Benito Pérez Galdós y el escándalo de su obra ‘Electra’
Literatura
Conocemos a Benito Pérez Galdós por sus ‘Episodios nacionales’ y otras novelas, pero fue también autor teatral. La polémica acompañó su mayor éxito
A Benito Pérez Galdós (1843-1920, se cumplen hoy 100 años de su muerte) se le conoce por su faceta como novelista, gran cronista de la vida española del siglo XIX, lo mismo a través de clásicos como Fortunata y Jacinta como de los Episodios Nacionales, serie en la que ficcionó la historia reciente desde la época de Carlos IV.
No obstante, también desarrolló una amplia actividad como dramaturgo. Él mismo llegó a confesar en sus Memorias de un desmemoriado que sentía pasión por el teatro desde su juventud: “Yo enjaretaba dramas y comedias con vertiginosa rapidez, y lo mismo los hacía en verso que en prosa”. De esta febril actividad nacieron obras como Quien mal hace, bien no espere o El hombre fuerte.
Ninguna de ellas llegó a representarse en los escenarios, como señala Francisco Cánovas en Benito Pérez Galdós. Vida, obra y compromiso (Alianza, 2019). En busca del éxito, como tantos autores primerizos, encaminó sus pasos hacia la narrativa tras el buen resultado de su primer libro, La Fontana de Oro (1870).
Además, el teatro, en aquellos momentos, era un género desfasado en el que primaba aún el neorromanticismo, con sus exagerados argumentos pasionales. El mundo de la novela, en auge en toda Europa gracias a autores como Honoré de Balzac o Charles Dickens, ofrecía muchos más alicientes, tanto a nivel de renovación estética como por las posibilidades de llegar a un público más amplio.
Literatura comprometida
Galdós, sin embargo, no olvidó la dramaturgia. Preocupado por una España que no acababa de encontrar el camino a la modernidad, vio en el teatro el instrumento para transmitir un mensaje regenerador. Deseaba hacer reflexionar a sus conciudadanos acerca de los problemas del país y transmitirles ideas nuevas, en abierta oposición al tradicionalismo católico que predominaba por entonces.
A este tipo de inquietudes respondía Realidad, estrenada en el Teatro de la Comedia de Madrid en 1892. Su argumento giraba en torno a una dama aristocrática, Augusta Cisneros, que engaña a su marido con un personaje poco recomendable. El esposo descubre el adulterio, pero, en lugar de lavar su honra con sangre, como establecían los viejos estereotipos morales, perdona a Augusta. Este desenlace, para la España de finales del siglo XIX, constituía una auténtica revolución.
La crítica aclamó Realidad. El erudito Marcelino Menéndez Pelayo, por ejemplo, comparó al autor con Henrik Ibsen, el famoso dramaturgo noruego. Pero el mayor triunfo galdosiano en la escena fue Electra, estrenada en 1901.
La protagonista, que da título a la obra, es una joven huérfana de dieciocho años. Su madre, Eleuteria, ha muerto. Ignora la identidad de su padre. Cuando conoce a Máximo, un científico de convicciones liberales, se enamora de él, pero entonces aparece un jesuita siniestro, Salvador de Pantoja. El religioso le dice que ella y su amado son hermanos y le aconseja que ingrese en un convento. Electra no llegará a entrar en la vida religiosa: el fantasma de su madre se le aparece para revelarle que no tiene parentesco con Máximo, por lo que no existe ningún impedimento a su relación.
¿Qué pretendía Galdós con este argumento? Según sus declaraciones a la prensa, había sintetizado su “lucha constante contra la superstición y el fanatismo”. Esta crítica al poder de la Iglesia provocó que Electra fuera mal recibida en los medios católicos, que se sintieron maltratados. Indignado, el arzobispo de Burgos clamó contra una obra que se había convertido en “bandera de combate y enseña de rabiosa persecución”.
