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Benito Mussolini y los últimos días del fascismo italiano

Segunda Guerra Mundial

La República de Salò fue el último intento del dictador italiano de mantenerse en el poder. No acabó bien para el líder fascista

Soldados de la República Social Italiana en marzo de 1944

Bundesarchiv, Bild 101I-311-0926-04 / Fraß / CC-BY-SA 3.0.

La decisión de Benito Mussolini de participar en la Segunda Guerra Mundial junto al Tercer Reich no había reportado a Italia más que sinsabores y derrotas. A mediados de 1943 el “Impero” ya había desaparecido, y la enseña británica había sustituido a la bandera real en Addis Abeba y Trípo­li. Tras la caída de Túnez, Italia se ha­llaba ya en el radio de acción de los aviones aliados, que actuaban con casi total impunidad.

El régimen padecía una profunda crisis de credibilidad. A pesar de su retórica, y de las recu­rrentes concentraciones de afirmación patriótica, una gran parte de la población había perdido la fe en la victoria, y maldecía la guerra en si­lencio. La inestabilidad se acentuó en julio, cuando los aliados desembarcaron en Sicilia sin encontrar una excesiva resistencia.

A pe­tición de importantes personalidades del régimen, Mussolini había accedi­do a que se reuniera el Gran Consejo Fascista (no sucedía desde hacía años) para evaluar la situación política y mi­litar y buscar soluciones a la creciente desazón.

Mussolini hablando con un joven militante fascista. Foto: Wikimedia Commons / Bundesarchiv, Bild 101I-316-1181-11 / Vack / CC-BY-SA 3.0.

TERCEROS

Allí, diversos jerarcas del fascismo (incluido el yerno de Mussolini, Galeazzo Ciano) votaron la destitución del dictador y el retorno al sistema anterior, en que el monarca adquiría un papel determinante.

Víctor Manuel III comunicó a Mussolini de que Badoglio era la persona idónea para sustituirle

Esa misma tarde, el Duce tenía una cita con el monarca en Villa Ada. No sospechaba nada. O al menos eso parecía. La villa estaba rodeada de carabinieri, pero Mussolini aparecía completamente despreocu­pado. El rey lo recibió vestido con el uniforme de mariscal, y a continuación tuvo lugar una conversación privada.

Víctor Manuel III comunicó a Mussolini de que el mariscal Badoglio, quien con­taba con la confianza del Ejército y de la policía, era la persona idónea para sustituirle. A los veinte minutos, la conversa­ción podía darse por concluida. 

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Mussolini no había aún comenzado a dirigirse a su automóvil cuando se le acercó un capitán de los carabinieri, que, con la excusa de que tenía órde­nes de protegerlo, lo introdujo, pese a sus protestas, por la puerta trasera de una ambulancia, acompañado por va­rios guardias armados. Ni por un momento el político advirtió que estaba siendo arrestado.

Fue entonces cuando comenzó el rocambolesco deambular del dictador que terminó en el Gran Sasso, con órde­nes para sus guardianes de acabar con su vida si los alemanes intentaban liberarlo.

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Ante esta situación, el Führer puso en marcha tres planes ya elaborados. Los alemanes preveían la inmediata ocupación de la península italiana, la liberación del Duce y la reimplantación del régimen fascista con los elementos aún fieles.

Mussolini (en el centro, con sombrero negro) liberado del Sasso por paracaidistas alemanes

Bundesarchiv, Bild 101I-567-1503A-07 / Toni Schneiders / CC-BY-SA 3.0

Los días de Salò

El continuo cambio de ubicación y el férreo secretismo de sus guardianes hi­cieron que el paradero de Mussolini se convirtiera en un insondable misterio para casi to­dos, incluso para los alemanes. Por fin, los hombres del capi­tán de las SS Otto Skorzeny, encarga­do por Hitler de su búsqueda y seguri­dad, lo localizarían en el Gran Sasso.

En septiembre tuvo lugar la arriesgadísima operación de liberación de Mussolini ejecutada por paracaidistas alemanes

A principios de septiembre tendría lugar la arriesgadísima operación de liberación ejecutada por paracaidistas alemanes. Y así, días después, Mussolini denunciaba, a través de las ondas de Radio Múnich, al rey desleal y anunciaba el estable­cimiento de un nuevo estado, republicano, nacional, social y fascista, que continuaría la gue­rra y juzgaría a los “traidores de julio”. Había nacido la Repú­blica Social Italiana.

Soldados de la República Social Italiana

Bundesarchiv, Bild 101I-311-0926-07 / Fraß / CC-BY-SA 3.0

Pero los secto­res más radicales del fascismo, representados por Alessandro Pavolini o Francesco Ma­ria Barracu, pronto se hicieron con el control, saldando cuentas con quienes les habían traicionado. A partir de entonces, Mussolini, supeditado a la política alemana, se instalaba en Gargnano, cerca de Salò, de donde la República tomaría su nombre popular.

A los miembros del Gran Consejo Fascista que habían votado a favor de la destitución se les consideró traidores. Algunos, como Galeazzo Ciano, fueron condenados a muerte y ejecutados.

Mussolini (el segundo por la izqda.) fue fusilado junto con su amante y otros fascistas, y sus cuerpos colgados en una plaza de Milán.

TERCEROS

Pero, poco a poco, al compás de las de­rrotas alemanas, el territorio de la República Social iría menguando. A mediados de abril de 1945, con los soviéticos a las puertas de Berlín y la mayor par­te de Italia en manos de los aliados, la guerra en Europa consumía sus últimos y dramáticos días.

A Musso­lini ya solo le quedaba buscar una salida honorable para él y los suyos. No la encontraría. Fue fusilado por un grupo de partisanos junto a su amante y otros destacados fascistas.

Este artículo se publicó en La Vanguardia el 21 de julio del 2020

Este texto se basa en un artículo publicado en el número 466 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.