La fábula Maradona
El Reportaje
Han pasado casi 30 años desde que el argentino se fue, pero los napolitanos siguen rindiéndole culto como si fuese un santo
En un bar de Nápoles hay un mechón de pelo de Diego Armando Maradona.
La reliquia, protegida por una cajita de plástico giratoria, es la reina de un altar dedicado al astro argentino en el bar Nilo, de la calle San Biagio Dei Librai, uno de los más famosos del centro de la ciudad meridional italiana.
“No café, no foto”, avisa Bruno Alcidi, el propietario del bar, a un grupo de chicas que quiere inmortalizar su más preciado recuerdo de la época en que el jugador vivió en Nápoles, entre 1984 y 1991. Fueron los mejores tiempos del club de fútbol azzurro , cuando ganó sus dos primeros –y únicos– scudetti , una Copa de la UEFA, una Supercopa y una Copa de Italia.
Desde su llegada han pasado más de 30 años, pero Nápoles nunca le ha olvidado. “Para nosotros Maradona es un Dios, un santo”, dice Alcidi señalando la estampita d e Santo Diego que corona su altar. Recuerda a los altares repartidos por todo Nápoles que antaño iluminaban las calles sin electricidad con las velas para sus santos católicos. Él prefiere la Iglesia maradoniana .
Alcidi coincidió con el equipo en un avión de vuelta de Milán después de un partido. Maradona se levantó y dejó un mechón de pelo en el reposacabezas. Él no dudó en recogerlo, guardarlo y exponerlo en su propio bar con un letrero: “El pelo milagroso de Maradona”.
Locura por el argentino
Pintadas, murales, fotografías... y hasta un bar que expone un pelo suyo como si fuera una reliquia
En el altar las imágenes del jugador están al mismo nivel que las de San Gennaro, patrón de Nápoles. “Yo los milagros de San Gennaro no los he visto. Los de Maradona sí, hizo verdaderos milagros. No es ninguna fantasía”, asegura el barista. “Vino a una ciudad donde sólo se hablaba de mafia y a un equipo que nunca había podido combatir a los ricos del norte y nos hizo vivir días inolvidables”.
El delirio de Alcidi no es una excepción en Nápoles. Es muy difícil encontrar rincones del centro de esta ciudad sin acordarse del pibe de oro. Los vendedores ambulantes se ganan la vida despachando camisetas con el número 10, retirado de la equipación oficial en su honor. En las paredes hay pintadas para Maradona. Fotografías suyas en todas las barras. En la periferia de San Giovanni a Teduccio el artista Jorit Agoch pintó un edificio entero con su rostro. En los Quartieri Spagnoli, uno de los barrios más deprimidos, un grupo de aficionados decoró entera una plaza en su honor. Dibujaron un enorme mural y luego un artista argentino le puso su cara. Todo son fotografías de su etapa en el Nápoles. Maradona jugando a fútbol, Maradona en el Mundial de 1986, Maradona de fiesta, las celebraciones tras el primer scudetto de Maradona.
“Lo hicimos en el 90, después de ganar el segundo scudetto , para darle las gracias. Nunca he sentido una emoción tan grande en toda mi vida”, dice Antonio Sposito, el vigilante de este paraje. Se acuerda de como Maradona venía en coche, siempre de noche, a esta zona. Se paraba, miraba el mural y se iba.
La historia de amor de Nápoles por Maradona trasciende mucho más allá del fútbol. Para los napolitanos es el jugador de orígenes humildes de Villa Fiorito, una periferia de chabolas al sur de Buenos Aires, que elige llegar a una de las ciudades más pobres y ninguneadas de Italia y la lleva a la gloria. Maradona encarnó el espíritu napolitano. Lo entendió perfectamente.
“Uno de los primeros partidos que jugó fue en Verona. Todavía hoy es considerada la ciudad más racista de Italia. Le esperaba una pancarta con un cartel que ponía: ‘bienvenido a Italia’”, recuerda el escritor napolitano Angelo Forgione, autor de Dovè la vittoria (Magenes). En los ochenta, Nápoles experimentaba uno de sus momentos más decadentes. El Banco de Nápoles, antes el más rico del país, estaba en crisis. La Camorra era más atroz que nunca, y mataba en las calles. Salían de un doloroso terremoto que destrozó la región. “El fútbol se convirtió en una escapatoria para el pueblo. Maradona entendió antes que nadie que Nápoles necesitaba una venganza deportiva contra los equipos norteños, como hizo con Argentina contra Inglaterra tras la guerra de las Malvinas. Comprendió la analogía entre los insultos de sudaca que recibía él en Barcelona y los insultos de terrone que recibían los napolitanos cuando iban al norte. Por eso no le han olvidado, y probablemente la fábula de Maradona aquí continuará durante un siglo”, vaticina Forgione.
