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Emilia Pardo Bazán, conservadora y feminista radical

En femenino

Enamorada de la literatura, Pardo Bazán ejerció una influencia decisiva, mal que pesara a algunos, en la vida cultural y social del siglo XIX

La escritora Emilia Pardo Bazán.

Archivo La Vanguardia

Emilia Pardo Bazán murió en Madrid el 12 de mayo de 1921. Su espíritu fue pasto de las llamas diecisiete años más tarde, un día de junio de 1938. “Un coche avanza por el camino que lleva al pazo de Meirás. Dos de sus ocupantes son militares de uniforme: un cabo y un capitán. Detrás va la Señora (Carmen Polo, esposa de Franco), que pronto será la dueña y ha querido hacer una visita privada a su nueva posesión lejos del protocolo [...]. Junto a ella, un clérigo con las manos cruzadas...”.

La investigadora Eva Acosta comenzaba su biografía (Emilia Pardo Bazán: la luz en la batalla, Lumen, 2007) con este revelador pasaje. En 1938, las autoridades franquistas coruñesas han decidido congraciarse con el futuro dictador y regalarle –mediante suscripción popular– las torres de Meirás, residencia y santuario literario de la condesa de Pardo Bazán, donde la escritora pasaba largas temporadas. Allí escribió muchas de sus obras y organizó reuniones con intelectuales. La visita de la futura propietaria tendrá un desenlace inesperado.

“La Señora abre uno por uno los cajones: más papeles. Manuscritos, apuntes, todos atados con cinta azul. Apenas ojeados los títulos los deja otra vez en su sitio. Cartas, muchas cartas, remitidas algunas por gente que la Señora no conoce, otras por nombres como Benito Pérez Galdós, Marcelino Menéndez Pelayo, José Lázaro Galdiano, Francisco Giner de los Ríos, Vicente Blasco Ibáñez, Leopoldo Alas... [...] Sin alterar el rostro comienza a leer; selecciona una frase aquí, otra allá, con la misma atención calculadora que antes dirigió a los muebles. [...] De pronto, restalla como un latigazo la voz seca de la Señora, que se ha levantado, un poco pálida, y, poniéndose los guantes, camina ya hacia la puerta: ‘García, quema los papeles que hay en los cajones. Todos’”.

Emilia Pardo Bazán había adoptado un lema en latín, ‘De bellum luce’, la luz en la batalla

Acosta recreó de este modo el particular “auto de fe” ejecutado por la mujer de Franco con la memoria de Emilia Pardo Bazán. Así, según la investigadora, quedó reducido a cenizas buena parte del archivo personal de la escritora gallega. En esa hoguera también se quemó un pedazo sustancial de la historia literaria y social del siglo XIX y XX en España. Esta descripción de Acosta se basa en el testimonio de Ricardo Gullón (especialista en Galdós, académico y Premio Príncipe de Asturias), plasmado en su artículo “Las mujeres de Galdós” (ABC, Madrid, 27 de diciembre de 1988).

Emilia Pardo Bazán había adoptado un lema en latín, De bellum luce, la luz en la batalla, que durante años encabezó su papel de cartas y algunos de los volúmenes de sus Obras completas. Una auténtica declaración de principios. La lucha por defender su libertad individual frente a los muros de una sociedad cerrada y opresiva. Una batalla que seguía latente muchos años después de su muerte.

Hija de aristócratas

Emilia Pardo Bazán nace el 16 de septiembre de 1851 en La Coruña. Es hija única de Amalia de la Rúa y José Pardo Bazán, condes de Pardo Bazán. Un entorno aristocrático, una educación esmerada y un guion social escrito para una joven de su clase que, muy pronto, la joven Emilia hará saltar por los aires. Eso sí, con el apoyo y el aliento paterno. “Mira, hija mía, los hombres somos muy egoístas, y si te dicen alguna vez que hay cosas que los hombres pueden hacer y las mujeres no, di que es mentira porque no puede haber dos morales para dos sexos”.

La Gloriosa, o Revolución de Septiembre de 1868. Grabado.