En varias diócesis, la autoridad episcopal llegó prohibir la representación, medida que solo consiguió suscitar protestas y disturbios. Mientras tanto, en ciudades como Barcelona, Santander o Valladolid, la muchedumbre apedreó residencias de la Compañía de Jesús. Entre la izquierda, en cambio, Galdós era el héroe que encarnaba las ansias de modernidad de todo un pueblo.
El drama se convirtió para ella en un emblema de la libertad contra el oscurantismo. Durante los tumultos que siguieron al estreno, los partidarios de la obra cantaron La Marsellesa o interrumpieron a los actores para que se escuchara el Himno de Riego, símbolo de la ideología republicana.
La Iglesia en el ojo del huracán
En aquellos momentos, el anticlericalismo era un asunto de actualidad en diversos países europeos. La cuestión esencial en el debate era si había que limitar o no la influencia de la Iglesia en la sociedad. En Francia, el primer ministro Pierre Waldeck- Rousseau limitó por ley el crecimiento de las órdenes religiosas. En España, el gobierno conservador de Antonio Cánovas se mostraba más permisivo. No obstante, en los círculos progresistas existía una abierta oposición a la hegemonía católica.
El caso de Adelaida Ubao contribuyó a enconar los ánimos: esta rica heredera, menor de edad, decidió ingresar en las Esclavas del Corazón de Jesús en contra de la voluntad de su familia. Un jesuita, Fernando Cermeño, le aconsejó que así lo hiciera. La madre de la chica denunció el caso y acusó al religioso de pretender apoderarse de la herencia.
Galdós saldría del teatro a hombros de sus admiradores, que coreaban su nombre entre vivas
En los tribunales se enfrentaron dos grandes figuras de la abogacía: Nicolás Salmerón, antiguo presidente de la Primera República, representó los intereses de la familia. Antonio Maura, futuro presidente del gobierno, defendió a la muchacha. El juez dio la razón al primero y Adelaida tuvo que abandonar el convento.
Galdós tuvo muy presente este caso mientras escribía Electra, como muestra el personaje de Pantoja, también miembro de la Compañía de Jesús.
Del escándalo a la fama
Por el clima tempestuoso que rodeó a su estreno, la obra galdosiana puede compararse con el Hernani de Victor Hugo, inaugurada en 1830 en medio de una gran batalla entre partidarios y detractores. A la première de Electra asistieron importantes personalidades del mundo político, como el líder liberal José Canalejas o intelectuales de la talla de Menéndez Pelayo o Azorín. Un público entusiasta, durante la representación, dio “mueras” a los jesuitas.
Galdós saldría del teatro a hombros de sus admiradores, que coreaban su nombre entre vivas. El ambiente era de tal efervescencia que los periódicos dedicaron ediciones especiales a cubrir la noticia. Entre los reporteros que siguieron el caso se encontraban algunas de las plumas más notables del momento, como las de Ramiro de Maeztu o Pío Baroja.
Gracias a la polémica, Electra alcanzó una repercusión muy poco habitual para un título dramático. Además de mantenerse en cartel durante más de cien representaciones, cifra muy poco habitual en su tiempo, dio el salto al ámbito internacional. El público de numerosas ciudades extranjeras, como París, Roma, Lima, Caracas o Buenos Aires, se interesó por las desdichas de su protagonista.
Durante los últimos años de su vida, Galdós se dedicó al teatro con gran intensidad. Sus estrenos se sucedieron casi al ritmo de uno por año, hasta llegar a su última obra, Santa Juana de Castilla, un drama sobre la reina Juana la Loca estrenado en 1918 y protagonizado por la mítica actriz Margarita Xirgu.
Como señala Francisco Cánovas en su biografía, el escritor fue uno de los dramaturgos españoles más importantes de su época. Su aportación podría resumirse en estos términos: “Creó un teatro de personajes, de ideas y valores, que reflejaba la realidad social y las preocupaciones ciudadanas”.