Las causas sociales
El astro entendió que los napolitanos necesitaban una venganza deportiva contra el rico norte de Italia
Roberto de Rosa es propietario de un bistrot en el bonito barrio del Vomero, cercano al estadio San Paolo que este martes acogerá el partido contra el Barcelona. Dice que todavía se le pone la piel de gallina al recordar esa época. Cuando el Nápoles estaba a punto de fichar al argentino él tenía sólo 12 años. Recuerda las maratones televisivas en los canales privados y permanecer enganchado a la pequeña pantalla junto a su abuelo, un tifoso tan feroz que llegó a vender una gran casa para comprarse un piso más modesto y dar lo que le sobraba al club. “Ni siquiera estaba confirmado su fichaje, pero todo Nápoles salió a los balcones para celebrarlo”, recuerda. Tampoco logra quitarse de la cabeza un partido contra el Juventus en el segundo año de Maradona. No había manera de que entrase la pelota, pero marcó un tanto imposible. “Estoy todavía chillando por aquel gol. Salió al rescate de todo el pueblo del sur de Italia. Es cuando nos dimos cuenta de que podíamos ser más fuertes que el destino”.
Luego, en la tercera temporada, llegó el soñado primer scudetto del Nápoles. Durante semanas la ciudad se tiñó de azul. La gente dejó de trabajar. “Nosotros ni íbamos a la escuela, porque los maestros también eran napolitanos y lo estaban celebrando”, explica Piero Matino, de 49 años. El nivel de locura sólo se puede llegar a entender a través de imágenes de la época. Un buen retrato es el nuevo documental del director Asif Kapadia, que sigue al astro desde su llegada al Nápoles procedente del Barcelona y repasa el largo declive de su vida en la ciudad campana. Si Maradona aterrizó en Nápoles como un héroe, se fue por la puerta de atrás, tras haber dado positivo en un test de drogas, vinculado por escuchas telefónicas y escandalosas fotografías al otrora poderoso clan de la familia Giuliani, de la Camorra napolitana, y completamente devastado por la cocaína. “Seguramente no sabía ni le interesaba quienes eran los Giuliani. Su interés era exclusivamente la coca”, señala Forgione.
Uno de los principales testigos de esa etapa de luces y sombras es Gennaro Montuori Palummella, que en la época era el líder de la facción de los ultras del Nápoles. Una visita a su lugar de trabajo, donde emite programas televisivos por internet sobre el club, es un viaje al pasado. Todas las habitaciones están teñidas de azul. Las paredes están repletas de fotografías suyas con el astro argentino. Hasta su coche es azzurro . “Este soy yo, este yo y Messi, este yo y Maradona jugando a fútbol, este yo y Maradona en un avión hacia una boda, yo y Maradona en el bautizo de mi hija, yo y Maradona en el restaurante...”, relata señalando una serie de fotografías en un libro dedicado a él. Su hijo, del 1992, se llama Diego Armando, como cientos de niños napolitanos nacidos en esos años.
Sin rencores
Los tifosi ya le han perdonado su adicción a la cocaína y su escandaloso vínculo con la mafia
“El destino nos hizo coincidir en un par de fiestas y acabamos teniendo una gran amistad. Piensa que fue el padrino de mi hija. Conmigo sólo bailaba, bebía, se reía. En las fiestas acababa cantando sobre las mesas. Era un gran hombre que tuvo la mala fortuna de estar rodeado de la gente equivocada”, cuenta Montuori, excusando las relaciones de Maradona con la droga y la mafia. “En esta ciudad debías tener mucha fuerza de voluntad para luchar contra la gente que te quería llevar al mal. Piensa en la presión de alguien que siendo muy joven está en todas las portadas y necesita huir”. El ultra repite varias veces que todo fue muy engrandecido por los medios.
Rino Cesarano, un histórico periodista deportivo del Corriere dello Sport, piensa más o menos lo mismo. Él le persiguió a los aeropuertos, se quedó bloqueado horas el día del primer scudetto , y hasta tuvieron alguna riña sonada que acabó en los tribunales, pero sólo le salen buenas palabras del argentino. “El límite en Nápoles con la mala vida es muy sutil. Tu puedes ir al bar a tomarte un café y el riesgo de encontrarte a alguien es grande. Si no eres muy fuerte te arriesgas a perderte, sobre todo si eres importante”, asegura en una cafetería de Chiaia. “De noche no le seguía. Me decían que le habían visto en este u otro local. Le gustaba más salir por esos ambientes. Yo le decía que se pusiese corbatas elegantes y viniese conmigo, pero no lo logré”.
Hoy ya está todo olvidado. El tifoso Roberto de Rosa cree que “a un amigo se lo quiere con sus cosas buenas y sus cosas malas”. “Y es más que un amigo para nosotros, es de la familia, como un primo del que te alegras cuando recibes buenas noticias”. En Nápoles todos apuestan que S anto Diego estará con ellos el martes, y no con su compatriota Leo Messi. Aquí suelen decir que Messi es muy bueno, pero nadie le llega a Maradona a la suela del zapato. El furor por la fábula de Maradona respirará de nuevo esta semana en el San Paolo. Como hace treinta años, cuando un chico de Villa Fiorito demostró a los napolitanos que partiendo desde la más profunda humildad era posible derrotar al poderoso norte de Italia, con algo de genialidad y picardía. David contra Goliat. Por eso se ven capaces de vencer al Barça.