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Juan José de Austria: ¿demasiada ambición?

Tenía talento para la política y sed de gloria, pero los orígenes de don Juan José de Austria como hijo ilegítimo de Felipe IV obstaculizaron constantemente sus pretensiones.

Juan José de Austria era un hombre capacitado, pero sus orígenes le impidieron llegar más lejos.

Juan José de Austria bastardo Felipe IV a caballo

El rey Felipe IV era un mujeriego empedernido. Uno de sus romances fue con la actriz María Inés Calderón, una de las mujeres que mayores pasiones levantaban en el Madrid de finales de los años veinte del siglo XVII, tanto por su belleza como por sus dotes interpretativas. Se la conocía como la Calderona y fruto de su relación con Felipe IV nació en la primavera de 1627 un niño al que se bautizó Juan José.

El pequeño fue alejado de su madre poco después de nacer. El hijo bastardo de Felipe IV recibió una esmerada educación en matemáticas, dibujo, gramática, latín y oratoria y fue también adiestrado en equitación y esgrima. Felipe IV, enterado de las buenas cualidades de su hijo, dispuso que se le diera una casa y un empleo. Pese a todo, la presencia en la corte de quien ya era don Juan José de Austria fue poco frecuente. Las razones hay que buscarlas en la humillación que su presencia suponía para la reina Isabel de Borbón.

María Inés Calderón, apodada la Calderona, fue la madre de Juan José.

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Ambiciones malogradas

En 1647 se le nombró almirante de las flotas de la monarquía y se le entregó el mando de la que marcharía a Nápoles. Allí, apoyado por Francia, se había iniciado un movimiento insurreccional contra el dominio español. La actuación diplomática y militar de don Juan puso fin al levantamiento, pero se llevó una decepción cuando se nombró virrey al conde de Oñate, porque esperaba dicho nombramiento para él. Don Juan se encontró con el rechazo de una parte importante de los círculos cortesanos, que negaba sus virtudes y sus éxitos cuando los obtenía, atribuyéndolos a otros, y apuntaba siempre los fracasos a su cuenta personal.

Don Juan se encontró con el rechazo de una parte importante de los círculos cortesanos, que negaba sus virtudes y sus éxitos cuando los obtenía.

Al año siguiente se le ofreció el virreinato de Sicilia, donde también había un rechazo al dominio español. Era un destino menos importante que el de Nápoles, pero otra negativa hubiese sido inimaginable, y don Juan llegó a Mesina a finales de 1648. Usando la fuerza de sus tropas y una notable habilidad negociadora, también logró pacificar los soliviantados ánimos de los isleños.

Ante tal rosario de éxitos, su padre le encomendó una de las cuestiones más espinosas a que se enfrentaba la monarquía hispánica desde el inicio de la década: la sublevación de Cataluña. En el verano de 1651 don Juan arribaba a Tarragona para hacerse cargo de las operaciones militares en el principado. Tras victoriosas campañas, en octubre del año siguiente entraba triunfalmente en Barcelona. Fue premiado con el título de Virrey, cargo que desempeñó hasta principios de 1656.

Don Juan José contribuyó a suprimir los levantamientos de Nápoles, Sicilia y Cataluña.

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Luego se le destinó como gobernador a Flandes con la misión de dirigir la lucha contra los rebeldes holandeses. Su complejo de bastardo le jugó en Flandes una mala pasada. Allí, sus relaciones con el príncipe de Condé, un militar francés al servicio de la monarquía hispánica, fueron muy tensas al considerarse el galo con mayor dignidad que un bastardo.

Don Juan, herido en el orgullo, buscó dar un golpe de efecto y mostrar una vez más sus capacidades. Decidió socorrer Dunkerque, asediada por los franceses sin bagajes ni artillería, y se enfrentó en Las Dunas a un enemigo muy superior en recursos. Sufrió una derrota aplastante que eclipsó todos sus éxitos anteriores. Sus enemigos en la corte se cebaron con él. A finales de 1658 su padre le ordenaba regresar a la península.

La derrota aplastante de Juan José en Las Dunas dinamitó su ascenso.

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El error definitivo

En 1661 se le asignó nuevo destino: el mando de las tropas que luchaban en Portugal, que aceptó a regañadientes. La escasa calidad de sus tropas tuvo como consecuencia dos graves derrotas, Estremoz y Castel Rodrigo. Relevado del mando, se le ordenó retirarse a Consuegra para que no apareciese por la corte.

Sin embargo, en la primavera de 1665 don Juan aprovechó el traslado de la corte a Aranjuez para solicitar una audiencia a su padre, cuya salud estaba muy quebrantada. El encuentro fue fatal para sus pretensiones.

Juan José cometió el tremendo error de sugerir a Felipe IV su matrimonio con la infanta Margarita, lo cual motivó que el rey lo apartara del poder.

Allí, aunque no se sabe a ciencia cierta, se cree que don Juan propuso a su padre el matrimonio con su hermanastra, la infanta Margarita. Automáticamente se esfumó la distante cordialidad del Rey con su bastardo. Ordenó su alejamiento de la corte e incluso rechazó verlo en su lecho de muerte pocos meses después.

Tras la muerte de Felipe IV, las malas relaciones de don Juan con la viuda de su padre, convertida ya en regente, aumentaron. En Madrid su figura despertaba pasiones encontradas. Mientras en la corte le rechazaban, entre las clases populares su imagen cobraba tintes de mesianismo. Muchos pensaban que era el único capaz de sacar a la monarquía del marasmo en que estaba sumida.

Juan José llegó a ser el valido del rey Carlos II el Hechizado.

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Cuando Carlos II fue proclamado mayor de edad, don Juan se ocupó de ser el valido del joven rey. Aisló a su hermano para evitar influencias ajenas a la suya y acometió numerosas medidas de gobierno, pero las expectativas despertadas eran tan grandes que para muchos los resultados resultaban insuficientes. La exigencia de logros inmediatos y la inquina de sus adversarios hicieron que en poco más de dos años su estrella palideciera. En el verano de 1679, cuando un encandilado Carlos II solo tenía ojos para su matrimonio con María Luisa de Orleans, don Juan cayó enfermo de gravedad. En septiembre del mismo año fallecía en medio del desinterés general.

Para el ambicioso don Juan, su origen pesó como una losa en su vida y acciones. Mostró mayores capacidades para la milicia y la política que la mayoría de sus contemporáneos. Despertó pasiones encontradas y solventó algunos de los graves problemas que aquejaban a la monarquía regida por su padre (Nápoles, Sicilia, Cataluña), aunque fracasó en Flandes y Portugal. Como gobernante sus logros no desmerecen su gestión, pero poner remedio al estado de postración de la monarquía hubiese requerido un tiempo del que no dispuso.

Este texto se basa en un artículo publicado en el número 505 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com .