Los Plantagenet, reyes ingleses con corazón francés
Dinastías
Nunca Inglaterra fue tan francesa y, a la vez, nunca ingleses y franceses se odiaron tanto: es la paradoja del reinado de los Plantagenet, la dinastía que rigió la isla del siglo XII al XV
La dinastía normanda agonizaba en un caos sucesorio. Enrique I fallecía en 1135 y solo dejaba una hija viva, Matilda. Los barones se dividieron entre los partidarios de esta y los del sobrino del monarca, Esteban. Estalló una cruenta guerra civil e Inglaterra quedó arruinada. Finalmente se firmó un armisticio: Esteban sería rey, pero tras su muerte le sucedería Enrique, el hijo que Matilda había concebido con el conde Godofredo de Anjou, de la familia Plantagenet.
Así fue como en 1154, tras la muerte de Esteban, se extinguió la dinastía normanda en el trono de Inglaterra y Enrique II se convertía en el primer rey Plantagenet. Por vía materna recibió Inglaterra y Normandía. Por la paterna, Anjou, Maine y Touraine. En 1152 se había desposado con Leonor, que había aportado el ducado de Aquitania. Enrique II se alzaba, por tanto, al frente de un imperio a ambos lados del canal de la Mancha.
Por algunos de los territorios que Enrique poseía en suelo franco debía prestar vasallaje al rey francés, Luis VII
Un imperio frágil, disperso geográficamente, de culturas diversas y solo unido bajo su persona. Un imperio que iba a costar múltiples quebraderos de cabeza a los sucesivos monarcas Plantagenet, incluidos interminables conflictos bélicos contra los Capeto, los monarcas franceses.
Inglaterra contra Francia
El Imperio angevino (así denominan los historiadores los dominios de los primeros Plantagenet) era el de las paradojas. Por algunos de los territorios que Enrique poseía en suelo franco debía prestar vasallaje al soberano francés, Luis VII. La situación era rocambolesca. No solo porque una testa coronada prestara homenaje a otra, sino porque la primera era más poderosa que la segunda.
Enrique II ejercía el control directo de prácticamente todos sus territorios. Luis VII, en cambio, tenía que conformarse con ser el señor de únicamente la región de París, Île-de-France, y contar con el vasallaje fiel de los duques y condes de Champaña, Borgoña o Flandes, entre otros territorios.
Si esta situación ya era de por sí tensa, hay que tener en cuenta, además, que Leonor de Aquitania había sido en primeras nupcias esposa de Luis VI I, quien la repudió porque no le daba ningún hijo varón. A Enrique II le dio cinco.
El Capeto no solo se maldecía por haber perdido una esposa que, finalmente, sí podía engendrar retoños masculinos; con ella también se habían marchado los inmensos dominios de Aquitania. Los conflictos entre Enrique II y Luis VII fueron continuos. Este último, así como su hijo y sucesor, Felipe Augusto, fomentó la desunión del Imperio angevino y llegó a apoyar revueltas de los hijos del monarca inglés (que ostentaban títulos nobiliarios sin casi poder alguno) contra su propio padre.
A pesar de todo, Enrique II pudo mantener su imperio unido. Buen gobernante, general hábil y valeroso y temido por sus arranques de furia, fue sin duda el mejor de los monarcas Plantagenet. Sus sucesores serían tan solo meros esbozos o exageradas hipérboles de lo que él encarnó.
Desinterés por la isla
Ricardo Corazón de León es la figura mítica de aquella dinastía. La memoria es caprichosa y tiende, en ocasiones, a transformar en héroes a personajes que, analizados de cerca, fueron quizás innecesariamente crueles. Ricardo había heredado de su padre un fuerte temperamento y en las cruzadas dio sobradas muestras de ello: en una ocasión hizo pasar a cuchillo a 3.000 prisioneros sarracenos, entre ellos mujeres y niños.
Pero la causa de Ricardo era la causa de Dios y, por tanto, cada uno de sus actos acabaría transformado en gesta heroica. Enrique II, en cambio, no fue nunca partidario de la violencia injustificada, pero sobre él se cernió una leyenda negra, precisamente por hacer frente a la causa de Dios. El episodio más triste de su reinado fue el asesinato de su enemigo, el arzobispo de Canterbury, Thomas Becket.
La niña de sus ojos eran las posesiones continentales y, un año después de coronado, apenas pisó Londres
Es cierto que fue el instigador, pues ante sus caballeros pronunció una encendida arenga contra el clérigo, pero parece ser que el soberano no ordenó el asesinat o, sino que cuatro caballeros dispuestos a complacer a Enrique se tomaron la justicia por su mano.
Enrique II no solo legó a sus herederos un carácter explosivo. También instauró una forma de gobernar. Inglaterra, su reino, fue siempre una cuestión secundaria. La niña de sus ojos eran las posesiones continentales y, un año después de la coronación, ya casi no se le vio por Londres.
De hecho, había nacido en territorio franco y el francés era su lengua: el inglés no entraría en la corte inglesa hasta 200 años después. Su ambición de acrecentar los límites de su imperio le llevó a anexionarse Bretaña y, posteriormente, a casar a sus hijos con lo mejor de la nobleza europea; nunca se sabía de dónde podría heredarse algún pedazo de Europa. El resto de los monarcas Plantagenet mantendría este gusto cosmopolita a la hora de desposarse, y hasta el siglo XV ninguna consorte del rey sería inglesa.
El conflicto interminable
Francia fue siempre la espina clavada en el corazón de los Plantagenet. Enrique legó un imperio que sus sucesores, Ricardo I y Juan sin Tierra, llevaron a la ruina. No fue enteramente culpa suya; los caballeros de la isla estaban hartos de que se utilizara su potencial bélico y sus impuestos para defender unas posesiones lejanas que en nada les beneficiaban. Asimismo, el propio Enrique había sido poco previsor al basar la cohesión del Imperio en su persona.
Las consecuencias fueron las inevitables: unos hijos permanentemente enfrentados entre sí y contra su padre para hacerse con alguna porción de poder. Felipe II Augusto de Francia, pese a no ser un gran guerrero (en este sentido Ricardo le humilló totalmente en la cruzada), poseyó una habilidad política infinitamente superior a la de los monarcas ingleses. Supo aprovechar la desunión de los Plantagenet y el descontento de los nobles ingleses para recortar poco a poco el Imperio angevino.
Conquista tras conquista, a la muerte de Juan sin Tierra en 1216 el francés había logrado reducir las otrora extensas posesiones inglesas en el continente a la Gascuña, la región que circundaba Burdeos. Algo más de un siglo después, el Plantagenet Eduardo III de Inglaterra aún soñaba con la vecina Francia. Los Capeto se quedaban sin heredero y una rama segundogénita, los Valois, subía al trono en París.
Eduardo, sin embargo, hizo valer la posición de sus antepasados (entre ellos, la de su madre Isabel, hija del Capeto Felipe IV) con el objetivo de reclamar la Corona para sí. Estalló entonces uno de los conflictos bélicos más famosos de todos los tiempos, la guerra de los Cien Años, del que Inglaterra salió derrotada. Fue el fin de una era, aunque la rivalidad entre los dos países del canal de la Mancha iba a perpetuarse mucho más allá.
Este artículo se publicó en el número 432 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.