicado a un notorio antifranquista.
La anexión del palacio del Barón de Castellet permite la llegada de un regalo sorpresa: Las Meninas, la única serie completa de obra original de Picasso reunida en un solo museo.
Picasso, fiel a su promesa, no acude a la inauguración, pero supervisa el proceso desde Francia. De momento, se niega a añadir más obra a la donación de Sabartés. No es que no quiera, asegura, es que no cabe. Entretanto, sigue donando grabados al museo, todos dedicados a Sabartés, incluso después de la muerte de este en 1968. La anexión del palacio del Barón de Castellet permite la llegada de un regalo sorpresa: Las Meninas , la única serie completa de obra original de Picasso reunida en un solo museo. Cruzaron la frontera francesa aprovechando la confusión creada por los sucesos de Mayo del 68. Dos años después, el genio dona la mayor parte de sus obras de juventud, “en memoria de mi inolvidable amigo Jaume Sabartés”.
A lo largo de los años, el museo anexionó tres palacios más, edificó un centro de documentación y siguió recibiendo donaciones. Dalí, Gustavo Gili, Joan Gaspar, Joan Vidal i Ventosa, Raimon Noguera, Jacqueline Picasso... Amigos y herederos del artista fueron aportando su granito de arena. La más inesperada de todas vino de la mano de lord Amulree, un barón inglés que legó al museo el gouache La ofrenda en 1983. Aunque, sin duda, la herencia más apreciada por los barceloneses es el legado Garriga Roig, un conjunto de dibujos, casi todos eróticos, que no se mostró al público hasta 1979, ya en pleno aperturismo. La expectación fue tal, que hay quien asegura haber visto monjas haciendo cola para entrar.
Este texto se basa en un artículo publicado en el número 543 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.