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París es liberada del yugo nazi

Segunda Guerra Mundial

El fin de la ocupación nazi de la capital francesa supuso un momento lleno de simbolismo y emotividad en el camino hacia la derrota del Tercer Reich en la Segunda Guerra Mundial

Desfile de la 2.ª División Blindada del general Leclerc por los Campos Elíseos de París. 26 de agosto de 1944.

Terceros

El periplo de la 2.ª División Blindada había comenzado el 11 de abril, con su traslado al Gran Bretaña desde el norte de África. El primer convoy salió aquel día de Casablanca, y el 20 de mayo partía el segundo desde Mers el-Kebir. Después de casi dos meses de adiestramiento en territorio británico, el 29 de julio se inició su desplazamiento de Southampton a Normandía. Alcanzó suelo francés en la noche del 31.

Esta división, integrada en el 3.º Ejército americano de Patton, no combatió en Normandía. Cuando desembarcó los aliados ya habían consolidado el terreno. Fue la unidad francesa elegida por los aliados para liberar París. Los dirigentes de la Francia Libre, el gobierno francés en el exilio, pretendían alcanzar lo antes posible la capital. La táctica del general Eisenhower, pese a haber prometido a De Gaulle que no dejaría de lado París, pasaba por contornear la capital y embolsarla a fin de que las unidades de Patton no perdieran tiempo y se acercaran lo más rápido posible a las línea del Rin.

La Resistencia carecía de armas y municiones: utilizaba armamento rudimentario, cócteles Molotov...

En ese contexto, hacerse cargo de París (con casi tres millones de habitantes en el municipio y otros diez en el área metropolitana) significaba invertir una alta cantidad de soldados, víveres y carburantes necesarios para aniquilar a los nazis. Pero los acontecimientos se precipitaban, algunos de manera espontánea, y los parisinos no estaban dispuestos a mantenerse al margen del avance aliado.

Desde el 14 de agosto se multiplicaron los paros en la capital, iniciados por los ferroviarios. El 15 se sumó la policía a la huelga, y el 16 se convocó una huelga general, seguida de forma mayoritaria un día después. El 18 se levantaron las primeras barricadas, y ese mismo día el Partido Comunista llamó a la insurrección contra los ocupantes alemanes. El 19 de agosto, Henri Rol-Tanguy, comunista y jefe de las Fuerzas Francesas del Interior (FFI, organización clandestina paramilitar), lanzó su famosa proclama, convertida en lema revolucionario: “¡A las armas, ciudadanos!”.

La multitud se dispersa en la plaza de la Concordia para evitar los disparos de los pocos francotiradores alemanes que quedan en la ciudad.

TERCEROS

La decisión entrañaba importantes riesgos. Promover un movimiento insurreccional a destiempo podía ocasionar una catástrofe, y, además, se realizó contra los deseos de los delegados gaullistas en el Comité de Liberación de París. También desautorizaban la acción de De Gaulle desde el exterior y el militar francés encargado de la Resistencia, Pierre Koenig. De Gaulle no quería que esta actuase, porque temía que los comunistas le arrebataran el honor de liberar París y le disputasen incluso el poder en la posguerra.

Más aún, los gaullistas asociaban la insurgencia parisina con la Comuna de 1871, insurrección revolucionaria que, de repetirse, implicaría el peligro de otra intervención extranjera. Pero los intentos de atajar la revuelta chocaron frontalmente con los comunistas, que persistieron en su actitud. El 21 de agosto el tumulto volvió a las calles, y tuvieron lugar violentas escaramuzas, aunque la Resistencia carecía de armas y municiones: utilizaba armamento rudimentario, cócteles Molotov...

Mientras tanto, se efectuaron tentativas de aproximación entre nazis y gaullistas gracias a los oficios de Raoul Nordling, cónsul general de Suecia. El mando alemán se comprometía a que sus soldados salieran de París después de un “combate de honor”, que incluía la posterior rendición de los responsables nazis, pero las fuerzas de la Resistencia no debían participar en aquella escaramuza medieval hasta dos días después.

El general Leclerc.

TERCEROS

El 22 de agosto, el mismo día en que Dietrich von Choltitz envió una delegación para reunirse con los franceses y negociar la rendición, recibió una orden de Hitler: “Es preciso que París no caiga en manos del enemigo, si no es convertida en un montón de ruinas”. Von Choltitz disponía de efectivos, la División 325, para abortar, al menos coyunturalmente, la insurrección: 16.000 soldados y algunos tanques, cañones antiaéreos y morteros, incluso varios aviones en el campo cercano de Le Bourget. Los 15.000 FFI no disponían de medios para soportar un ataque sistemático. ¿Por qué no tuvo lugar?

