La Marcha sobre Roma: el fascismo al poder
Italia y Mussolini
En la génesis del fascismo italiano se encuentra un nombre, el de Benito Mussolini, que aprovechó aquel enrarecido clima social, económico y político para llegar al poder. En pocos años se convertiría en il Duce.
El fin de la Gran Guerra en 1918 suscitó una esperanza general en toda Europa que pronto se tornó en profunda decepción. Los tratados de paz (Versalles, Saint Germain, Trianon…) no habían solucionado correctamente las tensiones étnicas ni nacionales de algunas regiones. Además, la coyuntura económica era desfavorable: excesiva deuda pública, reparaciones de guerra, reconversión industrial, inflación, devaluaciones, pérdidas de mercados a favor de EE.UU. y Japón...
Tales condiciones pusieron contra las cuerdas a las clases medias y bajas europeas. Comprobaron con creciente angustia como los viejos partidos eran incapaces de arreglar la situación y poco a poco se lanzaron a los brazos de las corrientes autoritarias que garantizaban la ley y el orden. Sobre todo cuando el triunfo de Lenin en Rusia era visto como un peligro exportable, en especial tras el ensayo comunista de Béla Kun en Hungría en 1919.
La victoria mutilada
Para un gran número de italianos, la victoria en la Primera Guerra Mundial tampoco supuso el fin de los problemas. A los 670.000 muertos ocasionados por el conflicto hubo que añadir otros 400.000 causados por la gripe española. Las malas cosechas se unieron a la debacle económica. La crisis agraria, sumada a la elevadísima inflación (825% en 1920 respecto a 1913), no hacía sino aumentar su descontento.
El programa político del fascismo estaba teñido de un ferviente nacionalismo y contenía muchas de las reivindicaciones tradicionales de la izquierda.
Además, Italia vio frustradas sus aspiraciones territoriales en la negociación de la paz. En abril de 1915, representantes italianos habían firmado un pacto con Francia y Gran Bretaña por el que se comprometían a entrar a su lado en la Primera Guerra Mundial a cambio del Trentino, el Tirol del sur, la Venecia Julia, Istria, Dalmacia e islas adyacentes, así como de una “legítima compensación colonial”, que no se refería sino a una parte de las colonias alemanas en África. Sin embargo, tras la victoria, vieron con estupor que Dalmacia e Istria pasaban a formar parte del nuevo reino de Yugoslavia, y que también se les excluía del reparto colonial.
El descontento se generalizó. Se culpaba al Estado de ineficaz y, cada vez más, aumentaba la conflictividad social al calor de los ecos revolucionarios que llegaban de la Rusia soviética. En este ambiente nacería el fascismo.
Los fasci italiani
A comienzos de 1919, Benito Mussolini, intuitivo y oportunista, advirtió que la crisis que padecía la sociedad italiana le ofrecía una buena oportunidad política. Así, el 23 de marzo de 1919 fundó, junto con dos seguidores, el Fascio Milanese di Combattimento, si bien solo logró reunir a unas setenta personas. El término fascio aludía a las fasces lictorias (haz de varas atadas alrededor de un hacha que llevaban ciertos oficiales romanos sobre el hombro izquierdo).
En las primeras elecciones en las que se presentaron los fascistas, el partido de Mussolini no sacó ni un solo escaño.
Poco después, en Milán, Mussolini creó, junto con 119 personas, los Fasci Italiani di Combattimento: había nacido el fascismo. Este movimiento aglutinaba en su seno a representantes de casi todos los sectores sociales que, por una u otra razón, estaban descontentos con la situación general del país. Así, junto a los arditi (unidades de asalto del ejército italiano) y ultranacionalistas, se podía ver a anarquistas y socialistas, futuristas, republicanos, monárquicos, etc.
Superador de la lucha de clases, su programa, teñido de un ferviente nacionalismo, contenía muchas de las reivindicaciones tradicionales de la izquierda (como el sufragio universal a los 18 años, el voto femenino o la jornada laboral de ocho horas), aunque luego irían atemperándose en función de los acontecimientos.
Ni un solo escaño
A mediados de 1919, el fascismo utilizó la disputa territorial del Fiume, ciudad adriática que Italia reclamaba como territorio nacional, para ampliar su base de seguidores. Desde el periódico Il Popolo d’Italia, Mussolini y las distintas agrupaciones fascistas comenzaron una campaña de agitación reclamando la cesión de Fiume y atacando al gobierno por su pasividad y sumisión a los intereses extranjeros.
Los "camisas negras" actuaban con inusitada violencia contra partidos y periódicos de izquierdas, sindicatos y contra cualquiera que consideraran sospechoso de ser bolchevique.
La escalada de tensión terminó con la disolución de las cortes italianas y la convocatoria de elecciones. Los fascistas se enfrentaban a su primera contienda electoral. Pese a los esfuerzos de sus militantes, los resultados electorales significaron un rotundo fracaso, y los seguidores de Mussolini no obtuvieron ningún escaño. Sin embargo, la elevadísima abstención, casi del 50%, podía reportar importantes beneficios políticos para el movimiento fascista, que al finalizar aquel primer año contaba con 56 fasci y unos 17.000 afiliados.
A pesar de su escaso número, los “camisas negras” actuaban con una innata violencia. Solía hacerse efectiva contra las sedes de los partidos y periódicos de izquierdas, locales sindicales y todo aquel que, acusado despectivamente de bolchevique, incurría en su ira. Entonces corría el peligro de probar el manganello (porra que esgrimían con suma facilidad), tomar una fuerte dosis de aceite de ricino o ver su barba afeitada (o su cabeza pelada, en el caso de ser mujer) a manos de los squadristi. Estos grupos especialmente violentos aterrorizaban a los obreros en huelga o a los campesinos muy reivindicativos.
La Marcha sobre Roma
Durante los siguientes años, Mussolini se erigió en el líder indiscutible de su espectro político por encima de los distintos rais (jefes) locales, como Dino Grandi (Bolonia), Italo Balbo (Ferrara) o Roberto Farinacci (Cremona). Sus milicias anticomunistas eran vistas por los patronos como el único medio posible para reprimir la ola de conflictividad social que había desembocado en una situación claramente prerrevolucionaria, y que el gobierno no atinaba a atajar.
El fascismo decidió organizar la ocupación de Roma con sus milicias para forzar al rey a que les ofreciera el gobierno de Italia.
En consecuencia, los recursos y el número de afiliados (80.746 en abril de 1921 por 217.256 en noviembre) crecía vertiginosamente y permitía que el movimiento abandonase su original marco urbano para extenderse por toda Italia. Tras las elecciones de mayo de 1921, en las que obtuvieron 35 escaños, el movimiento se convirtió en el Partido Nacional Fascista. En esas circunstancias, Mussolini planteó la posibilidad de tomar el poder mediante un acto de fuerza, antes de que la inercia victoriosa desembocara en una general apatía.
El fascismo decidió organizar la ocupación de Roma con sus milicias, y así forzar al rey a ofrecerles el gobierno. Se señaló el día 28 de octubre como la fecha más adecuada para llevarla a cabo. La acción, mal planificada y peor ejecutada, habría podido ser desbaratada por las tropas gubernamentales, pero faltaba la voluntad política para hacerlo. Con la neutralidad del Ejército y la simpatía de la patronal, el rey Vittorio Emanuele III ofreció el gobierno a Mussolini. Como era de esperar, Mussolini aceptó la propuesta. Italia caía en las redes del totalitarismo.
Este texto se basa en un artículo publicado en el número 426 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.