Dominio público

Las palabras del conde acompañarán toda la vida a su hija, insuflándole ánimo y energías para derribar cuantos obstáculos se le pongan por delante. José Pardo Bazán, hombre culto, liberal y entregado a la política de Estado, abre las puertas de su espléndida biblioteca a la voraz lectora Emilia. Entre esos volúmenes (poco apropiados, según costumbre, para señoritas), la adolescente descubre el universo de los clásicos, el Quijote y la Biblia. Quedará atrapada para siempre por el veneno de la literatura.

“Tres acontecimientos importantes en mi vida se siguieron muy de cerca: me vestí de largo, me casé y estalló la Revolución de Setiembre de 1868”, recuerda la novelista. La Revolución Gloriosa, o Septembrina, supuso el destronamiento y el exilio de Isabel II. La vida de Emilia también ha sufrido un drástico cambio. Ha contraído matrimonio con José Quiroga, un joven de buena familia con el que tendrá tres hijos: Jaime, Blanca y Carmen.

Luces de Madrid

José Pardo Bazán es elegido diputado a Cortes y toda la familia se traslada a Madrid. La estancia en la capital le permite a Emilia introducirse en los ambientes y círculos literarios. Estrenos teatrales, bailes y reuniones de alto copete que se prolongan hasta altas horas de la madrugada. “Aunque en Madrid triunfan los ideales progresistas, la señora de Quiroga ha dado un viraje personal y en estos años abraza con fervor el carlismo en lo político y el neocatolicismo de tintes ultramontanos en lo religioso”, señala Eva Acosta.

Además del influjo de su marido, profundamente conservador, también incide en este viraje el hecho de ser testigo de los disgustos de su padre, “arrinconado” por los liberales. Ella misma confesará que, procediendo de una familia liberal, acogió positivamente los postulados de la Revolución de 1868. Sin embargo, señala, “en breve, los desplantes y excesos de la ‘Gloriosa’ me arrojaron en sentido contrario, hacia la reacción completa”.

José Pardo Bazán abandona la política e inicia un periplo por Europa con su familia que marcará a la escritora

Sus simpatías por el movimiento carlista la llevan a protagonizar alguna aventura digna de una trepidante novela. “En cierta ocasión contará cómo tomó parte activa en la lucha carlista; que fue a Inglaterra con su marido con el fin de comprar fusiles para la Causa, llevando oculta en el seno una importante cantidad de dinero en doblones de oro, cuyo roce llegó a provocarle una herida”, escribe Acosta.

Desengañado con los vaivenes y las luchas de partido, José Pardo Bazán abandona la política e inicia un periplo por Europa con su familia que marcará a la aspirante a escritora. En enero de 1873 comienza este gran viaje, con estancias en Burdeos, París, Ginebra, Turín, Milán, Venecia. Durante este período, Emilia aprende inglés y alemán y perfecciona su francés.

Francia es el principal objetivo. En los años siguientes, la escritora estrecha lazos con el país vecino y tiene la oportunidad de conocer a Victor Hugo y a Émile Zola, apóstol de la nueva corriente literaria que está haciendo furor en Francia: el Naturalismo.

La mano sucia

Alguien regala a Emilia la novela La taberna, de Zola. En ella –cuenta la biógrafa Ana Martos en Biografía canalla de Emilia Pardo Bazán (Oberon, 2017)–, la escritora gallega “encontró el mundo de los obreros tal y como era. Con su lenguaje particular, con sus modismos, con sus palabrotas. Allí estaba la tragedia de la vida cotidiana, la tragedia del vecino de al lado”. El propio Zola había señalado que era la primera novela que trataba del pueblo sin mentir y con olor a pueblo. El impacto sobre la escritora es brutal. La Emilia que regresa a España lleva mucha literatura dentro. Pero otra literatura.

El horizonte estará plagado de obstáculos. Sus colegas escritores no admitirán fácilmente que una mujer les enseñe los nuevos caminos de la creación. El Naturalismo francés fue un movimiento literario que trató de reflejar con mucho realismo en sus obras la parte más cruda y desagradable de la sociedad, la observación directa de la realidad, sin “filtro”. En España, la corriente no tiene una gran acogida. Para muchos escritores se trata de algo vulgar, feo, indecente y pornográfico. En palabras de Pedro Antonio de Alarcón: “La mano sucia de la literatura”.

