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Paz de los Pirineos, ¿fracaso o jugada maestra?

Un encuentro en la frontera

El tratado firmado en 1659 con la Francia del cardenal Mazarino evidenciaba la posición débil de España, pero esta exprimió al máximo sus posibilidades.

Luis de Haro tras Felipe IV, en la entrevista que las cortes española y francesa mantuvieron con motivo del Tratado de los Pirineos.

Dominio público

La Paz de los Pirineos se ha presentado tradicionalmente como un hito en la decadencia española. La antigua potencia más poderosa del mundo pasaba el testigo de la hegemonía a Francia, gobernada por un joven y dinámico Luis XIV muy diferente del envejecido Felipe IV. Sin embargo, en las últimas décadas, varios estudios académicos han cuestionado esta visión pesimista.

Tras la etapa gris de Felipe III, Felipe IV y su valido, el conde-duque de Olivares, habían intentado restablecer la fortaleza española en Europa. Durante los primeros años del reinado se sucedieron los éxitos, como la rendición de Breda, pero llegó un momento en que la Francia del cardenal Richelieu se involucró directamente en las guerras europeas. Para los Borbones galos, el predominio de los Habsburgo constituía una grave amenaza.

Llegó un momento en que todo se torció para Olivares. En 1640, una rebelión en Cataluña y otra en Portugal estuvieron a punto de provocar el colapso hispánico. Poco después, en Rocroi (1643), los legendarios tercios sufrían una derrota humillante. Sin embargo, para los franceses las cosas tampoco iban sobre ruedas. Richelieu murió en 1642, y el país quedó en manos de un Luis XIV todavía niño.

Si persistía en el empeño, la existencia de la propia monarquía estaría en juego

El jovencísimo soberano tuvo que enfrentarse a la revuelta nobiliaria de la Fronda, mientras los españoles aprovechaban para sembrar discordias y recuperar Cataluña. En Valenciennes (1656), los tercios aún lograron una gran victoria contra los franceses. Pero el joven hijo de Felipe IV, Juan José de Austria, iba a ser derrotado en las Dunas dos años después. Este fracaso, más que el de Rocroi, señaló el declive militar español.

Competición de pompa

El gobierno de Madrid estaba entonces bajo el control de un pariente de Olivares, Luis de Haro. Su gran objetivo es la reconquista de Portugal, pero en 1659 las tropas castellanas fracasan estrepitosamente en Elvas. La monarquía queda entonces en una posición internacional débil. En París, pocos meses después, se firma un tratado de paz desfavorable que ha de ratificarse en Madrid.

En el Consejo de Estado, el influyente duque de Medina de las Torres propone la aceptación de las condiciones de paz impuestas por el enemigo. Después de tantos años de lucha, era imposible que España hiciera frente sola a contrincantes tan numerosos. Si persistía en el empeño, la existencia de la propia monarquía estaría en juego.

Tras un largo tira y afloja, las delegaciones de los dos países se encontraron en la frontera. Cada una procuraba brillar más que la contraria en cuestiones de protocolo y ostentación, tanto por el número de sus integrantes como por la riqueza de su vestuario. De lo que se trataba era de intimidar al enemigo para obligarle a permanecer a la defensiva.

Luis Méndez de Haro y Guzmán, sexto marqués del Carpio, grabado de Joannes Meyssens.

Dominio público

¿Quién, finalmente, se impuso en este duelo de apariencias? Cada país pretende que su séquito es más impresionante. Por lo que parece, lo que sí es cierto es que el de los franceses destacaba por su tamaño.

La habilidad de Haro

La Paz de los Pirineos no fue, en su conjunto, favorable a España, pero sí mejoró su situación respecto a lo pactado poco antes. Representó, en ese sentido, un éxito diplomático. De un acuerdo impuesto por Francia se había pasado a una negociación entre iguales. Por ello, los franceses se extrañaron cuando Haro exigió la destrucción de los ejemplares del acuerdo de París. ¿No demostraba su existencia el buen trabajo realizado por el aristócrata?

Como ha mostrado el historiador británico Lynn Williams, no era esa la lógica del español. Este, al igual que su rey, deseaba a toda costa hacer desaparecer algo que había sido deshonroso para su país. Haro había realizado una gran labor. Su biógrafo Alistair Malcolm, en El valimiento y el gobierno de la Monarquía Hispánica (Marcial Pons, 2019), afirma que supo arrancar una victoria diplomática “de las fauces de una derrota militar”.

Logró que Francia dejara de apoyar a Portugal, un reino que se esperaba en vano recuperar para la monarquía

Sus habilidades sociales le ayudaron a cumplir su misión, puesto que sabía cómo y cuándo dar un golpe de efecto que le concediera una ventaja psicológica. Al cardenal Mazarino, primer ministro francés, le entregó veinte magníficos caballos andaluces justo antes de una sesión diplomática. Ello predispuso a su rival a su favor.

Una salida aceptable

España renunció al Rosellón, un territorio que en esos momentos ya no controlaba, pero consiguió desalojar a los franceses del sur de los Pirineos. Por otra parte, logró que Francia dejara de apoyar a Portugal, un reino que se esperaba en vano recuperar para la monarquía.

Además, el príncipe de Condé, un aristócrata galo que había luchado junto a los españoles, se vio rehabilitado por Luis XIV. Esto era importante, porque Madrid esperaba, tal como señala el historiador Rafael Valladares, que Condé actuara como una quinta columna “en el corazón del enemigo”.

Retrato del cardenal Mazarino, por Pierre Mignard.

Dominio público

A cambio de sus servicios, Felipe IV otorgó a su hombre de confianza el ducado de Montoro, la categoría de grande de primera clase y dos mil vasallos. Haro murió poco después, en 1661. Fue el único valido español que falleció mientras ejercía su cargo.

Naturalmente, por más que las dos partes dijeran que la paz de los Pirineos era “perpetua”, la realidad fue muy diferente. Francia y España se vieron involucradas en numerosos enfrentamientos durante el resto del siglo XVII, en los que la primera acostumbró a llevar ventaja. No obstante, la monarquía hispánica resistió con dignidad y llegó a 1700 con unas pérdidas territoriales mínimas.

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