Agripina la Menor, conspiradora y víctima de conspiración
Antigua Roma
La madre el emperador Nerón medró hasta llegar a lo más alto. Sin embargo, pagó caro hacer ostentación pública de su poder
Mucho antes de cometer los crímenes que la historia le atribuye, Julia Agripina fue una niña inocente que vivió con asombro el regreso de sus padres a Roma. Corría el otoño de 19 d. C., ella contaba cuatro años y sus padres llegaban a la capital desde Antioquía, en Siria. Sabemos por el historiador Tácito que ella y sus hermanos salieron al encuentro del cortejo que se acercaba lentamente a la ciudad por la Vía Apia. A ambos lados de la calzada se apiñaba una multitud desolada, ataviada de negro, que les recibía con gritos y lamentaciones.
Su madre, Agripina la Mayor, a quien no veía desde hacía dos años, era una mujer exhausta que caminaba encorvada por el peso de su desgracia. Acarreaba en brazos una urna funeraria con las cenizas de Germánico, su esposo, el general más amado por el pueblo romano y designado por Augusto para suceder a Tiberio en el trono. El padre que la pequeña Agripina apenas llegó a conocer.
Un astrólogo anunció a Agripina que moriría a manos de su único hijo cuando llegara a ser rey
Una familia agraviada
Era muy niña y, a pesar de la extraordinaria inteligencia que más tarde demostró, lo más probable es que no entendiera lo que sucedía. No pudo parecerle sospechoso que Tiberio, césar en esos momentos y padre adoptivo del difunto, no hubiese acudido a honrar su memoria. Aún no sabía nada de política ni de conspiraciones asesinas. Con los años, tal vez Agripina habría olvidado aquel momento. Pero su madre no olvidó ni le permitió olvidar. La joven creció convencida de que Tiberio había mandado envenenar a su padre y de que su propio linaje estaba predestinado a reinar. Costara lo que costara. Y costó muchas vidas, incluyendo la suya.
Pero eso no pareció importarle, ni siquiera cuando un astrólogo le anunció que moriría a manos de su único hijo cuando este se convirtiera en rey. “Que me mate, con tal de que reine”, respondió desafiante. Si la anécdota no es auténtica, desde luego encaja con su personalidad altiva y resuelta. La joven bebió de su madre el orgullo de casta y una fuerza de voluntad que rozaba la obstinación.
La viuda del noble Germánico no quiso nunca disimular su sentimiento de agravio, y su presencia se convirtió en un reproche continuo para Tiberio. Este, irritado, terminó por desterrarla y la forzó al suicidio. También Agripina hija se distinguió por su fuerte carácter, pero lo suavizó con tres cualidades heredadas de su padre que le serían muy útiles en el camino a la cumbre: paciencia, diplomacia y astucia.
En segundo plano
Pasó la primera parte de su juventud en la sombra, limitándose a ser la recatada esposa de su primer marido, Cneo Domicio Enobarbo. Ese anonimato y su infertilidad durante los primeros años de matrimonio la mantuvieron a salvo de Tiberio, que veía en cualquier descendiente de Germánico un rival indeseable para su propio hijo. Los de Germánico eran especialmente peligrosos para Tiberio, porque contaban con la simpatía del pueblo y la adhesión incondicional de las tropas.
El césar se las arregló para que los dos hermanos mayores de Agripina, Nerón y Druso, fueran condenados por supuestos delitos. Cuando Agripina cumplió veintidós años dio a luz al futuro emperador Nerón . Para mayor alegría suya, Tiberio murió de pronto. A falta de su propio hijo, ya fallecido, el emperador dejó la Corona en manos del joven Calígula, hermano de Agripina, quien a pesar de su origen había sabido ganarse el favor del viejo césar.
Lo primero que hizo Calígula fue restituir el honor de su familia. Trasladó los restos de su madre y hermanos al mausoleo de Augusto y acuñó monedas con sus efigies. Trató a Agripina y a sus otras dos hermanas como a reinas.
Pero la felicidad duró muy poco. Al cabo de un año murió Drusila, amante y hermana favorita del emperador, que se sumió en una profunda depresión y empezó a mostrar síntomas de locura. Agripina y su hermana Livila cayeron en desgracia. Calígula las acusó de conspirar contra él. Se ignora si sus sospechas eran fundadas, pero, sea como fuere, Agripina perdió sus bienes, dejó a su bebé al cuidado de su cuñada y partió al destierro a la isla de Poncia junto a su hermana.
