Repsol, Santander, 'in Spain we call it órdago'

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El éxito de las compañías energéticas al evitar el nuevo impuesto contrasta con el desconcierto y confusión en la banca

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Rigoberta Bandini en el Palau

Rigoberta Bandini, autora de la canción 'In Spain We Call It Soledad', en una actuación en el Palau

Àlex Garcia

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En la semana en que José Ignacio Goirigolzarri ha renunciado a la presidencia de CaixaBank --la exclusiva de su salida es de Manel Pérez en La Vanguardia--, nos vamos a tomar la confianza de parafrasear uno de los coloridos himnos de Rigoberta Bandini. Porque donde ella dice “In Spain We Call it Soledad” nosotros podríamos añadir que, en el mundo empresarial, al cruce de intereses entre las corporaciones y la política en España lo llamamos “órdago”.

La palabra órdago procede del vasco hor dago, que significa “ahí está”. Como todo el mundo sabe, es la expresión que se utiliza en el mus cuando se apuesta a todo o nada. Uno de esos valiosos vocablos extraídos del euskera como akelarre (así llaman a la reunión en la que se deciden los temas del día en La Vanguardia), izquierda (aún consternada tras lo de Errejón), mochila (aunque no sea de Decathlon) o, la más bonita de todas, zanahoria (de zain horia, raíz amarilla).

Decir órdago resulta de una gran precisión lingüística porque, por lo que uno ha podido investigar en un muy rápido rastreo filológico, ni en inglés ni en francés ni en alemán existe una palabra para expresar el momento de jugársela con tamaña solemnidad. Es extraño que la palabra no haya sido adoptada por el poroso mundo anglosajón, que en cambio sí ha incorporado con entusiasmo los términos macho, fiasco, guerilla, siesta, aficionado y fiesta, casi todos ellos por cierto cortados por el patrón de puntos del tópico.

Estos días han sido de órdagos y golpes sobre el tapete empresarial, en el que se dirimen intereses sensibles en torno a la energía, la banca y la automoción. De fondo, el impuesto a los dos primeros sectores, con el que el Gobierno lleva dos años ingresando cerca de 3.000 millones de euros por ejercicio.

The tax is over. Con esta expresión celebró ayer el consejero delegado de Repsol, Josu Jon Imaz, el éxito del sector y suyo propio al impedir la perpetuación del impuesto extraordinario aplicado a las energéticas tras el estallido de la guerra en Ucrania, informa Pilar Blázquez. La presión ha surtido efecto y el expresidente del PNV puede atribuirse el mérito y la habilidad para maniobrar entre intereses empresariales y políticos. Resultó contundente en una tribuna publicada hace días en La Vanguardia y halló eco en organizaciones empresariales. La amenaza de desindustrialización, con una inversión de 1.000 millones de euros en Tarragona en la diana, caló en la clase política y ganó fuerza en cuanto Cepsa secundó la ofensiva.

Y sin embargo, se Moeve. Cepsa se sumó al órdago lanzado por Repsol al anunciar la paralización de inversiones por 3.000 millones de euros en España si el impuesto se hiciese permanente. Algunas de ellas tienen que ver con el hidrógeno verde que tanto defiende el Gobierno y al que tantos fondos europeos se dedican. Por cierto, un breve inciso: la compañía acaba de anunciar que cambia de nombre para llamarse Moeve, en el mayor y más intencionado de los rebranding de los últimos años, tras el que condujo a Gas Natural Fenosa a convertirse en Naturgy. Como diría Galileo tras abjurar de su visión heliocéntrica ante la Inquisición: “Y sin embargo, se mueve”. “Eppur si muove”. O trasladado al panorama energético: Y sin embargo, sea con hidrógeno, electricidad, gasolina o gasóleo, el coche se “moeve” (este chascarrillo es de los de tocar fondo).

Maarten Wetselaar, consejero delegado de Cepsa, con su nuevo logo y nueva denominación de la compañía.

Maarten Wetselaar, consejero delegado de Cepsa, con el nuevo nombre de la empresa

Cepsa

Los bancos pierden la partida. Lo cierto es que, como informa Fernando H. Valls, el Gobierno ha pactado con Junts y PNV retirar el impuesto a las energéticas, lo que ha sumido a la banca en el desconcierto y la confusión. El sector financiero no ha tenido tanta suerte al eliminar un gravamen que las entidades también debían soportar de manera extraordinaria, en su caso tras las subidas de los tipos de interés. El impuesto, ahora remozado, se aplicará durante tres años y volverá a gravar los ingresos --asunto espinoso-- en proporciones de entre el 1% y el 6%. Se ha añadido una bonificación del 25% sobre el impuesto de Sociedades y la posibilidad de que el País Vasco, por obra de su concierto fiscal, pueda atemperarlo (el BBVA tiene sede en Bilbao).

La banca no tiene “chimeneas”... ¿Qué les ha pasado a los bancos para fracasar en su intento de derribar con el impuesto? Existen dos hipótesis. La primera, que la banca no ha sabido moverse con la agilidad y habilidad de un Josu Jon Imaz. La segunda, que la clase política no ha sabido apreciar la aportación de la actividad bancaria a la economía. El consejero delegado del BBVA, Onur Genç, lo describió ayer con una frase: “Que no tengamos chimeneas no significa que seamos menos importantes”.