Fue una derrota psicológica de Von Choltitz y una victoria simbólica de los rebeldes. En realidad, Von Choltitz nunca consideró seriamente la hipótesis de utilizar la fuerza bruta contra los parisinos, provocando una masacre, ni asumió la orden de destruir París. Era un general alemán, pero no un nazi recalcitrante, y solo pretendía rendirse de acuerdo con la tradición militar. Nada podía hacer, en último término, contra el ejército angloamericano.

El 21 de agosto, el general Leclerc envió por su cuenta un destacamento a las órdenes del comandante Jacques de Guillebon para evaluar lo que sucedía en la periferia de París. Enterado el general Leonard T. Gerow, exigió el regreso de la unidad. Pero la contundencia del norteamericano no hizo desistir a los mandos franceses –especialmente a Leclerc–, que insistieron de forma reiterada en la necesidad de defender París de una hipotética destrucción y una matanza de civiles por parte de los alemanes. La noche del 22, Eisenhower cambió finalmente de opinión y autorizó que la División Leclerc se dirigiera a la capital.

Un avance irregular

La 2.ª DB partió desde Argentan hacia París a las seis de la mañana del día 23. Tenía por delante casi doscientos kilómetros. Leclerc organizó la división en dos unidades principales, una de ataque y otra de defensa, además de una tercera de apoyo conducida por el coronel Louis Dio, y buscó las rutas más asequibles para llegar a la capital. La primera columna, la del general Paul de Langlade, marchaba en dirección a Versalles, mientras que la del también general Pierre Billotte se encaminó a París por Limours. Otra columna llegó a Rambouillet.

El oficial entendió la intención del superior: “Se trataba de levantar la moral de la Resistencia y de la población sublevada”

Pero los americanos no entendían la lentitud francesa. Tanto Gerow como Bradley estuvieron a punto de enviar a la 4.ª División de Infantería americana, situada en el flanco derecho de París y que apoyaba a la 2.ª DB en su camino hacia la ciudad. Querían acabar de una vez con tantas celebraciones de los soldados franceses y de quienes salían a su encuentro en cada una de las poblaciones: aplausos, besos y abrazos, vino en abundancia.

El mismo 23 por la tarde, en el castillo de Rambouillet, Leclerc se entrevistó con De Gaulle para perfilar el asalto a la capital. El segundo despidió al primero con estas palabras: “Es usted un hombre afortunado”. En la madrugada del 24, la división empezó a moverse velozmente hacia París. La ruta, recomenzada en Limours, seguía hasta la Puerta de Orleans. Pero la división resultó bloqueada, especialmente las columnas de Billotte y Dio, en Fresnes, en los suburbios de París.

En el trayecto, el capitán Raymond Dronne, que retrocedía con su unidad a posiciones más seguras por orden de Billotte, se encontró con Leclerc, contrariado por lo que sucedía. “Dronne, ¿qué hace usted aquí?”, le preguntó el general. “Mi general, ejecuto la orden que he recibido: volver sobre el eje, al punto donde estamos”, le respondió. Entonces Leclerc pronunció la frase definitiva: “Es necesario no cumplir órdenes idiotas”. Luego le comunicó el objetivo: “Dronne, vaya derecho a París, ¡entre en París!”. El oficial entendió a la perfección la intención del superior: “Se trataba de levantar la moral de la Resistencia y de la población sublevada”.

Entrada en la ciudad

El capitán Dronne mandaba la Nueve, una compañía de camiones semioruga integrada mayoritariamente por republicanos españoles. También se unieron al destacamento de la Nueve una sección de tanques Sherman y otra de ingenieros con tres blindados. En total, 120 hombres y 22 vehículos. La carrera de la Nueve hacia París empezó a las siete y media de la tarde del 24 de agosto de 1944. Partió de Antony hasta llegar a la Puerta de Italia, desde donde se envió un mensaje al Estado Mayor de la división: “Hemos llegado a París a las 20.45 h. Enviad refuerzos”.

Soldados alemanes en el Hotel Majestic, cuartel general del Alto Mando Militar alemán en Francia.

TERCEROS

La población ignoraba la identidad de la columna. Cuando descubrían que era una unidad de franceses, se desataban las emociones atrofiadas durante años. “Vivimos minutos embriagadores, extraordinarios. Pero no debemos retrasarnos. Nuestra misión es enfilar lo más rápidamente posible hacia el corazón de París”, explica Dronne. El objetivo de la columna era llegar al corazón político y sentimental de París, el ayuntamiento. Un hombre subido en una motocicleta y una mujer encaramada al vehículo de Dronne se convirtieron en improvisados guías. Episodio que demuestra que, más que una operación militar, la liberación de París tuvo algo de carnaval veraniego.

