Un soldado del Papa contra Caballo Loco

Las guerras del Oeste

La vida de Myles Keogh: de defender los estados pontificios a luchar contra los indios

Myles Keogh, en 1875

Myles Keogh, en 1875 

Autry Museum

Cuenta la leyenda que uno de sus rastreadores crows le dijo en Little Bighorn: “No tenemos balas para matar a tantos”. Y él replicó: “¡Adelante!”. El 25 de junio de 1876, el general George Armstrong Custer, un teniente coronel que conservaba el título honorífico alcanzado en la guerra de Secesión, condujo al 7.º de Caballería a su peor catástrofe contra una formidable alianza de lakotas, cheyenes, pies negros y arapahoes.

Los indios eran guerreros homéricos (mirad al explorador de la izquierda en la foto de arriba). Liderados por Caballo Loco, causaron 225 bajas, unas 260, si se cuentan las de otras unidades en los días anteriores y posteriores. Las tropas que seguían a Custer, y que lo habrían salvado si las hubiera esperado, comenzaron a sepultar a sus compañeros el 27 y no acabaron hasta el 29. Uno de aquellos cuerpos era el de Myles Keogh.

Foto de Comanche, coloreada por el artista @Eugenio_R_

Comanche, coloreado por el artista @Eugenio_R_

Foto original Library of Congress

Es triste que un soldado tan aguerrido, condecorado por el mismísimo papa Pío IX, pase a la historia por su caballo y por la forma en que apareció su cadáver: completamente en cueros, salvo por sus calcetines blancos de algodón, una de las dos propiedades (tres, si incluimos el caballo) que sus enemigos no le arrebataron. Del caballo, Comanche, ya hablamos en otro lugar y momento. Hoy toca recordar a su jinete...

Lee también

Comanche, el caballo
que sobrevivió a Custer

Domingo Marchena
El último disparo de Custer

El segundo objeto que no le arrebataron al irlandés Myles Keogh fue su medalla pro Petri sede (o medaglia di Castelfidardo), una condecoración militar instituida por Pío IX. La medalla luce en una de sus caras el pro Petri sede con el que se la conoce (A favor de la sede de Pedro). En el anverso se lee: Victoria, quae vincit mundum, fides nostra (La victoria que triunfa sobre el mundo es nuestra fe, de una carta de san Juan).

Lee también

Fuertes avanzados, los “castillos” del salvaje Oeste

Javier Márquez Sánchez
El fuerte Laramie en Wyoming según una pintura de Alfred Jacob Miller.

El capitán Keogh, que como Custer se beneficiaba del tratamiento de teniente coronel por su papel en las filas de la Unión, protegía su galardón con una bolsita de cuero. Sin duda, los indios creyeron que se trataba de uno de esos talismanes en los que ellos tanto confiaban: Caballo Loco fue a la batalla vestido solo con un taparrabos y un guijarro prendido detrás de una oreja para que le hiciera de escudo contra las balas.

Custer, en 1862

Custer, en 1862 

Library of Congress

Sea como fuere, los restos de Myles Keogh y los de Custer no fueron ultrajados. Las versiones más románticas sostenían que a Custer ni siquiera le quitaron la ropa, una hipótesis que hay que tomar con extrema cautela, dada la poca fiabilidad de las fuentes y la delicadeza de los informes militares y periodísticos hacia el oficial al mando. Muchos historiadores han destacado, eso sí, que no le arrancaron el cuero cabelludo.

Lee también

Lo cierto es que Custer (Pelo largo, para los lakotas) se cortó los famosos rizos de su melena al comienzo de aquella campaña militar. No tuvieron tanta suerte cuatro de sus familiares que también murieron en Little Bighorn con las botas puestas: sus hermanos Tom y Boston, su cuñado James Calhoun y su sobrino Autie Reed, de apenas 18 años. Los vencedores se ensañaron especialmente con el primero, que quedó irreconocible.

Tom Custer y William W. Cooke

Tom Custer y William W. Cooke 

Denver Library

Los rostros de numerosos soldados fueron aporreados con mazas o piedras. Tom Custer apareció boca abajo, sin ropa, y con las nalgas asaeteadas, como si las hubiera utilizado un ejército de arqueros para practicar puntería. Tenía la nuca destrozada e infinidad de cortes en el abdomen. Le habían arrancado el cuero cabelludo. Lo identificaron gracias a un tatuaje en un brazo con sus iniciales: TWC, de Thomas Ward Custer.