Retrato de Emilia Pardo Bazán, del pintor coruñés Joaquín Vaamonde Cornide.

Dominio público

Aunque ya había anticipado ciertos elementos en su primera novela, Un viaje de novios (1881), es en La tribuna (1882) donde la creadora coruñesa explora las posibilidades literarias de las técnicas naturalistas. Su protagonista, Amparo, es una de las cigarreras que trabajan en la Fábrica de Tabacos de La Coruña. Por primera vez en la literatura española, se dedica una novela al mundo obrero, una capa social en expansión, observada con recelo por la burguesía. La escritora había invertido seis meses en escribirla y otros dos en “trabajo de campo”, hasta empaparse de la atmósfera y el lenguaje de sus cigarreras.

“La cuestión palpitante”, una serie de artículos publicados semanalmente entre 1882 y 1883 en La Época, el diario madrileño más importante de la Restauración, y recopilados posteriormente en un libro con prólogo de Leopoldo Alas, Clarín, tuvo un éxito apoteósico, y no solo en España. Pardo Bazán opinaba libremente sobre la cuestión naturalista y trataba de explicar sus características, y ello desembocó en un aluvión de críticas hacia su figura.

Para muchos sectores de la sociedad de su época y para el gremio de escritores, el escándalo se produce porque es una mujer la que ha decidido ponerse al nivel del hombre, estableciendo un diálogo con el tiempo que le ha tocado vivir. Para los neocatólicos, como ella misma, es imperdonable que una mujer haya dado la espalda a la tradición y se haya vuelto defensora de la pecaminosa corriente que viene de Francia. “La marejada vino, como suele venir contra toda innovación, coronada de iracundos espumarajos y acompañada de roncos mugidos de cólera”, escribe Emilia.

La “hueste insultadora” se lleva por delante también su matrimonio. Alarmado por el revuelo, su marido le pide dejar de escribir y retractarse de lo publicado. La crisis matrimonial, larvada desde hace tiempo, estalla. No existe el divorcio. La separación es amigable. Emilia deja atrás una parte importante de su vida para dedicarse, ahora sí, en exclusiva a la literatura. “Me he propuesto vivir exclusivamente del trabajo literario, sin recibir nada de mis padres”, sostiene.

La creadora gallega ahonda en su interés en cuestiones relativas a la igualdad entre hombres y mujeres

Con la publicación en 1886 de Los pazos de Ulloa, su obra más conocida, y de su segunda parte, La madre naturaleza, un año después, Pardo Bazán se consagra como uno de los nombres más destacados de la literatura del momento. La escritora ya “profesional” ha evolucionado también en sus posiciones políticas. A mediados de los años ochenta abandona el carlismo integrista para aproximarse a posiciones más moderadas, y comienza a colaborar con publicaciones de orientación monárquica y liberal como El Imparcial o ABC.

Sus antiguos correligionarios del carlismo tradicionalista radical no le perdonarán nunca esta defección. Durante años será víctima de sus furibundos ataques. Mal que pese a sus detractores, la compleja personalidad de Emilia casa mal con las etiquetas: en ella se han combinado las tradiciones conservadoras y el feminismo, el pensamiento progresista y la fe católica, la política liberal y el carlismo.

Tratando de explicar estas aparentes contradicciones, Pardo Bazán se sitúa en un espacio apartidista: “Los conservadores de la extrema derecha me creen ‘avanzada’, los carlistas ‘liberal’ –que así me definió Don Carlos [Carlos María de Borbón]– y los rojos y jacobinos me suponen una beatona reaccionaria y feroz”. Un reflejo del convulso siglo XIX.

Emilia, la feminista

En 1890 muere José Pardo Bazán, y Emilia recibe una cuantiosa herencia. Con el dinero, “Emilia creó y mantuvo una revista de la que fue única redactora. Su título es Nuevo Teatro Crítico, y gran parte de su contenido está dedicado al feminismo”, escribe Ana Martos. Desde hace tiempo, la creadora gallega ahonda en su interés en cuestiones relativas a la igualdad entre hombres y mujeres. Una idea del feminismo, como todo lo que toca Pardo Bazán, muy personal y genuina. “Yo soy una radical feminista; creo que todos los derechos que tiene el hombre debe tenerlos la mujer”.