Los integrantes de la Nueve pudieron avanzar porque las calles se vaciaban a su paso al creerlos de la Wehrmacht, pero en cada distrito se repetía el proceso: la población se escondía y luego recomenzaba el jolgorio cuando descubría que eran franceses. Atravesaron el Sena y llegaron a la plaza del Hótel de Ville, el ayuntamiento parisino. Eran las 21.22 h, y empezaba a anochecer. El half-track que abría la marcha era el Guadalajara, y a su estela llegaron los otros blindados, también rotulados con nombres que evocaban la Guerra Civil española: Teruel, Ebro, Gernika, Belchite, Madrid, Santander, Brunete...

A pesar de encontrarse aislados en el centro de París y, por tanto, a merced de los alemanes, otra vez el entusiasmo se apoderó de los habitantes de la capital. El pueblo cantaba La Marsellesa y cuando las campanas de Notre Dame quebraron el silencio, todas las de la ciudad repicaron sonidos de bienvenida a los libertadores. Relata el historiador John Keegan que, en el momento en que eran volteadas todas las campanas, el general Speidel, jefe del Estado Mayor, telefoneó a Von Choltitz. Este le hizo llegar el sonido ensordecedor, y “los dos hombres se entendieron perfectamente. Al preguntarle Von Choltitz si había nuevas órdenes, Speidel le contestó que no tenía nada que decir”.

La rendición alemana

El capitán Dronne fue llevado al salón del ayuntamiento. Allí le aguardaban el presidente del Consejo Nacional de la Resistencia (CNR), Georges Bidault, y algunos de sus miembros. Más tarde llegó el jefe de la Resistencia, el coronel Rol-Tanguy. La emoción y el barullo dominaban los salones municipales. Entregado Dronne a las cuestiones políticas, permanecía al frente de la Nueve el teniente de enlace, el español Amado Granell.

La noche del 24 al 25 de agosto fue larga y tensa, pese a que no se produjeron incidentes reseñables. Aunque los alemanes presentaban batalla, los mayores problemas fueron ocasionados por los FFI, que exhibían buena voluntad y también una descomunal falta de organización. Como relataba Dronne: “Me acosan multitudes de responsables FFI; cada uno me pide un tanque, algunos todo el destacamento para ir a hacer una operación en un barrio que les interesa. Al final tengo que enojarme para desembarazarme de ellos”.

Los republicanos españoles de la Nueve se encontraron con paisanos del exilio encuadrados en la Resistencia

Las primeras luces del día 25 tuvieron un efecto reconfortante, y además la ciudad permanecía tranquila. De hecho, las órdenes de Dronne se orientaron más a vigilar a los franceses que a controlar a los nazis: prohibir a la población encaramarse a los vehículos militares, evitar la aglomeración en torno a los blindados, eliminar los robos de armamento. El grueso de la 2.ª DB entró en París a mediodía, y Dronne pudo entrevistarse con el coronel Billotte, cuya unidad fue la primera en alcanzar el centro de la capital.

Las órdenes para la Nueve fueron tajantes: permanecer en la plaza del Hótel de Ville. Los alemanes, por su parte, se habían atrincherado en lugares estratégicos, como el hotel Meurice, en la calle Rivoli, donde se encontraba el puesto de mando nazi, o el hotel Majestic, ocupado por la Gestapo. Una vez establecida la División Leclerc en París, las refriegas más destacadas se produjeron en la Escuela Militar, en los Inválidos y en el Ministerio de Asuntos Exteriores.

El coronel Billotte redactó el ultimátum, entregado por la tarde por el comandante Pierre de La Horie al general Dietrich von Choltitz, quien capituló en su puesto de mando después de una serie de escaramuzas: el combate de honor por los jefes alemanes. Luego fue conducido ante Leclerc, en la Prefectura de Policía, en cuya sala de billar se efectuó la rendición: firmaron Von Choltitz, el propio Leclerc y Rol-Tanguy.

Los últimos choques

Pero, mientras se producían esos lances, la gente seguía en la calle y moría también en la calle. En las operaciones de “limpieza”, los republicanos españoles de la Nueve se encontraron con paisanos del exilio encuadrados en las organizaciones de la Resistencia. Estaban tutelados por el PCE, el partido comunista español, y levantaron barricadas y lucharon contra los nazis en las calles parisinas, especialmente en las unidades de francotiradores y partisanos integradas por extranjeros.

