El 25 de junio de 1876, Elizabeth Clift Bacon enviudó y el 7.º de Caballería sufrió su peor derrota a manos de una alianza de cheyenes, arapahoes y pies negros, liderados por los belicosos lakotas o sioux. Los indios tuvieron un caudillo militar, Caballo Loco, y otro espiritual,Toro Sentado. Su victoria en Little Bighorn fue fugaz. Ganaron una batalla y perdieron la guerra. Para los indios fue el principio del fin. Adiós a la vida libre. Little Bighorn también cambió a Elizabeth Clift Bacon, pero a mejor.
Hija del senador y juez Daniel Bacon, fue hija de y más tarde señora de. Para disgusto de su familia, en 1864 se casó con un impetuoso oficial del Ejército, tan buen jinete como mal estudiante: George Armstrong Custer. Su marido se ganó una merecida fama de fanfarrón audaz en la guerra de Secesión. Su mujer siempre había vivido a la sombra de los hombres. Sin embargo, después de 1876 se agigantó y conoció el mundo. Y el mundo la conoció a ella. Ha pasado a la historia como Elizabeth o Libbie Custer. Y él, como general Custer.
Para empezar, Custer no era general. Alcanzó tal graduación, pero sólo de forma temporal durante la guerra civil, cuando dirigía una brigada de voluntarios de Michigan, los Wolverines (los Glotones). Cuando acabó el conflicto con el Sur, retrocedió en el escalafón del ejército regular. Aunque seguía ostentando el título de general de manera honorífica, sus verdaderos galones eran los de teniente coronel cuando murió.
Y no murió solo. Le acompañaron al más allá sus hermanos Tom y Boston, su sobrino Harry y su cuñado, el teniente James Calhoun. Ellos y, por supuesto, centenares de soldados anónimos (y algún que otro civil, como el periodista Mark Kellogg, uno de los primeros enviados especiales muertos en acto de servicio). En total, unas 260 víctimas mortales, si se cuentan las bajas de otras unidades que combatieron en Little Bighorn, en la frontera de Montana con Wyoming.
Libbie Custer estaba con Margaret Calhoun (de soltera, Margaret Custer, la hermana del general) cuando se enteró de que el batallón que dirigía su marido había dejado de existir. La noticia no llegó hasta el 5 de julio al fuerte Abraham Lincoln, en Dakota del Norte, donde ambas se encontraban. Las dos mujeres comunicaron la noticia a otras 37 viudas del 7.º de Caballería. A los 34 años, el mundo de Libbie parecía desmoronarse.
Nunca más se casó (y criticó que su cuñada Margaret sí lo hiciera). En sus doce años de matrimonio, los Custer no fueron una pareja ejemplar, en contra de la imagen de obras como Marcha al Valhalla (Martínez Roca), de Michael Blake, también autor de Bailando con lobos . La relación fue tormentosa y hubo infidelidades por parte de él, pero Libbie dedicó sus restantes 57 años de vida a lavar la memoria de su marido y a achacar a los errores de los demás la derrota de Little Bighorn. A eso, y también a escribir y a viajar. Fue una pionera del turismo en coche.
Antes de su nueva vida, tuvo muchos apuros económicos. Le quedó una pensión de 30 dólares mensuales (más tarde, de 50). Esta exigua paga obligó a algo impensable para una hija de la oligarquía de Monroe, en Michigan: trabajar. El historiador Stephen E. Ambrose explica en una maravillosa biografía cruzada, Caballo Loco y Custer (Turner), que fue secretaria de la Sociedad de Artes Decorativas. Esta organización vendía obras de arte de otras viudas militares que consideraban indigna cualquier otra forma de ganarse la vida.
Nunca se enterró en vida ni se limitó a ser sólo la viuda de. Con el tiempo, inició una exitosa carrera como escritora. Sus libros y memorias sobre el Oeste y el 7.º de Caballería le proporcionaron más riquezas de las que nunca se hubiera imaginado. Sus títulos coparon las listas de los más vendidos e inspiraron obras de teatro y de cine. Las ganancias le permitieron costearse varias casas y viajes a Europa.
La versión de la historia que planteaban sus textos autobiográficos fue todavía más idealizada si cabe por Hollywood. Películas como Murieron con las botas puestas (1941), dirigida por Raoul Walsh y protagonizada por Errol Flynn y Olivia de Havilland, mitificaron a Custer. Si los demás hubieran cumplido las órdenes y si no le hubieran dejado solo, la batalla se hubiera ganado. Eso mantuvo su viuda y eso creyeron muchos hasta que la verdad se abrió camino.
La realidad es que su marido, haciendo honor a su fama de irreflexivo y audaz, desobedeció las órdenes escritas. En cuanto divisó el inmenso campamento de los indios, dividió sus tropas y decidió atacar sin esperar refuerzos. Quería la gloria sólo para él. De nada le sirvió el aviso de uno de sus exploradores crow: “No tenemos balas para tantos”. La última batalla de Custer no fue una lucha épica y prolongada, sino un tiro al blanco de apenas media hora.
El cuerpo del general apareció desnudo, pero no mutilado, a diferencia del resto de sus hombres (emasculados, desorejados, eviscerados...). A él ni siquiera le arrancaron la cabellera (se cortó sus famosos rizos unos días antes). Tenía dos balazos. Uno en el pecho y otro en la sien, lo que podría indicar que se suicidó cuando lo vio todo perdido. Nadie se atrevió a murmurar esta sospecha en vida de Libbie, la feroz custodia de su memoria. Su lealtad hacia él nunca flaqueó.
Entre libro y libro, entre viaje y viaje, pronunció conferencias, inauguró monumentos y se codeó con autores como Mark Twain. En 1908, con 67 años, recorrió Europa en coche y defendió el incipiente turismo de masas. “En el futuro, el automóvil será la mejor forma de recorrer tierras lejanas”, declaró de vuelta a su país. Las principales víctimas de sus diatribas fueron el capitán Frederick Benteen y, sobre todo, el mayor Marcus Albert Reno, a quien culpó del desastre del 7.º de Caballería.
Oficiales y caballeros, Benteen y Reno se comprometieron “por respeto a una dama” a no dar su versión hasta que ella falleciera. Y su versión era que su superior era un ególatra ingobernable, que posiblemente confiaba en que un éxito militar le catapultase a la Casa Blanca. Pero no contaron con un detalle. Libbie Custer sobrevivió a todos sus críticos. Murió cuatro días antes de cumplir 91 años, tras visitar muchos más países de los que hubiera visitado si se hubiera limitado a ser hija de, señora de y viuda de.
Ella también quiso ser Elizabeth Clift Bacon Custer. O simplemente Libbie, escritora y viajera.
Durante sus 57 años de viudez, Libbie defendió la reputación de su esposo; su versión, la más aceptada por todos, culpaba de la derrota al mayor Reno y al capitán Benteen”
Este artículo forma parte de una serie de reportajes sobre mujeres y hombres de todo el mundo, célebres por sus experiencias viajeras.