La hora de la venganza
Una vez más, la hija de Germánico demostró ser una superviviente nata. Ni la aridez del clima, ni la escasez de alimentos ni el recuerdo de su hermano Nerón, que falleció en la misma isla, pudieron con ella. El exilio fortaleció su espíritu. Cuando en el año 41 murió asesinado Calígula y su tío Claudio, recién nombrado emperador, la trajo de vuelta a Roma, Agripina no dio un solo paso en falso. Cada uno de sus movimientos la acercó al trono que anhelaba para su hijo.
Para empezar, necesitaba contactos, y los contactos costaban dinero. Viuda ya de su primer marido, se casó el año de su regreso con Pasieno Crispo, un pacífico millonario que le legó toda su fortuna. Su nueva posición y su amistad con Palante, consejero de Claudio, le permitieron ponerse al corriente de los movimientos de Mesalina, tercera esposa del emperador. Por el momento se mantuvo a una prudente distancia.
En su estrategia, Agripina logró convencer a Claudio de que adoptara a Nerón y lo casara con su hija Octavia
Su hermana Livila, menos precavida, despertó los celos de la emperatriz con sus continuas visitas a Claudio y terminó de nuevo en el exilio. Esta vez no lograría sobrevivir. Agripina era ahora la única hija viva de Germánico. El azar volvió a ponerse de su parte cuando Mesalina cavó su propia tumba sin ayuda de nadie: cometió la insensatez de casarse en público con uno de sus amantes y fue ejecutada por infidelidad.
Agripina, ya viuda por segunda vez, se ocupó de consolar a su tío. Empleó su influencia para obtener del Senado una ley que despenalizara el incesto entre tío y sobrina, logró casarse con él en el año 49 y se convirtió en emperatriz consorte.
Príncipe Nerón
La boda fue su primer éxito, pero aún quedaba mucho por hacer. Era preciso asegurar el futuro de Nerón como césar. Claudio ya tenía un hijo, Británico, apenas tres años más joven que Nerón. Agripina ideó una hábil estrategia para suplantarlo poco a poco. Empezó por pedir a Claudio que desposara a Nerón con su hija Octavia. Después le convenció, no sin dificultades, de que adoptara a Nerón. Para ello se tuvo que ceder a Octavia en adopción a otra familia ilustre, puesto que los nuevos esposos no podían ser, a la vez, hermanos.
Se las arregló para acentuar la diferencia de edad entre Nerón y Británico en todas sus apariciones públicas. Consiguió que Nerón obtuviera la toga virilis, vestidura que simbolizaba la mayoría de edad, antes de los 14 años (Calígula no la vistió hasta los 19). Británico, entretanto, continuaba luciendo la toga pretexta propia de los niños.
Mientras Nerón pronunciaba sus primeros discursos ante el Senado, Agripina señalaba la epilepsia de Británico como un serio impedimento para gobernar. Fue una astuta labor propagandística destinada, más que a persuadir a Claudio, a presentar a Nerón como el favorito de las masas. Británico seguía teniendo sus partidarios, claro, pero Agripina se ocupó de alejarlos de la corte. Destituyó a sus antiguos preceptores y eligió personalmente a los nuevos. Para su hijo, buscó un maestro digno de educar a un príncipe. La elección recayó nada menos que en el filósofo Séneca .
La noche más larga
Claudio era un hombre inseguro y despistado, pero no estúpido. Empezó a dar muestras de retractación. En una ocasión prometió compensar a Británico. En otra, se lamentó en voz alta de que su destino le uniera a “mujeres impúdicas pero no impunes”, es decir, ligeras de cascos pero condenadas a recibir su castigo. ¿Se refería el viejo césar a las infidelidades de la difunta Mesalina? ¿O era una velada amenaza dirigida a su esposa?
A Agripina el poder se le subió a la cabeza y le hizo perder su habitual perspicacia
Agripina no quiso correr el riesgo de averiguarlo. El 12 de octubre del año 54, un día como cualquier otro, la familia imperial se reunió para cenar. Poco después de sentarse a la mesa, Claudio sufrió un violento acceso de vómitos. Agripina, con la complicidad de Haloto, el catador, había envenenado la seta más apetitosa de la bandeja sabiendo que el césar no podría resistirse a comerla. Fue el principio de una noche muy larga en la que se decidió el destino de Nerón.
Agripina ocultó la muerte del emperador comunicando que solo estaba indispuesto. Dio órdenes estrictas de no dejar salir a nadie de palacio, salvo al mensajero que envió a negociar con el Senado, cuyo apoyo consiguió a cambio de devolver a los senadores los privilegios que Claudio les había retirado. Consultó a los augures y, lo más importante de todo, se aseguró la colaboración del ejército. Prometió a cada pretoriano una paga extra de 15.000 sextercios, lo que sin duda aumentó su popularidad previa como hija de Germánico.