Un carro de las tropas aliadas junto al Arco del Triunfo.

TERCEROS

Unos y otros participaron en las operaciones de ocupación y defensa de distintos distritos. Eran unos quinientos los españoles en la Resistencia parisina, y el precio resultó elevado. Además de republicanos anónimos, también fue abatido por los nazis José Barón Carreño “Robert”, el español más representativo de la Francia ocupada, en una escaramuza en la plaza de la Concordia.

Estos últimos muertos constituían lo que el comunista Maurice Kriegel-Valrimont, testigo de la liberación, denominó “víctimas suplementarias”. Según el escritor galo Claude Chambard, las bajas francesas hasta controlar París, entre el 18 y 28 de agosto, alcanzaron los 1.062 muertos (532 FFI, 130 de la 2.ª DB y 400 civiles) y 7.024 heridos (1.005 FFI, 310 de la 2.ª DB y 5.700 paisanos). El periodista estadounidense Blake Ehrlich registra 2.788 alemanes muertos, 4.911 heridos y 11.000 prisioneros. Los archivos parisinos elevan a 2.873 el número de franceses que perdieron la vida.

Más allá de París

A las tres de la tarde del 25 de agosto se impuso oficialmente la orden de alto el fuego, episodio en el que intervino una vez más el cónsul Nordling. Aunque continuaban unas mínimas refriegas callejeras, el 26 fue un día de celebraciones en París, y significó sobre todo la confirmación popular de Charles de Gaulle como líder de la Francia Libre y casi liberada.

El general, junto con Leclerc, Koenig y los miembros del CNR, desfiló de la plaza de l’Étoile hasta Notre Dame. Cientos de miles de parisinos asistían conmovidos a la ceremonia: era nada menos que el dominio de la capital de Francia por los franceses. Una verdadera cartografía de las emociones. Para De Gaulle también significaba la “vuelta a la normalidad” republicana y la certeza de haber erradicado la posibilidad de una nueva Comuna, su pesadilla particular.

El general De Gaulle desfila por los Campos Elíseos tras la liberación de París.

TERCEROS

Acompañaron al general en el desfile fuerzas de la 2.ª DB, incluida la Nueve. Los diplomáticos franquistas también estaban atentos a lo que sucedía. El cónsul general de España en París, Alfonso Fiscowich, remitiría una comunicación a Madrid el 18 de septiembre en la que expondría su versión: “En el abigarrado desfile de las tropas que seguían al general De Gaulle en su entrada oficial en París, observó el público con sorpresa las banderas republicanas españolas que adornaban algunos de los tanques que formaban el cortejo".

“El más curioso o avisado pudo también satisfacer su curiosidad o completar su conocimiento leyendo los nombres con los que habían sido bautizados dichos carromatos evocadores de hechos y batallas de la guerra civil de España, e impuestos en los mismos por sus tripulantes, españoles enganchados en África y recogidos en Francia conforme avanzaban por la metrópoli las tropas desembarcadas del general Leclerc”. El 1 de septiembre, el cónsul español había presentado una queja a las nuevas autoridades, que la desoyeron.

La tarde del 26 de agosto, la 2.ª DB fue acantonada provisionalmente en plazas y parques de París. Había que poner a punto el material para continuar la lucha contra los nazis, y también gozar de los pequeños placeres de la vida después de cuatro años de pelea. Era un tiempo de asueto tras los combates y las exaltaciones. El 8 de septiembre la División Leclerc, incorporada al 15.º Ejército estadounidense, abandonó la ciudad. Cuando la 2.ª DB enfiló hacia Berlín, París se encontraba definitivamente a salvo.

Soldados norteamericanos contemplan la torre Eiffel tras la liberación.

TERCEROS

Para los expertos, la liberación de la capital francesa no conllevó cambios sustanciales desde el punto de vista militar. Las aportaciones más decisivas se materializaron en el aspecto político. En primer lugar, porque certificó un cambio de legitimidades: la desaparición del régimen colaboracionista del mariscal Pétain y la consolidación del gobierno provisional encabezado por De Gaulle.

En segundo término, porque permitió a De Gaulle integrar primero y relegar después a los comunistas, combatientes contra el nazismo desde 1941 y rivales del general en la lucha por el control político de Francia. En esta tarea le ayudó notablemente Stalin, que no deseaba problemas con los angloamericanos, entonces aliados. Desde un punto de vista simbólico, permitió a los franceses pasar de cómplices de los nazis a auxiliares de los aliados, y, más importante aún, figurar al final de la contienda entre los vencedores.

Este texto se basa en un artículo publicado en el número 542 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.