Las mutilaciones que los pueblos amerindios infligían a sus enemigos tenían un sentido ritual: evitar que les persiguieran en el más allá. Eso hace más extraordinarias si cabe las excepciones del general Custer y de Myles Keogh, que apareció cerca de un soldado víctima de un doble escalpelo: al canadiense William Winer Cooke, ayudante de Custer, no solo le arrancaron la cabellera, sino sus frondosas patillas, entre otras cosas...

El militar y una medalla vaticana como la suya

El militar y una medalla vaticana 

DP

A algunos les amputaron manos y pies. O los desorejaron, los destriparon, los emascularon y los desfiguraron. Myles Keogh, a quien el escritor Evans S. Connell consideraba poseedor “de una mefistofélica belleza”, fue respetado. Las razones últimas son un absoluto misterio. ¿Fue una cuestión de azar o acaso los indios temieron atraer las iras del amuleto que llevaba en una bolsita de cuero alrededor del cuello? Nunca lo sabremos.

Lee también

Las contradicciones de Garibaldi

Àngels Villar
Horizontal

En su casa nunca se imaginaron las aventuras que viviría aquel niño nacido el 25 de marzo de 1840 en el condado de Carlow, en el sureste de la católica Irlanda, en un hogar fervorosamente antiprotestante y antiinglés. No es extraño que con 20 años acudiera al llamamiento del Papa para proteger la Santa Sede. Empezaba así, con él de testigo, una década convulsa que acabó en 1870 con la caída de Roma y la reunificación de Italia.

El primero por la izquierda, junto a otros militares

El primero por la izquierda, junto a otros militares, en 1863 

Autry Museum

No era la primera ni sería la última experiencia bélica de nuestro personaje, que ya había trabajado en el África colonial como soldado de fortuna o mercenario al servicio del mejor postor. Tras sus días africanos, ascendió en el ejército papal y se distinguió en 1860 en combates muy desiguales contra los piamonteses. Además de la medaglia di Castelfidardo, su valor le hizo acreedor a la cruz de la orden de san Gregorio.

Lee también

Verdi, el compositor de los oprimidos y del Risorgimento

Ángeles Caso
Horizontal

Antes de la claudicación de los estados pontificios y del triunfo del Risorgimento, con sus dos condecoraciones en el bolsillo, se embarcó rumbo a Nueva York, atraído por las oportunidades que le ofrecía la guerra de Secesión. No es descabellado pensar que, de haber desembarcado en un puerto de la Confederación, podría haber lucido el uniforme gris. Pero se alistó entre los voluntarios de la Unión, donde dio muestras de su arrojo.

Se jugó la vida en las batallas más icónicas del drama que desangró el país entre 1861 y 1865: Shenadoah, Antietam, Fredericksburg, Gettysburg... Al acabar la guerra se reintegró en el ejército regular, a pesar de que ello comportaba retroceder en el escalafón. Participó en las luchas indias y algunos autores lo vinculan con la adopción de la marcha militar irlandesa Garry Owen (o Garryowen) como himno del 7.º de Caballería.

Es una posibilidad plausible, aunque no totalmente confirmada. Myles Keogh no era el único irlandés del regimiento, como refleja el video anterior, una escena memorable de Murieron con las botas puestas (1941), dirigida por Raoul Walsh y protagonizada por Errol Flynn y Olivia de Havilland. A pesar de sus resonancias épicas, Garry Owen (el jardín de Owen, en gaélico) es un elogio del alcohol y de las reyertas tabernarias.

Myles Keogh y Comanche

Comanche, el caballo de Myles Keogh 

Autry Museum

El estribillo original dice, más o menos: “En vez de agua, bebamos cerveza, / desliz que en el acto pagaremos; / nadie del jardín de Owen irá a la cárcel por las deudas / gocemos de este momento de gloria”. Muchos indios se vistieron con las guerreras despojadas a los caídos en aquel momento de gloria, si bien recortaron los trozos de las prendas con nombres bordados. La escritura hechizaba a un pueblo ágrafo como era aquel.

Héroes dignos de La Ilíada, se quedaban pasmados ante las letras, tratando de descifrar su secreto, como Aquiles ante el cadáver de Patroclo. Aprovechando su pasión por las palabras, un panegírico debería viajar hasta ese Hades que fue Little Bighorn y reposar junto a la lápida de un jinete: “Es triste que un soldado tan aguerrido, condecorado por Pío IX, pase a la historia por su caballo y por la forma en que apareció su cadáver”.

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...