Eisenhower, de Normandía a la Casa Blanca
Antes que presidente fue general. Su bagaje como planificador militar sirvió bien a Dwight Eisenhower como inquilino en Washington en plena Guerra Fría.
En Estados Unidos, una carrera militar distinguida siempre es un buen aval para dar el salto a la política. El caso más evidente es el de Dwight D. Eisenhower (1890-1969), el mítico “Ike”, famoso por conducir a las tropas aliadas a la victoria en el desembarco de Normandía. En realidad, era más un diplomático, muy apto para limar asperezas entre los miembros de la coalición antinazi, que un guerrero en primera línea de batalla. Pero, precisamente por eso, poseía unas habilidades que le iban a ser muy útiles en la Casa Blanca.
Cuando demócratas y republicanos le pidieron que encabezara sus candidaturas, eligió a los segundos por afinidad ideológica. Era, eso sí, un conservador moderado, continuador de las políticas sociales del New Deal de Franklin D. Roosevelt, sin las estridencias de los radicales anticomunistas partidarios de la caza de brujas, como el poderoso senador McCarthy.
Guardián de la Guerra Fría
Eisenhower venció en las elecciones de 1952 a Adlai Stevenson, con lo que puso fin a dos decenios de hegemonía progresista. Su vicepresidente iba a ser el muy polémico Richard Nixon , un hombre que se había hecho notar como detractor en la persecución contra Alger Hiss, un oficial norteamericano que supuestamente actuó como espía para los soviéticos. Su condena favoreció el triunfo republicano, al extender la imagen de que los demócratas no eran cuidadosos con la seguridad nacional.
Una de las prioridades de Eisenhower fue cumplir su promesa electoral de poner fin a la guerra de Corea.
Nixon –con quien Eisenhower no se avenía demasiado bien– se encargó de buena parte de la política interior, mientras el presidente centraba su atención en cuestiones internacionales. Una de las prioridades de Ike fue cumplir su promesa electoral de poner fin a la guerra de Corea, iniciada en 1950. La contienda acabó en 1953 en tablas, con la península asiática dividida en una mitad comunista y otra capitalista. Así continúa en la actualidad.
En plena Guerra Fría, Eisenhower trató de limitar la influencia de la Unión Soviética. Eso le llevó a escenificar diversas demostraciones de fuerza que no siempre se correspondían con un peligro comunista real. En 1954 promovió el derrocamiento del presidente de Guatemala, Jacobo Árbenz, que no era un “rojo” peligroso, como se pretendía, sino un reformista empeñado en modernizar su país. Un año antes, la CIA había patrocinado el golpe de Estado que acabó en Irán con el gobierno de Mohammad Mossadeq , infame a ojos occidentales por haber nacionalizado el petróleo de su país.
Al espacio y más allá
La pugna entre Washington y Moscú se trasladó a la carrera espacial. Cuando los soviéticos pusieron en órbita el satélite Sputnik , en Estados Unidos cundió la histeria. ¿Y si los comunistas utilizaban su nueva tecnología para lanzar armas nucleares? ¿Se aproximaba un Pearl Harbor atómico?
El joven senador John F. Kennedy atacó con demagogia al gobierno por la tibieza con la URSS.
Eisenhower mantuvo la cabeza fría, consciente de que ahora tenía un pretexto para legitimar el espionaje desde el aire a la URSS. Los aviones norteamericanos tomaban fotografías a veinte mil metros, altitud más que suficiente para actuar con impunidad, aunque fueran detectados por los radares enemigos.
Las imágenes demostraron que los comunistas, lejos de ser una amenaza, estaban atrasados en la carrera armamentística. Eso no impidió, sin embargo, que un joven senador llamado John F. Kennedy atacara con demagogia al gobierno . De creer sus palabras, el Kremlin estaba a punto de superar a la Casa Blanca en poderío bélico. Él, por supuesto, era el nuevo Churchill que advertía a sus compatriotas contra una terrible amenaza.
Eisenhower asistió irritado a este despliegue propagandístico sin replicar, porque no estaba dispuesto a desmentir a un oponente ambicioso con la revelación de secretos oficiales. Lo que sí hizo fue dar luz verde a la creación de un nuevo organismo, la NASA, destinada a imponerse a los rusos en la hegemonía espacial.
Una seria advertencia
Tras ocho años en el Despacho Oval, Eisenhower fue el primer mandatario norteamericano que no pudo aspirar, por ley, a una segunda reelección. El 17 de enero de 1961 pronunció un famoso discurso de despedida en el que advertía contra los peligros del “complejo militar-industrial”.
La imagen pública de Eisenhower era positiva antes de acceder a la presidencia y siguió siendo buena a su salida.
No decía que hubiera que acabar con la alianza entre los militares y la industria armamentística, necesaria para la defensa de la nación, pero sí que el sector privado debía estar sometido a un control por parte de las instituciones democráticas, de forma que el gasto en el Ejército no acabara por descontrolarse ni se perdiera de vista el objetivo de garantizar la libertad y la democracia.
El presidente más anciano de Estados Unidos cedió paso al más joven, Kennedy. Ambos políticos se llevaban más de treinta años. Este dato, como señaló el diplomático italiano Roberto Toscano, no es en absoluto menor en una sociedad que, en esos momentos, valora más la energía de la juventud que la experiencia de la madurez.
En cualquier caso, la imagen pública de Eisenhower era positiva antes de acceder a la presidencia, en virtud de su papel en la II Guerra Mundial, y siguió siendo buena a su salida, gracias a unas políticas externas de contención del comunismo y a unas internas de estabilidad y crecimiento económico.