Pardo Bazán (en el centro) el día de la inauguración de la Exposición de arte regional de la Coruña, en 1917.

Dominio público

Ha decidido crear una colección dedicada al público femenino. Se llamará “Biblioteca de la Mujer”, y su segundo tomo recoge La esclavitud femenina, del teórico británico John Stuart Mill. Uno de los principales caballos de batalla de la escritora será el derecho a la educación de las mujeres. “No puede, en rigor, la educación actual de la mujer llamarse tal educación, sino doma, pues se propone por fin la obediencia, la pasividad y la sumisión”.

Su sensibilidad ante el maltrato de las mujeres se pone de manifiesto cuando la autora critica la indiferencia social ante lo que califica de “mujericidios”, “feminicidios” o “ginecidios”. Esta preocupación “da origen a alguno de sus mejores cuentos, donde es maestra indiscutible. Títulos como El indulto sobrecogen aún hoy por su dramática actualidad”, explica la historiadora Eva Acosta.

La inteligencia no tiene sexo

A partir de 1896 se consolida su faceta periodística, pues empieza a colaborar en lujosas publicaciones, como Blanco y negro, en Madrid, y La Ilustración artística, en Barcelona. Durante veinte años comentará la actualidad a través de los ojos de un personaje cuya popularidad no cesa de crecer: “Doña Emilia”. A lo largo del tiempo, la escritora ha ido derribando barreras, conquistando territorios vedados al sexo femenino.

En 1887, la “inevitable doña Emilia” es la primera mujer que ocupa la tribuna del Ateneo de Madrid para impartir una conferencia sobre literatura rusa. También había sido la primera mujer en hablar en público en la Sorbona de París. Además de conferirle la presidencia de su sección de Literatura, el Ateneo premia sus conferencias y enseñanzas con un nombramiento sin precedentes: se convierte en la primera “socia” –no socio– de la institución en 1905.

Los intelectuales reaccionan en bloque oponiéndose a que las mujeres ocupen sillones en la academia

El diario La Época lo celebra así: “La inteligencia no tiene sexo, y la de la señora Pardo Bazán es de aquellas que no solo honran a la Corporación, sino al país entero”. En 1910 es nombrada “consejero” de Instrucción Pública, y seis años después se convierte en la primera mujer catedrática de Literatura en la Universidad Central de Madrid. Sin embargo, un reto se le resiste: no logrará ingresar en la Real Academia de la Lengua.

Los intelectuales reaccionan en bloque oponiéndose a la posibilidad de que las mujeres ocupen sillones en la academia. Una “pretensión estrafalaria”, la llamaría el escritor Marcelino Menéndez Pelayo. José Zorrilla opinaba que “las mujeres que escriben son un error de la naturaleza”. “Más vale que fume. ¡Ser académica! ¿Para qué? ¡Es como si se empeñase en ser guardia civil o policía secreta!”, sostiene Clarín.

Doña Emilia intentó su ingreso en varias ocasiones, la última en abril de 1912, cuando elevó una instancia oficial, en la que adjuntaba memorial y un extenso currículum vitae. La academia rechaza la candidatura alegando un defecto de forma, aunque la escritora obtuvo el apoyo de destacados intelectuales y hubo campañas favorables en periódicos de Galicia y Madrid.

A pesar de esta derrota, Emilia Pardo Bazán continuó ocupando un destacado papel en la escena intelectual y social del país hasta su muerte en mayo de 1921, convirtiéndose en una referencia para la nueva generación de escritores. Su indomable carácter y su inagotable talento dejarían huella. “¿Qué persona cree usted que vale más en España (en la actualidad, por supuesto) intelectualmente?”, le preguntó una vez un periodista. “Emilia Pardo Bazán –contestó la escritora–, con ninguna estoy tan conforme. Ninguna ejerce sobre mí tan poderosa sugestión”.

Este artículo se publicó en el número 597 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.