¿Cómo ha cambiado la arqueología desde los primeros exploradores?
Métodos de excavación y datación
Se dedica a rescatar nuestra historia más remota y, sin embargo, como disciplina científica tiene poco más de un siglo. Así ha crecido la arqueología
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Momias que vuelven a la vida cuando se profanan sus tumbas. Arcas misteriosas en lugares exóticos. Cofres repletos de oro en galeones hundidos... La fascinación por los tesoros del pasado está rodeada de leyenda. Aún hoy, herederos de Indiana Jones y Lara Croft continúan explotando en el cine y los videojuegos la faceta de aventura que se atribuye a la investigación arqueológica.
Pero hace tiempo que los arqueólogos pasan la mayor parte del tiempo en bata de laboratorio mientras el típico sombrero salacot descansa en el perchero. Sus días, lejos de maldiciones milenarias e intrépidas persecuciones, discurren entre pesados trabajos de clasificación y sofisticadas pruebas científicas.
Excavar a destajo
El interés por los monumentos del pasado tiene siglos de historia, pero fue en el Renacimiento cuando se produjo el primer cambio profundo en la valoración del mundo antiguo, cuyos restos se convirtieron en objeto de veneración artística. Por un lado, se empezaron a reunir las primeras colecciones de antigüedades, como la del Vaticano. Por otro, la mentalidad científica, pese al control cultural de la Inquisición, comenzó a abrirse paso.
Lo que enseñaba la Biblia, fuente de saber en la Europa de la época, sobre los orígenes del mundo no se ajustaba a las teorías que, tímidamente, aventuraban figuras como Galileo ni a los conocimientos que desde Oriente llegaban de la mano de viajeros y comerciantes. En el siglo XVIII, el hallazgo de las ciudades romanas sepultadas por el Vesubio despertó la atención de la intelectualidad occidental.
Sin embargo, las primeras excavaciones en Pompeya se llevaron a cabo con unos métodos muy poco ortodoxos, puesto que los capataces cobraban en función de la cantidad de tierra que extraían. Los trabajos arqueológicos realizados por Thomas Jefferson, futuro presidente de Estados Unidos, en túmulos funerarios de indios americanos sentaron las bases técnicas de la excavación. Corría el año 1784. Hasta entonces se cavaba sin más hasta dar con algo. Jefferson optó por abrir estrechas zanjas para estudiar el terreno antes de emprender trabajos de mayor envergadura.
Hablan las piedras
Cuando más confiaba el hombre en que la ciencia podía resolver todas sus dudas, en el positivista siglo XIX, la arqueología hizo que la historia estallara en un big bang temporal. Todo lo que había sucedido antes de la aparición de la escritura, en la Mesopotamia del año 3500 a. C., dejó de ser solo un misterio sobre el que fabular con mitos y leyendas. Las piedras empezaron a hablar (se logró descifrar la escritura cuneiforme de asirios y babilonios y la jeroglífica de los egipcios), y la prehistoria se abría paso entre la niebla del desconocimiento.
Ese delirio por las reliquias del pasado contribuyó al pillaje y la devastación de numerosos yacimientos
El reloj de los historiadores se retrasó millones de años. El desarrollo de la geología, que presentó las primeras teorías sobre la estratificación, y la teoría de las tres edades (piedra, bronce y hierro), desarrollada gracias al afán clasificatorio de los científicos escandinavos, establecieron una nueva ordenación cronológica del pasado. En el plano de las ideas, el reconocimiento de la antigüedad del hombre a partir de las teorías evolucionistas de Charles Darwin, que publicó El origen de las especies en 1859, fue determinante para el rumbo de la arqueología.
El libro se presentó justo en el momento en que se debatía si el hombre de Neandertal, descubierto en Alemania en 1856, era un ancestro del hombre contemporáneo o si correspondía a un humano deforme que había padecido una extraña enfermedad. En realidad, para la primera reconstrucción de un neandertal se utilizó el esqueleto de un ejemplar ya anciano, con las articulaciones dañadas por la artritis. De ahí el carácter marcadamente simiesco, con las piernas semidobladas y los brazos bamboleantes, que adquirió su representación.
Esta revolución ideológica estuvo acompañada por los grandes hallazgos arqueológicos del siglo XIX: Egipto, Mesopotamia, Troya... El optimismo era grande y el planeta entero se convirtió en un inmenso campo de trabajo en el que desarrollar los incipientes métodos de análisis arqueológico. Al mismo tiempo, ese delirio romántico por las reliquias del pasado contribuyó enormemente al pillaje y a la devastación de numerosos yacimientos. Y, por supuesto, al expolio.