Al día siguiente, a mediodía, cuando todo estaba ya atado y bien atado, Nerón leyó el elogio fúnebre, hábilmente redactado por Séneca, y fue proclamado emperador.
Mater amatissima
Por fin se cumplía el sueño de Agripina. El primer año de reinado de Nerón fue idílico. La primera contraseña que el césar adolescente dio a los pretorianos fue “la mejor de las madres”. Pero pronto empezaron las tensiones entre madre e hijo. De ello fue responsable, sobre todo, Agripina. El poder se le subió a la cabeza y le hizo perder su habitual perspicacia.
Cometió dos errores que la llevaron a la tumba. El primero fue creer que ya no necesitaba disimular. Claudio había sido un gobernante débil –a nadie se le escapaba quién estaba detrás de casi todas sus decisiones–, pero Agripina ejerció su poder en la sombra con sutileza. Tratándose de su hijo, todo le pareció distinto. Nerón siempre había estado bajo su influjo y era a todas luces demasiado joven para gobernar solo. A Agripina ya no le pareció imprescindible esconder su papel de regente.
Trasladó a palacio las sesiones del Senado y, no contenta con asistir a ellas oculta tras una cortina, en una ocasión salió de su escondite dispuesta a departir personalmente con unos embajadores. Por consejo de Séneca, el propio Nerón la acompañó amablemente fuera de la sala. La nobleza romana no estaba preparada para aceptar el poder oficial de una mujer.
El incidente debería haberle hecho reflexionar, pero ese fue su segundo error: infravalorar a su hijo. Nerón maduraba con ayuda de sus consejeros y, como suele suceder, no llevaba bien que su madre se metiera en su vida política y personal. Agripina desaprobaba sus derroches, su afición al arte, sus juergas con los amigos. Le abrumaba con consejos y, por supuesto, criticaba a sus amantes.
Cuando Nerón envenenó a su hermanastro, Británico, Agripina comprendió que había perdido su control
Sus arrebatos de cólera se hicieron cada vez más frecuentes. Le recordaba incesantemente que se lo debía todo a ella y, al sentir cómo el joven se distanciaba, llegó a insinuar que aún quedaba otro heredero legítimo a quien podía aupar al trono: Británico. La reacción inmediata de Nerón fue envenenar a su hermanastro. Sin consultárselo. Solo entonces comprendió Agripina que su hijo se había escapado a su control.
Se cumple la profecía
Su declive fue ya inevitable. Nerón destituyó a Palante, el principal aliado de su madre. La obligó a mudarse a otro palacio, suprimió su guardia personal y a punto estuvo de ejecutarla sin juicio cuando los enemigos de Agripina aprovecharon su debilidad para acusarla de traición. Aquella vez le perdonó la vida, pero no dejó de temerla y finalmente decidió matarla.
Deshacerse de Agripina no fue tarea fácil. La precavida matrona tomaba a diario pequeñas dosis de veneno para inmunizarse, así que el matricida trazó un plan rocambolesco. Fingiendo desear una reconciliación, la invitó a su villa de Bauli en marzo de 59. Agripina aceptó con alegría. Nerón la colmó de honores y al final de la velada le ofreció su propio barco para volver a casa.
La embarcación había sido manipulada para que el techo del camarote se desplomara sobre Agripina y hundiera la popa. Y así fue, pero Agripina y su amiga Acerronia sobrevivieron al impacto. Presa del pánico, Acerronia pidió auxilio haciéndose pasar por la madre del emperador. Los marineros la mataron a golpes de remo. Agripina entendió lo que sucedía y se guardó de abrir la boca. Huyó a nado y fue rescatada por unos pescadores.
Envió a su hijo un mensaje tranquilizador con la esperanza de salvar la vida. Pero Nerón simuló que el mensajero de su madre había tratado de asesinarle bajo sus órdenes. Con este pretexto justificó el césar ante el pueblo la necesidad de eliminarla.
Agripina encontró la muerte pocas horas más tarde en su villa de Antium, la misma casa en la que veintidós años atrás había dado a luz a Nerón. Se dice que antes de expirar se arremangó la túnica y pidió a los soldados que la remataran hundiendo la espada en el mismo vientre que engendró a su asesino. Su hijo, el objeto de sus desvelos, solo la sobrevivió nueve años.
Este artículo se publicó en el número 453 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.