Messi en el templo de Maradona
Champions | Nápoles - Barça
El argentino, sostén principal del Barcelona, juega por primera vez en Nápoles, el gran santuario de la leyenda que le precedió
Zurdos. Argentinos. Únicos. Ahí acaban las simetrías. Diego Armando Maradona y Lionel Messi, leyendas del fútbol, serán comparados siempre. Se nos presenta una excusa para volver a hacerlo. Nápoles, la ciudad que mejor entendió a Maradona, prendada aún de su recuerdo, recibe esta noche en la Champions al Barça de Messi, quien fue nombrado su sucesor y para muchos sobrepasó al mito que le precedió. Da igual quien fue el mejor. Cada cual venera al dios que le da la gana. Los napolitanos al suyo, los barcelonistas al otro. Afortunadamente el fútbol siempre admitió el politeísmo.
Las diferencias son obvias. Jorge Valdano, recientemente galardonado con el premio Vázquez Montalbán y generador promiscuo de frases para la posteridad, aseguró que lo que distingue a Messi de los demás es “ser Maradona todos los días”. Es cierto, la constancia sostenida en la excelencia de Messi no tiene precedentes. 15 años siendo prácticamente el mejor, demostrándolo en casi todos los partidos. Viene ahora de marcar cuatro goles como si tal cosa. El Balón de Oro ha normalizado lo extraordinario.
Sensaciones contrapuestas
El Barça retoma la Champions con una plantilla escuálida pero líder en su liga
La opinión de Valdano cuenta mucho, pero más en este caso. El ahora analista fue un futbolista más que notable, campeón del mundo con Argentina guiado por Maradona y a rebufo de su esplendor. Año 1986. Messi, por el contrario, se quedó a las puertas del Mundial pero en Europa pocos dudan. El mejor es Messi. En Argentina el peso del trofeo y la magnitud carismática del personaje equilibran la balanza: Maradona son muchos Maradona a la vez, el campeón, el adicto, el entrenador estrambótico, el que se siente con autoridad para hablar de todo caiga quien caiga... Cuando ambos coincidieron en el Mundial de 2010, uno como técnico, el otro con el 10, no hubo química.
Hay una ciudad portuaria en Italia en la que también gana Maradona. Es Nápoles, localidad que pertenece orgullosamente al sur, con todas las derivadas que eso supone. Fue una sorpresa que Maradona les escogiera a ellos cuando salió rebotado de Barcelona después de dos años atribulados (1984), golpeado por una enfermedad venérea (entonces se dijo hepatitis) y por una patada sanguinaria de Goikoetxea. Cuando ganó el scudetto en su tercera temporada, el primero en la historia del club azzurro , los niños dejaron de ir a la escuela unos días y sus padres, al trabajo. “No sabéis lo que os habéis perdido”, rezaba una pancarta que alguien pegó al muro del cementerio.
Aún hoy la presencia de Maradona en todos los rincones de Nápoles es evidente, elevado a santo, amplificadas y edulcoradas sus hazañas como hace la memoria colectiva con sus héroes y el paso de los años. Su conexión con la camorra se relativiza, sus aventuras extramatrimoniales (tuvo un hijo con una amiga de su hermana) se novelan, su adicción a la cocaína contribuye a su victimización.
Nápoles posee aún cierto aire a Barcelona preolímpica. Maradona, de origen humilde (nació en un barrio de chabolas), encajó allí como su pie izquierdo lo hacía en su bota. Fabulosamente. Pero le quisieron tanto durante siete años que le ahogaron. No podía moverse de casa sin que la muchedumbre se le abalanzara. La pasión napolitana le dejó sin aire. La cocaína le agrió el humor. Odiado por eliminar a Italia en las semifinales del Mundial de 1990, se marchó a tiempo.
La frase
Valdano, campeón del mundo junto a Maradona, dijo que “Messi es Maradona todos los días”
Messi es otra cosa. Un tipo sin excentricidades que nunca habló de sí mismo en tercera persona. Escogió Barcelona, conceptualmente el norte, y aunque tuvo sus escarceos juveniles bajo la tutoría de Ronaldinho, extraordinariamente positiva futbolísticamente, más tarde supo centrarse únicamente en el balón, impregnado por el maestrazgo local de gente sensata como Guardiola, Puyol o Xavi. Messi, maduro, vive hoy por y para su familia y ha hecho del fútbol un oficio al que honra con cada partido. Messi tiene sus traumas, claro (dejar Argentina con sólo 13 años acompañado de su padre, en ocasiones desamparados, así como su relación freudiana con su patria), pero su estabilidad emocional está años luz de la que aún martiriza a Maradona.
A Messi, eso sí, le preocupa el Barça últimamente. No es de extrañar, identificado como está con el escudo blaugrana. Se siente peor acompañado que otras temporadas, echa de menos a Neymar y ha tenido que llamar la atención del presidente y hasta del secretario técnico con declaraciones puntuales por lo que considera intromisiones en el vestuario inadmisibles como capitán. También es inédito que confiese que para ganar la Champions a su equipo, ahora mismo, no le alcanza. (Mundo Deportivo ). La verdad es dolorosa pero le da la razón. La expedición del Barça aterrizó ayer en Nápoles con 14 fichas del primer equipo, una anomalía que habla horrorosamente de la planificación.
Esta noche Messi pisa por primera vez el estadio de San Paolo, el templo de Maradona. La mística llevada a su máxima expresión. Una invitación a pensar, una vez más, que Messi todo lo puede.