...pero sí obra social. Lo más parecido a un órdago desde la banca llegó ayer desde CaixaBank, que ha puesto sobre el tapete un activo valioso: los cientos de millones de euros de obra social gestionados por las fundaciones al frente de las antiguas cajas de ahorro, informa Gabriel Trindade. De ello habló el banco ayer en la presentación de sus resultados. El Santander aclara mientras tanto que, a diferencia de Repsol o Cepsa, no se llevará nada fuera del país. “Jugamos para España”, fue el dardo a las energéticas lanzado esta semana por su consejero delegado, Héctor Grisi. La consejera delegada de Bankinter, Gloria Ortiz, tampoco se quedó atrás al criticar el “mercadeo político” en torno al gravamen.

Aún no está todo dicho. La asociaciones CECA y AEB ya han anunciado que recurrirán el impuesto si prospera. Para más detalles sobre su posición, la entrevista de esta semana de Eduardo Magallón con la presidenta de la AEB, Alejandra Kindelán. Por cierto, el “si prospera” de los bancos tiene importancia porque, aun cerrado el trámite de enmiendas, el impuesto todavía debe superar una larga tramitación parlamentaria y aún puede haber sorpresas.

Otra de las grandes partidas empresariales se juega en torno a la opa del BBVA por el Sabadell, que también presentado resultados esta semana. Más que órdagos, el juego aquí se decide amarraco a amarraco, que es como en algunos lugares se llama a la unidad de medida del mus. La vista está puesta en la autoridad de Competencia, cuya decisión acerca de si analizar el expediente en segunda fase puede alterar el curso de la operación. La previsión ahora es que tome la decisión a mediados de noviembre.

Si el análisis pasa a segunda fase, no solo el proceso se dilataría en el tiempo, sino que las asociaciones y los sindicatos contrarios a la operación podrían presentar alegaciones. Más importante todavía, el Consejo de Ministros podría poner condiciones, que no resultarían a priori favorables al BBVA, a la vista del rechazo del Gobierno a la fusión.

La automoción también tiene sus órdagos. A nivel europeo, la noticia de la semana ha sido la decisión de Volkswagen de cerrar tres fábricas en Alemania, de lo que informa Mari Paz López. La idea ya ha encontrando la firme oposición del todopoderoso sindicato IG Metall y amenaza con provocar turbulencias en toda Europa. Mientras, en España, el consejero delegado de Seat, Wayne Griffiths, ha avisado de que el futuro del sector y de la propia marca están en juego si no se incentiva la demanda de coches eléctricos, informa Luis Florio. Los aranceles a los coches chinos pueden incluso afectar a la actividad de Seat en Martorell. Un nuevo órdago sectorial.

El año que viene entra vigor la regulación que obliga a las marcas a reducir considerablemente las emisiones de CO2 en la venta de coches nuevos, bajo la amenaza de multas milmillonarias. Hay dos opciones, o vender más eléctricos --la demanda sigue sin despegar-- o dejar de producir vehículos de combustión. Las cuentas del sector son las siguientes: si no se venden al menos 500.000 eléctricos al año en Europa, está en riesgo la producción de unos dos millones de vehículos de diésel y gasolina, lo que equivale a cerrar siete plantas.

Renault ha aprovechado también estos días para lanzar un importante mensaje industrial. En la producción de coches eléctricos, el coste de la energía duplica el de la mano de obra, lo que significa que las deslocalizaciones ya no se realizarán hacia países con salarios más bajos. Es un aviso para navegantes en el que Francia sale bien parada gracias a las centrales nucleares que aportan electricidad barata y fiable. En este cambio de paradigma, España pierde atractivo por sus menores costes laborales, pero sale bien parada gracias al despliegue masivo de renovables. Alemania en cambio tiene un serio problema tras cerrar las centrales nucleares y de carbón, y apostarlo todo al gas ruso.

Órdagos aparte, esta semana varias grandes empresas han presentado sus resultados del tercer trimestre. Lo han hecho Aena, Ferrovial, Puig y Redeia, entre otras. Son días para las frías conferencias con analistas. Qué decir de este pautado ritual empresarial en el que los directivos españoles se ejercitan en el lenguaje universal de las finanzas sin escatimar en sus dos expresiones favoritas: last but not least y at the end of the day.

Por lo general, se dirigen en inglés con acento español a una comunidad de analistas que formula sus preguntas en inglés con acento español, salvo que, por supuesto, nos hallemos ante la presentación de resultados de una gran corporación, en cuyo caso la lengua franca se sofistica con la aparición de emisarios de JPMorgan, Morgan Stanley y Bank of America.

La conferencia telefónica sigue siendo la opción preferida para estas presentaciones. Una forma de dar la cara presentando solo la voz. Por lo general, las palabras se pegan al micrófono como si las emitiese el sobrecargo de a bordo de un avión de Iberia. En esta gélida gruta contable de los resultados trimestrales cubierta de témpanos porcentuales y estalactitas de power point, solo hay dos certezas: un entrañable analista llamado Alberto Gandolfi formulará su pregunta y ningún directivo se atreverá a usar la palabra órdago.

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