Tal como había hecho la Roma imperial con algunos obeliscos egipcios, los tesoros de la Antigüedad volvían a embarcarse hacia Europa. En ella proliferaban asociaciones de arqueólogos como la Sociedad de Hiperbóreos, célula inicial del prestigioso Instituto Arqueológico Alemán, así como los grandes museos de las metrópolis coloniales, sobre todo el Louvre de París y el British Museum londinense.
De hecho, el enorme valor otorgado a los restos arqueológicos dio lugar a duras disputas, como la relacionada con la piedra de Rosetta, hallada en 1799 durante la invasión napoleónica de Egipto. La pieza nunca llegó al Louvre, sino que fue reclamada como botín de guerra por los británicos tras derrotar a los franceses en Alejandría, por lo que se encuentra en el British Museum.
Hacia un rigor científico
A finales del siglo XIX todavía algunos empleaban métodos tan descabellados como dinamitar ruinas de templos a pocos metros de la Esfinge en su búsqueda de piezas valiosas. Sin embargo, poco a poco empezó a imponerse una metodología rigurosa y científica en las excavaciones. Se establecieron las primeras técnicas de registro de los yacimientos a partir de la elaboración de planos, maquetas y secuencias cronológicas.
Al general británico Augustus Pitt-Rivers (1827-1900) se debe la consolidación de las técnicas modernas de excavación. Aficionado al coleccionismo de armas y meticuloso hasta la saciedad, amplió sus intereses a todo tipo de artefactos con el objetivo de determinar su evolución. Pronto decidió abordar tareas de excavación. En ellas quiso registrar con el máximo detalle todos los hallazgos, no solo los más espectaculares.
Y he aquí un cambio fundamental en las perspectivas del trabajo arqueológico: el valor de un pequeño fragmento de cerámica o de hueso podía ser mayor que el de una preciosa jarra de oro, puesto que dependía de la información que arrojara sobre el período del que procedía, y no de su calidad artística.
Con el método del carbono 14, descubierto por Libby en 1949, se dataron hallazgos de forma directa
Si el siglo XIX sirvió para sentar las bases del desarrollo teórico de la arqueología como ciencia y fijar una metodología rigurosa para la excavación de los yacimientos, en el siglo XX la aplicación de las técnicas procedentes de la física y la química fue aún más decisiva: gracias a la datación radiocarbónica (el famoso carbono 14), descubierta por Willard Frank Libby en 1949, pudieron empezar a datarse hallazgos de forma directa, es decir, sin acudir a complicadas comparaciones cronológicas y tipológicas.
Entre las sorpresas que deparó el nuevo método de datación se cuenta la refutación de la teoría que afirmaba que los dólmenes europeos habían sido introducidos paulatinamente desde Oriente, puesto que, en realidad, los más antiguos son los que se encuentran en Portugal.
Las nuevas técnicas químicas de datación de restos orgánicos (como los análisis de los contenidos en nitrógeno, flúor y uranio de los huesos, que varían con el tiempo y según determinados factores externos) pusieron fin a las falsificaciones y a los improductivos debates que estas generaban entre los arqueólogos.
El fraude más sonado fue el de los restos del hombre de Piltdown, descubiertos en el sur de Inglaterra en 1912 y atribuidos al Paleolítico inferior. En 1953 se descubrió que tales restos habían sido tratados con pigmentos para hacerlos parecer prehistóricos. El cráneo tenía como mucho 620 años, y la mandíbula, además de ser contemporánea, pertenecía a un orangután...
Ampliando miras
La arqueología ha ido abandonando en los últimos decenios el enfoque tradicional, encaminado a recuperar piezas antiguas para montar el rompecabezas de la historia como si esta fuese un monumento roto. En la actualidad se interesa más por los procesos de cambio, cómo evolucionaban las sociedades del pasado y por qué. Con un marco de estudio tan amplio, que abarca todo el espacio y todo el tiempo, se ha ido especializando a lo largo de su joven existencia.
A la vez, se ha configurado como una ciencia que se enriquece con las aportaciones de la biología, la genética, la arquitectura o la informática. Si alguna vez pudo considerarse así, el arqueólogo ha dejado definitivamente de ser un cazador de tesoros para convertirse más bien en un desenterrador de historias. Le interesan los hombres que hay tras los restos arqueológicos, y no se contenta con que estos vayan a decorar vitrinas.
Este artículo se publicó en el número 429 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.